Cintio Vitier Testimonios
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Testimonios. En el presente libro de poesía, el autor refleja varias poesías incluyendo Canto llano, Palabras de Nicodemo, El apócrifo, No me pidas, Los peregrinos de Meaux. Entre ellos se destaca la poesía ‘’’Faltabas tú, poeta. La injusticia... ’’’ dedicado a Antonio Guerrero, escrito el 28 de diciembre de 2001 y la poesía dedicada a su esposa ‘’’Ahora que empieza a caer, del cielo...’’’, entre otras.
Datos del autor
Poeta, ensayista, narrador y crítico cubano nacido en Cayo Hueso, Florida, en 1921. Doctorado en Leyes, ha ocupado importantes cátedras en la Escuela Normal para Maestros de La Habana y en la Universidad Central de Las Villas. Es Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana, de la Universidad Central de Las Villas y de la Universidad Soka de Japón.
Su poesía descrita por él mismo como "el testimonio de un silencio que ha querido expresarse", constituye un valioso aporte a las letras hispanas. «La voz arrasadora», «Examen del maniqueo» «Compromiso» y «Torre de marfil, son algunas de sus mejores piezas poéticas. Obtuvo numerosas distinciones entre las que sobresalen: el Premio Nacional de Literatura en 1988, el Premio Juan Rulfo en el año 2002, el título de Oficial de Artes y Letras de Francia y la medalla de la Academia de Ciencias de Cuba. Falleció el 1° de octubre de 2009.
Poesías que contiene
- Ahora que empieza a caer, del cielo...
- Algo le falta a la tarde...
- Calendario
- Canción
- Donde la brisa...
- El aire
- El desposeído
- Estamos
- Examen del maniqueo
- Faltabas tú, poeta. La injusticia...
- La hoja
- La luz del cayo
- La obra...
- La voz arrasadora
- Lejos
- Los límites futuros
- Más rápido que el tiburón lejano
- Nada serán mis palabras...
- Noche de Rosario
- Palabras a la aridez
- Palabras de Nicodemo
- Pienso en la santidad de los lugares...
- Preludios
- Respuesta al examen del maniqueo
- Sedienta cita
- Trabajo
- Último epitalamio
- Un extraño honor
- Un golpe de recuerdos te modela...
Poesías
Ahora que empieza a caer, del cielo... A mi esposa
Ahora que empieza a caer, del cielo
de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver,
profundo, estrellado, carne y alma nuestra,
ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,
ahora que el lápiz finísimo, grabando
una medida sagrada, una cantidad misteriosa
del vino que sube en la jarra de la ofrenda,
empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos
como ciervos bebiendo en el agua extasiada,
junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,
las huellas del tránsito de nuestra juventud,
ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía
porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón
y es algo mucho más terrible y precioso que el amor
que diariamente conocíamos,
ahora, mujer, ahora, destinada mía,
es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,
que dice únicamente así:
Te amo, lo mismo
en el día de hoy que en la eternidad,
en el cuerpo que en el alma,
y en el alma del cuerpo
y en el cuerpo del alma,
lo mismo en el dolor
que en la bienaventuranza,
para siempre.
Faltabas tú, poeta. La injusticia...
Para Antonio Guerrero
Faltabas tú, poeta. La injusticia
no podía omitirte en su venganza:
ella sabe con lúcida impudicia
lo que el amor a la belleza alcanza.
Mas no le importa. Su misión inicia
creyendo que encadena la esperanza,
que prostituye el verbo a la avaricia,
que entrega a mercaderes la balanza.
Tú en cambio tienes la risa de tu hijo,
la fuerza de tu madre, la palabra
del que por siempre a los cubanos dijo:
Solo será posible lo imposible.
Salud, Antonio. Tu alegato labra
la estrofa de los cinco, ya invencible.
28 de diciembre del 2001
Palabras de Nicodemo
San Juan, 3
Él me dijo que era preciso
renacer, y yo le dije: ¿cómo?
¿a mis años puede un hombre
volver a entrar en el vientre de su madre?
Yo sentía mi rostro como una página escrita
en el viento y en la sombra
que hacían temblar nuestros cabellos
y nuestras simples vestiduras.
Las hojas también temblaban levemente,
con un sonido áspero y dulce, acariciando
los mediodías en el patio de la infancia.
Y él me dijo, y sus palabras
no parecían estar saliendo de sus labios
-¿tal vez porque la sombra los cubría, o porque era
tan ardiente su mirada?-: Oye,
tienes que renacer en el agua y el espíritu,
y hacerte del espíritu, si quieres
entrar en el Reino... Todo era
como un encuentro casual y lejanísimo
de dos amigos, y él estuvo hablando
todavía un rato, y yo sentí de pronto
que me hablaba con cierta dureza,
como reprendiéndome, y después
nos separamos silenciosamente.
Pero ahora estoy oyendo sus palabras de otro modo,
como si hubieran pasado por el agua de mi sueño
y gotearan en la luz de la mañana,
en la blanca bocanada de la luz, en las mañanas de mi infancia,
repitiéndome: si crees en mí,
si vuelves a nacer en el agua y el espíritu,
si te haces del espíritu...
Los niños pasan gritando por la ciudad vacía.

