Cipotegato

Cipotegato
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Cipotegato es la tradición más universal de Tarazona y tiene lugar cada año el día 27 de agosto.​ Las fiestas, en honor al patrón San Atilano, fueron declaradas de interés regional en 1998 y de interés nacional en 2009.​

Enciclopédico

Personaje central de las fiestas de Tarazona en honor de San Atilano. Se trata de una persona ataviada con una indumentaria semejante a la de un arlequín de la baraja: pantalón y chaqueta acolchados con anchas franjas horizontales en rojo, verde y amarillo, cruzadas en diagonal por cintas superpuestas, de los mismos colores, formando rombos.

El atuendo se completa con un tocado del mismo tejido que le cubre completamente la cabeza y el rostro, a modo de máscara, para protegerlo y ocultar su identidad; termina, por la parte posterior, en una especie de coleta, y se ajusta bajo la barbilla por medio de cintas. Como elemento defensivo, lleva en la mano una vara de fresno adornada también con cintas tricolores, de la que pende una pelota de trapo, que antiguamente era de tripa o vejiga de gato rellena. Antes de la guerra, el traje era de una sola pieza, tejido a punto y ganchillo con lanas de diversos colores.

Con la aparición de este personaje dan comienzo las fiestas, a las doce del mediodía del 27 de agosto. Al sonar las campanadas del reloj del Ayuntamiento, se abre la puerta principal del edificio, de donde sale el Cipotegato, que es esperado por miles de personas, jóvenes principalmente, concentradas en la plaza de España, y éstas, al grito de «Cipote, Cipote», comienzan a lanzarle tomates. Lo que comienza siendo un ataque contra el Cipotegato se transforma en una verdadera batalla campal entre los participantes, mientras el Cipotegato, ayudado por su pandilla y los veteranos de las peñas, trata de abrirse paso entre el gentío para iniciar una carrera por la ciudad cuyo recorrido es secreto. De regreso a la plaza, es izado hasta el monumento al Cipotegato, desde donde saluda a la multitud, que lo vitorea; desde allí lo trasladan a hombros hasta la Casa Consistorial. La fiesta continúa con el desfile de charangas por las calles de la ciudad, mientras los vecinos les arrojan agua desde ventanas y balcones.

Pero ésta no es la única aparición del Cipotegato en las fiestas ya que, además, desempeña una función protocolaria, precediendo a la Corporación Municial en el desfile de la ofrenda de flores y frutos a la Virgen del Río, la tarde del 27 de agosto, y en la procesión de la Reliquia del Santo, tras la misa del día 28.

Durante siglos, el Cipotegato salió, por arte del Cabildo, para ahuyentar a los chiquillos delante de las solemnes procesiones; en su recorrido, los niños le arrojaban las hortalizas que, sobrantes de los mercados, encontraban por el suelo. En el siglo XIX perdió su relación con las ceremonias religiosas y pasó a ser costeado por el Ayuntamiento y, tras la guerra civil, comenzaron a arrojarle tomates. Parece ser, por tanto, que el Cipotegato es una pervivencia de los festejos organizados y reglamentados por las autoridades eclesiásticas durante los siglos XVI y XVII, cuyas raíces se encuentran, posiblemente, en las tradiciones medievales de tipo popular. Así parece indicarlo la escasa documentación que se conserva referida a este personaje. La primera constancia documental de su existencia, de finales del siglo XVIII, recoge la resolución del Cabildo de la catedral por la que se prohibe que, en el día del Corpus, saliese el «Pellexo de Gato» a encorrer a los chiquillos. No volvemos a encontrar documentación referida al Cipotegato hasta principios del siglo XX, por ella sabemos que, en esta época, se pagaba a la persona que lo encarnaba seis pesetas. La fecha de salida cambia al 27 de agosto cuando San Atilano pasa a ser patrón de Tarazona, con la llegada de sus reliquias. La tradición oral sitúa su origen en una época imprecisa («en tiempos de los moros» o «cuando la ciudad tenía fueros») y lo atribuye a la costumbre de liberar a un condenado a muerte si conseguía escapar de la plaza mientras los vecinos le arrojaban piedras y ladrillos. Otras teorías lo relacionan con los bufones que divertían a los reyes y al pueblo, tomando carta de naturaleza con Felipe II.

El Ayuntamiento dejó de recompensar económicamente a quienes se vestían de Cipotegato en 1983, cuando un ciudadano anónimo pagó treinta mil pesetas a quien hacía ese papel para que le cediera el puesto. A partir de entonces, la demanda ha ido en aumento (en 1999, se presentaron 108 voluntarios, de los cuales ocho eran mujeres), y en la actualidad, el Cipotegato es designado mediante sorteo. En 1998, la Diputación General de Aragón declaró la fiesta de Interés Turístico.

Fuentes