Raimundo Cabrera

Raimundo Cabrera Bosch
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Patriota deportado a Isla de Pinos
NombreRaimundo Cabrera Boch
Nacimiento9 de marzo de 1852
La Habana Bandera de Cuba Cuba
Fallecimiento21 de marzo de 1923
La HabanaBandera de Cuba Cuba

Raimundo Cabrera Bosch. De la cárcel de La Habana, donde cumplía condena por sus actividades independentistas en 1869, fue deportado a Isla de Pinos a la edad de 17 años. Fue uno de los poquísimos deportados que dejó escritos sus recuerdos de deportación, valioso documento histórico que refleja las vicisitudes a que se veían sometidos los patriotas rebeldes.

Rumbo a Isla de Pinos

Nacido en La Habana el 9 de marzo de 1852. Desde muy joven abrazó la línea independentista y para enrolarse en una de las expediciones que lograban salir de los Estados Unidos para Cuba, embarca el 21 de agosto de 1869 desde el puerto de La Habana en el Missouri, ocultándose en su bodega donde es tomado prisionero en el momento de partir, para ser encarcelado y confinado a Isla de Pinos.

En su libro Mis buenos tiempos, Cabrera narra cómo hizo el viaje de Batabanó a Isla de Pinos con 37 deportados procedentes de distintas partes de Cuba que iban a ser arrojados a una isla pobre, despoblada, sin industria, sin agricultura, sin trabajo, llegando allí con la incertidumbre de lo desconocido, preguntándose qué nuevas angustias y miserias les tendría reservado allí el destino.

Después del desembarco

Cuenta Cabrera que una vez en tierra, el grupo fue llevado hasta la casa del gobernador Militar, quien les espetó de entrada:
“Deportados, tenéis la ciudad por cárcel; ninguno podrá alejarse medio kilómetro de ella sin mi permiso escrito. Debéis dar parte, dentro de 24 horas, de vuestro alojamiento. Los domingos tenéis la obligación de presentaros aquí a las nueve de la mañana a pasar la lista. La Isla es pequeña y sólo tiene ochocientos habitantes; pero la guarnición a mis órdenes es sobrada para mantener el orden; no hay que soñar con revueltas. Si os conducís bien, el gobernador será vuestro padre; para lo que cometan faltas seré inexorable. ¡Podéis marcharos!
Esta última frase causó gran impacto en aquel grupo de deportados ¡Podéis marcharos!, sin saber a donde, los más sin un amigo a quien recurrir en esa isla de tan triste fama. Algunos pedían al gobernador que los devolvieran presos a sus pueblos pues no tenían a donde dirigirse. A lo que contestaba el insolente espadón español: el gobierno no mantiene aquí a los presos… Y así comenzaron a vagar aquellos hombres por las soledades de la Isla.

Gracias a la ayuda del médico José de la Luz Hernández, Cabrera encontró trabajo como maestro de los niños de una buena familia pinera que vivía en la finca Cayo Bonito, cerca de Santa Fe.

De insulto en insulto

En un accidente se fracturó el brazo, y como no había médico a quien acudir, un viejo barbero trató de curarlo dejándole para siempre el brazo partido e inútil.

Una noche, durante una tertulia, un zapatero españolizante exclamó que si él fuera el gobierno, terminaría la insurrección de Cuba poniendo a los cubanos de cuarenta en cuarenta ¡frente a la boca de los cañones! Ante lo cual Cabrera se puso de pie y abandonó en silencio aquella impertinente conversación.
Poco después cuando se trasladaba de Cayo Bonito a Nueva Gerona, para el obligado pase de lista de los domingos, ya de madrugada, le salió al encuentro un guardia civil, que lo increpa y lo insultó amenazándolo de que si otra vez al oír hablar de mambises se levantaba y se iba de su puesto, la guardia civil daría buena cuenta de él.
En otra ocasión es el propio gobernador quien viene a caballo y ordena a los deportados que se pongan de pie y se quiten el sombrero ante su autoridad.

Cambio de pena

Después de cumplir casi un año a Raimundo Cabrera le cambian la pena de deportación en Isla de Pinos por la de confinamiento en La Habana. Ante esta situación Cabrera escribe en su libro:
“Sentado sobre la cubierta del barquichuelo que me conducía, vi con tristeza desaparecer en el horizonte las verdes orillas, los brumosos picos de las montañas de aquella isla, ala cual llegué 10 meses antes, preso, con las rosas de la infancia y los resplandores de la salud en las mejillas, de donde partía enfermo, inválido, con el rostro enjuto y pálido de un tísico y mis ojos se llenaron de lágrimas recordando que quedaban en ella sufrientes mis cuatro amigos, mis caros compañeros de infortunios, cuyos últimos abrazos de despedida aun me conmovían, y aquel sencillo hogar de campesinos en cuyo seno cariñoso viví consolado por el amor de una santa familia”

Su muerte

El 21 de marzo de 1923 fallece en La Habana este destacado intelectual cubano.

Fuente

  • Antonio Núñez Jiménez: Isla de Pinos Capítulo 35 Pág. 473-480. 1977