Portal:Panorama Mundial/DE LA PRENSA/2016-09-15

Quince años de crímenes

RED VOLTAIRE 12 de septiembre del 2016 FRANCIA

Del 10 de septiembre del 2001 a nuestros días

Thierry Meyssan*

Estados Unidos y sus aliados conmemoran los 15 años de los hechos del 11 de septiembre del 2001. Thierry Meyssan aprovecha la ocasión para pasar en revista la política de Washington desde aquellos acontecimientos, y el balance resulta particularmente sombrío. Solo caben dos posibilidades: o la versión de los atentados que defiende la Casa Blanca es auténtica, y en ese caso su respuesta a los ataques ha resultado tremendamente contraproducente, o se trata de un engaño y Estados Unidos ha logrado saquear el Gran Oriente Medio

Hace 15 años, el 11 de septiembre del 2001, hacia las 10 de la mañana, Richard Clarke, entonces coordinador nacional para la seguridad, la protección de la infraestructura y el contraterrorismo, activaba el «Plan de Continuidad del Gobierno». Según Richard Clarke, se trataba así de responder a la situación excepcional creada por 2 aviones que se habían estrellado contra las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y por un tercer avión que se había estrellado contra el Pentágono.

Pero el “Plan de Continuidad del Gobierno” había sido concebido como respuesta a la destrucción de las instituciones democráticas provocada, por ejemplo, por un ataque nuclear. Nunca estuvo previsto activarlo en una situación en la que el presidente y el vicepresidente de Estados Unidos así como los presidentes de la Cámara de Representantes y el Senado estuviesen vivos y en condiciones de seguir ejerciendo sus funciones.

La activación de ese plan puso las responsabilidades del presidente de los Estados Unidos en manos de una autoridad militar alternativa con base en Mount Weather. Esa autoridad militar solo devolvió las prerrogativas presidenciales al presidente George W. Bush Jr. al final de aquel día. La identidad de los miembros de esa autoridad y las decisiones que tomaron durante aquellas horas siguen en secreto.

Dado el hecho que, el 11 de septiembre del 2001, el presidente estadounidense se vio privado de las prerrogativas inherentes a su cargo durante unas 10 horas, en violación de la Constitución de los Estados Unidos, es técnicamente exacto hablar de “golpe de Estado”. Por supuesto, el uso de esa expresión puede resultar chocante, porque estamos hablando de Estados Unidos, porque el hecho se produjo en circunstancias excepcionales, porque la autoridad militar nunca reivindicó el hecho y porque finalmente devolvió el poder al presidente constitucional. A pesar de todo eso, el hecho es que se trató, stricto sensu, ni más ni menos que de un “golpe de Estado”.

En un libro célebre, publicado en el 1968, reeditado y convertido en lectura obligada de los neoconservadores durante la campaña electoral del año 2000, el historiador Edward Luttwak explicaba que un golpe de Estado verdaderamente exitoso es aquel cuya existencia nadie percibe, ya que al no percibirlo nadie tratará de oponerse a él.

Seis meses después de aquellos hechos, publiqué un libro sobre las consecuencias políticas de aquel día. Los medios de prensa solamente hablaron de los cuatro primeros capítulos, en los que demostraba que la versión oficial no podía ser cierta. Fui muy criticado por no proponer mi propia versión de aquel día, pero no tengo tal versión y hoy en día sigo abrigando al respecto más preguntas que respuestas.

En todo caso, los 15 años transcurridos nos aclaran lo sucedido aquel día.

DESDE EL 11 DE SEPTIEMBRE DEL 2001, EL ESTADO FEDERAL SE HALLA AL MARGEN DE LA CONSTITUCIÓN

En primer lugar, aunque la aplicación de algunas de sus disposiciones fueron brevemente suspendidas en el 2015, Estados Unidos sigue viviendo actualmente bajo los términos de la USA Patriot Act. Adoptado apresuradamente, 45 días después del golpe de Estado, ese texto constituye una respuesta al terrorismo. Dado su volumen, sería más adecuado hablar de un código antiterrorista que de una simple ley. Se trata, en realidad, de un texto preparado por la Federalist Society durante los dos años anteriores a los hechos del 11 de septiembre. Solo cuatro parlamentarios se opusieron a su adopción.

La USA Patriot Act, o Acta Patriótica, suspende las limitaciones que la Constitución de los Estados Unidos podría imponer a las iniciativas del Estado federal en materia de lucha contra el terrorismo. Esas limitaciones están formuladas en la “Carta de Derechos”, o sea, en las 10 primeras enmiendas de la Constitución y su suspensión corresponde al principio del estado de emergencia permanente. El Estado federal puede entonces practicar la tortura fuera de su territorio y espiar masivamente a su población. Al cabo de 15 años de aplicación de tales prácticas ya no es técnicamente posible que Estados Unidos pretenda presentarse como un “Estado de derecho”.

Para aplicar el Acta Patriótica, el Estado federal comenzó por crear un nuevo ministerio: el Departamento de Seguridad de la Patria (United States Department of Homeland Security). El nombre real de este ministerio estadounidense resulta tan chocante que en el mundo entero lo traducen como “Seguridad Interna” o “Seguridad Nacional”, lo cual es falso.

Posteriormente, el Estado federal se dotó de un conjunto de cuerpos de policía política que, según un amplio estudio del Washington Post empleaban en el 2010 al menos 850 mil nuevos funcionarios para espiar a 315 millones de habitantes.

La gran innovación institucional de ese periodo es la relectura de la separación de poderes. Hasta entonces se consideraba, según la concepción de Montesquieu, que la separación de poderes permitía mantener un equilibrio entre el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, equilibrio indispensable para el buen funcionamiento y la preservación de la democracia.

Estados Unidos podía enorgullecerse de ser el único país del mundo que aplicaba estrictamente el principio de separación de poderes. Actualmente, por el contrario, la separación de poderes significa que el Poder Legislativo y el Poder Judicial ya no tienen posibilidad de control sobre los actos del Ejecutivo. Es, incluso, en virtud de esta nueva interpretación que el Congreso estadounidense no fue autorizado a debatir las condiciones del golpe de Estado del 11 de septiembre del 2001.

Contrariamente a lo que escribí en el 2002, los Estados de Europa Occidental se resistieron a esa evolución. No fue hasta hace un año y medio que Francia cedió y adoptó el principio del Estado de emergencia permanente, a raíz de la masacre perpetrada en las oficinas del semanario satírico Charlie-Hebdo. Esa mutación interna viene acompañada de un cambio radical en materia de política exterior.

DESDE EL 11 DE SEPTIEMBRE DEL 2001, EL ESTADO FEDERAL ESTADOUNIDENSE, AL MARGEN DE LA CONSTITUCIÓN, HA SAQUEADO EL GRAN ORIENTE MEDIO

En los días posteriores a los hechos del 11 de septiembre del 2001, George W. Bush –quien ya había recuperado sus prerrogativas presidenciales en la noche del 11 de septiembre– declaró a la prensa: “Esta cruzada, esta cruzada contra el terrorismo, llevará tiempo”. Aunque se excusó después por haberse expresado en esos términos, la selección de las palabras que utilizó en su declaración indicaba que el enemigo decía actuar en nombre del islam y que la guerra sería larga.

En efecto, por primera vez en su historia, Estados Unidos está en guerra ininterrumpidamente desde hace 15 años. Ese país definió su Estrategia Contra el Terrorismo, estrategia que la Unión Europea no tardó en copiar.

Si las sucesivas administraciones estadounidenses han presentado esa guerra como una persecución de Afganistán a Irak, de Irak hacia África, Pakistán y Filipinas y luego hacia Libia y Siria, el general estadounidense Wesley Clark, excomandante Supremo de la OTAN, confirmó, por el contrario, la existencia de un plan a largo plazo.

El 11 de septiembre del 2001, los autores del golpe de Estado decidieron cambiar todos los gobiernos amigos existentes en el “Oriente Medio ampliado», o Gran Oriente Medio, y hacer la guerra a los 7 gobiernos que oponían resistencia en esa región. El presidente Bush Jr. tomó nota de esa orden, cuatro días después, durante una reunión organizada en Camp David. Hoy es evidente que ese programa se puso en aplicación y que aún está en marcha.

Estos cambios de regímenes amigos mediante revoluciones de colores y las guerras desatadas contra los regímenes que resistían al dictado estadounidense no tenían como objetivo la conquista de esos países en el sentido imperial clásico –en definitiva, Washington ya tenía a esos aliados bajo control– sino saquearlos. En esta región del mundo, sobre todo en el Levante, la explotación de esos países no solo encontraba la resistencia de las poblaciones, sino que existía un obstáculo adicional: la presencia de una extraordinaria cantidad de ruinas de civilizaciones antiguas. O sea, no sería posible saquearla a fondo sin enfrentar la crítica de los defensores de ese patrimonio histórico de la humanidad.

Según el presidente Bush Jr., los atentados del 11 de septiembre del 2001 fueron perpetrados por Al Qaeda, lo cual justificaba el ataque contra Afganistán mucho mejor que la ruptura –en julio del 2001– de las negociaciones petroleras con los talibanes. La teoría de Bush fue desarrollada por su secretario de Estado, el general Colin Powell, quien prometió presentar al Consejo de Seguridad de la ONU un informe sobre ese tema.

Pero no solo Estados Unidos nunca encontró tiempo –en 15 años– para redactar ese informe sino que el pasado 4 de junio el ministro ruso de Relaciones Exteriores reveló que su homólogo estadounidense John Kerry le pidió que Rusia no atacara a Al Qaeda –aliado de Estados Unidos– en Siria, revelación extremadamente sorprendente que la parte estadounidense nunca desmintió.

Al principio, el Estado federal estadounidense al margen de la Constitución prosiguió adelante con su plan, mintiendo descaradamente al mundo entero. Después de prometer un informe sobre el papel de Afganistán en los hechos del 11 de septiembre, Colin Powell mintió una y otra vez ante el Consejo de Seguridad de la ONU en un largo discurso destinado a vincular el gobierno de Irak con aquellos atentados y a acusarlo de querer prolongar la masacre utilizando armas de destrucción masiva.

El Estado federal liquidó en días la mayor parte del ejército iraquí, saqueó los 7 principales museos de Irak y quemó la Biblioteca Nacional. Puso en el poder una Autoridad Provisional de la Coalición, que no era un órgano de la coalición de países participantes en la invasión de Irak sino una empresa privada, al estilo de la siniestra Compañía de Indias y perteneciente fundamentalmente a Kissinger Associates. Durante todo un año esa compañía saqueó todo lo que se podía saquear en Irak. Finalmente entregó el poder a un gobierno títere iraquí, pero antes le hizo firmar un documento comprometiéndose a que nunca exigiría reparaciones de guerra y que no modificaría –durante un siglo– las leyes comerciales draconianas redactadas por la Autoridad Provisional.

En 15 años, Estados Unidos sacrificó más de 10 mil estadounidenses, mientras que la guerra dejaba más de 2 millones de muertos en el “Oriente Medio ampliado”. Para acabar con aquellos que designa como sus enemigos, Estados Unidos ha gastado más 3 mil 500 millardos de dólares. Y hoy anuncia que la masacre y el derroche de fondos van a continuar.

Extrañamente, ese derroche de miles de millardos de dólares no ha debilitado económicamente a Estados Unidos. Se trataba de una inversión que permitió a ese país saquear toda una región geográfica del mundo, apoderándose de sumas muy superiores.

Contrariamente a la retórica del 11 de septiembre, la retórica de la guerra contra el terrorismo es lógica. Se basa en una gran cantidad de mentiras presentadas como hechos comprobados. Por ejemplo, la filiación entre el Emirato Islámico (Daesh) y Al-Qaeda se explica recurriendo a la personalidad de Abu Mussab Al-Zarkaui, personaje al que el general Colin Powell dedicó buena parte de su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU. El problema es que el propio Powell reconoció posteriormente haber mentido descaradamente en el aquel discurso y es imposible verificar ni el menor elemento de la biografía de Al-Zarkaui según la CIA.

Si se admite que Al-Qaeda es la continuación de la Legión Árabe de Osama bin Laden, creada como tropa mercenaria de la OTAN durante las guerras contra Yugoslavia y contra Libia, también hay que admitir que Al-Qaeda, convertido en Emirato Islámico en Irak y posteriormente en Daesh, es la continuación de esa organización yihadista.

Dado el hecho que, a la luz del Derecho internacional, el saqueo y la destrucción del patrimonio histórico son ilegales, el Estado federal estadounidense al margen de la Constitución de Estados Unidos comenzó poniendo el trabajo sucio en manos de ejércitos privados, como Blackwater. Pero su responsabilidad seguía siendo demasiado visible. Así que decidió confiar el trabajo sucio a su nuevo brazo armado: los yihadistas. A partir de ese momento, el saqueo del petróleo –que en definitiva se consume en Occidente– es imputable a esos extremistas y la destrucción del patrimonio histórico se atribuye al fanatismo religioso de estos.

Para entender la colaboración entre la OTAN y los yihadistas, tenemos que preguntarnos qué sería hoy de la influencia de Estados Unidos si no existieran estos yihadistas. El mundo sería multipolar y Washington habría cerrado la mayor parte de sus bases militares a través del planeta. Estados Unidos sería una potencia más.

Esta colaboración entre la OTAN y los yihadistas resulta chocante incluso a numerosos altos responsables estadounidenses, como el general Carter Ham, comandante del AfriCom, quien se negó en el 2011 a trabajar con Al-Qaeda y tuvo que renunciar al mando de la agresión contra Libia. Otro de esos responsables, el general Michael T. Flynn, director de la Defense Intelligence Agency, se negó a otorgar su aval a la creación del Emirato Islámico y fue obligado a dimitir. Más recientemente, la colaboración CIA-yihadistas se convirtió en tema de la campaña electoral por la presidencia de Estados Unidos: de un lado, Hillary Clinton, miembro de The Family, la secta de los jefes de estado mayor, del otro lado, Donald Trump, quien cuenta entre sus consejeros al ya mencionado general Michael T. Flynn y 88 oficiales superiores.

Al igual que en tiempos de la guerra fría, cuando Washington controlaba a sus aliados europeos a través del Gladio, o “los ejércitos secretos de la OTAN”, hoy en día Estados Unidos controla el Medio Oriente ampliado, el Cáucaso, el valle de Ferghana y hasta la región de Xinjiang a través del “Gladio B”.

Quince años más tarde, las consecuencias del golpe de Estado del 11 de septiembre no son obra de los musulmanes, ni del pueblo estadounidense, sino de quienes lo perpetraron y de sus aliados. Son ellos quienes convirtieron la tortura en una simple herramienta, generalizaron las ejecuciones extrajudiciales perpetradas ahora en cualquier lugar del mundo, debilitaron la ONU, masacraron más de dos millones de personas, saquearon y destruyeron Afganistán, Irak, Libia y gran parte de Siria.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris

  • Periodista y activista político francés

Lo que EEUU tiene que proponer a América Latina

LA JORNADA 10 de septiembre del 2016 MÉXICO

Emir Sader*

Después de poner tan buena cara como podía durante el tiempo que estuvo aislado de América Latina, ahora Estados Unidos vuelve a tener interlocutores privilegiados de su política, especialmente en Argentina y Brasil (no importa que en este caso haya sido mediante un golpe). Y, ¿qué es lo que Washington tiene que proponer al continente?

Ya sabemos que poco o nada, por la situación de los países que tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos. El caso de México es ejemplar, porque son más de dos décadas de intercambios privilegiados con Washington y de relaciones carnales con el imperio. El balance de ese acuerdo es aterrador. Explica en gran medida por qué México es un desastre social y político.

De hecho, Estados Unidos no tiene nada qué ofrecer. Tiene un modelo económico vigente en México, entre otras naciones, siendo eso una de las razones de la situación desastrosa del país, que ya ha fracasado en América Latina, en naciones como Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay, Bolivia y Ecuador. Justamente por ello han decidido abandonar ese modelo y sustituirlo por uno alterno al neoliberalismo.

Estados Unidos, en prolongada recesión, tampoco tiene nada qué ofrecer en inversiones, nada que pueda compararse a China o a los Brics, y su banco de desarrollo. Los tratados de libre comercio son rechazados ahora, de un lado y otro del Atlántico, por ser responsables de la pérdida de empleo en todas las naciones. La Alianza del Pacífico no es alternativa a los procesos de integración regionales, que han intensificado como nunca el comercio entre los países de la zona.

El destino al que está condenado México desde hace más de dos décadas, al cual se quiere condenar a Argentina y Brasil, es el del abandono a los vaivenes del mercado internacional en crisis y de especulación financiera. En Argentina, electo el gobierno hacia el que Washington tiene la más grande simpatía, hay fuga y no ingreso de capitales. Los viajes simpáticos de dirigentes de Washington no prometen nada, sino la simpatía de Estados Unidos.

Los países de América Latina han tenido su más grande ciclo de desarrollo cuando se han distanciado de Estados Unidos. Han privilegiado los procesos de integración regional y los intercambios sur-sur. Sus perspectivas están en mantener esa dirección, incluido un acercamiento en la relación con los Brics y no con retomar políticas de libre comercio vinculadas con el modelo neoliberal.

El continente más desigual del mundo requiere priorizar las políticas sociales y no ajustes fiscales, que concentran renta, excluyen a los más pobres, promueven el desempleo y la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.

Estados Unidos no puede proponer modelos alternos porque sus intereses están directamente vinculados con los del capital especulativo a escala mundial, representandos por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La nueva geopolítica del mundo va en otra dirección: retomar el desarrollo productivo, que tiene en las relaciones sur-sur, en el banco de desarrollo de los Brics, su referencia global. Apunta hacia una economía productiva y no especulativa, que no reproduce el endeudamiento de los gobiernos, sino, al contrario, su liberación de ese mecanismo cruel, que los países que lo han experimentado en el pasado saben cómo se produce una recesión y de la cual es muy difícil salir.

Retomar los modelos neoliberales, fracasados en los años 90 en Argentina y Brasil, significa reiniciar una recesión profunda y prolongada, ajustes sociales de exclusión social, gobiernos autoritarios, crisis social que aísla a esos gobiernos y moviliza a todos los sectores populares en contra de ellos.

Ese es el periodo en que entra América Latina, cuando Argentina y Brasil se distancian de sus aliados en los procesos de integración regional y se acercan a los modelos que han producido crisis social profunda, como las de México, Perú, Colombia y Chile. La lucha entre la hegemonía neoliberal reforzada y la construcción de alternativas antineoliberales se reposiciona como el eje de los enfrentamientos económicos, políticos y sociales de nuestro tiempo en América Latina, el continente que más ha avanzado en la superación del neoliberalismo.

Por ello paga un precio duro, con los procesos de contraofensiva derechista, la venganza contra el pueblo y los derechos que ha logrado afianzar en años recientes. De su desenlace dependerá el futuro del continente en la primera mitad del siglo XXI.

Selección en Internet: Melvis Rojas Soris

  • Sociólogo y politólogo brasileño

Frente a los golpes y la adversidad luchar sin tregua

LA JORNADA 8 de septiembre del 2016 MÉXICO

Ángel Guerra Cabrera*

El cobarde golpe de Estado contra la presidenta Dilma Rousseff es otro avance en la contraofensiva imperialista-oligárquica contra las fuerzas populares de América Latina y el Caribe.

Después del derrotado golpe del 2002 contra el presidente Chávez, llegaron a la jefatura de sus países Lula, Kirchner, Ortega, Evo, Correa, y otros líderes populares representantes de fuerzas opuestas al neoliberalismo, favorables a la unidad e integración latino-caribeña y a la democracia participativa y protagónica. Independientemente de sus diferentes concepciones y circunstancias, partidarias de utilizar el Estado de palanca redistributiva en favor de las mayorías preteridas, como lo han hecho con éxito.

En el 2004 se creó la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y en el 2005 fue derrotado el Alca en Mar del Plata, dos años después surgió Unasur y el Grupo de Río se encaminaba a la creación de la Celac. Pero ya en el 2008 se producía el bombardeo e incursión yanqui-uribista en territorio ecuatoriano, que apuntaba contra los gobiernos de Correa y Chávez y al desmantelamiento de los esfuerzos que, con decidido apoyo de Cuba, realizaba el líder venezolano para lograr el encausamiento del proceso de paz en Colombia.

La embestida a Ecuador marca el inicio de una creciente articulación de la contraofensiva imperialista-oligárquica contra los gobiernos y fuerzas populares de Nuestra América. A partir de allí se reunió una “fuerza de tarea” bajo la batuta del Comando Sur (CS) de las fuerzas armadas de Estados Unidos que abarca, entre otras agencias, a la CIA, la DEA y la AID. Esta última, fachada de la primera y estrechamente vinculada a una red de fundaciones y ONG, en cuya vertebración y financiamiento tiene especial importancia el Fondo Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en inglés). Estrechamente insertos en este andamiaje subversivo están los medios de comunicación corporativos de Estados Unidos, de la Unión Europea y de América Latina y el Caribe.

Obviamente, participan muy activamente de los planes desestabilizadores los señores del dinero en los distintos países y poderosos sectores del capital financiero internacional, como es el caso de George Soros, particularmente activo en Brasil contra el PT.

Esta descomunal conjunción de fuerzas es la que lleva a cabo la llamada guerra de cuarta generación, corporizada en los intentos frustrados de golpes “blandos” contra Evo y Correa, así como en los exitosos de Honduras, Paraguay y Brasil. Sin contar que en Argentina se siguió toda la trama del golpe “blando” hasta el mismo día de la estrecha victoria electoral del corrupto y entreguista Macri.

Pero la nave insignia de estas aventuras sediciosas es el golpe continuado que se desarrolla en Venezuela desde el 2014. Por su posición geográfica, los ingentes recursos energéticos, la radicalidad y masividad del chavismo civil y militar y su papel de liderazgo regional, la prioridad número uno de Washington en la región es derribar al presidente Maduro y borrar de la faz de la Tierra todo lo que huela a chavismo como ideología y movimiento político.

El chavismo, por su parte, riposta duro a la guerra multidimensional, se apunta victorias tácticas que lo están fortaleciendo, como la del 1 se septiembre, eleva su conciencia política y gana en organización.

Son alentadores los resultados obtenidos tras entregar al pueblo el control sobre la producción y el abastecimiento, además de la supervisión de las empresas por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

Pero continúan los planes desestabilizadores contra los demás países de la Alba, como vemos claramente en Bolivia y Ecuador, y contra gobiernos progresistas como el de El Salvador.

Lo que busca el capital internacional capitaneado por Washington es la restauración neoliberal en toda la región, incluida Cuba. La sucesiva profundización de la megacrisis económica iniciada en el 2008 lo impulsa a extraer crecientes cuotas de ganancia mediante el inmisericorde saqueo de recursos naturales, la superexplotación de la fuerza de trabajo y la anulación del gasto social, como se observa en México y casi toda América Central, y a marcha forzada también en Argentina y Brasil.

Esas políticas empujan a nuestra región a una de las más grandes tragedias sociales de su historia. Pero sectores crecientes del pueblo se dan cuenta y están listos para participar en una gigantesca movilización de masas para derrotarlas y avanzar mucho más, como sugiere en Brasil Joao Pedro Stedile, líder histórico del MST.