Ciencia y Tecnología en Cuba (Siglo XVIII)

Ciencia y Tecnología en Cuba (siglo XVIII)
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Concepto:Actividades que están estrechamente relacionadas con la producción, la promoción, la difusión y la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos, en todos los campos de la ciencia y la tecnología.

Ciencia y Tecnología en Cuba (siglo XVIII). Historia de la ciencia y la tecnología en Cuba en el período colonial intermedio (siglo XVIII).

Siglo XVIII

Cultivo de la caña de azúcar

El cultivo de la caña de azúcar siguió desarrollándose en el siglo XVIII. Todavía predominaba como cultivo comercial el del tabaco, pero comenzó entonces un lento desplazamiento de los vegueros (cultivadores de tabaco) por los hacendados azucareros. Esta es la época en que comienza lo que el polígrafo cubano Fernando Ortiz denominó “el contrapunteo del tabaco y el azúcar”. Aquél, cultivado en pequeñas propiedades familiares, contrastaba con las grandes plantaciones de caña, que sólo podían explotarse con trabajo esclavo y requerían inversiones mucho mayores. Al desplazamiento de los vegueros por los azucareros contribuyó notablemente el hecho de que, a principios del siglo XVIII, el gobierno español estableció un monopolio estatal sobre el tabaco, que pasó a comprarse a precios generalmente poco favorables para los propietarios de vegas (hubo varias rebeliones, violentamente reprimidas, contra este monopolio).

Real Tribunal del Protomedicato

Junto al auge de la aristocracia habanera (llamada a veces la “sacarocracia”), se produjeron algunos cambios que sentarían las bases para un ulterior desarrollo cultural. Así, en 1711 se creó, de manera estable, el Real Tribunal del Protomedicato, que autorizaba, habilitaba o prohibía el ejercicio de las profesiones de médico, cirujano, boticario, y el de las comadronas. El protomédico y tres boticarios elaboraron una Tarifa de Precios de Medicina, que pasó a ser, en 1723, el primer impreso cubano. El impresor, y presumible introductor de la imprenta en Cuba, fue Carlos Habré, natural de Gante (en la actual Bélgica).

En 1724, después de varios intentos al respecto, se logró el establecimiento

Universidad de La Habana

en La Habana (y poco después en Puerto Príncipe, hoy la ciudad de Camagüey) de un colegio de la Compañía de Jesús (la orden religiosa generalmente conocida como “los jesuitas”). La enseñanza en este plantel era muy rigurosa y abarcaba también las ciencias. El Colegio San José pronto se convirtió en el preferido de las clases pudientes habaneras, incluso después del establecimiento, en 1728, de la Universidad de La Habana, que pertenecía a la Orden de los Predicadores (“los dominicos”). En la universidad comenzó a enseñarse medicina (aparte de leyes y teología), que antes había que estudiar en España o en la Nueva España (México). Después de 1767, cuando se produjo la expulsión de los jesuitas de España y sus dominios, el colegio jesuita se convirtió en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, que en las primeras décadas del siglo XIX tuvo singular importancia, mientras que la iglesia del colegio pasó a ser (y todavía es) catedral de La Habana.

Construcción de barcos

La principal industria de la capital de la colonia era la construcción de barcos. En 1713 se estableció oficialmente un astillero estatal: el Real Arsenal de La Habana. Llegó a emplear, en determinados momentos, hasta 2000 trabajadores. Gracias a la presencia de grandes bosques con maderas idóneas para la fabricación de embarcaciones y a un adecuado financiamiento, este astillero pronto se convirtió en uno de los más importantes del mundo. Fabricaba fundamentalmente navíos de guerra para la armada española. En 1762, al ser tomada La Habana por un ejército inglés, los ocupantes destruyeron las principales instalaciones del astillero y se apoderaron de algunos barcos. Al restablecerse el dominio hispano en 1763, se restauró rápidamente el Real Arsenal, y ya en 1769 se construyo allí el mayor buque de guerra del mundo en aquella época, el Santísima Trinidad.

La gran fábrica de barcos establecida en La Habana tuvo que competir con los intereses azucareros, que aspiraban a apoderarse de los bosques reservados para la construcción naval. Los ingenios azucareros utilizaban la madera como combustible y para fabricar las cajas y los pequeños toneles (o bocoyes) donde se envasaba el azúcar para su transportación. La pugna entre el astillero y los hacendados fue ganada por estos últimos a principios del siglo XIX, en detrimento de los bosques del occidente del país, de los cuales pronto quedaron muy pocos (lo cual obligó al gradual traslado de muchos ingenios habaneros hacia la zona de Matanzas).

Comercio de esclavos

Durante los nueve meses de la ocupación inglesa de La Habana, los comerciantes

Francisco de Arango y Parreño, abogado, comerciante y economista cubano

británicos introdujeron miles de esclavos africanos en Cuba. El comercio de esclavos era uno de los principales rubros de “exportación” de Gran Bretaña, que durante el siglo XVIII se convirtió en la potencia negrera por excelencia. Ello le permitió desarrollar, en sus propias colonias, una explotación intensiva de la fuerza de trabajo esclava que, conjuntamente con algunas otras características organizativas, constituyó el modelo de la “economía de plantación”.

Desde 1791, cuando Cuba comienza a sustituir a Haití (sumido en una revolución de esclavos) como gran exportador de azúcar, hasta fines de la cuarta década del siglo XIX, Cuba se regirá por una economía de plantación, sin cambios técnicos apreciables en la producción. El principal teórico de esta política económica fue el destacado economista Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), quien –sin embargo– siempre subrayó la necesidad del perfeccionamiento técnico de la industria azucarera.

Sociedad Económica de Amigos del País

El auge económico se expresó en la creación en La Habana de una

Sociedad Económica de amigos del País

Sociedad Económica de Amigos del País (1793) y de un Real Consulado de Agricultura, Industria y Comercio (1794). De hecho, a pesar de que el gobierno de la metrópoli se hacía cada vez más conservador (como reacción a la Revolución Francesa), en Cuba se iniciaba un movimiento renovador (llamado a veces “el primer movimiento reformista”) que tuvo importantes expresiones culturales en el Papel Periódico de La Habana (1790) Entre sus primeros redactores estuvieron el conocido médico Tomás Romay (1764-1849) y el presbítero José Agustín Caballero (1762-1835), iniciador de una campaña contra la filosofía y la educación escolásticas desde su cátedra en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Tanto en la Sociedad Económica como en el Papel Periódico se trataron temas científicos. La Sociedad Económica, que creó la primera biblioteca pública que tuvo el país, fue especialmente influyente en cuestiones relacionadas con la educación.

Publicaciones científicas

Las expresiones culturales más importantes de este movimiento fueron precedidas

José López Sánchez, erudito investigador de la historia de la medicina cubana

por un hecho que no puede ser pasado por alto: la publicación, por primera vez en Cuba, de un libro científico, que –por añadidura– había sido escrito en el propio país. Se trata de Descripción de Diferentes Piezas de Historia Natural, cuyo autor fue el naturalista aficionado portugués Antonio Parra. Este libro, impreso en La Habana en 1787, es –sobre todo– un catálogo comentado de las colecciones con las cuales Parra estableció el primer museo que tuvo Cuba, un gabinete de historia natural (sus muebles aparecen descritos e ilustrados en la obra), que existió menos de diez años. El principal valor científico de este impreso radica en sus muy precisas ilustraciones de varias especies de peces, a partir de grabados sobre planchas de cobre realizados por un hijo de Parra. Gracias a estas láminas, el libro atrajo la atención de varios naturalistas europeos de renombre.

Diez años después del libro de Parra, tuvo lugar la publicación de todo un conjunto de trabajos científicos de interés. Por ello el historiador de la ciencia José López Sánchez llamó a 1797 “el año de la eclosión científica”. Entre estas obras estuvo un importante ensayo de Tomás Romay sobre la fiebre amarilla, y otro, escrito por Antonio Morejón y Gato, donde –según algunos autores– por primera vez en América se trata del análisis de suelos. También se publicaron obras de apicultura, sobre la producción de azúcar, acerca de la práctica quirúrgica, y en torno a algunas plantas del país. Circuló, en manuscrito, la Filosofía Electiva, de José Agustín Caballero. Además, en el propio año se realizó, por Manuel Calves, la primera defensa pública de la teoría heliocéntrica de Copérnico.

Expediciones científicas

En 1795 llegaron a Cuba integrantes de la Real Expedición Botánica a la Nueva España, y al año siguiente arribó al país la Real Comisión de Guantánamo, más conocida como la “expedición del conde de Mopox”. El conde era Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, noble habanero radicado en la corte madrileña. Mopox (quien también era conde de Jaruco) auspició, en 1797, el primer intento, realizado en el país, y fallido, de acoplar una máquina de vapor a un molino de caña (sólo en 1817 tendría éxito, en Cuba, dicho acople). Esta expedición “de fomento” (es decir, con fines económicos) no logró fundar una villa en Guantánamo (su principal objetivo), pero sí realizó varias exploraciones y colectas de interés científico a lo largo del país. Al fallecer el botánico de la Comisión, Baltasar Manuel Boldo, fue sustituido por el médico habanero (y discípulo de Tomás Romay) José Estévez (1771-1841), que había colaborado previamente con botánicos de la mencionada Expedición a la Nueva España. Estévez viajó a España al concluir las labores de la Comisión. Allí compuso, completando así un manuscrito de Boldo, la primera Flora de Cuba (que sólo se publicó en 1990) y parece haber sido el primer cubano en estudiar ciencias (sobre todo química) en Europa. A su regreso a La Habana se destacó por la ejecución de muy precisos análisis químicos.

Véase también

Fuente