Portal:Panorama Mundial/DE LA PRENSA/2016-05-18

Paradojas neoliberales

LA JORNADA.unam.mx 10 de mayo de 2016 MÉXICO

José Blanco

EN LOS EXTREMOS de la nómina de los candidatos estadounidenses a la primera magistratura del imperio se hallan, como sabe el mundo, Bernie Sanders y la pesadilla tragicómica de derecha purulenta llamada Donald Trump. Quizá debamos oír la palabra de Obama pidiendo al mundo que tome en serio que los rebuznos de ese inefable señor pueden volverse realidades, por más remotos que puedan parecernos.

En algunas tesis de máxima importancia Trump y Sanders coinciden, por más que Sanders las diga en tono de aparente seria sensatez, y Trump lo haga como lo haría un búfalo de los montes Apalaches.

La media de los salarios reales en Estados Unidos (precios de 1982) era de 312.94 dólares semanales en 1970, cayó hasta 258.24 en 1992 y alcanzó 284.91 en 2009. Con algunas altas y bajas, desde 1970 el producto interno real y los salarios reales gringos siguieron tendencias opuestas. El desempleo no ha tenido los niveles que vive la Unión Europea, pero la masa salarial se ha mantenido a la baja como proporción de su ingreso nacional.

Tanto Trump como Sanders sostienen que en ello ha sido decisiva la dislocación o descolocación de gran número de industrias estadunidenses. Uno y otro quieren que esas industrias vuelvan a Estados Unidos y creen los empleos que ahora generan en otros países. Por supuesto, esas industrias salieron de Estados Unidos porque fueron a pagar salarios de hambre en el mundo subdesarrollado. Esto se hace posible para tales industrias manteniendo un mundo desregulado, en el que puedan entrar o salir de todas partes según sus necesidades de competencia en el mercado mundial. Es lo que da forma a la globalización.

En otras palabras, tanto Sanders como Trump sostienen propuestas de política contrarias a las multimillonarias industrias estadunidenses. En este mundo desregulado de la globalización neoliberal los países recipiendarios de capital extranjero mantienen enclaves de exportación y economías duales impedidas de crecer por su baja productividad en las actividades económicas domésticas, incapaces de competir con las trasnacionales estadunidenses y las de otros países desarrollados, incluido China.

Trump y Sanders opinan lo mismo de los tratados de libre comercio que Estados Unidos ha firmado con multitud de países: le cuestan a Estados Unidos y a otros países desarrollados en empleos. En otras palabras, Trump y Sanders están en contra, créalo, de esta globalización neoliberal. ¡Oh, paradojas!

Desde un punto de vista nacionalista gringo, Trump y Sanders tienen razón. Tal como está organizada hoy la economía mundial, la desregulación del comercio, más la de los movimientos de capital, son factores decisivos en el mantenimiento de la concentración creciente del ingreso del mundo en una fracción cada vez menor de la población mundial. Se ha repetido una y otra vez: las 85 personas más ricas del planeta acumulan en la actualidad más riqueza que toda la mitad más pobre.

De acuerdo con Oxfam, solamente 85 individuos tienen más riqueza que los 3 mil millones más pobres ¡juntos! del planeta. La riqueza del uno por ciento más rico suma 110 billones de dólares. Es decir, 65 veces la de la mitad más pobre; aproximadamente 100 veces la economía entera de México. Siete de cada 10 personas viven en países donde se incrementó la desigualdad de riqueza en los últimos 30 años, lista que lidera Estados Unidos. En ese país el uno por ciento más rico acumuló 95 por ciento de la riqueza producida desde la crisis financiera de 2009, mientras el 90 por ciento restante perdió riqueza.

En nueve de cada 10 países el uno por ciento más rico aumentó su fortuna exponencialmente desde 1980; en Estados Unidos el incremento fue de 150 por ciento.

Ninguna de estas cifras globales son mencionadas por Trump o Sanders. Trump se limita a gritar que se larguen todos los extranjeros, especialmente los mexicanos, que están robando sus empleos a los estadunidenses, y que regresen las industrias que se fueron a crear empleo y riqueza en Estados Unidos.

La comprensión del problema por Trump y Sanders son extraordinariamente limitadas, pero sus propuestas son ésas.

Sanders parece definitivamente descartado y las posibilidades de Trump son remotas. Pero si ocurriera lo indecible…

La situación de los países subdesarrollados es definitivamente inaceptable. Su condición es brutalmente dramática, porque los gobernantes de la mayoría de esas naciones tienen una mentalidad y formación tan neoliberal como la de los gobernantes de las metrópolis. Pero en la situación indecible un cambio repentino con Trump a la cabeza sería una catástrofe peor que la que ahora mismo viven bajo las reglas neoliberales. Un desplome del empleo y del ingreso en semanas, y el hambre recorrería el mundo, suponiendo que este adocenado del norte pudiera hacer que las empresas gringas regresaran a Estados Unidos mediante quién sabe qué instrumentos brutales.

Pero parece que ganará Hillary Clinton, política atada a los intereses del mundo de Wall Street. ¿Seguiremos entonces como estamos? Sí. Quién sabe por cuánto tiempo. Porque el neoliberalismo parece caminar lentamente al cementerio recóndito adonde van los elefantes.

La desigualdad inaudita que vive el planeta es un tema que parece por fin haberse apoderado de gran cantidad de mentes de todos los niveles sociales y la tolerancia de los muchos desciende velozmente. El tsunami social y político está cobrando fuerza en mil puntos del planeta.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris

Elecciones en Francia y el “deseo inconciente del fascismo”

Página 12 5 de mayo del 2016 Argentina

Los atentados de París y la gestión política de la crisis de los refugiados han favorecido a la ultraderecha para que cuente con una alta aprobación, pese al enfrentamiento entre la candidata presidencial y su veterano padre.

Por Eduardo Febbro

El éxito no es un certificado de estabilidad. En pleno auge electoral, con índices de aprobación intensivos, con la ya casi certeza de que la extrema derecha francesa eliminará al candidato socialista en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales previstas para 2017, el ultraderechista Frente Nacional sigue desgarrándose.

Entre los partidarios de la actual líder del FN, Marine Le Pen, y su padre y fundador de este movimiento, Jean-Marie Le Pen, la guerra se despliega ante la opinión pública. Pese a la sólida implantación electoral de los frentistas, el ala disidente presidida por Jean Marie Le Pen sigue siendo la semilla de la discordia.

El pasado primero de Mayo, varios altos dirigentes del FN fueron excluidos de las instancias del partido por haber participado en una ceremonia en homenaje a Juana de Arco organizada por el padre de Marine Le Pen en la estatua de la heroína francesa, en el distrito número uno de la capital francesa. Se trata de Marie Christine Arnautu y Bruno Gollnisch, dos eurodiputados de mucho peso en el seno del partido frentista.

La ceremonia fue toda una provocación porque en el mismo lugar, por la tarde, Marine Le Pen encabezaba su propio acto en ese lugar emblemático donde cada primero de mayo se reúne la extrema derecha francesa.

El vicepresidente del Frente Nacional, Florian Philippot, ya había advertido que quienes asistieran al acto de Jean Marie Le Pen serían responsables de “un acto de hostilidad”. La confrontación entre el patriarca y la hija lleva varios años sacudiendo las bases del partido sin que ello lo haga retroceder electoralmente. Al contrario, hoy en Francia, en los rangos de todos los partidos, se habla de una repetición del llamado “síndrome del 21 de abril”.

Hace 14 años, el 21 de abril de 2002, a las 8 en punto de la noche, el rostro de Jean-Marie Le Pen apareció exultante en las pantallas de la televisión francesa. El león de la ultraderecha había conseguido lo impensable: pasar, por primera vez en la historia, a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Jean Marie Le Pen había derrotado al entonces ultra favorito y ex primer ministro socialista Lionel Jospin.

El ascenso de la extrema derecha y la multiplicación de listas de la izquierda provocaron uno de los mayores seísmos políticos de Francia. La segunda vuelta la disputaron el ex presidente Jacques Chirac y Le Pen. La sociedad le cerró el paso al jefe frentista, pero no a su movimiento.

Transcurrieron casi 15 años, la izquierda se fue perdiendo en una nebulosa blanda, la derecha de gobierno sigue buscando su identidad mientras que la extrema derecha no ha hecho más que solidificarse. El estupor de 2002 es un recuerdo que asusta a los estrategas de los partidos. Desde entonces, elección tras elección, el Frente Nacional es un actor decisivo. Elecciones legislativas, europeas, regionales o municipales, los candidatos del Frente Nacional figuran masivamente en la segunda vuelta.

La perspectiva que se esboza ahora es mucho más catastrófica que la de 2002. Si la guerra entre el patriarca Le Pen y su heredera no termina de apaciguarse, Marine Le Pen no paga el tributo de ningún desgaste. Al contrario, los atentados de París (enero y noviembre de 2015), y la vergonzosa gestión política de la crisis de los refugiados han llevado al Frente Nacional a la cima de a seducción electoral. El partido de Marine Le Pen cuenta hoy con 1.600 representantes municipales electos, 358 consejeros municipales, 62 consejeros departamentales y 27 parlamentarios entre senadores, diputados europeos y diputados nacionales).

Cuando falta un año para las próximas elecciones presidenciales, todos los sondeos de opinión pronostican la presencia de Marine Le Pen en la segunda vuelta de esa consulta. El actual presidente, François Hollande, aspira a su reelección pero las encuestas le vaticinan una humillación mayor que la que conoció Lionel Jospin en 2002. Hollande quedaría eliminado en la primera vuelta y, encima, relegado al cuarto lugar, detrás del candidato de la derecha, de Marine Le Pen y del actual líder de la izquierda radical, Jean-Luc Melenchon.

Como lo decía hace unos días la historiadora y psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco en una entrevista publicada por el semanario Le Nouvel Observateur, “en este país hay un deseo inconsciente de fascismo”. Los analistas locales arguyen que entre el mandatario y la sociedad hay “una ruptura de opinión”. Todo lo contrario del proceso por el que atraviesa Marine Le Pen.

Las confrontaciones que sacuden al FN son de orden prácticamente dinástico, las que destruyeron a la izquierda son mucho más profundas. La derrota cantada de Hollande en 2017, si se presenta, es sólo uno de los epílogos del Socialismo. La familia progresista está totalmente desarticulada. No hay tema en torno al cuan consiga un consenso. La división entre el ala liberal, representada hoy por el actual ministro de Economía, Emmanuel Macron, y el polo social defendido por figuras como la de la ex ministra socialista Martine Aubry, ha precipitado a la izquierda hacia una atomización que podría serle igualmente fatal en la próxima consulta legislativa.

Nada retrata mejor el callejón sombrío en donde se encuentra el socialismo gobernante como las dos imágenes de la actualidad: mientras la extrema derecha tiene a la gente de su lado, el gobierno tiene a la sociedad en contra y en la calle. Unos, los protagonistas del movimiento juvenil La Nuit Débout, acampan en la Plaza de la República en París en protesta por la política gubernamental, en particular la reforma laboral que debate en estos momentos la Asamblea Nacional. Otra parte de la sociedad está en la calle manifestando contra esa ley que modifica los fundamentos del derecho laboral francés. Marine Le Pen y François Hollande prosiguen metan similares pero con ventajas distintas. Hollande todavía suena con una reelección que el contexto político cifra como imposible. Como un corredor de fondo, sale a buscar la legitimidad y la mayoría que perdió en el pozo de las decepciones. Marine Le Pen avanza con la certeza que le ofrece el mismo contexto político.

Los socialistas están promoviendo ahora la idea de una suerte de “Alianza Popular”. El Frente Nacional no necesita promoverla. La tiene ganada y apuesta no sólo por ganarle a Hollande en 2017 sino por que esa victoria conduzca a la descomponían final de la derecha y la izquierda.

Título original: Guerra de los Le Pen en pleno auge electoral

  • Periodista argentino, corresponsal de Página 12

¿El tercer partido? El desesperado intento de los republicanos para frenar a Donald Trump

Progreso Semanal 8 de mayo de 2016 Estados Unidos

No hace mucho que el senador republicano Lindsey Graham confesó que para él, decidirse entre apoyar a Donald Trump o a Ted Cruz como el candidato de su partido a la presidencia estadounidense, era como escoger entre si prefería morir envenenado o de un balazo.

Y muchos en el Partido Republicano deben estar pensando ahora algo parecido de cara a las elecciones de noviembre de 2016 en las que se escogerá al próximo ocupante de la Casa Blanca.

Entre los conservadores estadounidenses hay pocas figuras tan odiadas como la demócrata Hillary Clinton. Pero no es que se sientan mucho más cómodos votando por el multimillonario Donald Trump.

Jeb Bush, aspirante fallido a la nominación republicana, ya anunció este viernes que no votará por él. Tampoco quiere darle su apoyo Paul Ryan, jefe de la bancada republicana en el Congreso. Lo que hace pensar a algunos que tal vez ha llegado la hora de una tercera opción, un candidato distinto que canalice las aspiraciones de los republicanos que no quieren que Hillary Clinton llegue a la presidencia, pero tampoco están dispuestos a darle su apoyo a Donald Trump.

Un candidato de un tercer partido tiene muy poca probabilidad de ser elegido

Sin embargo, según advierten algunos académicos, la historia y la tradición electoral de Estados Unidos no parecen favorecer mucho la viabilidad de un esfuerzo en esa dirección.

“Un candidato de un tercer partido tiene muy pocas posibilidades de ser elegido”, le dice a BBC Mundo Daniel Schlozman, de la Universidad Johns Hopkins, experto en historia política estadounidense.

“No le bastaría con el ser el más votado, tendría que obtener la mayoría absoluta. “En la época moderna ningún candidato independiente ha ganado las elecciones estadounidenses”, recuerda el académico.

Los medios estadounidenses aseguran que, pese a los antecedentes históricos, grupos como el de Conservatives Against Trump (Conservadores contra Trump), integrado por algunas personalidades del Partido Republicano, están explorando alternativas para esa tercera opción.

Paradoja de intereses

La candidatura de Trump entusiasma, sin embargo, a millones de estadounidenses, especialmente a aquellos blancos que sienten que han perdido estatus en un país más tolerante hacia la diversidad racial. Pero entre los dirigentes republicanos, hay quienes sienten verdadero horror ante la perspectiva de Trump como su candidato.

A otros, les molesta su estilo: sus exabruptos, sus incitaciones a la violencia en sus actos electorales y sus abiertos insultos a grandes sectores de la población, desde los mexicanos y los musulmanes hasta las mujeres. Tienen problemas con muchas de las propuestas que ha ido lanzando el candidato, quien reconoce que en muchos casos las ha formulado sin consultar expertos: sus amenazas de iniciar una guerra comercial con China, por ejemplo. Y también, en algunos casos, deben estar sintiendo preocupación por su supervivencia política personal.

El abrazo de la muerte

Pese a la espectacular victoria de Trump en la competencia republicana, las encuestas lo muestran, por ahora, perdiendo contra la probable candidata demócrata Hillary Clinton en la elección general. Su desventaja es notoria entre los hispanos, que expresan un 80% de rechazo a su aspiración presidencial.

Entre los estadounidenses de mayores ingresos, los de formación universitaria y entre las mujeres, también Clinton parece más popular que Trump.

Nadie sabe si esta tendencia se mantendrá o si Trump hará gala nuevamente de su extrema habilidad política para remontar la diferencia entre ahora y noviembre. Pero algunos congresistas republicanos no están dispuestos a arriesgar su puesto confiando en otro milagro de Trump. Pues si la tendencia actual se mantiene, Trump no solo perdería la presidencia, sino que, al “empañar la marca” de los republicanos, llevaría a que varios congresistas de su partido pierdan sus escaños en noviembre de 2016. Incluso, los republicanos podrían perder el control del Congreso, cuyas dos cámaras controlan desde 2014.

En esa circunstancia, salir a hacer campaña por Trump podría costarles su propia elección a esos parlamentarios. Ante esto, gana atractivo entre algunos la alternativa de apoyar a un tercer candidato a la presidencia.

Clinton Sale ganando

Sobra decir que un partido republicano dividido le haría más fácil la elección a la que parece será la candidata demócrata, Hillary Clinton.

Así ocurrió en 2000, cuando un izquierdista, Ralph Nader, se lanzó como independiente y le quitó algunos miles de votos al candidato demócrata del momento, Al Gore, permitiendo así la elección del republicano George W. Bush. De modo que los congresistas republicanos que apoyasen a un eventual tercer candidato de la derecha podrían estar consolidando la elección de una demócrata a la presidencia.

Pero tal vez protegerían sus escaños en el congreso y así ayudarían a conservar la mayoría republicana en la legislatura, el arma más efectiva con la que podrían enfrentarse a una Casa Blanca en manos del partido rival. Aunque, como advierte a BBC Mundo Julian Selizer, profesor de la Universidad de Princeton, “en el corto plazo puede que los beneficie, pero en el largo plazo muchos no querrán ser recordados como los que ayudaron a un demócrata a ganar la presidencia”.

Parece una estrategia extrema, pero hay pocas cosas normales en esta campaña presidencial marcada por el fenómeno Trump.

Para algunos dirigentes conservadores apoyar un tercer candidato presidencial que casi seguramente perderá, es una alternativa menos intolerable que dejarse tomar una foto abrazando a Donald Trump.

AL/EU: Un silencio cómplice

Página 12 4 de mayo del 2016 Argentina

Emir Sader*

Nunca Estados Unidos ha estado tan aislado en el continente, como en este siglo. Desde que Lula fue elegido presidente de Brasil en 2002 y, enseguida, al comienzo de su política exterior, conducida por Celso Amorim, el país frenó la firma del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas) y se inició un proceso de consolidación y expansión de los proyectos de integración regional, que aislaron como nunca antes a Estados Unidos en América Latina.

La elección de Néstor Kirchner en Argentina, en 2003, ha permitido que los dos gobiernos más importantes de América del Sur constituyeran un eje alrededor del cual se fortaleció el Mercosur, se constituyó Unasur, el Consejo Sudamericano de Defensa, hasta llegar a la Celac, que dio por terminada, finalmente, la Doctrina Monroe en América Latina.

Frente a esa realidad de hecho, los gobiernos de EE.UU. han tratado de incentivar polos alternativos, como la Alianza del Pacífico, centrada en México, en Perú y en otros gobiernos neoliberales del continente, sin gran éxito. Después de intentar erigir a México como alternativa neoliberal en la región, vio fracasar rápidamente al gobierno de Peña Nieto. Al igual que pasó con el gobierno de Sebastián Piñera en Chile.

Mientras tanto, actuaba en los márgenes posibles, como fueron los casos de los golpes blancos en Honduras y en Paraguay. En Honduras el rol de Hillary Clinton fue decisivo, como la han increpado ahora en los debates de las primarias demócratas, cuando ella confirmó su participación en el golpe.

Frente al aislamiento en el continente, EE.UU. buscaba convivir con los gobiernos de Brasil. Obama se valía de su fair play al exaltar a Lula como “the guy”, frente a la irrecusable proyección internacional del presidente brasileño, pero tuvo dificultades con Dilma para justificar las escuchas ilegales en el gobierno de Brasil. Hillary visitó a Dilma, supuestamente para aprender de las experiencias de éxito de las políticas sociales, para darle un barniz progresista en su campaña, que necesitaba para consolidar su apoyo entre los negros y los latinos, a fin de triunfar en las primarias.

La inesperada elección de Mauricio Macri abrió las puertas para el sueño norteamericano de romper el eje de integración entre los gobiernos de Brasil y Argentina. Después de negarse a intervenir para evitar el absurdo de la acción arbitraria de un juez norteamericano en favor de los fondos buitre, Obama corrió rápidamente a visitar al nuevo presidente argentino para expresar la afinidad de EE.UU. con la nueva política económica del gobierno argentino y su disposición de abrir una nueva fase en las relaciones entre los dos países.

Frente al golpe blando en curso en Brasil, el silencio tanto del presidente norteamericano como de la favorita para sucederlo es ensordecedor. Mientras quiere aparecer como defensor de la democracia frente a regímenes como los de Venezuela y Cuba, se esboza el golpe blando más grande hasta ahora en el continente. Tanto Obama como Hillary no logran esconder que su silencio es señal de aprobación del intento de sacar el PT del gobierno por la vía de un golpe.

El sueño de reconstituir un eje neoliberal en el corazón de América del Sur, como había existido entre los gobiernos de Cardoso y de Menem, parece volverse realidad, aun de manera hipotética, muy precaria y de corta duración en Brasil. Sería el punto de apoyo para aislar y buscar derrotar a los gobiernos con los que Estados Unidos siempre se ha sentido más incómodo en la región: los de Venezuela, Bolivia y Ecuador–.

Una complicidad escandalosa con los golpistas demuestra que el imperio siempre supo que la política del gobierno brasileño es esencial para la resistencia a su dominación de la región y que el imperio no cambia sus posiciones, apenas se adapta a situaciones adversas. Pero el prestigio de Estados Unidos en el continente está definitivamente afectado, todavía más que la decadencia económica norteamericana que no le permite competir con los extensos acuerdos de China y Rusia en toda la región. Pero la política imperial norteamericana nunca ha dejado de embarcarse en las aventuras golpistas en la región, como lo comprueban las vergonzosas actitudes actuales de Obama y de Hillary.

  • Sociólogo y politólogo brasileño