Batalla del Marne (1914)

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Batalla del Marne (1914)
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Parte de Primera Guerra Mundial
Batalla del Marne 01.jpg
Fecha 5 de septiembre de 1914- 12 de septiembre de 1914
Lugar Río Marne
Resumen La batalla que salvó a Francia y cambió la historia del siglo XX
Resultado Victoria estratégica decisiva de los alíados.
Territorio cerca de París Bandera de Francia Francia
Bajas
Francia Alrededor de 263.000 Bandera de Alemania Alemania Alrededor de 250.000

Batalla del Marne (1914).Existen dos combates que reciben el nombre de Batalla del Marne, ambos en el curso de la Primera Guerra Mundial.Hay pocas batallas que han cambiado el curso de la historia de manera tan dramática y decisiva como la Batalla del Marne en 1914. Para muchos, fue la batalla que salvó a Francia del colapso total durante la Primera Guerra Mundial—la primera victoria aliada tras una serie de derrotas y retiradas al hilo.

Pero el éxito auguraría una lucha prolongada, que lejos de durar tan solo unos cuantos meses como ingenuamente se pensaba, duraría unos cuantos años y con un costo humano que ascendería a millones de vidas perdidas para ambos bandos.

Una vieja enemistad

Tras el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo aquel fatídico 28 de junio de 1914, la paz que se había mantenido en el continente por casi medio siglo se desmoronó en cuestión de días. Una compleja red de alianzas se activó tras la declaración de guerra entre el Imperio Austro-Húngaro y Serbia, arrastrando primero a la Rusia Zarista, luego al Imperio Alemán del Káiser Wilhelm II y finalmente a las democracias de, Francia y Gran Bretaña. No se puede negar que todos anticipaban con ansias el conflicto y tal vez para ningún otro país el llamado a la guerra fue tan bienvenido como para Francia. Era hora de la revancha contra la humillación de 1870, donde fue sorpresivamente derrotada en la guerra Franco-Prusiana. Y no era para menos.

No solo había cedido su posición tradicional como potencia máxima continental ante los prusianos, había perdido dos de sus provincias (Alsacia y Lorena) y había visto al rey de Prusia, Wilhem I, coronarse en el salón de espejos de Versalles como Káiser de un pueblo alemán unificado. La enemistad franco-alemana se intensificó año tras año después de aquel debacle.

Los franceses tuvieron que ver cómo el naciente Imperio Alemán se transformaba en la principal potencia militar e industrial de Europa, con una población que ahora sobrepasaba (por mucho) a la suya. En 1870 el tamaño de los ejércitos había sido casi igual pero para 1914, había 3 soldados alemanes por cada 2 soldados franceses.

La disparidad en poderío forzaría a Francia hacer lo impensable: buscar un acercamiento con su acérrimo enemigo histórico, la Gran Bretaña. Pero por otro lado, la envidia tampoco sería un sentimiento ajeno para los alemanes. En particular, vieron con asombro la recuperación francesa después de la guerra, y su posterior expansión colonial que los alemanes nunca pudieron igualar. “Nuestro imperio está en Europa” alguna vez dijo el gran canciller Bismark, palabras resonantes que escondían un severo complejo de inferioridad, particularmente al ver sobre cuantos millones de kilómetros cuadrados del globo se alzaba la tricoloeur.

Así pues, el estallido de guerra provocó una rápida movilización por parte de las potencias de Europa. En el Occidente, dos enormes ejércitos se habían puesto en marcha, listos para implementar sus respectivos planes bélicos que prometían una victoria rápida y fulminante antes de Navidad. Los franceses contaban con el Plan XVII: un ataque masivo y directo sobre la frontera Franco-Alemana con el objetivo de re-conquistar las provincias perdidas de Alsacia y Lorena. Imbuidos con el espíritu de elán, e indoctrinados con la teoría de que no había lugar para la defensa en la guerra moderna, el ejército francés se lanzó a la ofensiva con la intención de recuperar el honor perdido hace cuarenta años.

Único entre los grandes ejércitos de Europa, el francés aún vestía con uniformes coloridos, más apropiados para las guerras napoleónicas que para una guerra moderna e industrializada (lo más notorio eran sus pantalones rojos que hacía visible a los soldados de infantería desde kilómetros de distancia). No importaba, la guerra se ganaría con puro élan. El 7 de agosto el ejército francés entró a Alsacia y Lorena esperando el júbilo de una población “liberada”.

1870 redux

Sin saberlo, una ofensiva en Alsacia y Lorena era justo lo que el Estado Mayor alemán había anticipado. Su propio plan, el Plan Schlieffen, contemplaba que cualquier ataque francés en la frontera sería neutralizado usando el menor número de tropas necesarias. Mientras tanto, el peso del principal ataque alemán caería en el norte, a través de Bélgica.

El riesgo de que Gran Bretaña activaría su alianza con los belgas sería lo de menos: el pequeño y “despreciable” ejército británico era minúsculo y no tendría efecto alguno sobre el resultado final. Para fortuna de los teutones, los movimientos iniciales siguieron el Plan Schiefflen al pie de la letra y aunque se cedió espacio al invasor, cada kilómetro de avance se les cobraba con horripilantes bajas cortesía de retaguardias armadas con la nueva reina del campo de batalla: la ametralladora. La resistencia alemana poco a poco se endureció y para el 20 de Agosto, la ofensiva francesa sobre Alsacia y Lorena se había agotado.

Hacia el norte, en las Ardenias, otro ataque francés el 21 de agosto fue derrotado y un último intento para evitar una invasión sobre la frontera belga (y por primera vez contando con el apoyo del ejército británico) tuvo que ser abortado porque los alemanes atacaron primero. La iniciativa aliada se había perdido por completo y comenzó la gran retirada a lo largo de todo el frente.

Los alemanes, por segunda vez en menos de medio siglo, marchaban hacia Paris persiguiendo a un ejército que estaba en la víspera de una humillación aún peor que la de 1870. El Plan Schlieffen original contemplaba un cerco enorme que atraparía al ejército francés entre París y la frontera pero todo dependía de la fortuna del ala derecha del ejército teutón. La punta de esta enorme hoz era el I Ejército al mando del General von Kluck: con un cuarto de millón de hombres, era la unidad alemana más poderosa del ejército (por no decir de cualquier ejército), la mejor equipada y había arrasado con todo en su camino desde que sus soldados entraron a Bélgica.

Aunque el camino había sido duro y los soldados estaban ya al límite de su aguante físico, el premio mayor de todo conquistador de Francia estaba tan solo unos pocos kilómetros a la distancia: París. Entre ellos y la gloria de capturar la capital más majestuosa de Europa estaba un ejército desmoralizado, derrotado, incapaz de ofrecer más resistencia para defender su propio suelo.

Pero es en ese momento que el plan alemán cambió: París tendría que esperar. La prioridad no sería una ciudad sino acabar de una vez por todas con lo que quedaba de los ejércitos aliados que se retiraban hacia el sur. Por lo tanto, la hoz se tendría que achicar y el ejército de von Kluck marcharía al sur también, pasando por la derecha de la capital francesa. A principios de septiembre y tan cerca de París que desde lejos incluso se podía observar la Torre Eiffel, los alemanes cruzaron el rio Marne (que corre de Paris hacia el este) para perseguir al enemigo y derrotarlo de una vez por todas.

La oportunidad

Al recibir los reportes de que von Kluck ya no se dirigía a Paris, surgió una oportunidad de oro para los generales franceses, comandados por el General Joffre. El recién creado VI Ejército, cuyo fin hubiera sido defender París, podría avanzar y atacar a von Kluck desde su flanco. Esto interrumpiría el avance alemán lo suficiente para que el resto del ejército francés lanzara una contra-ofensiva a lo largo de todo el frente y así ponerle freno al enemigo.

El 5 de septiembre, las unidades de vanguardia del ejército de Paris se toparon con el flanco de von Kluck que casi inmediatamente se dio cuenta del peligro que enfrentaba. Von Kluck giró su ejército hacia el oeste para encarar a los franceses, contra quienes contaba con una enorme superioridad numérica. Pero esa superioridad se podría reducir si tan solo arribaran a tiempo varios regimientos de reserva congregados en París.

Aunque el frente estaba a unos pocos kilómetros de la capital (algunos parisinos ya podían escuchar el rugido de los cañones), una marcha sería demasiado tardada considerando la urgencia de la situación. Así que el brillante General Gallieni, gobernador militar de Paris, tuvo otra idea: mandar las tropas al frente en taxi.

Los “taxis del Marne” se convertirían en una leyenda, sin duda la anécdota más icónica y folclórica de la batalla que salvó a Francia. Gran parte del parque de taxis de Paris fue “reclutado” por Gallieni para transportar a las tropas hacia frente: 600 taxis para llevar dos regimientos enteros. Los taxistas, al principio molestos por la osadía de tal interrupción a su trabajo cotidiano, pronto vieron su tarea como un deber patriótico, un deber sagrado.

Y ante el júbilo de las multitudes y el riesgo de manejar bajo fuego al acercarse al frente, cumplieron su misión de manera ejemplar: diez mil tropas de reserva de los cuarteles de Paris llegaron justo a tiempo para demorar la desesperada pero brutal contra-ofensiva alemana. Esta contra-ofensiva no solo se limitaba a los suburbios de la capital: en el este, varios ejércitos alemanes reanudaron el ataque con la intención de quitarle presión a von Kluck.

Pero los franceses (apoyados por tropas coloniales que incluían marroquís y algerianos) se mantuvieron firmes, aguantando el embate teutón aún considerando las enormes bajas sufridas por ambos.

Para este entonces, el movimiento de von Kluck había dejado un espacio entre él y su izquierda donde se encontraba el II Ejército de von Bülow, situación que fue descubierta por varios vuelos de reconocimiento. Se ordenó que el V Ejército francés y el pequeño BEF británico (British Expeditionary Force), ambos al sureste de París, avanzaran para aprovechar esta debilidad. Nada tonto, von Kluck estaba consciente de que ahora enfrentaba una amenaza en su flanco sur pero no había nada que podía hacer.

El ejército alemán ahora se encontraba en la peor situación posible: su poderosa ala derecha había sido sorprendida y neutralizada por los ataques aliados en el oeste y el sur. Su única esperanza era que el ala izquierda lograra quebrantar el frente francés en el centro pero este plan no corrió con mucha suerte. Al este, un ataque alemán sobre Verdún (sede de lo que sería una de las más cruentas batallas de la guerra dos años después) fracasó, mientras que la ofensiva en el centro de la línea perdió su ímpetu ante la férrea defensa. Aunque también estaban al borde de su resistencia física y mental, los aliados tenían claramente la iniciativa.

Retirada

El 9 de septiembre, el General von Moltke, comandante en jefe del ejército alemán (y sobrino del von Moltke que había tenido el mismo puesto en 1870), sufrió una crisis nerviosa y ordenó una retirada general para consolidar el frente y así salvar a su ala derecha de la destrucción total. Eventualmente, los alemanes se acomodarían en una línea de trincheras que llegaba desde el Canal de la Mancha hasta la frontera suiza y donde por cuatro años permanecerían casi inmóviles.

Aunque para los franceses el “Milagro del Marne” fue una apabullante y merecida victoria, pronto se enfrentarían a la realidad de que la guerra sería larga y cruenta. Ya de por si era evidente la singular brutalidad de la guerra moderna: en los dos meses de Agosto y Septiembre de 1914, el ejército francés sufrió más de 360,000 muertos, desaparecidos o prisioneros – una sexta parte de sus bajas totales durante todo el conflicto.

Y durante los siguientes cuatro años, este ejército lucharía por expulsar al invasor bajo condiciones infrahumanas: abatidos por ametralladoras, mutilados por artillería o de plano atrapados por el alambrado de púas que decoraba la mórbida “tierra de nadie” que separaba a las trincheras. Trincheras donde una generación entera vivió y murió. Tal fue la desesperación que en 1917 el ejercitó se amotinó, y solo la intervención oportuna de uno de sus héroes pudo aplacar el revuelo. Todo ser humano tiene un límite.

Pero la importancia de la Batalla del Marne no se puede desestimar. De no haberse expuesto el flanco de von Kluck, es casi imposible pensar que los aliados hubieran tenido una oportunidad tan clara para evitar la derrota. Y de haber caído Francia, la victoria alemana en la Primera Guerra Mundial hubiera sido rápida y absoluta: es muy probable que hubiera terminado el conflicto para Navidad, con el ejército alemán como amo y señor del continente. El orden mundial que hubiera surgido de este escenario alternativo es difícil de visualizar. ¿Competencia colonial con Gran Bretaña para dominar el mundo? ¿Un imperio continental como los Estados Unidos? ¿Guerra civil y resistencia entre los pueblos forzados a vivir bajo el yugo germano?

Pero la realidad es que no fue así. Gracias al sacrificio de más de un millón de soldados, unos cuantos taxis y un poquito de suerte, la fortuna sonrió para Francia. Y así en el Marne se ganó lo que en su momento fue la más grande batalla de la historia.

Véase también

Fuentes