Jozef Israëls

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Jozef Israëls
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Datos personales
OcupaciónPintor y escritor

Jozef Israëls. Pintor y escritor holandés. Uno de los miembros más representativos de la Escuela de La Haya, ­Israëls fue, en su época, el artista holandés más reputado internacionalmente.

Trayectoria profesional

Tras una primera formación en Groningen, su ciudad natal, y en Amsterdam, en la Real Academia Holandesa, entre 1845 y 1847 asistió en París a las clases de Horace Vernet y Paul Delaroche en la Escuela de Bellas Artes. A mediados de la década de 1850 abandonó su orientación inicial hacia los temas literarios y la pintura de historia para especializarse, primero en escenas de la vida de los pescadores, y, posteriormente, en interiores domésticos y episodios campesinos en los que se deja ver la influencia de Millet. A su vez, sus pinturas y grabados dejaron una profunda huella en la obra temprana de Van Gogh, quien apreciaba fuertemente el modo en que representaba la vida diaria y el trabajo de los labradores.

Vino a España a finales del siglo XIX y publicó en 1899 un libro, Spanje, een reisverhaal, en el que recogía sus impresiones. Sus comentarios sobre el Museo del Prado y la pintura española están contenidos en los capítulos titulados «Madrid», «El Prado revisitado» y «Sevilla». Particularmente llamativa es su apreciación sobre la instalación y las condiciones de visita del propio Museo, del que escribió: «El Museo de Madrid es espacioso, agradable y acogedor. No hay en él ostentación o alarde de mobiliario; sin embargo, es espléndido y principesco. Todo es sencillo y confortable; no hay barras de hierro que te mantengan a distancia [de los cuadros] [...] hay luz de sobra, que entra por ventanas amplias, pero no demasiado amplias». En lo que se refiere a los artistas, toda su atención estuvo dedicada, entre los españoles, a Velázquez, que le parecía «el pintor que más se parece a la idea que uno tiene, cuando es muy joven de un pintor», y ante cuyas obras exclamó: «¡Que el diablo me lleve, pero no ­ganó su reputación por nada!». Las hilanderas le parecieron «casi un ­Terborch a tamaño del natural, con más estilo y más amplitud», y del Pablo de Valladolid escribió: «Es amplio, grande, vivaz: No había visto nunca nada parecido». Pese a todo, afirmó la superioridad de Rembrandt (para él un genio de significación universal) sobre Velázquez, cuya obra, decía, «resplandece tranquila y pacíficamente en estas gloriosas paredes», pero que habría sido un pintor que «abarca solamente sus propias inmediaciones». En el capítulo dedicado a Sevilla, escribía, refiriéndose a Murillo:

«En el Prado rehusé dar fe de tu derrota ante el victorioso Velázquez» y trazó, pese a alguna complaciente frase final, un duro juicio de su obra, que encontraba «vacía», «monótona»y «demasiado dulce para mi gusto».
Fue en el ­Museo de Sevilla también donde encontró «el polo opuesto del placentero Murillo»: Luis de Morales, de cuya Virgen con Cristo muerto escribía que
«contiene todo lo que le falta a Murillo: simplicidad y seriedad, y en la que ha sido desterrada cualquier ostentación de artisticidad».
Significativamente, ni El Greco ni Goya atrajeron su atención, y a Ribera, cuyo estilo definía como «áspero», solo lo citó de pasada para contraponerlo a la «blandura» y «delicadeza» de Murillo.

Fuente