Juan Belmonte

Juan Belmonte
Información sobre la plantilla
Juan belmonte05.jpg
Juan Belmonte
NombreJuan Belmonte García
Nacimiento14 de abril de 1892
Sevilla, Bandera de España España
Fallecimiento8 de abril de 1962
Utrera, Bandera de España España
Otros nombresEl Pasmo de Truana
OcupaciónTorero


Juan Belmonte. Nacido en Sevilla el 14 de abril de 1892, torero, vistió por primera vez de luces en la plaza portuguesa de Elvas, a los 17 años.


Sintesis Biográfica

Nació Juan en Sevilla, en la calle Ancha de Feria, que ya es nacer, el año 1892. Su padre regentaba una humilde quincallería y, por cambiar de suerte, se fue a vivir al barrio de Triana, la otra parte del mundo, separada de Sevilla por un puente. Al poco, murió la madre, joven y guapa, y aquel niño enclenque, desgarbado, feo y triste se quedó además huérfano, con el recuerdo de su madre amortajada.

Su padre volvió a casarse y le dio copiosa fraternidad, pero aquel niño tan poco favorecido por la naturaleza y que no pasó más de dos años en la escuela, parecía de la piel de Belcebú. No hubo travesura que no intentara ni amigotes malos que no frecuentara. Aunque tenía que ayudar a su padre en la quincallería, era tal su timidez para el regateo y el trato, que cualquier mujer hacía negocio a su costa. De la timidez enfermiza que nunca le abandonó pudo escapar hacia la ensoñación de la letra gracias a tres amigos tipógrafos, que lo sacaron del encanallamiento menudo del barrio. Por ellos entró en el mundo de la lectura, que, después del de los toros, fue el que más cultivó en su vida.


Adolecencia

Cuando empezó a ser mocito llegaron los torerillos, un pequeño grupo que compendiaba todas las facetas de lo antisocial, vagos, gamberros, fumadores y bebedores, insolentes con niñas y mujeres, pendencieros con los otros chicos. Hacían fieras burlas de un enano alcohólico convertido en mascota y no tenían otro norte confesado que restaurar la tauromaquia de Antonio Montes, único matador respetable y al que, naturalmente, ninguno había visto torear. Eran anarquistas por talante vital y lo fueron también en lo político. Cuando Juanito fue don Juan tuvo que socorrerlos en la cárcel, adonde los llevaron muy graves fechorías. Mientras, su obsesión era torear. De noche, se iban a las dehesas, apartaban algún novillo y lo toreaban con su chaquetilla a la luz de la luna. Como los mayorales no podían con ellos se hizo cargo la Guardia Civil. Pero estos trianeros imposibles se atrevían hasta con la Benemérita.

Cruzaban de noche el río, dejando la ropa en la ribera, y sin más atuendo que las alpargatas, pasaban horas entre los cardos hasta conseguir apartar una res y torearla con la chaquetilla de Riverito, que era el mayor. Así fueron los comienzos de Belmonte, durísimos y aventurados, fuera de la ley, de los horarios normales, de la lógica alimenticia y hasta de la esperanza, porque Belmonte estaba convencido de que nunca llegaría a ser torero.

Su padre se arruinaba poco a poco, cargado de hijos, mientras Juanito dormía de día y se jugaba la vida de noche, toreando cualquier fiera en las marismas a la luz de la luna o , si no había luna, de una lámpara de carburo. Se iba haciendo mozo, pero no gallardo. Comido por el hambre, dominado por la timidez y por una ambición ininconcreta, aquel rebelde del Altozano tenía la estampa de un faquir con mandíbula redundantemente regia, entre Austria y Borbón. De parecer Habsburgo tardío le salvaba una mirada buída y oscura, de animal muy toreado y lleno de mataduras. Nadie creía en él, salvo Calderón, un banderillero del Espartero, que fue su padrino en las tertulias sevillanas.

Su primer amor de verdad fue una mujer casada, muy guapa, que se prendó del becerrista feo y casi consiguió hacerle olvidar su naciente y titánica afición. Tras un disparatado debut en Elvas, pudo, a trancas y barrancas, empezar a torear con nombre propio o prestado, en sustituciones granujientas.Y cuando por fin se coló en una novillada de la Maestranza, le echaron los dos novillos al corral. Ante el segundo, tras sonar el tercer aviso, tiró la espada, se hincó de rodillas, acercó la cara al testuz de la fiera y se puso a gritarle: «¡Mátame! ¡Mátame!». El animal, mucho más prudente que el novillero, se volvió a los corrales sin mancharse las astas.


Torero con nombre

Juan belmonte06.jpg

Tras un invierno de desolación, trabajando como jornalero en el Corta del Guadalquivir, pudo volver a empezar desde abajo, en Valencia, y allí, derrochando un valor temerario, hacerse un hueco en la Fiesta. Desde Valencia, su nombre iba asociado al Hule y a la Pálida, esto es, a las cornadas de apariencia fatal. No era Belmonte un torero tremendista sino, según el público más entendido, simplemente suicida. El torero no compartía del todo este criterio, aunque lo aceptaba. Pero al que quería oírlo, si alguno hubo, le explicaba su idea de la tauromaquia, madurada en aquellas madrugadas feroces de La Tablada, toreando desnudo con una chaquetilla prestada. Decía que el toro no tenía sus terrenos propios y el torero los suyos, según aseguraba la tauromaquia clásica, desde Paquiro. Belmonte no admitía derechos de propiedad dentro del ruedo, ni a humanos ni a fieras. Esa fue su revolución. Lo demás fue valor, arte y un magnetismo especial para los públicos. Sólo le faltaba un rival y lo encontró en el torero más perfecto que ha dado hasta hoy la Fiesta: José Gómez Ortega, Joselito.

Toma la alternativa de manos de Machaquito (que se retiró de los toros en esta corrida) y Rafael "el Gallo" como testigo, el 16 de octubre de 1913 en la Plaza de Madrid; pese al cartel, la corrida fue un auténtico desastre por culpa de los toros de Bañuelos. Hasta la temporada de 1935 en la que se retiró, Belmonte llenó con su presencia la mejor época del toreo de todos los tiempos, en competencia con Joselito hasta 1920. Sus tardes de gloria fueron incontables, pero puede destacar la del 21 de abril de 1914, en la que por primera vez se enfrentó con Joselito a una miurada, triunfando de forma tan arrolladora que fue llevado a hombros hasta su casa, teniendo que saludar a la afición varias veces desde el balcón. La escena se repitió el 2 de mayo siguiente, o en la muy celebrada corrida de la Beneficencia de 1915 con toros de Murube, en México y en todas partes.

Los centenares de cogidas que sufrió en estos primeros años —se lee en Los toros de Jose María Cossío— le rodeaban de una leyenda extrataurina que cuajó en el entusiasmo de algunos hombres de letras y artes, que le convirtieron en su ídolo, y plasmaron como aureola toda una teoría patético-estética que nada tenía que ver con el arte del toreo, auténtica profesión del diestro, pero que contribuía a difundir la popularidad de Belmonte en ambientes alejados de los cosos taurinos. La frase que Don Ramón del Valle-Inclán solía repetir al diestro: "No te falta más que morir en la plaza", es un certero resumen de los que estos artistas pensaban y sentían sobre el toreo de Belmonte.

El padre del Toreo

Tal como se le conoce hoy en día a Juan Belmonte quien al hacer su aparición en los ruedos produjo estupor y en todos los ámbitos circuló la famosa frase de Rafael Guerra "Guerrita" que decía: "Así no se puede torear, el que quiera verlo que se dé prisa, porque ese durará un suspiro".

Toreaba de un modo desconocido y rompió el axioma de "o te quitas tú, o te quita el toro". El puso en práctica los tres tiempos de la lidia: parar, templar y mandar, a lo que más tarde agregó cargar la suerte. Toreó más cerca del toro que nadie y ninguno ha realizado como él la serie de verónicas o el pase natural.

En la historia de la lidia hay dos grupos de toreros: uno lo constituye Juan Belmonte; en el otro se agrupan todos los demás. Ninguno en la historia de la Fiesta la ha cambiado tan de raíz. Los toreros de hoy y hasta los toros son lo que son por lo que fue Belmonte. Tanto viene de tan poco.

Desde que el 2 de mayo de 1914 coincidiera por primera vez en el cartel junto a José Gómez Ortega Joselito, hermano menor de el Gallo, la competencia entre los dos toreros fue inmediata y fecunda para la fiesta, contraponiéndose el estilo antiguo, de pies y de dominio de Joselito, al innovador, circular, trágico y profundo de Juan Belmonte. La temporada de 1915 rivalizaron cuatro veces, en Sevilla y [[Madrid]+, en sendos mano a mano, y otra más en Málaga. La temporada de 1917 fue quizás la más gloriosa de su carrera, tanto que se bautizó como el año de Belmonte.

La muerte de José Gómez Ortega en 1920, dejó solo a Juan en la cumbre del mundo taurino, un golpe del que no se repondría nunca, por más que depurase todavía su forma de torear. Se retiró definitivamente, y de forma premonitoria, poco antes del inicio de la Guerra Civil, al cabo de 25 años, se dice que de penas de amor.


La Edad de Oro del toreo

Josilito y Belmonte

La rivalidad entre Joselito y Belmonte, que marca la Edad de Oro del toreo, no fue una casualidad. José era una criatura portentosa con la ferocidad de la juventud, el duende de una dinastía, y el dominio de la técnica nunca visto. Era altanero, valeroso, soberbio, apolíneo. Tenía que tropezarse con su envés: el oscuro, el pobre, el enfermo, el que sólo podía poner frente al toro su infinita capacidad de morir. Y ese era Juan. Tan fatal era ese duelo que el primer día en que Belmonte triunfó en Sevilla quisieron sus enloquecidos partidarios hacerle pasar el puente de Triana no en hombros, que era poco para el semidiós, sino en andas, como El Cachorro en Semana Santa. Heroicamente resistió un cura el intento de robar las andas, amenazando de excomunión a los sacrílegos y, cuando al fin consiguió su propósito, rezongó: ¡Si por lo menos hubiera sido Joselito!».

El toreo de Belmonte, que supuso una completa revolución en las reglas del arte, fue evolucionando con los años desde una colocación frente al toro entre los cuernos, citando con la panza de la muleta a pitón contrario en terrenos que ningún torero había pisado nunca, hacia un toreo más clásico y hondo al final de su carrera; en todo caso genial de concepción y embriagador. Frente al inmenso valor y al revolucionario acoplamiento total con los toros de Belmonte, su rival Joselito esgrimía la perfección del toreo clásico, del que fue el máximo exponente, y el dominio de la técnica de todas las suertes. Joselito era la elegancia corporal, Belmonte, con su contrahecho cuerpo, era la inspiración y la genialidad de la danza.


Gallistas y Belmontistas

Desde 1914 España se divide entre gallistas y belmontistas. Se ha llegado a decir que la división entre aliadófilos y germanófilos no fue sino una politización innecesaria de la pugna sustancial entre los de José y Juan. Con ambos llega un nuevo concepto de la tauromaquia, la creación de grandes plazas -como la Monumental de Las Ventas, impulsada por Joselito- y el acercamiento de los intelectuales a la Fiesta, mérito de Belmonte, que desde novillero se aficionó al trato de Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y otros artistas taurófilos. Es famoso el diálogo con Valle:

- Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza. - Se hará lo que se pueda, don Ramón, se hará lo que se pueda.

A veces, Belmonte se quedaba a dormir en el estudio de Solana o de Vázquez Díaz, a sus anchas entre libros y cuadros. Y no era una pose. Cuenta Josefina Carabias que Paco Madrid, compañero de las primeras capeas, le aseguró que junto a la espuerta con el utillaje taurino llevaba siempre otra llena de libros: «Un torero más leído y más bañado no lo ha habido ni lo habrá jamás». Con el dinero y la gloria llegaron los contratos para [[América]+, llenos de aventuras increíbles en el México de la revolución o en la Lima encantadora y colonial, que le recordaba a Sevilla y en la que encontró esposa, aunque muy flaca para los gustos de entonces.

¿Cogidas? Todas. Pero la peor fue la de Joselito. Habían llegado José y Juan a ser grandes amigos. Del mismo modo que José acabó toreando en los terrenos de Juan, y Juan aprendiendo la técnica de José, aunque con limitaciones físicas, sus dos personalidades se fueron hermanando. Viajaban juntos en el tren y se cambiaban de vagón al llegar a las estaciones, para no defraudar. Joselito, que lo tenía todo, era muy desgraciado en amores. Enamorado de una muchacha de la aristocracia andaluza, el padre se negaba a consentir su matrimonio con el torero. José llegó a dar clases para leer mejor y mejorar su letra pero todo era inútil. También estaba harto del público, que se había cansado de verlos triunfar juntos y ganar dinero. El día antes de su muerte, torearon en Madrid y Gallito le dijo a Belmonte que debían retirarse, porque así no se podía torear. Juan estaba de acuerdo. Fue una tarde horrible. José canceló la corrida madrileña del día siguiente y se fue a torear a [[Talavera]+. Allí le esperaba la muerte.

Belmonte murió con él. Luego se retiró dos veces, rejoneó, tuvo cortijo, ganado y millones. Envejeció lentamente, entre Madrid, Sevilla y su finca de Utrera. De vez en cuando se le veía en «Los Corales», con sus gafas negras, hablando poco y del tiempo. Tenía en la boca la tristeza de la muerte que fue de otro. Con 70 años, se enamoró sin esperanzas de una flamenca muy joven. Una tarde, salió a pasear a caballo, arreó el ganado, contempló el ocaso, volvió a la casa, subió a su habitación y se pegó un tiro.

El torero que no podía morir

El inmortal apretó el gatillo frente al cuadro en que Ignacio Zuloaga cinceló el ser de Belmonte, dijo adiós a la vida. Aquel 8 de abril de 1962 amanecía la primavera en su finca sevillana «Gómez Cardeña». Olor a azahar y a jazmín, el perfume que despertaba su íntimo deseo de acariciar a una mujer. Pero las facultades físicas y las prescripciones médicas le prohibían demasiadas cosas. Su vida iba ya camino de las tablas a pesar de que fue un torero encastado y bravo. La muerte, como el mar a la isla, susurraba noche y día una melodía sin fin.

¿Por qué se suicidó Juan Belmonte?

Hay varias hipótesis sobre las razones que lo llevaron a esa drástica decisión. Hay quien dice que se debió a su depresión por no haber cumplido su sueño de haber muerto en los ruedos como Joselito, algo poco probable al haber esperado 34 años de retiro para tomar la decisión. Otros sugieren que siguió el ejemplo de su amigo Ernest Hemingway, quien se había suicidado un año antes (se dice que cuando se enteró de su muerte murmuró “bien hecho”). Existen otras versiones que señalan que se debió a desamores colombianos, o bien a ciertas trágicas noticias sobre una enfermedad incurable que padecía. Probablemente ninguna de estas razones sea la verdadera, o tal vez sea una combinación de todas ellas.

El Torero y el Arte

Juan Belmonte también conocido como el Pasmo de Triana fue un hombre inquieto, gran lector y autodidacta, manteniendo buena amistad con muchos intelectuales de su época.A su muerte, el poeta Manuel Benítez Carrasco le dedicó un poema de nombre El Último Encierro, que dice en un fragmento:

Cómo pudo, cómo pudo con un torero tan grande un torillo tan menudo. Los pitones van torcidos, el plomo marcha derecho; aquellos te hirieron tanto, éste, una vez, y estás muerto.

Así es. Los toros lo cornearon en muchísimas ocasiones y no lograron matarlo; tuvo que ser el torillo menudo del plomo quien acabara con su vida.

Por su manera de torear, el legendario Guerrita decía que había que darse prisa para verlo torear, pues aseguraba que pronto lo mataría un toro. Por su parte, el escritor Ramón María del Valle-Inclán le dijo en alguna ocasión que solo le faltaría morir en el ruedo, a lo que contestó “se hará lo que se pueda”.

Más allá de las anécdotas, lo cierto es que Juan Belmonte encabezó una evolución necesaria en el toreo de a pie, la que terminó de convertirlo definitiva e indiscutiblemente en arte. Actualmente no entendemos el toreo sin la quietud y el temple ante el toro; sin embargo, antes de Belmonte esos conceptos no formaban parte de la tauromaquia. Juan Belmonte es al toreo lo que Bach lo es a la música. Es cierto, antes de Bach existía la música y antes de Belmonte existía el toreo, pero en ambos casos estos personajes marcaron un antes y un después.

El hijo del quincallero tuvo una historia muy distinta en muchos aspectos a la de su más acérrimo adversario profesional y amigo, el gran Joselito, que tuvo una meteórica carrera en la que demostró desde muy joven su maestría y excepcionales dotes. No, la historia de Juan Belmonte fue más al estilo de los grandes genios del arte, en la que pasan por épocas grises y obscuras a lo largo de su vida, de derrotas y fracasos, pero que al final la historia los pone en el lugar que merecen. Belmonte no fue un dotado de capacidades físicas extraordinarias, sino todo lo contrario (al parecer tenía algún tipo de limitación física en sus piernas), por ello no era un torero prometedor en sus inicios. Incluso se habla de una anécdota que describe su concepción revolucionaria, en la que le preguntan cómo es posible que pueda torear, si apenas puede correr, a lo que contesta: “yo creí que el que tenía que correr era el toro”. Efectivamente, la quietud se introduce al toreo con Belmonte.

Juzgado en su tiempo por muchos que no entendían la evolución que Belmonte estaba haciendo del arte de torear (incluso al principio ni él mismo la entendía), los espectadores más superficiales lo criticaban, pues para ellos su tauromaquia carecía de emoción, pero en otros aficionados iba creciendo la estimación por su arte. La verdad es que estaba cuajando una verdadera revolución en el arte de los toros, un toreo más inteligente y lógico: un toreo artístico.

Para Belmonte el estilo en el toreo fue lo principal, sino es que lo único. Muchos de los aspectos que la mayoría de los aficionados actuales apreciamos y disfrutamos en una lidia iniciaron con Belmonte, justamente con su estilo. Paradójicamente, lo que en su momento fue la particular concepción de la tauromaquia de un torero, con el tiempo se convirtió en la pauta a seguir por los toreros posteriores; el estilo de Belmonte dejó de ser su estilo para convertirse en el modelo a seguir al torear.

Al Pasmo de Triana no le hacen un homenaje cada 16 de mayo en Las Ventas como a su rival Joselito, pero no le hace falta; él es homenajeado en todas las plazas del mundo y en cada lidia en la que se para, se tiempla y se manda.

Su banderillero Joaquín Miranda, después de la guerra, ocupó el cargo de gobernador civil de la provincia de Huelva y como tal le tocó presidir un festival benéfico al que asistía Juan Belmonte con un amigo no versado en cuestiones de tauromaquia. Había este señor oído campanas acerca de la biografía del gobernador rehiletero, pero no sabía dónde, y viéndolo en el palco presidencial, le preguntó al Pasmo de Triana: Don Juan, ¿es verdad que este señor gobernador ha sido banderillero suyo?. Belmonte le respondió con su laconismo conceptista: Sí. Y el otro insistió: Don Juan, ¿y cómo se puede llegar de banderillero de Belmonte a gobernador? A Juan le salió el genial tartamudeo de Demóstenes de la generación del 98 y respondió: ¿Po.. po… po cómo va a sé? De.. de.. degenerando…

Achero Mañas, en la adolescencia y juventud, y Lautaro Murúa, en la vejez, interpretan al torero en la película de Juan Sebastián Bollaín titulada Belmonte 1995.

• El grupo pop madrileño Gabinete Caligari escribió una canción sobre su suicidio, titulada "Sangre española".

• La Niña de Antequera cantó Recordando a Belmonte.

• El cantante de copla Rafael Farina le dedicó La muerte de Juan Belmonte.

Fuentes