Portal:Panorama Mundial/RESUMEN SEMANAL/2021-08-16

Revisión del 16:24 15 ago 2021 de Irma gt (discusión | contribuciones) (América Latina y el Caribe fuera del radar de los inversores externos)

LA REVISTA DEL LUNES

No.190 /La Habana, lunes 16 de agosto del 2021 / Año 63 de la Revolución / RNPS 2442

Cuba y las prioridades

Fernando Buen Abad Domínguez*


Nos urge una «guerrilla semiótica» de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias.


Hay muchos «sesudos» análisis sobre Cuba. Algunos detallan, «doctamente», las diversas «protestas», pero minimizan el bloqueo reduciéndolo a un factor más. Eso es inaceptable porque el bloqueo a Cuba infecta a las vidas hasta lo más íntimo.


Si algún revisionismo tiene ganas de auscultar las prioridades de Cuba, debe hacer una parada obligada en las razones históricas de su Revolución. Omitirlo es sospechoso. Siguen ahí, en pie, el antimperialismo y la construcción del socialismo; ahí están el vocerío anticapitalista y la dignificación de la vida; están la lucha por la igualdad y el desprecio a toda exclusión. Está la autocrítica y está el deber marxista por la superación de todas las taras burguesas y, también, están las asignaturas pendientes que ha sido durísimo superar en virtud del bloqueo que atraviesa todas las escalas de la vida…


Es insensato asumir solidaridades dogmáticas o acríticas. De nada sirven, a nadie sirven. Pero es necesario exigir bases para desembarcar opiniones, especialmente cuando abunda el palabrerío de «tirios y troyanos» que, incapaces de organizar ni una piñata, pontifican recomendaciones y sentencias como gurúes politólogos. Algunos de ellos, activistas del oportunismo, se trepan al repertorio de los «malestares» y se hacen voceros autoproclamados de un debate interno que no se resuelve con proclamas de manual. Suelen ser ególatras que se creen dueños del revolucionómetro o del marxistómetro. Y en sus territorios no levantan ni un termómetro.


Han contribuido a enredar el ya enredado galimatías de las emboscadas ideológicas que poco ayudan al internacionalismo revolucionario y nada ayudan a frenar al imperio. Algunos casos son notablemente sospechosos por su retórica ultraizquierdista, propia del infantilismo añejo que invariablemente ha sido usado por las burguesías. Sin contar el daño táctico y estratégico producto de prohijar confusiones a granel.


Solo se avanza, en la Revolución, profundizándola. Completando las tareas que los pueblos ordenan, con su programa de lucha y con el ascenso de la conciencia hacia la práctica del desarrollo soberano, en los tiempos de la praxis dialéctica que avanza entre «lo deseable, lo posible y lo realizable». No a punta de recetarios, sino a fuerza de inmiscuirse con las contradicciones desde sus núcleos más profundos. Y eso no se arregla con espasmos de lucidez o erudición enciclopédica.


En las ofensivas desatadas contra la Revolución cubana, a la hora de su triunfo y hasta los episodios recientes, un común denominador es el bloqueo y, con él, la secuencia de privaciones, retaceos, calumnias y ataques que, desde las trapisondas económicas, las aventuras militares y hasta el martilleo mediático, han dejado caer contra el pueblo de Cuba el peso inmenso del poder imperial a una Isla pequeña. La barbarie militar, financiera y mediática descargando su ferocidad y odio contra un pueblo heroico que se ha defendido, con dignidad y sacrificios, forjándose en la disciplina intelectual férrea y en solidaridad sincera (aunque a veces espasmódica) de muchos hermanos en el mundo.


Nuestro punto de unidad, entre otros, es la lucha contra el capitalismo y se escuchan pocas denuncias y repudio de los sabiondos. Es el capitalismo y sus horrores, empeñado en destruir a la Revolución desde afuera y desde adentro. Es el capitalismo con su monstruosidad consustancial endiablada contra un pueblo al que no ha podido derrotar ni por la vía del engaño ni por la vía del hambre. Es el capitalismo y toda su basura ideológica esparcida como pandemia de antivalores pudriéndolo todo con sus razones de usura, egolatría, dispendio, hurto y corrupción «genéticas». Es el capitalismo que no se contenta con robar territorios y riquezas naturales; que no se contenta con esclavizar a los pueblos y que, además, pretende que se lo aplaudamos, se lo agradezcamos, que pensemos que siempre ha tenido la razón por humillarnos y que debemos heredar a nuestra prole su típica moral opresora… como si fuese la mejor herencia. Es el capitalismo con su putrefacción bélica, clerical, financiera y mediática.


Antes de hablar sobre Cuba, exijámonos todos que se asuma posición firme contra el capitalismo y contra el bloqueo, y que cualquier intento de minimizarlo merezca repudio y sea combatido. Y después hablemos, explicitada la plataforma de militancia desde donde se habla, asumamos un lugar al lado del pueblo cubano (no encima no adelante), hombro con hombro. No asumirse como «fiel de la balanza» o juez demagogo «candil de la calle y oscuridad de la casa». No es mucho pedir.


Hacen falta fuerzas generadoras de sentido anticapitalista y antimperialista. Fuerzas de combate contra la ideología de la clase dominante. Nos urge una «guerrilla semiótica» de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias. Teoría correcta para la acción correcta, sin pontífices de la ambigüedad progre.


  • Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride, Universidad Nacional de Lanús.


Tomado de REBELIÓN/4 de agosto del 2021

EEUU: ¿Liderazgo mundial o dictadura global?

Miguel José Maury Guerrero*


Sobre el inacabable arsenal norteamericano para interferir en los asuntos internos de otras naciones


En el argot de las calles de algunas ciudades cubanas, especialmente en las de su capital, La Habana, corre una curiosa alocución: “chacalismo”, usada para calificar el abuso, la trepa astuta y violenta, el ensañamiento, la actitud ventajista ante el más débil.


El vocablo es acaso derivado del apelativo “chacal” el cual designa a un depredador carnívoro y carroñero, muy escurridizo y agresivo, oriundo de varias regiones de África y Asia.


Resulta notorio que el comportamiento internacional que, desde hace mucho, mantienen los sucesivos gobiernos de Estados Unidos, se ajusta perfectamente a ese apelativo.


Lo acontecido el pasado 11 de julio en Cuba constituye una muestra más del accionar depredador e injerencista de los gobernantes estadounidenses hacia el resto del mundo y muy especialmente hacia sus vecinos latinoamericanos. A partir del mediodía de ese domingo, una cadena de manifestaciones se suscitaron casi simultáneamente en varias localidades cubanas.


Curiosamente todas las marchas derivaron rápidamente en la violencia más desenfrenada con saldo de saqueos de establecimientos comerciales, daños de vehículos policiales y particulares, cierre de vías, lanzamientos de piedras y agresiones físicas contra policías y simples pobladores que hicieron visible su rechazo a tales actos.


El comportamiento desenfrenado hacia la violencia de estos grupos no hace más que recordar las jornadas similares acontecidas en Venezuela de abril a julio de 2017, que constituyeron una reedición de los hechos acontecidos antes en el propio país sudamericano pues vale recordar que, entre diciembre de 2001 y abril de 2002 habían tenido lugar “guarimbas” similares que culminaron con el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez.


Idénticos hechos de violencia acaecieron en Nicaragua en 2018 durante las protestas contra el presidente Daniel Ortega.


En el caso de Cuba, para esta ocasión todos los elementos promotores de la desestabilización a escala global como los llamados tanques pensantes y entidades federales de Estados Unidos como la Agencia para la Ayuda al desarrollo, (USAID por sus siglas en inglés) y la de Promoción de la Democracia o NED, y por supuesto, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) lograron catalizar elementos que venían conformándose desde tiempo antes y además, crear nuevas condiciones para el estallido.


A las carencias que en la vida diaria de la población acarrea el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos contra la Isla desde hace seis décadas, se unieron las 243 medidas impuestas contra la Isla por Donald Trump durante su mandato, un supremo y weylerinano esfuerzo de asfixiar al país.


Al agobiante calor de los meses estivales sobrevinieron cortes de electricidad y consiguientes escases en el abasto de agua, por averías en las termoeléctricas, que hicieron más agobiante la vida del cubano en muchos lugares.


Por si fuera poco, comenzó la pandemia que, a partir de marzo de 2019, introdujo molestias de todo tipo y nuevas carencias a la población de la Mayor de Las Antillas.


La enfermedad trajo consigo restricciones de movimiento, cierre de locales de esparcimiento como cines, teatros, discotecas, playas y centros turísticos, lo que trajo consigo lógico malestar en masas de jóvenes que se vieron sin oportunidades de esparcimiento durante el crudo verano cubano.


Los habilidosos y siempre bien pagados efectivos de la CIA y sus instrumentos tanto en el Sur de La Florida como en las ciudades cubanas, aprovecharon para fomentar los tumultos a cambio de hacer llegar a manos de no pocos habitantes del estado antillano, partes del dinero que anualmente el Congreso norteamericano dedica a la subversión en la Isla bajo el eufemismo de “fomentar la democracia en Cuba”. Se trata de una receta que ya va siendo demasiado repetitiva.


Todos estos ingredientes crearon la tormenta perfecta para el estallido del 11 de julio en ciudades cubanas.


Lo cierto es que Washington se toma la libertad de instrumentar una política de chantaje global a través de la cual pretenden decidir qué naciones clasifican como buenas o malas acorde a los intereses y apetencias norteamericanos, qué modelo político social deben asumir y hasta qué forma de gobierno deben tener.


A partir de estos presupuestos, el accionar de Washington se encamina a lograr sus objetivos en cualquier nación del orbe y en aras de ello emprenden acciones que abarcan una amplia gama.


Parecen estar quedando atrás, al menos como receta fundamental, los tiempos de los desembarcos de marines y los bombardeos indiscriminados de ciudades. Aunque cuidado, que aún están muy recientes las invasiones de Irak y Afganistán.


Los sucesivos gobernantes que pasan por la Casa Blanca, acuden a novedosas estrategias acordes a los actuales tiempos en que las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones se abren paso.


Estas comprenden los intentos desestabilizadores de gobiernos, como los practicados desde hace mucho en diversas latitudes, y los ya mencionados y más recientes en Venezuela, Nicaragua, Bolivia -durante el golpe de Estado contra el presidente legítimo de esa nación Evo Morales- y Cuba.


Todos estos acontecimientos responden a la hechura del consabido Manual de las Fuerzas Armadas Estadounidenses que preconiza los llamados “golpes suaves o blandos”.


Se trata de un documento inspirado en el libro “De la dictadura a la democracia”, del ideólogo estadounidense Gene Sharp quien, a través de 198 medidas, preconiza una macabra receta sobre la forma de eliminar gobiernos molestos para Washington en forma supuestamente pacífica, aunque las evidencias acumuladas demuestran que nunca tales recomendaciones desembocan en acciones precisamente carentes de violencia.


El inacabable arsenal norteamericano para interferir en los asuntos internos de otras naciones abarca además proyectos tan agresivos como el linchamiento de dirigentes, funcionarios o jefes militares, al estilo del ejecutado contra el general iraní Qassem Soleimani en enero de 2020 o del científico nuclear más importante de esa nación Mohsen Fakhrizadeh, a finales de noviembre de ese mismo año.


El poderoso país del norte practica asimismo una amplia política de aplicación de sanciones de todo tipo, que ha devenido piedra angular de su política internacional en todo el orbe. Estas pueden ser decretadas por Washington contra naciones, instituciones y hasta personas naturales de cualquier país.


Tan prepotente e impune actuación se lo permite su colosal poderío económico, el cual se irradia de muchas maneras, hacia todos los confines del globo terráqueo.


Su moneda, el dólar, y su aplastante poderío comercial, le facilitan relaciones mediante las cuales, las principales instituciones bancarias internacionales y organizaciones financieras, las grandes corporaciones, fábricas y empresas que manejan las producciones de todo tipo en las naciones latinoamericanas, europeas, asiáticas y africanas, tienen lazos de diferente forma y grado de dependencia hacia sus similares norteamericanos y por tanto, no escapan de su influencia.


A pesar de que algunos analistas internacionales le ven al dólar estadounidense en momentos recientes, señales de decadencia, actualmente su hegemonía resulta impresionante.


Tal preponderancia constituye un fenómeno geopolítico iniciado en el siglo XX, en el cual el mismo ha devenido moneda fiduciaria y se convierte en la principal de reserva y referencia a nivel internacional.


En 2016 este efectivo se utilizaba en un 87,6% de las transacciones a nivel mundial, y hoy representa alrededor del 60% de las reservas globales.


Los embates de la recesión de 2009, surgida del colapso del mercado inmobiliario de Estados Unidos debido a la crisis financiera de 2007-2008 y la crisis de las hipotecas de alto riesgo, sacudieron fuertemente la economía norteamericana. Pese a ello, ese estado continúa figurando como el país más rico, poderoso e influyente de la Tierra.


En julio de 2019 se estimaba en 20.5 billones su Producto Interno Bruto (PIB) nominal (equivalente a 20.5 trillones en el sistema de medición anglosajón). Esta cifra representa aproximadamente 1/4 del PIB nominal mundial.


En virtud del poder de influencia que le otorgan tales indicadores, Estados Unidos instrumenta un deshonesto quehacer y es así que en los momentos actuales, esa nación mantiene bajo sanciones de diferentes tipos a 20 naciones de todos los continentes del mundo.


Venezuela y Cuba en América Latina; Birmania en el sudeste asiático, Corea del Norte en Asia; Irak, Irán, Libia, Líbano y Siria en el Medio Oriente; Yugoeslavia, Bielorrusia, Ucrania y Rusia en Europa; Zimbabwe, Sudán, Somalia, Costa de Marfil, Yemen, Sudán del Sur y República Democrática del Congo en África, son blancos actuales de las sanciones estadounidenses.


Según cálculos conservadores, ello significa que la población de todos esos estados en su conjunto, ascendente a unos 23 mil 741 millones 671 personas, sufren las consecuencias de criminales medidas unilaterales dictadas desde Washington.


Las penalidades presentan un amplísimo abanico de pasos punitivos como el bloqueo económico, comercial y financiero, su política más extendida.


Ésta la mantiene sobre Cuba desde hace más de seis décadas, y con diferentes niveles de ensañamiento, la ha decretado sobre otras naciones como Irán, Corea del Norte, Libia en tiempos de Muamar El Khadafi, Irak en época del gobierno de Saddam Hussein, Venezuela y Nicaragua, entre otras muchas.


La Casa Blanca implementa asimismo, la prohibición de las importaciones procedentes de países sancionados y el congelamiento de los activos gubernamentales en EEUU.


Las sanciones contra el sector financiero, energético y de defensa de varios estados es otra de sus políticas restrictivas unilaterales, como también lo es un grupo de medidas contra personas en específico de diferentes naciones.


Algunas de estas son la congelación de activos y prohibición de visados para funcionarios, la denegación de la entrada a EEUU y el congelamiento de los bienes que funcionarios de gobierno puedan tener bajo jurisdicción estadounidense, así como también la prohibición de visado para personas de alto nivel.


A la hora de aplicar sanciones, los gobiernos norteamericanos han manejado un buen arsenal de espurias excusas. Entre las más recientes se encuentran la supuesta violación de los derechos humanos y el terrorismo.


Esta última la han utilizado incluso contra naciones sobre las cuales ha sido fehacientemente comprobado que Estados Unidos ha ejercido el terrorismo de estado o al menos ha mirado hacia otra parte cuando grupos opositores a determinados gobiernos han concebido y financiado acciones criminales contra estos desde territorio estadounidense.


Tal ha sido el caso de Cuba, sobre la cual, en seis décadas, se han ejecutado decenas de actos terroristas que costaron la vida a más de tres mil cubanos y discapacidades a más de dos mil.


La lista de agresiones contra la mayor de las Antillas es larga, y abarca, desde acciones militares, hasta económicas, biológicas, diplomáticas, psicológicas, mediáticas, de espionaje, así como la ejecución de sabotajes e intentos de asesinato de líderes.


Como si fuera poco, el gobierno norteamericano ha incluido reiteradamente a La Habana en su lista unilateral de naciones que patrocinan al terrorismo, paso que carece de toda base y lógica.


A través de documentos desclasificados y declaraciones de testigos participantes en operaciones encubiertas y otros empeños criminales, ha salido a la luz pública que el Gobierno norteamericano ha alentado, financiado y protegido a regímenes dictatoriales en América Latina y el Caribe, Medio Oriente, África y Asia, sin contar las decenas de invasiones y golpes de Estado, telón perfecto para el sometimiento y la subordinación.


El rosario de desmanes que Estados Unidos acumula en su quehacer internacional es amplio y acaso el peor de todos es su desfachatado desconocimiento a los organismo internacionales como la ONU.


Un ejemplo a la vista de esto ha sido la prepotente actitud mantenida por Washington ante las sucesivas resoluciones adoptadas mayoritariamente en la Asamblea General de la ONU contra el bloqueo a Cuba.


En octubre último ese órgano de la ONU aprobó por 184 votos la resolución que pide el fin del cerco contra la mayor isla del Caribe, un hecho que se suma a las 28 adoptadas anualmente desde 1992, cuando el órgano de debate empezó a votar sobre la cuestión. En todos los casos, como escandalosa muestra de prepotencia, la Casa Blanca ha desoído el reclamo.


Hechos como este permiten asegurar que muy lejos del liderazgo internacional que sus gobernantes, voceros y medios de prensa proclaman como un deber y hasta un derecho para Estados Unidos, esa nación ha devenido realmente una dictadura mundial.


  • Periodista cubano de la Televisión.


Tomado de REBELIÓN/30 de julio de 2021

La paz no es negocio

Atilio A. Borón*


Hace unos días Joe Biden anunció que las tropas estacionadas en Afganistán volverán a Estados Unidos el 31 de agosto de 2021. Esta fecha marcará el vergonzoso fracaso de la "Operación Centinela de la Libertad", así como también el de la "Misión de Resuelto Apoyo” de la OTAN. En efecto, tras los atentados del 11-S Estados Unidos y sus aliados europeos invadieron Afganistán y dieron inicio a la aventura militar más larga de la historia estadounidense.


Una comprensión adecuada de esta noticia requiere no perder de vista las muchas guerras que se desencadenaron después de los trágicos eventos del 2001. Cierto, la de Afganistán fue la más larga, pero no la única. Aunque los escenarios más importantes de estas operaciones se situaban en aquel país e Irak, las tropas de Estados Unidos y sus aliados se involucraron en significativas acciones militares en Pakistán, Siria, Libia, Yemen, Somalia y Filipinas.


A pesar de la negligencia con la que la prensa hegemónica cubrió estos acontecimientos, las investigaciones posteriores demostraron que al menos 801 000 personas murieron como consecuencia de esas guerras y un impresionante número de 37 millones más fueron desplazadas de sus hogares, condenadas a una vida nómada y miserable, en muchos casos para siempre.


¿Y qué decir de los astronómicos costos económicos de estos conflictos? Hasta el año 2020, el gobierno federal llevaba gastado 6,4 billones de dólares (o sea, 6,4 millones de millones de dólares). Esta cifra incluye las partidas aprobadas por el Congreso y el pago de los intereses sobre los préstamos contraídos para financiar las guerras, que para beneplácito de Wall Street se libraron apelando préstamos del sector privado, lo que elevó por las nubes el déficit del gobierno federal y la deuda nacional.


Se estima que en 2029 ésta orille los 89 billones de dólares, lo que “situaría la relación deuda/PIB del país en el 277%, superando la actual relación deuda/PIB de Japón, del 272%". Sucesivos gobiernos de Estados Unidos se lanzaron alegremente a guerrear sin reunir los recursos genuinos para financiarlas.


Por contraposición, Harry Truman impulsó una suba transitoria de hasta un 92% en las tasas impositivas de los sectores de mayores ingresos para financiar la guerra de Corea y Lyndon Johnson hizo lo propio para sufragar los costos de la guerra de Vietnam, subiéndolas hasta en un 77%. George W. Bush, en cambio, redujo la presión tributaria sobre los ricos en lugar de subirla y sus sucesores nada hicieron para poner fin a tamaña insensatez.


Estos guarismos demuestran las formidables ganancias que estas operaciones han producido para el complejo militar-industrial y, también, para los buitres financieros de Wall Street. Aquellas ofrecen fabulosas oportunidades de negocios con prescindencia de sus costes humanos o el hecho de que Washington solo cosechara victorias parciales y efímeras, como en Irak; o traumáticas derrotas como en Vietnam y Afganistán.


Muchos expertos aseguran que Estados Unidos ya no puede ganar guerras, y sin embargo sigue librándolas. La razón es fácil de entender: aquéllas alimentan exponencialmente las ganancias de la fracción financiera del capitalismo norteamericano y, en menor medida, las del tradicional complejo militar-industrial, o sea el “estado duro” del imperialismo estadounidense.


Lo antedicho coincide con la dolida observación que hiciera Jimmy Carter cuando se preguntó por qué China nos lleva la delantera. "Normalicé las relaciones diplomáticas en 1979", dijo. "Desde 1979, ¿saben cuántas veces ha estado China en guerra con alguien? Ninguna. Y nosotros, en cambio, hemos seguido librando guerras desde entonces". Carter concluyó que Estados Unidos es "la nación más belicosa de la historia del mundo" debido al deseo de imponer los valores e intereses estadounidenses a otros países, y sugirió que China está invirtiendo sus recursos en proyectos como ferrocarriles de alta velocidad e infraestructuras básicas en lugar de malgastarlos en defensa.


Claro que China no tiene un "complejo militar-industrial-financiero" que desesperadamente necesita de las guerras para obtener enormes dividendos y para pagar los extravagantes honorarios, bonos y las remuneraciones varias que embolsan los CEOs de sus gigantescas transnacionales. Esta es la razón por la que, desgraciadamente, la paz ha sido un objetivo tan elusivo y las guerras, en cambio, proliferan casi descontroladamente. Nada autoriza a pensar que esto pueda cambiar en los próximos años.


  • Politólogo y sociólogo argentino. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación.


Tomado de PÁGINA 12/1 de agosto del 2021


Un fantasma recorre América

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda*


El nuevo presidente del Perú, José Pedro Castillo, quien asumió sus funciones el pasado 28 de julio (2021), es el último gobernante latinoamericano acusado de “comunista” y, desde el primer día, la gran prensa del país, en manos de un puñado de grupos económicos, se ha lanzado contra él.


Un titular del diario La Razón, con letras agigantadas dice: “Empieza festín comunista”. Desde luego, no ha sido el único. En América Latina contemporánea se ha tildado de “comunistas” a Evo Morales, Néstor Kirchner o Lula da Silva; imposible que falten en la lista Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. En Ecuador, durante la época democrática iniciada en 1979, las derechas han acusado de “comunistas” a los presidentes Jaime Roldós, Osvaldo Hurtado, Rodrigo Borja y Rafael Correa.


En el “Manifiesto del Partido Comunista”, escrito por K. Marx y F. Engels y publicado en 1848, la primera frase que aparece es “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del Comunismo”. Pero en América Latina de aquellos tiempos las confrontaciones políticas esenciales eran entre liberales y conservadores, centralistas y federalistas, caudillos nacionales y regionales, militares y civiles, sectores populares y oligarquías regionales.


Si bien en Argentina se fundó el Partido Socialista más antiguo (1896), los partidos Comunistas latinoamericanos surgen en el siglo XX, alentados por el triunfo de la Revolución Rusa (1917), primera en instaurar la “dictadura del proletariado” y prácticamente todos se subordinaron a la III Internacional Comunista o Komintern (1919) fundada por V.I. Lenin. Si en Europa el “fantasma comunista” ya había avanzado provocando el susto universal, en América Latina el ataque de “comunista” empezó a usarse contra quienes denunciaban las condiciones humanas creadas por las dominaciones oligárquico-burguesas. Hubo quienes vieron en la Revolución Mexicana al “comunismo” y atacaban así a su Constitución de 1917, pionera en inaugurar los derechos sociales y laborales. Los gobernantes del “populismo” clásico (Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas) también eran “comunistas”, término con el que igualmente se atacaron a los códigos laborales. Se trató de ataques históricamente aislados, al compás de las luchas políticas y sobre la base del desconocimiento o tergiversación de lo que ocurría en la Unión Soviética (URSS) o de las obras de Marx, Engels y Lenin. Paradójicamente, entre la intelectualidad y los artistas, tanto como entre los profesores y profesionales latinoamericanos, era muy prestigioso identificarse con la izquierda y con el “socialismo”.


El panorama cambió con la Guerra Fría, una vez concluida la II Guerra Mundial (1939-1945). A fin de preservar la seguridad continental, los EEUU encabezaron la contención del “comunismo” en América Latina. Los principales instrumentos para esa estrategia fueron la OEA (1948), en el campo diplomático, y el TIAR (1947), en el campo militar, pues gracias a éste, las fuerzas armadas latinoamericanas empezaron a contar con “asesoría técnica” que encubrió la penetración ideológica para el anticomunismo.


Con el triunfo de la Revolución cubana (1959) el anticomunismo “macartista” se convirtió en política total y radical de los EEUU en el continente, sin admitir una sola disidencia gubernamental, por lo cual, desde la década de 1960, cada país latinoamericano tiene suficientes experiencias históricas para referir sobre golpes de Estado, intervenciones, acciones encubiertas y gobiernos que priorizaron la guerra contra el “comunismo”. En Ecuador, una Junta Militar (1963-1966) nacida de las acciones directas de la CIA, decretó fuera de la ley al comunismo, acogió el programa Alianza para el Progreso e inauguró la vía desarrollista que incluyó la reforma agraria (1964) que puso fin al sistema hacienda. Los grupos de poder económico acusaban a esa Junta de “comunista”.


Los brutales alcances del irracional anticomunismo fueron experimentados en América Latina. A Cuba se le impuso un bloqueo que continúa hasta el presente a pesar de la condena mundial; en Nicaragua el triunfo sandinista (1979) fue considerado como un peligro para Centroamérica y se lanzó la guerra interna para derrocarlo; en Chile el “comunismo” de Salvador Allende (1970-1973) fue liquidado por la dictadura de Augusto Pinochet, una de las más sanguinarias y terroristas en la historia de la región, cuyos métodos siguieron dictaduras similares en Argentina, Bolivia, Uruguay y Brasil, amenazando con el “Plan Cóndor” en todos los países, con desapariciones de personas, torturas, asesinatos y todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Otra paradoja histórica: mientras eso ocurría en aquellos países, en Perú, con el general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y en Ecuador, con el general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976), se tuvo, en cambio, gobiernos reformistas y desarrollistas (en Perú se definió como “socialista”), que despertaron acusaciones de ser “comunistas”, por el simple hecho de afectar algunos de los intereses de las burguesías oligárquicas.


El derrumbe del socialismo en la URSS y en los países de Europa del Este, quitó piso histórico al anti comunismo. De hecho, las izquierdas marxistas y sus partidos se vieron seriamente afectados. En las décadas de 1980 y 1990 el neoliberalismo globalizador desplegó sus triunfos, que en América Latina sirvieron para recortar derechos sociales y laborales, desatender a enormes mayorías, condenar al desempleo, el subempleo y la miseria a millones de habitantes y enriquecer a elites y clases empresariales carentes de todo sentido de responsabilidad social.


Bajo ese ambiente, lentamente surgieron en América Latina nuevas fuerzas identificadas con propuestas anticapitalistas, opuestas al neoliberalismo y al imperialismo. Este proceso explica el desarrollo de amplios sectores de izquierda, democráticos y progresistas, que pasaron a ser el sustento histórico de los gobiernos del primer ciclo progresista en la región, al comenzar el nuevo milenio. Esos gobiernos ejecutaron políticas de Estado distintas al neoliberalismo, afectaron intereses de las élites del poder económico, político y mediático, y definieron sus acciones en favor de las grandes mayorías nacionales. Desde luego, esas élites del poder no perdonaron semejante irrupción, de modo que en varios de los países que tuvieron gobiernos progresistas lograron retornar gobernantes con proyectos neoliberales.


Sin embargo, la existencia de un amplio y variado sector de las izquierdas no se ha detenido y ha logrado un segundo ciclo de gobiernos progresistas en Argentina, Bolivia, México y ahora Perú, demostrando, además, un crecimiento impresionante en Chile. Va quedando en claro que en América Latina confrontan dos proyectos de economía y sociedad, en una cada vez más visible “lucha de clases” lanzada por las élites del poder, con apoyo imperialista.


Bajo este nuevo contexto histórico renacen los ataques de “comunista” contra todas las figuras políticas o fuerzas y partidos que desean superar definitivamente el camino conservador y los modelos empresariales neoliberales en América Latina. Como siempre, los acusadores carecen de la más mínima idea sobre lo que es el comunismo y sobre las propuestas de Marx y Engels. Pero es lo que menos importa.


Simplemente, se oponen a la creación de economías sociales con alcance popular que fortalezcan las capacidades del Estado frente al mercado y garanticen un mínimo de servicios públicos universales y gratuitos (atención médica, seguridad social, educación, vivienda y trabajo con derechos), redistribuyan la riqueza, apliquen fuertes impuestos directos a las capas ricas y sujeten los intereses privados a los intereses nacionales, bajo principios de soberanía e independencia. Para las élites del poder solo esto ya es “comunismo”.


  • Doctor en Historia. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).


Tomado de HISTORIA Y PRESENTE/2 de agosto del 2021

América Latina y el Caribe fuera del radar de los inversores externos

Julio C. Gambina*


La ilusión de quienes imaginan resolver los problemas económicos y sociales de la región latinoamericana y caribeña con inversores externos se desarma con la difusión de las estadísticas globales.


Desde la UNCTAD se destaca en su último informe sobre las inversiones que: “Los flujos de inversión extranjera directa (IED) hacia América Latina se desplomaron un 45% en 2020 a 88 mil millones de dólares”.


Por su parte, la CEPAL señala: “En América Latina y el Caribe ingresaron 105 mil 480 millones de dólares por concepto de inversión extranjera directa (IED), lo que representa unos 56 mil millones de dólares menos que en 2019. De esta forma, en 2020 se alcanzó el valor más bajo de la última década, y el descenso interanual solo es comparable al de 2009, cuando las entradas se redujeron un 37,1%”.


Los datos son concluyentes y la región no aparece en el radar de los inversores externos. No se trata solo de la brusca caída de la actividad durante el 2020, en torno al -7%, y la motivación pandémica, ya que en términos generales la caída de la inversión externa se arrastra por una década. Ello que pone en discusión la ilusión del despegue sustentado en inversores externos.


El informe de la CEPAL enuncia las tendencias a la baja de los socios tradicionales, de EEUU y Europa, al tiempo que señala el peso creciente de China. Al respecto, recomienda estrategias conjuntas de negociación con China, lo que supone un debate político del rumbo de la economía y de la sociedad.


No se trata de analizar si resulta más conveniente el arribo de inversores europeos, estadounidenses o chinos, si no cuales son los problemas que se pretende resolver. Es un debate ausente en la región, por lo que resulta complejo imaginar síntesis sobre estrategias de políticas económicas.


Incertidumbres en la región


A modo de ejemplo señalemos que Ecuador acaba de decidir con una lógica liberalizadora volver a someterse a los tribunales del CIADI, en una clara señal de subordinación a la dominación transnacional.


Perú con el nuevo gobierno decide discontinuar la política de agrupación en el Club de Lima, con sus membrecías liberalizadoras, sin que ello defina aún perspectivas de producción y circulación integrada, como puede sugerirse o inferirse en las críticas mexicanas a la OEA y la demanda por reinstalar una agenda por una integración de carácter alternativa, no subordinada.


La región latinoamericana y caribeña vive un tiempo de turbulencia y conflictividad, con movilizaciones que aún no terminan de definir el rumbo del futuro cercano, tal como sucede en Colombia o en Haití, incluso en Chile con su proceso constitucional en curso. Al mismo tiempo se disputan los consensos electores en varios países, entre este y el próximo año. Remitimos a las elecciones en Nicaragua, Venezuela, Argentina o Brasil, entre varios.


Cuba en su especificidad por sostener una perspectiva revolucionaria es asediada por un bloqueo genocida y ensaya transformaciones estructurales de su modelo económico, al tiempo que acelera búsquedas de mayor articulación productiva en la región y en el mundo.


Si bien cada uno tiene su especificidad, no resulta indiferente una orientación de subordinación a la lógica de política exterior de EEUU o a las necesidades liberalizadoras del capital transnacional. En este caso, se impone un imaginario de integración no subordinada en la dinámica de producción y circulación de bienes y servicios para atender las necesidades sociales de los sectores empobrecidos de la región, especialmente trabajadoras y trabajadores.


La propia CEPAL alude a la potencialidad de la región en la producción integral de vacunas, especialmente por la capacidad “…para desarrollar y producir sus propias vacunas contra la COVID-19, tal como lo están demostrando Argentina, Cuba, Brasil y México, países que han desarrollado vacunas propias que están en fases de ensayos clínicos.”


Resulta curiosa la mención de Cuba junto a las tres economías más desarrolladas de la región, que con sus límites aparece a la vanguardia del desarrollo en ciencia y tecnología, entre otros aspectos, de la salud. Es un tema a considerar cuando se piensa en la perspectiva de resolver necesidades sociales. Más aun cuando CEPAL señala que “América Latina y el Caribe representa el 8,4% de la población mundial, pero el 21% de los contagios y 32,5% de la mortalidad”.


Nuevo rumbo


La necesidad llama a soluciones y queda claro que la tradición capitalista de apuesta a la inversión externa solo significa mayor dependencia, por lo que se requiere el ensayo de nuevos rumbos de independencia y autonomía, en una potenciación de una acumulación alternativa que suponga la confrontación con las formas del desarrollo capitalista.


Si los inversores están fuera del radar de América Latina y el Caribe, es quizá tiempo de retomar una orientación de autonomía y cooperación regional con planificación articulada de largo aliento para superar problemas de atrasos seculares por siglos.


Nueva arquitectura financiera y articulación productiva comunitaria para satisfacer necesidades puede ser un horizonte de acumulación propio en la región, lo que requiere decisión política para ir en contra y más del capitalismo, entre lo que se impone la suspensión de los pagos de deuda y el aprovechamiento de los escasos recursos públicos, como forma de empezar a satisfacer necesidades sociales.


  • Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor titular de Economía Política., Universidad Nacional de Rosario. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. Director del Instituto de Estudios y Formación de la CTA Autónoma, IEF-CTA.


Tomado de BLOG DEL AUTOR/10 de agosto de 2021

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