Portal:Panorama Mundial/DE LA PRENSA/2019-01-08

Amaury Cruz*


Ahora que el país está en vías de un proceso de destitución, escuchamos hablar a políticos y académicos sobre el genio de los padres de la patria y las glorias de la Constitución del 1788. Esto es parte de un culto en Estados Unidos, una especie de religión. Dicen que estos fundadores fueron proféticos por anticipar a alguien como Trump y debemos estar asombrados por su brillante creación, que permite destituir a un presidente que abusa de sus poderes.


Este instrumento arcaico, sin embargo, lleva las semillas de nuestro aprieto actual. La elección de presidentes a través del colegio electoral, en lugar del proceso más democrático de elección directa por parte del pueblo, hizo posible que Trump fuera elegido. Hasta el momento, cinco candidatos presidenciales han ganado las elecciones a pesar de perder la mayoría del voto popular, incluido John Quincy Adams en el 1824, en las primeras elecciones presidenciales de Estados Unidos. Donde se registró el voto popular, así como Bush en el 2000 y Trump en el 2016. Los otros fueron Rutherford B. Hayes y Benjamin Harrison. Son cinco demasiados, y ninguno se distinguió en el cargo.


Los fundadores, además, crearon un Senado más bien antidemocrático. Según el Artículo I, sección 3 de la Constitución, “El Senado de Estados Unidos estará compuesto por dos senadores de cada estado, elegidos por las legislaturas de estos por seis años; y cada senador tendrá un voto”. Por tanto, los votantes ordinarios originalmente no pintaban ningún papel en la elección de los senadores. Si bien esto cambió con la adopción de la 17a Enmienda en el 1913, 125 años después de la adopción de la Constitución, los senadores aún representan a los estados, no a las personas. Entonces, Wyoming, con una población de poco más de medio millón, pesa tanto en el Senado como California, con una población de casi 40 millones, y las áreas rurales más conservadoras ejercen una influencia desproporcionada.


En las primeras elecciones del 1788-1789, solo hombres blancos, mayores de 21 años y terratenientes podían votar. Ni mujeres ni negros tuvieron derecho a votar en virtud de la Constitución hasta el 1870, después de la adopción de la Enmienda 15, y hasta el 1919 después de la adopción de la Enmienda 19, respectivamente. Solo después de la Ley de Derechos Electorales del 1965 se rompieron las barreras legales a nivel estatal y local con respecto a los derechos electorales de los negros. El requisito de poseer tierra se eliminó entre el 1792 y el 1856, pero el requisito de tener riqueza solo desapareció por completo con la abolición del impuesto electoral en el 1964. A pesar de estos avances legales, todavía no hay igualdad total para las mujeres y personas negras. Y la riqueza continúa produciendo un escandaloso desequilibrio de poder que favorece a la derecha radical.


Varias corrientes históricas impulsaron las prácticas y disposiciones pre y post constitucionales, y los debates que condujeron a la adopción contienen argumentos inteligentes a favor y en contra, o al menos reflejan el espíritu de los tiempos. La constitución de Estados Unidos sigue siendo uno de los documentos más importantes de la historia y los fundadores fueron, sin excepción, hombres muy inteligentes, valientes y patrióticos. Muchos fueron destacados pensadores, abogados, filósofos y escritores. Jefferson y Franklin eran multilingües, desenvueltos tanto en Washington como en Londres o París, y demostraban modales sumamente refinados. Fueron grandes hombres en sus actuaciones públicas, pero algunos tenían serias fallas y no pudieron alcanzar la grandeza en todos los aspectos. Jefferson sabía que la esclavitud era una abominación, por ejemplo, pero era un racista que tenía más de cien esclavos a su servicio. Antes de morir, Jefferson cruelmente se negó a liberar a su concubina esclava, Sally Jennings, y a otros miembros de su familia esclavizada, a pesar de sus súplicas.


Por ende, los instrumentos legales fundamentales y el zeitgeist encarnaban condiciones de desigualdad e injusticia que contribuyeron con el tiempo a la Guerra Civil, a Jim Crow y a una nación plagada de injusticia social, no el faro de la democracia descrito en las lecciones esterilizadas de las escuelas. Afortunadamente, los elementos más revolucionarios de la constitución, como la Declaración de Derechos, brindan cierto apoyo al mito popular del excepcionalismo.


No fue coincidencia que los Fundadores fueran todos hombres blancos y que casi todos fueran ricachones dueños de esclavos. Ni es coincidencia que hasta el presente la mayor parte del poder político y la influencia se encuentren en manos de ricachones hombres blancos que se han beneficiado de las riquezas creadas por el trabajo de negros. El patrimonio medio de los senadores y miembros de la Cámara en febrero del 2018 era de 511 mil dólares, quintuplicando el patrimonio neto medio de un hogar estadounidense, estimado en 97 mil dólares en el 2016. La verdadera disparidad es probablemente mucho mayor debido a la forma en que a los miembros del Congreso se les permite ocultar su patrimonio neto.


El hecho es que Madison estaba convencido de que las democracias directas, como la asamblea en Atenas, desatan impulsos populistas que superaron la razón fría y deliberada propugnada por pensadores de la Ilustración como él, Hamilton y John Jay, quienes escribieron The Federalist Papers, los ensayos en apoyo de ratificar la constitución. “En todas las asambleas muy numerosas, de cualquier personajes compuestas, la pasión nunca deja de arrebatar el cetro a la razón”, argumentó en Federalist 55. Los fundadores a menudo se referían a la gente común como una “turbe” y temían su influencia en la política. Irónicamente, estos temores se están cumpliendo no debido a demasiada participación en la política, sino a muy poca.


Ahora tenemos un presidente que enfrenta un juicio político porque ha dañado todos los pilares de la nación; menosprecia al poder judicial y el Congreso; obstruye las investigaciones de Mueller y de su juicio político; desmoraliza al FBI, al Departamento de Estado y las agencias de inteligencia; se humilla a sí mismo y al país ante Putin y Kim Jong Un; promueve la xenofobia, la misoginia y la supremacía blanca; abusa de las familias inmigrantes y secuestra a muchos de sus niños; se asocia con delincuentes, algunos de los cuales están o pueden estar pronto en la cárcel; comete crímenes por los cuales habría sido encausado si no fuera por un memorando del Departamento de Justicia que un juez federal ha declarado improcedente; busca y recibe la ayuda de un país adversario para hacer trampa en sus elecciones del 2016; trata de sobornar a otro gobierno extranjero para ayudarlo a hacer trampa una vez más en las elecciones del 2020; hace todo lo posible para eliminar las protecciones para el medio ambiente y la vida en la tierra; apoya un régimen asesino en Arabia Saudita y abraza a dirigentes autoritarios y dictadores en todo el mundo; socava continuamente las alianzas con otras democracias; participa en encubrimientos coordinados de sus fechorías; miente constantemente acerca de todo lo habido y por haber; ofende a los héroes de guerra, aunque él evadió el servicio militar; actúa de manera grosera, indecente y poco ética en muchas maneras impropias para la presidencia o la vida privada; culpa a todos menos a sí mismo por todo lo que sale mal y toma crédito donde no lo merece; y cada día sale con algo más ofensivo que lo del día anterior, hasta que parece imposible, pero de alguna manera se las arregla para rebajarse más.


Sin embargo, la Cámara emitió dos meros artículos de juicio político: abuso de poder y obstrucción del Congreso. Eso. Es. Todo. ¿Y las otras fechorías anteriores, más la corrupción desenfrenada y toda la investigación de 30 millones de dólares de Mueller? Lanzadas al olvido.


¿Por qué? Existe un partido político que excusa el soborno, la traición y los “graves crímenes y malos comportamientos” cometidos por el presidente, y promueve una realidad alternativa donde ni los hechos ni la lógica importan. Con Trump en el papel de aspirante a Hitler, el “único que puede solucionar nuestros problemas”, según dijo, los líderes republicanos como Jim Jordan y Lindsey Graham interpretan a Goebbels y siguen repitiendo mentiras más grandes y descaradas, contrarias al testimonio de militares y diplomáticos que han tenido carreras distinguidas o fueron nombrados por el propio Trump, o ambas cosas, que contradice su narrativa. Han declarado la guerra a la verdad y se han degradado ante su caudillo. Mientras, los demócratas se ven reducidos a acciones endebles y sin sentido, guiados no por sus deberes jurados, sino por miedo a perder en la próxima elección. Los fundadores temían las travesuras que los partidos políticos podrían hacer, pero difícilmente podían haberse imaginado el mal uso pernicioso de las redes sociales o políticos tan pusilánimes y antipatrióticos.


En la Corte Suprema, dominada por conservadores, ejercen dos jueces, Clarence Thomas y Brett Kavanaugh, que fueron acusados ​​con credibilidad de agresión sexual, y aun así fueron confirmados por el Senado, probablemente porque en ambos casos no se permitieron testigos adicionales que podían corroborar a sus principales acusadores. Además, Kavanaugh demostró jactanciosamente que es un partidista fiel, carente del temperamento y buen juicio necesarios para sentarse en la corte superior. Su calificación principal parecía ser gritar a pulmón vivo que él era miembro de la élite persiguiendo decididamente el objetivo de convertirse en un juez.


Esta misma corte ha promulgado el absurdo de que las corporaciones son entes con muchos de los derechos de las personas naturales. Pero, por supuesto, las corporaciones no pueden ser encarceladas y, por tanto, incurren en mala conducta y criminalidad sin consecuencias, aparte de multas que se calculan como el precio de hacer negocios. Esto permite la corrupción legalizada del proceso político por parte de multimillonarios y multinacionales.


También ha fallado absurdamente que la Segunda Enmienda proporciona un derecho individual para mantener y portar armas independientemente de la membresía en la milicia, borrando así el lenguaje adjetivo en la Enmienda, aunque estos mismos jueces suelen requerir una estricta adhesión a dicho lenguaje. Esto hará que sea casi imposible detener la locura de las matanzas que ocurren a diario en este país, incluso si el dominio de la Asociación Nacional del Rifle pudiera romperse.


Para colmo, ha sostenido que el dinero es igual a la libertad de expresión, liberando aún más el poder del dinero oscuro en el ámbito político a través de la “política sigilosa” practicada por la clase multimillonaria de Estados Unidos.


El próximo año, la corte suprema escuchará casos importantes relacionados con las afirmaciones de Trump de que está por encima de la ley. Esto pondrá a prueba el mito de la imparcialidad. Ya han decidido que gerrymandering (la creación de mapas de distritos electorales para favorecer a un partido o candidato) es legal, garantizando casi que la mayoría nunca gobernará. En la Cámara, gerrymandering permite a los candidatos seleccionar a sus votantes en lugar de que los votantes seleccionen a los candidatos.


En consecuencia, en las últimas tres elecciones antes del 2018, los demócratas ganaron ~ 4% menos escaños de lo que correspondía a sus votos. El Centro Brennan estimó que tendrían que ganar el voto popular de la Cámara en ~ 7% para ganar la mayoría más simple posible. De hecho, en el 2018, los demócratas desataron una “ola azul” y ganaron el voto popular por un 7%, lo que resultó en una ganancia de 41 escaños, pero habrían ganado más si no hubiera sido por gerrymandering que favorece a los republicanos. Muchos senadores y representantes están en el Congreso solo gracias a gerrymandering.


El problema no es solo la perfidia republicana. Un estudio de Harvard Business Review del 2016 concluyó que la estructura está rota porque “los demócratas y los republicanos controlan el sistema político mediante la elaboración de normas mutuamente beneficiosas que se realizan detrás de bambalinas. Los partidos han promulgado reglas que protegen su dominio mediante el control del proceso primario, el acceso a los datos de los votantes, los límites de recaudación de fondos, cómo se rige el Congreso y qué temas se debaten. El sistema incluso canaliza la atención y el acceso a los medios de comunicación, lo que crea una barrera importante para la entrada (de otros participantes)”. El resultado es un gobierno que no beneficia a la mayoría de los votantes comunes, sino “los estamentos que (el sistema) se creó para servir mejor: los votantes primarios, donantes y cabilderos de intereses especiales, incluidas las empresas”. La política, por tanto, está en gran medida “desconectada del servir a la gente y producir resultados positivos”.


En el 2015, dos profesores de Princeton y Northwestern University “tomaron datos de casi dos mil encuestas de opinión pública (durante un período de 20 años) y compararon lo que la gente quería con lo que el gobierno realmente hizo. Lo que encontraron fue extremadamente inquietante: las opiniones del 90% inferior de los que ganan ingresos en Estados Unidos esencialmente no tienen ningún impacto”. Este hallazgo confirma lo que siempre supimos: son las élites económicas, los intereses comerciales y las personas que pueden pagar a los cabilderos los que se salen con la suya.


Entonces, tenemos justificación para preguntar también, ¿qué tipo de democracia es esta locura? ¿Cómo puede alguien llamar a esto “la democracia más grande del mundo”?


Basta ya del culto a la Constitución, que los fundadores no ofrecieron como una solución eterna para los conflictos y problemas que enfrentamos. La constitución ya tiene 27 enmiendas. Necesitamos derogar una y agregar algunas más para asegurarnos de (1) parar las matanzas de inocentes en sus escuelas y lugares de culto; (2) prevenir futuros Trumps; y (3) lograr una mayor igualdad, distribución de la riqueza y justicia social. ¿O deberíamos celebrar otra convención constitucional para traer todo el documento al siglo XXI y continuar avanzando hacia “una unión más perfecta”, para citar el preámbulo de la Constitución? Lamentablemente, es legítimo temer que, bajo el actual equilibrio del poder, eso pudiera empeorar las cosas.


  • Escritor y activista político de Miami Beach. Tiene un Doctorado en Leyes y una licenciatura en Ciencias Políticas