Portal:Panorama Mundial/DE LA PRENSA/2020-01-20
El cinismo de Twitter y Facebook al bloquear las cuentas de Trump (Página 12)
Eduardo Febbro* La Unión Europea lleva bastante tiempo elaborando un marco legal para las cuestiones de la libertad digital. El principio es que lo que es ilegal en el mundo físico también lo es en la esfera virtual. Las redes sociales como Twitter y Facebook lanzaron la gran limpieza de muchas de sus cuentas, empezando por la del mismo y actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, más otras 7.000 cuentas suplementarias afiliadas a la galaxia conspiracionista de extrema derecha pro-Trump, entre ellas, la del grupo Qanon. Luego de haber abierto las puertas a lo más ruin y bajo de la política, las redes alegan ahora que se trata de impedir un nuevo episodio violento como el de la invasión del Capitolio alentada por Trump, y ello ante la fecha inminente de la investidura de Joe Biden. Según Twitter, existían planes para un nuevo ataque al Capitolio previsto para el próximo 17 de enero. Algunos aprobaron esta medida, otros, en cambio, la consideraron un acto de censura. En Europa la canciller alemana Angela Merkel calificó de “problemática” esta decisión. En Francia el ministro de Economía, Bruno Le Maire, puso en tela de juicio el hecho de que la base de la suspensión de las cuentas no sea un marco legal de regulación, sino que “lo impactante es que sea Twitter quien decidió cerrar”. En suma, que sea la elite tecnológica la que haga y deshaga a su antojo y cuando le conviene, fuera de toda referencia a una norma nacional o internacional elaborada por los Estados y sus representantes electos. La práctica de “Yo el Supremo” por parte de las empresas globales de Estados Unidos no es nueva ni cambiará con este atentado a la esencia democrática. Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa (izquierda), recordó que “el comportamiento de Trump no puede servir como pretexto para que los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) se arroguen el poder de controlar el debate público”. Es exactamente lo que ha ocurrido con el Pinocho-Presidente y Twitter. Por otra parte, Washington aplica desde hace mucho una suerte de extraterritorialidad. La ley estadounidense se utiliza por encima de la nacional, sea cual fuere el país donde se resida. Las condiciones de utilización de Google, Facebook, Apple, e incluso la de las franquicias de las empresas de Estados Unidos, remiten a la ley de la empresa o a la legislación de la sede central. A su vez, la industria digital se benefició, hasta ahora, con la inmunidad jurídica que le ofrecía el artículo 230 del Communications Decency Act. Por más que Trump sea un Pinocho siniestro y, gracias a su ejército digital, haya protagonizado el primer golpe de Estado de la era moderna en una democracia occidental, hay algo de cínico en estas reacciones. Poco o nada dicen las regulaciones europeas cuando se trata de proteger a los usuarios de internet del espionaje masivo del que son objeto cada milisegundo de sus vidas. La fortuna de esas empresas proviene, esencialmente, de la conversión de los datos robados en capital. No obstante, el debate tiene cabida, es una necesidad y plantea otros interrogantes: ¿por qué sería “problemático” el cierre de la cuenta de Twitter de un presidente que preparó en tres fases un golpe de Estado (denunciar el fraude antes de la elección, afirmar luego que le robaron la elección y, al final, aceitar una insurrección cívica) y no la de una cuenta islamista, de extrema derecha o de extrema izquierda? En Francia las leyes dieron lugar a que personalidades de la extrema derecha como Hervé Ryssen o Alain Soral vieran sus cuentas de YouTube y Facebook suspendidas. La Unión Europea defiende su metodología porque lleva bastante tiempo elaborando un marco legal para estas cuestiones de la libertad digital. Existe, de hecho, una legislación europea que está en curso de aprobación. Se trata del DSA, Digital Services Act, impulsada por Thierry Breton, el Comisario Europeo del Mercado Interno. El campo de aplicación del DSA atañe únicamente a los países de la Unión Europea. Por consiguiente, cuando Trump convocó a sus partidarios a invadir el Capitolio lo hizo dirigiéndose a su pueblo y no a Europa. En este caso, el DSA no habría servido para nada. Hubiese sido muy distinto cuando Trump invitó a los franceses a sublevarse contra su presidente. Thierry Breton ha sido el que mejor planteó la encrucijada. En un artículo publicado por el portal Politico, el Comisario europeo escribió que la toma del “Capitolio es el 11 de septiembre de las redes sociales”. Breton agrega la paradoja que late en toda esta situación porque, hasta ahora, las redes sociales miraban hacia otra parte, como si el brexit, Trump y otras barbaries digitales no las concernieran. A este respecto, Breton anota que, al cerrar la cuenta de Trump las plataformas admiten su responsabilidad. Ya no pueden seguir ocultando su responsabilidad ante la sociedad con el argumento según la cual sólo ofrecen un servicio de hosting”. El Digital Services Act europeo se basa en un principio y una serie de reglas: el principio es que aquello que es ilegal en el mundo físico también lo es en la esfera digital. Las reglas fijadas por los 27 países de la UE consisten en forzar a las plataformas a que apliquen las leyes nacionales, así como también las directivas europeas. Deberán, por consiguiente, retirar los contenidos terroristas, las incitaciones a la violencia y todo contenido ilegal (pedopornografia, armas, etc.). Entre enero de 2017 y enero de 2021 el mandatario estadounidense se despachó con 23.234 tweets. La plataforma le permitió insultar, agredir, rebajar a sus adversarios, burlarse de otros presidentes, proferir insultos raciales, respaldar a las ultraderechas violentas que lo veneran, anticipar los comunicados oficiales, gobernar por internet, difundir un montaje en el que Trump golpeaba a un periodista que llevaba una máscara de la cadena CNN y hasta llamar al levantamiento contra Emmanuel Macron. Salvo para los apóstoles digitales, no hacían faltas pruebas para demostrar que la libertad de expresión no la manipulan los “medios del sistema” o los otros sino las plataformas sociales. Allí sale y entra toda la porquería que el mercado admite. Las redes autorizaron a Trump a diseñar un golpe y, como fue muy lejos y corrió sangre en el Capitolio, se convirtieron repentinamente en guardianes de la galaxia. AFRICA Tensión en Túnez tras una cuarta noche de enfrentamientos Junta Electoral de Etiopía cancela licencia del Frente de Tigray Recupera el suajili su lugar en los tribunales de Tanzania Califica Moscú comicios de la República Centroafricana como un paso hacia normalización GENERALES Expertos de la OMS dicen necesitar tiempo para analizar datos antes de aprobar la vacuna Sputnik V Las sociedades son vergonzosamente vulnerables ante las tentaciones y barbaries de los espacios digitales. Trump no ha sido la excepción presidencial sino la confirmación de las capacidades de ese monstruo con millones de cabezas que se expande sin que, hasta ahora, nadie haya sido capaz de encontrar un antídoto. Resulta contradictorio, pero, así como nadie se ocupó del derecho a difundir o a evitar la propagación de basura, tampoco se le garantizaron los derechos a Trump sobre su cuenta. Ellos son los amos del mundo, sin la más lejana sombra de una supervisión democrática. El botón de la libertad está en las sedes de Google, Facebook, Twitter, Instagram y otros imperios digitales, no en la calle o las asambleas. El sábado pasado Twitter suprimió un mensaje del guía supremo de Irán, Ali Khamenei, donde afirmaba que no era prudente tener confianza en las vacunas norteamericanas o británicas contra la Covid-19. El disparatado y horroroso episodio de Trump nos demuestra que, ante lo peor, la libertad está en manos privadas. Depende de tres palabras y una sigla, que son las obligaciones a las que los tentáculos digitales someten a los usuarios: CGU,” Condiciones Generales de Utilización”.
- Periodista y corresponsal de Página 12 en Francia
Algunos criterios y muchas interrogantes al iniciar la Administración Biden (El Siglo)
Fernando M. García Bielsa* El nuevo presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, al asumir el gobierno deberá enfrentar numerosos desafíos, y en lo inmediato está obligado a prestar atención a severos y graves problemas como la pandemia, la recesión, el cambio climático y serias tensiones fiscales para la solución de urgentes necesidades sociales y de la coyuntura. Asimismo estará necesitado de obtener algunos resultados tangibles en sus primeros meses, sobre todo en la economía y en la lucha contra el coronavirus y mostrar que nuevamente la acción bipartidista es posible. Está llamado a gobernar un país cuya credibilidad internacional ha sido dañada por los vaivenes de su política y la inestable gestión del presidente saliente. Asimismo Estados Unidos adolece serios problemas estructurales, y está en un momento de graves crisis política, económica y de salud, con una sociedad muy polarizada, el descrédito y disfuncionalidad de muchas de sus instituciones y con la perspectiva de obstrucciones en el Congreso, donde cuenta con una ínfima mayoría. Además, dada la pérdida de reputación del sistema electoral y la sostenida campaña de Trump sobre un supuesto fraude, una parte de la ciudadanía considera ilegal la presidencia de Biden. A ello se agrega que los poderes del presidente Biden podrían estar algo mermados, pues por lo estrecho margen de su triunfo electoral se podría considerar que no cuenta con un sólido “mandato”. Durante este próximo cuatrienio enfrentará una férrea acción republicana para obstruir su gestión, pese a que él y su gobierno no se alejarán de la orientación política neoliberal compartida por ambos partidos del sistema, el demócrata y el republicano. Una lista abreviada de los desafíos que enfrenta la sociedad estadounidense, junto a la urgencia y gravedad del impacto de la pandemia y de tendencias preocupantes que afloran, incluye las guerras sin fin que empantanan al país, la crisis económica, los enormes déficits fiscal y comercial, un grave deterioro de las infraestructuras, los persistentes odios y tensiones raciales, el viciado enfoque de la política inmigratoria, los peligros de la creciente desigualdad, el deterioro ambiental, la pérdida de privacidad ciudadana y de legitimidad de las instituciones del sistema. Pero también el alto grado de financiarización de esa sociedad, que no trabaja para la economía real y productiva, las grandes burbujas financieras vinculadas a una enorme deuda pública a la espera de desatar un desastre mayúsculo con nefastas derivaciones sobre la sociedad toda; un sistema político electoral viciado y pasado de moda y un bipartidismo cuajado de divisiones, alejado de los problemas reales de la gente y sobrepasado ante las fracturas de la sociedad; la creciente inoperancia y estancamiento del rejuego político y legislativo en Washington. La situación equivale a una crisis de representación política La masiva desigualdad ha hecho de la lucha por la supervivencia un componente central y cotidiano para millones de personas. La conciencia pública de muchos de ellos ha devenido retorcida por su propia situación, por sus miedos y fanatismos, porque se han sentido repetidamente engañados y abandonados por ambos partidos del sistema, y por la acción manipuladora de los medios de difusión de derecha y sus redes sociales. Asimismo hay un extendido deseo de cambios y el renacer, expansión y ramificación de fuerzas y tendencias que alimentan las divisiones en el país, a la vez que se propagan la violencia racial y de todo tipo, los grupos de odio supremacistas blancos y de milicias y grupos paramilitares fuertemente armados y con conexiones en las entidades policiacas y otros órganos de seguridad. Según cifras imprecisas tales agrupaciones cuentan con unos 50,000 integrantes. Es una realidad de la que el nuevo Presidente deberá hacerse cargo. No tiene por delante una tarea fácil y en algunos ámbitos tendría que enfrentarse a la élite oligárquica y a los arraigados intereses en ambos partidos, algo sumamente improbable teniendo en cuenta su trayectoria política. El vergonzoso episodio de la toma violenta del Capitolio por las hordas de simpatizantes de Trump de corte fascista, ha puesto en evidencia las falsas ilusiones y las grietas del país. Llama la atención la escasa resistencia, que roza con la complicidad, encontrada por los amotinados entre muchos de los guardias de seguridad a su paso hacia el hemiciclo. Aunque inusitadas y lógicamente rechazadas por la amplia mayoría de la ciudadanía, sin embargo, según algunos sondeos, esas acciones fueron vistas con simpatías por casi uno de cada cinco encuestados en la nación. A la par con tales hechos, cientos de personas efectuaron manifestaciones ante los edificios legislativos en varios estados a lo largo del país en contra de la confirmación de Biden. Ese episodio evidencia la gravedad de la crisis de legitimidad que desde hace decenios viene carcomiendo al sistema político estadounidense. La violencia política ha sido un rasgo entronizado en el quehacer de Estados Unidos desde sus orígenes, sin embargo en los últimos años se registra una renovada receptividad a la misma a la par con una erosión de la confianza en las instituciones y en los cauces supuestamente democráticos. Tales hechos pueden ser meros precursores de acontecimientos de mayor gravedad; de un período violento y turbulento. Claramente el quiebre institucional que tiene lugar no se resuelve con la salida de Trump. Algunos analistas llegan a decir que el país no ha experimentado una crisis de esta intensidad y magnitud desde los años anteriores a la Guerra Civil de la segunda mitad del siglo XIX. Al mismo tiempo, según una encuesta Reuters/Ipsos de conjunto con el Centro para la Política de la Universidad de Virginia, un tercio de los estadounidenses considera que “Estados Unidos debe preservar el predominio de su herencia blanca europea”. Siempre ha existido en el país un extendido ámbito de resentimiento el cual cuenta con expresiones políticas que no puede tolerar la creciente diversidad en esa sociedad. Esos y otros problemas no solo se proyectan a futuro, sino que son una realidad presente, incluyendo las grandes diferencias entre regiones del país, los desbalances económicos, étnicos y culturales y la sensación de abandono y desesperanzas de decenas de millones. Tales problemas son parte de la explicación y de las condiciones que hicieron posible el acceso a la Presidencia de un demagogo como Donald Trump en 2016. Muchos de esos problemas y tendencias se derivan o relacionan con el proceso de declinación que se manifiesta en la economía y en el grado de predominio de Estados Unidos en el concierto de naciones, en buena medida derivado del impacto negativo acumulado por décadas de gigantescos gastos militares, de las guerras sin fin y la desmesurada sobre expansión imperial en todos los rincones del planeta, así como de los consiguientes desbalances y crecientes desigualdades generadas por la globalización neoliberal en el seno de esa sociedad. En lo inmediato algunos hechos recientes presumiblemente deben mejorarle a Biden sus posibilidades de gestión y para impulsar en alguna medida su programa legislativo. Entre ellos destaca en primer lugar la pérdida por el Partido Republicano de su mayoría en el Senado y las muchas grietas que existen en su seno, catalizadas durante el catastrófico final del gobierno de Donald Trump. Pese a ello cabe esperar que el magnate dedique parte de su tiempo a entorpecer la gestión del nuevo Presidente. Trump ha debido abandonar el gobierno pero el peso latente de los 74 millones de estadounidenses que votaron por él está ahí. Seguirán siendo una base política tremenda, con tendencias de rechazo a las élites de Washington y al status quo, desestabilizadora y potencialmente manipulable para proyectos políticos de derecha. Lo que ahora llamamos trumpismo permanecerá aunque la figura de Trump quede en definitiva dañada, en mayor o menor medida, o desacreditada por su implicación en la inédita revuelta llevada al seno del Capitolio. Recientemente algunos connotados políticos republicanos han estado abandonando la nave conducida por Trump, pero mayormente lo hacen midiendo consecuencias con miras a heredar eventualmente su manto. No pueden desligarse mucho de su agenda sin enajenarse el eventual apoyo de las decenas de millones que siguen fervorosamente al ex Presidente. Aparte de la no despreciable extensión y arraigo de los grupos violentos de derecha, la agenda xenófoba y de rechazo a las élites políticas y financieras que Trump ha explotado sigue siendo una vertiente extremadamente popular entre sus amplias bases de apoyo. Son muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Se augura una inminente batalla sobre el futuro rumbo del Partido Republicano y hasta su eventual división, lo cual podría a mediano plazo generar secuelas y hasta poner en entredicho la continuidad del sistema bipartidista oligárquico. La victoria electoral y la correlación de fuerzas internas no constituyen un claro mandato Pese a toda la superchería del proceso electoral estadounidense y del determinante impacto del dinero empleado, es indudable que Joseph Biden fue electo en 2020 en gran medida por el rechazo masivo hacia la figura de Donald Trump, además debilitado por la crisis económica y sanitaria justo previo a las elecciones. En millones de personas se impuso la habitual fórmula de votar por el menos malo. No se produjo la anunciada y esperada oleada azul (pro demócrata). La victoria de Biden fue relativamente estrecha en varios estados, se redujo la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y aunque se asume un predominio funcional en el Senado, este órgano que por su naturaleza es eminentemente conservador, ha quedado dividido con sus curules repartidos a partes iguales, con 50 senadores de cada partido. Su ventaja es bastante reducida y frágil, máxime cuando tanto demócratas de derecha como republicanos liberales podrían unirse ocasionalmente al partido contrario en la votación de medidas ajenas a sus preferencias. Eso complejiza la proyección del programa legislativo. Más de la mitad de los estados de la Unión tienen gobernadores y/o legislaturas dominadas por los republicanos. Preocupa el papel que puede desempeñar la Corte Suprema y el cuerpo judicial a distintas instancias, todos de claro tinte conservador. Dado el papel de Trump como catalizador de muchas de las desgarraduras del país, Biden hizo su compaña enfatizando que, por un lado, iba a revertir las políticas derechistas de Trump mientras que, a la vez, prometía la muy difícil tarea de restablecer la unidad en la nación y gobernar para todos los estadounidenses, independientemente de su color partidista. Ello le resulta ahora una camisa de fuerza. El Presidente deberá moverse entre dos aguas contrapuestas: entre su pretendido cortejo con sectores republicanos que lo apoyaron, y en sentido contrario deberá evitar enajenarse de la combativa ala progresista del Partido Demócrata, los seguidores de Bernie Sanders y la tradicional base del partido entre los trabajadores, los afroamericanos, ambientalistas y otros. En las semanas previas a la toma de posesión se hizo evidente que es la élite tradicional la que está a cargo. Favorecidos por la misma son el grueso de los escogidos para integrar el gabinete y los más importantes cargos. Por el momento se observa bastante desconocimiento y menosprecio hacia el sector progresista. Biden es un consumado político de la elite oligárquica quien accede al cargo con la notable gravitación de una clase de multimillonarios donantes de Silicon Valley y Wall Street. Él era el más conservador entre aspirantes a la nominación presidencial demócrata en las recientes elecciones. Deberá gobernar un país en declive, con muchas desgarraduras, y durante un largo período de recesión económica y tensiones fiscales. Gobernará con un Partido Demócrata dividido y en el que conciliar las diferencias con el ala progresista le plantea un desafío para no enajenar otros sectores de su coalición y evitar un descalabro en las elecciones parlamentarias de 2022. Mantener la continuidad del capitalismo neoliberal y de la tasa de ganancia empresarial será una preocupación central de la política económica de la Administración Biden, según se debe en parte a la influencia en la misma del sector financiero, los gigantes de la tecnología de avanzada, las transnacionales y del establishment demócrata. En el plano interno, pese a los enormes niveles de endeudamiento y el aumento intocable del presupuesto militar, hay una marcada necesidad de mayor gasto federal en atención médica, ayuda para los desempleados y las empresas, y apoyo para los gobiernos estatales y locales con problemas. Se estima que dado el nivel desigualdad existente y el bajo dinamismo de la economía, Biden podría intentar suavizar el filo de las políticas de corte neoliberal mediante la manipulación monetaria, sin abandonar la orientación general neoliberal característica de las esferas que controlan el Partido Demócrata. Incluso después de superada la pandemia, es probable que se enfrente A una debilidad económica persistente y a una necesidad desesperada de mayor inversión pública. Con toda seguridad seguirá la masiva inyección en la economía de dinero fiat, de grandes emisiones de papel moneda sin respaldo real, lo cual incrementaría a mediano plazo los riesgos para la estabilidad del dólar y de la propia economía. Varios analistas de peso consideran como anacrónicas y poco sostenibles las políticas centristas ortodoxas que probablemente adoptará la administración Biden, dadas las crecientes fracturas y tendencias contrapuestas en el país y la erosión de la credibilidad del neoliberalismo. El próximo período de gobierno de Biden bien podría ser un mero intervalo en la trayectoria de continuado ascenso y empoderamiento de las posiciones de extrema derecha en el país. En materia de política exterior seguramente habrá más espacio para el multilateralismo, la diplomacia y para cierto acomodo con sus aliados, al tiempo que dará continuidad a la pretensión de Estados Unidos de recuperar su primacía y dominación global mediante la amenaza y la fuerza. Es sobre todo en esta esfera donde el nuevo mandatario ha nominado a algunos notorios neoconservadores y liberales intervencionistas. Con Biden se incrementará el presupuesto militar, se mantendrán las tropas en el Oriente Medio y, en un marco geopolítico adverso, se persistirá en una línea dura hacia China. Estados Unidos continuará siendo el mayor exportador de armas, y podrían esperarse nuevas intervenciones militares y subversivas en el exterior. A primera vista Biden se ve favorecido para iniciar su gestión cuando sucede a un gobierno como el de Trump que generó tanta polémica, tanta polarización y un mediocre desempeño en un periodo en el cual se agudizaron las divisiones en el país. Sin embargo, las muchas expectativas generadas respecto a una nueva administración podrían actuar en su contra en breve plazo.
- Especialista en temas de América del Norte
Conociendo al enemigo: perfil de William Burns, nuevo jefe de la CIA (Misión Verdad)
Con un video promocional a inicios de semana, el presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden, anuncia a través de su cuenta Twitter la postulación del diplomático de carrera William Burns como director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, según sus siglas en inglés). Desde los tardíos resultados electorales de los pasados comicios electorales estadounidenses, Biden ha anunciado progresivamente a los miembros del equipo que lo acompañará próximamente en su periodo de gestión, siendo varios de ellos piezas que se mantuvieron tras bastidores en la era de Barack Obama y que ahora estarán al frente de cargos administrativos de gobierno. Respecto a Burns, amigo cercano de Bill Gates, su amplia trayectoria data desde antes de las épocas de la presidencia de Bill Clinton, ocupando cargos medios en el Departamento de Estado, y luego, para el periodo presidencial de George W. Bush, se mantuvo como Embajador en Jordania y luego como Embajador en Rusia desde 2005 hasta 2008, teniendo un papel crucial en casi todas las principales iniciativas de política exterior de Bush. En continuidad con su carrera de servicio exterior, desde el punto de vista político, se destacó como subsecretario de Estado con Barack Obama hasta 2014, participando en negociaciones secundarias que prepararon el escenario para el acuerdo de 2015 para limitar las capacidades nucleares de Irán. Igualmente, fue el negociador principal de un acuerdo nuclear con India y Rusia. Al entrar Donald Trump en escena, se retiró de la palestra gubernamental por jubilación y se dedicó a ejercer la presidencia del think tank Carnegie Endowment for International Peace. Desde ese espacio, escribió múltiples críticas hacia Trump y, en específico, en 2019 rechazó el despido a la embajadora en Ucrania, Marie Yovanovitch, expresando que era “una peligrosa forma de mala praxis diplomática”. A pesar de la crítica, en una entrevista con Moisés Naím, coincidió con Trump, ya que, comentó que era correcta la manera en que Trump estaba abordando el asunto con Venezuela, destacando la importancia en la presión política, es decir, Burns apuesta al recrudecimiento de medidas coercitivas para quebrar al chavismo. Más allá de mostrar el curriculum de Burns, que si bien muestra algunos aspectos importantes para tener idea sobre su perfil de acción, cabe destacar datos claves de sus funciones en el campo internacional, en el que siempre mantuvo la esencia del excepcionalismo estadounidense y sus acentuadas prácticas de injerencia. William Burns en cables de WikiLeaks Es usual que los servicios diplomáticos se apoyan en los servicios de inteligencia, y las instancias estadounidenses no niegan esos manejos, de hecho, en el video del anuncio de su nuevo cargo, Burns expresó que ha desarrollado un enorme respeto a los agentes de inteligencia debido a que “ha trabajado con ellos en lugares difíciles alrededor del mundo”. Y también lo confirmó el ex director de la CIA, John Brennan: “Bill tiene una reputación sobresaliente. Trabajó con operadores durante años en el extranjero como Jefe de Misión”. Si Trump experimentó algunos choques con la CIA, Burns sabrá maniobrar en los espacios de la agencia, y se apoyará de las células de inteligencia para pulsear los planes que tengan determinados. Su nombramiento no es ajeno al modus operandi de la nueva administración en Washington. La propuesta de Burns apuesta a la restauración de la sigilosa pero agresiva burocracia del partido demócrata. Con la intención de sumar algunas impresiones sobre su ideario, se seleccionaron algunos documentos filtrados de WikiLeaks que involucran a William Burns. Visita del presidente Hugo Chávez a Rusia en 2007: Burns informa que ese año los funcionarios del gobierno de Rusia mantuvieron las negociaciones con el gobierno de Venezuela para la venta de componentes militares, a pesar de las presiones estadounidenses, y en ese contexto consideró que “algunos ven el activismo ruso en el patio trasero como un contraataque a la injerencia que se percibe de Estados Unidos”. Visita a Colombia del subsecretario Burns en 2008: informaron que las relaciones entre Venezuela y Colombia para el momento habían mejorado, pero insinuaban que Colombia debía promover “su democracia” (en referencia a Venezuela). Asimismo, señalaron que Colombia buscaba jugar un mayor rol en la arquitectura de seguridad internacional, demostrando su voluntad de contribuir con tropas al esfuerzo de la OTAN. Visita a Brasil del subsecretario Burns en 2008: reseñan el escenario previo a la visita de Burns a Brasil, advirtiendo que el entonces presidente Lula Da Silva se negaba a criticar el tema derechos humanos en Venezuela y Cuba, comodín que emplea EEUU para armar falsos expedientes a países que no comulguen con su doctrina. Asuntos con Rusia 2010: expresó su preocupación por la venta de armas de Rusia a los países de interés para Estados Unidos, y señala que la imposición de sanciones estadounidenses no ha tenido éxito en modificar el comportamiento ruso. Ya son conocidas las tácticas del establishment estadounidense para imponer su posición en el tablero internacional en un interín de forzar los escenarios con la carta de las “preocupaciones”. Así, Burn es una ficha de la diplomacia coercitiva silenciosa, esa forma prudente de negociar, presionando desde varios frentes, hasta lograr su cometido. Nada nuevo. A diferencia de los conflictos de la Administración Trump con el aparato de seguridad e inteligencia, así como sus conflictos con elementos de la estructura del Estado, Burns supone el regreso de la regularidad en estas instancias, su relación con Biden es crucial para la sobrevivencia de la agencia. En este sentido, el Departamento de Estado y la CIA tendrán un estrecho vínculo pues, Anthony Blinken y William Burns son compañeros desde la administración Obama. Distanciándose de la errática y “abierta política agresiva” de la Administración Trump —aunque incluyó a Estados Unidos en otra guerra como si lo hizo Barack Obama— el gobierno estadounidense podría ahora retornar a su habitual repertorio de intentos de golpes políticos, revoluciones de colores, misiones mercenarias o paramilitares, operaciones de bandera falsa, además del cabildeo silencioso y ruidoso, dentro de la “moderación” de la agenda del partido demócrata. Este será otro periodo en el que la CIA retomará su rol en otra trastienda geopolítica que está por venir.