Portal:Panorama Mundial/DE LA PRENSA/2016-11-11

Trump: el triunfo de la incertidumbre

PROGRESO SEMANAL 9 de noviembre del 2016 EEUU

Jesus Arboleya *

Creo que el único que pronosticó con firmeza la victoria de Donald Trump en las elecciones recién finalizadas fue el cineasta Michael Moore, uno de sus más encarnizados opositores desde el punto de vista ideológico. Pudo hacerlo porque no creyó en análisis y encuestas, sino en lo que lo ha convertido en un gran documentalista: su capacidad para escrutar una realidad que nadie quería reconocer, aunque estaba a la vista de todos.

Trump ganó por el impacto concreto que ha tenido la situación económica norteamericana en amplios sectores de la clase trabajadora; por los prejuicios y temores existentes en los sectores blancos; por el rechazo a la inmigración ilegal, donde incluso contó con un apoyo sin precedente de los hispanos, a pesar de su discurso xenófobo, y por el rechazo al establishment que gobierna ese país, donde Hillary Clinton aparece como una de sus representantes por excelencia.

Precisamente este establishment impidió la victoria de Bernie Sanders en las primarias y los demócratas se quedaron sin una respuesta convincente para estas problemáticas, así como la posibilidad de movilizar a sectores progresistas de la población, especialmente los jóvenes, capaces de ofrecer una alternativa fiable y alentadora frente a los republicanos, como ocurrió con Barack Obama en el 2008 que finaliza su mandato con un nivel de aceptación entre los mayores que registra la historia de ese país.

Clinton no fue identificada con este capital político a pesar del apoyo que le brindó el propio Obama; no gozó de la confianza pública y apareció como el símbolo del régimen que la mayoría quería cambiar. Ante la disyuntiva de escoger el “menos malo”, la gente acabó eligiendo a Donald Trump en unas elecciones donde ambos candidatos tuvieron muy escasa popularidad.

Lo más preocupante de la victoria de Trump es la incertidumbre que genera su posible gobierno. No es un neoconservador, tampoco un conservador clásico ni un liberal, sino una figura tan ecléctica como la sociedad que ahora tendrá que gobernar. Hay que ver hasta dónde sus desplantes y su prepotencia regirán su conducta como presidente y si su política social será tan brutal como anunció, especialmente en el caso de los inmigrantes ilegales.

También, mirado desde un lado positivo, si realmente avanzará en las reformas económicas internas que ha propuesto, aunque sin concretarlas, y si su política exterior incluirá aspectos tan renovadores como la revisión de los tratados de libre comercio; la limitación de la intervención militar en otros países; la solución de conflictos con otras potencias, como es el caso de Rusia; la revisión del papel de la OTAN, así como la búsqueda de buenas relaciones con el resto del mundo, un aspecto que señaló en su discurso una vez consumada la victoria, donde apareció mucho más moderado y modesto que de costumbre.

De cualquier manera no parece que su triunfo constituya un regreso a la época de George W. Bush, cuya familia incluso se manifestó a favor de Hillary Clinton. Trump representa a otros sectores de la sociedad norteamericana, que incluso se distanciaron del Partido Republicano, el cual se resistió a apoyarlo porque lo consideró la peor de sus desgracias. Hasta dónde Trump será capaz de poner orden en su propio partido, es otra de las interrogantes que tenemos por delante.

Otra novedad de estas elecciones, que se confirmó tanto en los casos de Trump como en menor medida en el Sanders, es que el volumen de los fondos no determinó el desenvolvimiento de la campaña. Ello afecta tanto a Wall Street como a otros grandes contribuyentes y a lobbies tan poderosos como el judío, con el que Clinton estaba comprometida hasta la médula, limitando cualquier solución posible en el Medio Oriente, uno de los puntos más álgidos de la situación internacional.

Otra premisa que no se cumplió fue que los grandes medios de comunicación deciden el resultado electoral. Es cierto que Trump acaparó la atención pública, pero por lo general a partir de posiciones muy contrarias al candidato.

Más allá de alguna declaración de ocasión, destinada a satisfacer a grupos de extrema derecha cubanoamericanos que consideró necesarios para ganar el estado de La Florida, resulta evidente que Trump no tiene una política definida para América Latina, como era el caso de Clinton, y no precisamente para bien.

Respecto a Cuba, resulta difícil suponer que estos grupos contarán con una influencia suficiente para producir una reversión absoluta de la política iniciada por Obama, toda vez que ello se contradice con la filosofía de Donald Trump (“business are business”), los antecedentes de su interés personal por participar en el mercado cubano, algunas declaraciones anteriores, y los requerimientos de sectores republicanos conservadores, especialmente agrícolas, que resultaron decisivos en su victoria. Incluso pudiera acelerarse el proceso si esa es la voluntad del presidente y logra imponerla al Congreso, cosa imposible si Clinton hubiese ganado las elecciones.

Lo concreto que tenemos a la vista es un gobierno de mayoría absolutamente blanca, lo que tenderá a incrementar las tensiones sociales internas. Trump refleja una visión empresarial no ajena a las grandes transnacionales, pero donde han ganado espacio sectores productivos orientados hacia el mercado interno que con probabilidad obligarán a un reajuste de la economía y la política en detrimento del poder casi absoluto que hoy tienen los grandes capitales financieros. Esto explica la inmediata caída en la bolsa de valores de Estados Unidos y otras potencias capitalistas.

Lo malo es que quizás esto vendrá aparejado con un discurso discriminador y el detrimento aún mayor de programas sociales destinados a satisfacer las necesidades de los grupos más vulnerables con los que este gobierno no tiene ningún compromiso. También con un aumento de la represión social en busca del “orden” que reclama la clase media blanca.

Si algo demostraron estas elecciones es que en Estados Unidos nada es seguro. Por tanto, lo que se impone en esta etapa es observar la conducta y la composición del gobierno en los próximos meses, con seguridad un proceso bastante traumático y confuso debido a la inexperiencia de Donald Trump y la posible enajenación de buena parte de aquellos individuos, ya sean republicanos o demócratas, que durante años han administrado la política del país.

Lo que sí es seguro, es que todos los gobernantes del mundo, especialmente los aliados de Estados Unidos, ahora se están rompiendo la cabeza pensando cómo lidiar con este personaje que, andando por los vericuetos de la política norteamericana, acaba de convertirse en el líder del país más poderoso de la historia.

Las siete propuestas de Donald Trump que explican su victoria

DESDE ABAJO 9 de noviembre del 2016 MÉXICO

Ignacio Ramonet*

La victoria de Donald Trump ( como el ‘Brexit’ en el Reino Unido, o la victoria del NO en Colombia ) significa, primero, una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de sondeo y de las encuestas de opinión. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es ‘lo desconocido’. Ahora todo puede ocurrir.

¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña? Este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias deeste partido, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que desde la crisis financiera del 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el Brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en el 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero sísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un caracter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha.

Para muchos electores irritados por lo “politicamente correcto”, que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la palabra “libre” de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo. A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la “rebelión de las bases”. Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente antiWashington y antiWall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un “conservador con sentido común” y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha.

Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la “casta”. Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores“. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en “Juego de Tronos”, de construir un muro fronterizo de tres mil 145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21 mil millones de dólares sería financiado por el gobierno de México.

En ese mismo orden de ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en el 2004, en Irak. Del mismo modo, su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es “la base de una sociedad libre“, y su crítica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional.

Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa“, impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño” del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad“.

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era: ¿ cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadraba.

Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende, silenciados por los grandes medios.

1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar:”No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación”. En un tweet reciente, por ejemplo, escribió: “Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%”.

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros: The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito.

2) Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60 mil fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron.

3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. “Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país”., suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del Brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: “El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”.

En regiones como el rust belt, el “cinturón del óxido” del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo. 4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Tump ha prometido no tocar a estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los “sin techo”, reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en el 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

6) En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.

7) Trump estima que con su enorme deuda soberana, los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una política extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN: “No habrá nunca más garantía de una protección automáticade los Estados Unidos para los países de la OTAN”.

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el por qué de su éxito.

En el 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un Ciclo de cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen – es el ‘autoritarismo identitario’. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo.

  • Analista político

Una lectura geopolítica sobre el triunfo de Trump

RUSIA TODAY 9 de noviembre del 2016 RUSIA

Juan Manuel Karg*

Este artículo surge a partir de la conmoción mundial en relación al triunfo de Donald Trump en EEUU. Pretendemos abordar algunos puntos para tener una lectura geopolítica de un hecho que marca un antes y un después en el escenario global.

a) La población no vota sobre las expectivas del escenario internacional. Se valora el escenario interno, independientemente de las tergiversaciones que sobre ese plano puedan crear medios de comunicación y redes sociales. Los grandes conglomerados mediáticos del mundo, al igual que el sistema financiero internacional, esperaban otro resultado: el triunfo de Hillary Clinton. Lo mismo que sucedió en Colombia y en Gran Bretaña, con el plebiscito por la paz y el Brexit, respectivamente.

b) Trump ganó el voto de la clase obrera industrial, hablando contra los TLC. Este elemento fue el menos considerado por la mass media internacional: detrás del pirotécnico xenófobo también había un candidato que se dirigía a un sector desencantado por el “fin del sueño américano”, tras la crisis iniciada en el 2008. No fue demasiado creativo: usó el mismo slogan que la dupla Reagan-Bush en el 1980: “make America great again”, lo que también coincide con una visión de la inserción global de EEUU. Pero así ganó en estados clave como Florida y Carolina del Norte, e industriales como Ohio, que incidieron en el resultado final. Tuvo una contundente votación en el interior del país, a contramano de los grandes centros urbanos que le dieron la espalda conociendo sus exabruptos.

c) Hay un debilitamiento de EEUU en el plano internacional.Trump ganó cuestionando el NAFTA, acuerdo comercial firmado por Bill Clinton en el 1994, junto a México y Canadá. También mostrándose contrario al TPP (Acuerdo Transpacífico) que Obama motorizó en detrimento de China. Su perspectiva, al menos discursiva, fue aislacionista. Estas dos variables pueden explicar la tranquilidad de Moscú y Beijing ante el nuevo escenario abierto, que confirma el debilitamiento del hegemón en declive. Rusia espera un debilitamiento de la estrategia intervencionista de EEUU: lee que la población le pidió a Trump que mire fronteras adentro y abandone aventuras como Libia y Siria, patrocinadas por la exSecretaria de Estado derrotada en las urnas.

d) América Latina espera con incertidumbre. En nuestra región, algunas cancillerías -no particularmente las de gobiernos progresistas o de izquierda- jugaron todas sus fichas a un hipotético triunfo de Clinton. Hicieron lo que pedían las instituciones, la mass media y el sistema financiero internacional. También son perdedores en la contienda: llegaron tarde y se jugaron a fondo, algo que suele cobrarse (no en términos económicos, sino políticos). Un error garrafal en la diplomacia, que no es bueno naturalizar. Una de las incertidumbres reside en la normalización diplomática que Washington planificaba con La Habana bajo la capitanía del propio Obama: ¿qué sucederá con ese proceso? ¿se amesetará?

e) Hay que volver a interpretar el escenario internacional. La elección de Trump abre paso a una lectura: detrás de los colapsos institucionales que se verifican en la Unión Europea y los EEUU, la salida -parcial- parece venir de outsiders conservadores. Hay un deficit indudable en los contrapuntos, al menos electoralmente: a Corbyn no lo benefició el Brexit (aunque volvió a ganar la interna de su partido, con comodidad), a Podemos no lo benefició la elección del 2016 en España (aunque el voto implícito del PSOE al gobierno de Rajoy lo para como única alternativa real), y las proyecciones de Melenchon en Francia de cara a las presidenciales del 2017 parecen ser limitadas. Ni que hablar de Sanders, que tras una elección interna descomunal tuvo que dejar que Clinton sea quien enfrente al pirotécnico Trump, por la elección de los “superdelegados” demócratas (en detrimento de gran parte de la base demócrata, que acompañó con entusiasmo su intento de “revolución política).

La “derecha” parece interpretar mejor que la “izquierda” la actual oleada, nutriéndose de lugares comunes y miedos (¿acaso el debate sobre los refugiados en la UE, donde Francisco tiene la posición más progresista contra los muros, es muy diferente a los exabruptos de Trump sobre México?) y también de ventajas objetivas (mayores recursos y pragmatismo). La tarea de las fuerzas nacional-populares, progresistas y de la izquierda de la región es interpretar el momento histórico que se abre tras esta elección, y proporcionar los mecanismos para hacer competitivas a las opciones que se proponen un orden alternativo, sin renunciar a las banderas de justicia social.

  • Politólogo argentino