Psicoanálisis

Psicoanálisis
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Campo al que perteneceCiencias Psicológicas
Principales exponentesSigmund Freud

Psicoanálisis. Una de las corrientes que influyeron en la creación de la ciencia psicológica contemporánea. Su máximo exponente fue Sigmund Freud. Es la escuela de la psicología que propone la idea del inconsciente y la estructura de la personalidad.

Historia

En la frontera entre el siglos XIX y XX, Viena era la capital del Imperio Austro-Húngaro, en el centro de Europa. Un imperio envejecido y debilitado, tradicional y rígido, en medio de una Europa que vivía la belle époque, la bella época prometida por el Positivismo de la tecnología.


El desarrollo económico era estable, las clases sociales inamovibles, el culto a la tradición daba buenos resultados: en fin, era una sociedad que había alcanzado su auge y estaba próxima a la felicidad de todos sus ciudadanos. Desde luego, tal imagen era una ficción que se negaba en cualquier percepción de la realidad social y que sería destrozada definitivamente diez años después en la primera guerra mundial, pero el imperio vivía como si fuera eterno e inmutable.


En esta ciudad y este clima social de convenciones y normas inalterables trabajaba como médico Sigmund Freud. Después de algunos recorridos por temas de la Fisiología, se había dedicado bajo la orientación de J. Breuer a atender casos de neurosis, muy frecuentes (o al menos muy reconocidos) en ese momento y que muchos médicos no aceptaban por diferentes razones, entre ellas la más inhumana: la idea de una enfermedad falsa fingida por las pacientes. La idea de Breuer y las experiencias de Charcot indicaban la posibilidad de mejoría a través de la hipnosis, pero no pasaba de ser una mejoría temporal. Más tarde o más temprano, el síntoma resurgía o se instalaba otro diferente.

Freud poseía un verdadero espíritu científico; buscaba respuestas a través del experimento y no se contentaba con soluciones a medias. De esta actitud, que obligaba a continuar una búsqueda exhaustiva de razones, fue elaborando una teoría, un método y una terapia, las tres direcciones que abarca el Psicoanálisis y no queda nunca claro cuál de estas es la principal. La primera característica para la historia de la ciencia es que la aparición del Psicoanálisis no transitó por laboratorios experimentales o aulas de academia como sus predecesores y contrincantes: nació de una práctica profesional directa, como respuesta a sus preguntas, y no se satisfacía con elaboraciones simples o puntuales. Hurgó en todas las teorías y explicaciones contemporáneas, hasta las menos respetables; lo que no encontró, lo elaboró por sí mismo; ante cualquier rechazo o incomprensión, respondió con la propia teoría, desarmando a sus oponentes y creando la confusión entre sus críticos.

Esta situación hizo casi imposible una discusión académica con otras corrientes, y hasta la actualidad, sus seguidores son reacios a admitir otra forma de pensamiento psicológico diferente, de la misma manera que las otras corrientes excluyen al Psicoanálisis de la vida científica de la Psicología.

Inicios

Tal y como el mismo Freud relata, en el principio eran las histéricas. Durante sus crisis, se producían estados de ausencia, pérdidas no totales de la conciencia, durante las cuales las pacientes expresaban de manera casi incoherente algunos contenidos, tales como recuerdos, deseos, intenciones, no relacionados con el momento presente o el comienzo del síntoma. A través de la hipnosis era posible recuperar estos contenidos, que generalmente eran hechos y vivencias referidos a acontecimientos pasados y que en estado de vigilia las pacientes no recordaban: habían olvidado. Curiosamente estos contenidos guardaban relación con los síntomas actuales: era como si los síntomas estuvieran diciendo en un lenguaje figurado, con un disfraz, el contenido olvidado. Por ejemplo, la imposibilidad de articular palabras complejas como síntoma se relacionaba con una discusión pasada en la que el sujeto sintió que debía decir algo y se calló. Se podía revelar a la paciente el recuerdo que aparecía en su discurso, pero o bien le negaba toda importancia o lo rechazaba airada. Solo había una forma de que fuera aceptado: llevando a la paciente al pasado, que recordara el hecho viviéndolo de nuevo en el presente, con el matiz afectivo que tuvo en su momento y que parecía haber olvidado. De esta forma, la paciente hacía catarsis, expresaba una emoción que parecía haber olvidado o mejor, parecía no haber vivido en su momento. A este efecto de olvido intencional, Freud lo llamó represión. La represión se producía cuando el contenido de un hecho era inaceptable para la conciencia del sujeto; en su intento por escapar al malestar que le provocaba el recuerdo del hecho, lograba olvidarlo, esto es, lo suprimía de la conciencia, pero aun así seguía actuando a través de vías indirectas, pugnaba por salir a la conciencia y ser vivido. El síntoma en la histeria era la vía que tales contenidos usaban como disfraz para llegar a ser conscientes, lo que representaba de manera contradictoria una ganancia, cierto alivio para las pacientes: al vivirlo como síntoma, evitaban vivirlo como realmente era, un contenido inaceptable y doloroso, más que el mismo síntoma. Esta evidencia marcaba algunas definiciones de enfoque y exigía varias explicaciones adicionales. Existía una cualidad de contenidos psicológicos que se caracterizaba por la "no-conciencia"; más aún, podían tener una determinación sobre la conducta del hombre mucho más fuerte que las ideas conscientes. Las pacientes no sabían que estaban siendo controladas por contenidos que habían olvidado intencionalmente.

Aportes

Teoría del Inconsciente

Por oposición a la conciencia Freud los llamó contenidos inconscientes; sin embargo, esta cualidad se refería a cualquier contenido no consciente tales como acciones automáticas, procesos mentales por debajo de un umbral de sensibilidad, olvidos simples. No era lo mismo: en este caso estaba calificando un inconsciente resultante de una acción de olvido intencional del sujeto, un reservorio de ideas rechazadas por la conciencia, una "provincia" hasta entonces desconocida de la mente humana.

Sigmund Freud, creador del Psicoanálisis.

La segunda idea se refería al carácter irracional del inconsciente: no actuaba con ninguna lógica ni se atenía a ninguna regla social, sino que respondía a un patrón totalmente afectivo. No era el hecho lo que se olvidaba, sino su sentido, su valor personal, su expresión afectiva. De esta forma, el inconsciente se movía por la afectividad y se identificaba con la dimensión no racional del hombre. Esta afirmación repetía y asumía la tradición irracionalista e intimista de los románticos del Siglo XIX, pero ahora con evidencias empíricas.

La tercera idea se refería al método: ya que el sujeto por sí mismo no podía -de hecho, no quería- restablecer su recuerdo en términos afectivos, el terapeuta debía ayudarlo interpretando los síntomas, traduciendo lo que la enfermedad decía de manera indirecta, llevando poco a poco al paciente a recordar con el propósito de aceptar la idea dolorosa, o bien rechazarla definitivamente, o bien canalizarla hacia acciones aceptables por el sujeto y la sociedad en una acción de sublimación, la manera más creativa de suprimir y realizar un deseo reprimido. De esta forma quedaba conformado el referente epistemológico del Psicoanálisis: fenomenológico en tanto aceptaba al síntoma como realidad inmediata y no como error, y hermenéutico, en tanto requería una interpretación subjetiva de la presentación. La dificultad más seria en este intento -y Freud la conocía desde el principio- consistía en tratar un contenido irracional (el inconsciente) con una técnica interpretativa (el análisis de síntomas por otra persona) para una intención racional (su aceptación consciente por parte del paciente). El paciente hacía resistencia al recuerdo (el síntoma era un mal menor), la interpretación dependía del terapeuta tanto como del paciente (existían diferentes "traducciones") y nunca se estaba seguro de la completa curación, a la que Freud llamó análisis o psicoanálisis. Aparecían además dos interrogantes a partir de la evidencia de los casos que requerían explicaciones adicionales, ya que no encontraban sentido en las explicaciones psicológicas tradicionales. La primera era de carácter teórico: el recuerdo reprimido no se refería al momento justo de aparición del síntoma; parecía remontarse cada vez más al pasado del sujeto hasta la infancia temprana lo que sugería que la represión actuaba ya en etapas del desarrollo infantil que no habían sido descritas; la segunda se refería al contenido del recuerdo: este parecía referirse a hechos sexuales directos en los que participaba el paciente, que lo implicaban en relaciones sexuales y con frecuencia incestuosas. Esto era ya un escándalo: nadie aceptaba ni aceptaría que los niños tuvieran actividad sexual o deseos sexuales, y mucho menos con sus propios padres. La evidencia para Freud era terca; la única posibilidad de explicarla era hipotetizando un desarrollo infantil de la sexualidad que tomara en cuenta su efecto en el adulto y mostrara evidencias en la conducta de los niños.

Narcicismo

El desarrollo primario del niño está determinado por la satisfacción de necesidades básicas: alimento, cuidado, compañía, supresión del dolor. La satisfacción de una necesidad provoca placer, la insatisfacción displacer. La vida del niño se conforma a la búsqueda del placer y la evitación del displacer. La primera etapa del desarrollo es oral: el placer se concentra en su boca, órgano del alimento y de relación con el mundo; a ella le sustituye una etapa anal: el placer se refiere a las acciones de excreción, que suponen un alivio a las tensiones y que poco a poco el niño logra dominar a voluntad; más tarde el placer se localiza en los genitales: los niños disfrutan el manoseo de sus órganos sexuales por pura estimulación y se manifiesta como francamente sexual; en todas estas etapas el objeto del placer es el propio cuerpo del niño por lo que se denomina narcisismo (amor hacia sí mismo).

Complejo de Edipo

Finalmente a la altura de los cuatro o cinco años el placer se disloca del propio cuerpo hacia otra persona, la etapa fálica, donde el placer se hace amor, en el sentido de un vínculo afectivo con otra persona que produce placer sexual. Las personas más próximas son el padre y la madre: hacia ellos se dirige este afecto en primer lugar. El niño varón desarrolla una relación amorosa con la madre, de carácter eminentemente sexual y con el deseo de poseerla; ante esto se presenta el obstáculo del padre como competidor. El amor del niño hacia la madre se desdobla en odio hacia el padre. Esta situación por analogía con una tragedia griega Freud la bautizó como complejo de Edipo, el deseo sexual incestuoso hacia la madre y el deseo de muerte del padre.

Complejo de Electra

En el caso de las niñas, el proceso era por supuesto diferente, aunque transcurría básicamente por los mismos senderos; se le denominó más tarde complejo de Electra, continuando la filiación a los mitos griegos. Finalmente, las personas normales trascienden este momento buscando una identificación con el padre, pareciéndose a él, compartiendo el amor de la madre hasta que en la pubertad, con el desarrollo de las funciones sexuales adultas, encuentre otra persona como objeto sexual. Este sería el desarrollo normal: pueden surgir fijaciones (el desarrollo se parcializa y el sujeto prefiere una actividad sexual primitiva con objetos inadecuados, lo que se manifiesta como perversiones); pueden ocurrir regresiones si la actividad normal resulta bloqueada (retornar a prácticas anteriores a la sexualidad adulta) pero también puede ocurrir que los deseos sexuales infantiles no hayan sido satisfechos ni superados y continúen apareciendo como deseos en el presente. Al ser incompatibles con las normas de convivencia social incluso con los propios padres, el sujeto reprime violentamente el recuerdo del deseo, que desviado de su manifestación auténtica, retorna como síntoma. Esta explicación permitía comprender la situación patológica e inferir el desarrollo normal, pero era exactamente esto, una inferencia.

Transferencia

No fue el producto de la observación cuidadosa del desarrollo infantil, ni Freud pretendía establecer tal descripción. Utilizó observaciones de diferentes autores para completar el cuadro del desarrollo visto de esta manera. La falta de evidencias sistemáticas y el excesivo énfasis en la actividad sexual infantil (que existe sin dudas pero que la mayoría de los autores no consideran tan importante) será un punto de ataque de la teoría. Otra consecuencia sería vital para la práctica terapéutica: el fenómeno de la transferencia. El terapeuta se transforma por obra y gracia del paciente en el destinatario de sus sentimientos y deseos reprimidos, resulta ser el canal a través del cual podrá dar expresión a esos contenidos, de carácter sexual. Una situación difícil y peligrosa para un terapeuta: ser convertido en objeto sexual de sus pacientes y al mismo tiempo llevarles a comprender que no es un deseo real sino sustitutivo del que debió ser. Sin embargo, no existía otra forma de llegar a la cura si no se asumía ese papel. El problema de la transferencia fue un descubrimiento del Psicoanálisis, pero no es cuestión de conceptos abstractos sino de situaciones reales y constituye uno de los aspectos técnicos más controvertidos y necesarios de la práctica profesional en la actualidad. Otra consecuencia práctica de máxima importancia es la preparación del terapeuta. La forma idónea de preparación es someterse a un análisis por otro terapeuta ya en funciones. El propósito consistía en ordenar el inconsciente del futuro terapeuta para que no se desbordara en las situaciones de análisis que debería enfrentar en el futuro, comenzar por el "conócete a ti mismo" antes de pretender conocer o interpretar a los demás e incluso, pasar por la situación vital de ser paciente antes de ser terapeuta, "sufrir" el rol que después deberá atender. Hasta el día de hoy esta forma de preparación está vigente y en muchos casos es la única ofrecida a partir de un título de médico o psicólogo. Y para muchos es uno de los méritos más definitivos del Psicoanálisis que debería ser imitado por toda propuesta de intervención.

Método interpretativo

De la misma forma, Freud encontró a partir del método interpretativo, otras evidencias metodológicas que podían ser utilizadas como vías de investigación y terapia. En primer lugar, los sueños. Suponer que los sueños son apenas actividades descontroladas y poco significativas de la vida humana sería una tontería. Los sueños tienen un papel importante en el quehacer humano: permiten la satisfacción de las necesidades y el logro del placer a través de formas sustitutivas, simbólicas. La persona que dejó de fumar sueña que fuma; la persona que está haciendo dieta sueña que come abundantemente; la persona que no acepta su sexualidad le da rienda suelta en su sueño o huye de ella, pero la reconoce. Todo sueño es un deseo que se satisface simbólicamente y sin peligro; al menos para la conciencia del propio sujeto que siempre puede decir "¡basta!" y despertar al durmiente. El sueño utiliza los mismos disfraces que el síntoma: desplaza los significados de un símbolo a otro, o condensa en un mismo símbolo varios significados. El patrón del sueño y de los síntomas se repite en los actos fallidos: omisiones, olvidos de nombres o sustituciones, palabras equivocadas, pérdida de objetos, repeticiones innecesarias. Todos estos son hechos de la vida cotidiana que no son simples errores; tienen un significado y pueden ser utilizados para develar los verdaderos deseos del que los experimenta, sin que por eso sean patológicos. En la terapia era posible apurar la técnica: pedir al sujeto que diga libremente todo lo que le pasa por la mente, y llevarlo a interpretar su propio discurso. El método de asociación libre se instaló como el más representativo de la nueva corriente y marcaba su vocación fenomenológica al pedir al sujeto que evitara todo juicio racional sobre su discurso y lo dejara fluir. Solo era necesario una especie de diccionario que tradujera los símbolos del discurso irracional del inconsciente al del discurso racional de la conciencia y estaríamos en el camino de compren der lo que es hombre es y no sabe, para mostrárselo. Aquí aparecía un tema vital para la construcción de la teoría psicoanalítica: el inconsciente no es patológico, no es una fuente de enfermedad; todos los seres humanos tienen en su propia constitución un espacio para el inconsciente, que continuamente intenta penetrar la conciencia. De la misma forma que la sexualidad enferma es continuidad de la sexualidad sana, el inconsciente patológico es apenas una extensión del inconsciente sano. Una teoría psicológica general deberá asumir como núcleo del hombre su sexualidad y su inconsciente. No existe una frontera entre salud y enfermedad; todo es cuestión de matiz. El próximo paso estaba claro: construir una teoría psicoanalítica de la personalidad.

Estructura de la Personalidad

El Psicoanálisis, creó la teoría de la estructura de la personalidad: Yo, Ello y Superyo.

La personalidad se define como el aparato psíquico del hombre, su mecanismo de adaptación. El organismo humano como todo organismo biológico genera energía para su mantenimiento y reproducción como especie. Esta energía se aplica en diferentes funciones, pero todas referidas a las dos principales, mantener la existencia y garantizar la continuidad de la especie. El aparato psíquico es la forma de utilización de esta energía biológica en las relaciones con el ambiente. Esto de ninguna manera significa que se pueda hacer una descripción reduccionista de la Psicología; existe una conversión de la energía biológica en energía psicológica o líbido. Freud creía que en un futuro la Neurofisiología avanzaría tanto que se podrían suprimir las descripciones psicológicas por otras biológicas más adecuadas, pero esta idea de reduccionismo nunca tuvo un efecto real en su propia teoría, no pasó de esto, una creencia. A pesar de la crítica de biologicista que ha recibido, fue en rigor más metafórico que directo en el uso del modelo energético.

En el principio, este aparato solo posee un nivel estructural:

  • El "id" o "ello", depositario de las necesidades instintivas o pulsiones (trieb en alemán) -que originalmente se identificaron con necesidades de placer entendido como sexo y amor, el instinto de Eros, dios griego del amor-, responsable de la búsqueda de su satisfacción, de la cual derivaba un estado de equilibrio o placer. El placer es el cese de un estado de tensión y el retorno a un estado primario anterior que gasta menos energía para mantenerse porque está en equilibrio (principio de economía). El "ello" solo se rige por el principio del placer, y obligará al organismo humano a buscarlo por cualquier medio y en cualquier circunstancia siempre que aparezca la necesidad. Pero el organismo humano vive en un medio social que establece restricciones, límites, prohibiciones, aplazamientos y toda suerte de desvíos al deseo inmediato de placer. El choque continuo entre el "ello" inmediato e insaciable y el ambiente limitador genera el nacimiento del segundo nivel;
  • El "ego" o "yo", que utilizará líbido para conciliar los deseos del "ello" con las condiciones efectivas del medio. Su papel de árbitro lo ejerce cumpliendo el principio de realidad: no se opone o niega los deseos del ello, pero los hace viables y ejecutables en la realidad tal y como es. Por eso al "yo" le corresponden las funciones psicológicas de relación con el entorno, las funciones cognoscitivas que permiten comprender la realidad, pero que son secundarias y derivadas con respecto a las primarias, la identificación y consecución de los deseos del "ello", sus necesidades y placeres. Más adelante surgirá el último nivel estructural;
  • El "superego" o "superyo", que representa la personalización (introyección) de las normas sociales recibidas durante el desarrollo infantil y que se instauran no como una exigencia desde fuera sino como una imagen ideal y prescriptiva de sí mismo. Ahora el "yo" tiene que arbitrar también entre el "ello" y el "superyó", entre el deseo ciego y asocial del instinto y las normas de convivencia y altruismo más elevadas de la civilización, hechas propias como imagen del deber. La irrupción de los deseos en la conciencia puede entonces resultar insoportable para el "yo", que utiliza la represión como mecanismo de control. Existen otros mecanismos de defensa del "yo"; en todos los casos de lo que se trata es de evitar o en su defecto, desviar o transformar las exigencias del "ello" en formas aceptables para el "superyó" y la realidad. Reprimir tiene un alto costo: requiere mucha energía porque los deseos reprimidos no se han descargado de su energía original por lo que debe aplicarse la misma cantidad pero de signo contrario, lo que disminuye la energía general a disposición del organismo. Cualquier descuido del "yo", y los deseos afloran en estampida, deformados pero con la suficiente identidad como para provocar angustia y displacer. No se debe establecer una correspondencia exacta -que por demás resulta bien sugestiva- entre el ello y el inconsciente, y el yo y la conciencia. En rigor son descripciones diferentes: el par conciencia-inconsciente señala una cualidad funcional; y las instancias ello-yo-superyó describen una estructura. En cualquier instancia existen contenidos conscientes e inconscientes, aunque por su propio destino, el ello está poblado de contenidos inconscientes y el yo es la sede de la conciencia. De todas formas, este desencuentro sería fuente de incomprensiones y desavenencias. La explicación dinámica de la personalidad es de uso frecuente en la enseñanza de la Psicología y ha impactado hasta el discurso del sentido común. En todo caso expresa una realidad que es contradictoria en sí misma y la imagen de una eterna oposición entre los deseos individuales y la vida en sociedad. La formación de tal estructura reflejaba las condiciones sociales de su momento, pero también era el precio de la civilización: quedaba por explicar cómo se había llegado a una civilización tan contradictoria y su posible solución. La lógica de la reflexión teórica obligaba a colocar la enfermedad en una escala mayor: ya no era cuestión de individuos, sino de la construcción de toda la sociedad.

La recapitulación

La elaboración de una teoría social ya es un terreno arriesgado para el psicólogo, porque sus evidencias -salvo que se convierta en sociólogo o antropólogo- tienen un carácter individual y actual, en tanto actúa con personas del presente. Freud utilizó un método para la inferencia: la recapitulación. Supuso que cada persona recorría la historia de la especie durante su infancia. De esta forma, su teoría acerca de la filogenia humana es en el mejor de los casos, altamente especulativa. En el principio, la sociedad natural consistía de un macho dominante, un grupo de hembras a su servicio y el resto de individuos, niños y machos jóvenes que no tenían ningún poder sobre las decisiones, muy parecida a las descripciones de los etólogos acerca de los grupos de simios. Tal estado de cosas sometía a los más jóvenes machos a una continua insatisfacción sexual, en tanto les estaba prohibida toda relación sexual con las hembras. En un momento dado, se unieron y conspiraron para asesinar al jefe y poseer a las hembras, pero tal solución solo generaba nuevos problemas porque solo uno podía ser el nuevo jefe. Acordaron dividirse el poder del grupo y regular las relaciones sexuales, fundando así el modelo de civilización que con algunas variaciones, ha llegado a la actualidad. Una buena parte del instinto sexual se sublimó en creaciones y trabajo, lo que dio principio a la cultura. Por tanto, el origen de la civilización, de la misma forma que el origen del aparato psíquico estaba en la prohibición. Todos eran culpables del pecado original de rebelarse contra el padre primigenio, y lo reproducen en su ontogenia, en la historia de el propio desarrollo como individuos: de ahí el complejo de Edipo. Una explicación de tal tipo es casi mítica, discurre por caminos bien alejados de la ciencia y es muy difícil de comprobar o falsear. Si la discusión acerca de la sexualidad infantil o el mecanismo de represión puede dirimirse con evidencias concretas, la filogenia social descrita por el P sicoanálisis parecía para muchos una forma de literatura o simplemente un acto de fe. Pero lo más importante era la consecuencia: la enfermedad individual es apenas el reflejo de la enfermedad social.

Teoría de los Instintos

El precio de la civilización incluye la mutilación del individuo, su continua insatisfacción y la marca contemporánea de la ansiedad. No es de extrañar que los movimientos existencialista y humanista tomaran en cuenta estas ideas en sus análisis de la sociedad contemporánea. Una transformación conceptual importante apoyaría esta visión filogenética: Freud años más tarde y a raíz de las divisiones entre sus seguidores y el terrible impacto de la Primera Guerra Mundial daría otro paso en su visión social, incluyendo junto al Instinto del amor (Eros) un nuevo instinto en la constitución primordial del hombre: el instinto de la muerte (Tanatos), responsable de la agresión, la destrucción y por supuesto de la muerte. Ya eran dos las tendencias básicas del hombre: el amor -que significa unión, complejidad, creación, punto de mayor energía- y la muerte -que significa desunión, simplicidad, destrucción, agresión y odio, regreso al punto de la menor energía. Con esta incorporación adicional, que además suavizaba la carga sexual del instinto de amor, se completaba la propuesta teórica del Psicoanálisis. Era simultáneamente una teoría de la enfermedad psíquica (en principio la neurosis, pero después cualquiera), una teoría del hombre normal (si es que tal denominación es real), una teoría del desarrollo infantil, una teoría de la filogenia, y hasta una explicación universal de los productos de la creación humana, al utilizarse desmedidamente para explicar el arte, la ciencia y la vida cotidiana. Resulta una labor verdaderamente increíble a partir de una práctica y habla mucho de la voluntad y la audacia de su creador. Como en toda reflexión, este será su punto fuerte y su punto débil, porque una teoría capaz de explicar un evento y su contrario, en fin, todo, al final se queda sin explicar nada.

Disidencias

En la medida en que progresaba la construcción de la teoría psicoanalítica, algunos discípulos de Freud comenzaron a dar muestras de inconformidad. Al principio tímidamente; después abiertamente en tanto parece que el padre fundador no era muy amable con las críticas que recibía. Los aspectos más debatidos y de mayor insatisfacción agredían el núcleo conceptual de la teoría, la sexualidad, que en su posición de instinto básico había ganado tal preeminencia que prácticamente detrás de todo hecho humano, normal o patológico, estaba el sexo. Y no era un sexo simbólico o sublimado, sino directo. Algunos discípulos cuestionaron el papel tan absoluto de la sexualidad, que reducía al hombre a un buscador de placer sexual y suprimía de golpe toda otra motivación. No había dudas de que el papel del sexo era relevante; sobre todo en el material de primera mano, las neurosis, era posible detectar tal origen; pero de ahí a considerar toda la vida humana bajo ese prisma había una distancia considerable. Otros también cuestionaban el "evento crucial", el complejo de Edipo. Se aducía que tal vez no era un fenómeno general sino reflejo de una relación familiar marcada por la sociedad y la cultura; en otras culturas con estructuras familiares o sociales diferentes podía darse de otra manera. También se discutía acerca de la existencia de otros eventos importantes en el desarrollo infantil que podrían jugar un rol fundacional de la personalidad antes del complejo de Edipo: el trauma del parto, la relación del niño con la madre en la fase oral, la situación de dependencia por sí misma; todas podían ser consideradas como fuentes de normalidad o neurosis. La estructura de la personalidad era fuente de discusiones; quedaban muchos puntos oscuros, sobre todo en la dinámica motivacional y la formación de las neurosis. La mayor preocupación se centraba en el paso de una descripción funcional de la relación "inconsciente-consciente" a una visión estructural "ello-yo-superyo", y la dominanci a del ello en esta relación. En el orden metodológico se le criticaban inconsistencias flagrantes, como la idea de transformar un discurso irracional en otro racional y científico a través de una interpretación que se deslizaba lentamente hacia un diccionario rígido de símbolos sexuales.

Propuestas disidentes

Ya en 1913 las discusiones eran dramáticas, y precisamente con los mejores discípulos. El rompimiento fue inevitable. Varias propuestas surgieron en esta dispersión:

La propuesta de Adler rechaza abiertamente la determinación biológica implícita en las formulaciones de Freud, y traslada el punto de análisis de los instintos a la cultura. Con los mismos datos que utilizaba el maestro, Adler presentó una descripción diferente. El niño vive una situación objetiva de inferioridad y limitación; no son las prohibiciones del medio sino su propia condición la que lo coloca en estos términos; de aquí que la actividad del niño se dirija todo el tiempo a compensar esta situación por cualquier vía, objetivo que se expresa como agresión y dominación del mundo. El niño arremete, protesta, se revela contra su situación de inferioridad pero como objetivamente no puede cambiarla, se propone metas de superación y genera sentimientos de superioridad, su contrario, como forma de autoaceptación. El mecanismo fundamental de la personalidad es entonces la autoestima, la capacidad de evaluarse y crear una imagen de sí mismo con la cual pueda vivir, plantearse metas válidas y prosperar. Donde Freud realzaba el sexo, Adler veía la tendencia a dominar a los otros, un acto de poder y autoafirmación. El desarrollo del par inferioridad-superioridad lleva al hombre a una adaptación con el medio. El medio es fundamentalmente cultura, que moldea las formas adaptativas del niño. El instinto básico es el "poder creativo", entendido como compensación y superación de la condición de inferioridad, pero este se realiza a través de la sociabilidad, que lleva al sujeto a integrarse a su cultura, interesarse por las acciones sociales y plantearse como meta fundamental para trascender su situación, el amor, como acción de dar y recibir. La neurosis es sobre todo la incapacidad para adaptarse y la insistencia en formas de superación infantiles, marcadas por la dominación del otro y la agresión. Un estado de inferioridad puede superarse objetivamente, haciéndose objeto de amor y amando a los otros, o puede ser inadaptado, a través de una autoestima inadecuada, una actitud agresiva y una relación de poder despótico sobre los demás. Otro de los aportes de Adler a la Clínica es una extensión del lenguaje del síntoma propuesto por Freud. No solo habla el síntoma del trauma básico; existe también "un lenguaje del órgano" afectado que indica el camino de la interpretación. De acuerdo con el órgano que sirve de sede a un síntoma, es posible comprender el acontecimiento psicológicos que lo causa; por ejemplo, la enuresis o micción nocturna en los niños que ya lograron controlar los esfínteres como regresión a una forma de conducta más primitiva está relacionada con la protesta viril ante la situación de inferioridad, y es una forma de agresión. Adler no consideró el inconsciente como una piedra fundamental de la teoría, sino como una relación funcional dentro del propio sujeto. Inconsciente se refiere más bien a una "inatención selectiva", una acción intencional de no ver, no atender, no recordar, muy similar a la inicial de Freud pero sin el peso que después le atribuyó de determinante del hombre. Sin embargo, el cambio más importante está centrado en la estructura de la personalidad: consideró que su centro era el "yo" y hacia su fortalecimiento debía dirigirse toda acción terapéutica. No consideraba que admitir los deseos del "ello" trajera la felicidad, sino que esto solo era posible por la acción del yo como agente fundamental de la personalidad. Estableció un concepto muy utilizado en la investigación contemporánea sobre el tema: el estilo de vida, como una cualidad que caracteriza al sujeto individual, y que describe su lucha por la superación de su inferioridad. A partir de esta idea presentó una tipología de personalidades, algo que se haría bien frecuente en los teóricos de este tema: el dominante, que lucha por imponer su superioridad llevando a los demás a una posición de subordinación; el adquisitivo, que garantiza su superioridad con la posesión de otras personas y bienes materiales; el evasivo, que se escapa del mundo y vive en una fantasía personal; y el socialmente útil, el más adaptado, que se caracteriza por una relación de amor con el mundo y los demás. Esta descripción refleja mucho un estado de insatisfacción con la sociedad contemporánea y muestra la dirección de las formulaciones de Adler. Su sistema tenía un carácter holístico y no atomístico; teleológico, en tanto consideraba que las metas y fines que se propone el hombre permiten comprenderlo mejor que sus determinaciones; personalista, con el énfasis puesto en es sujeto concreto; y humanista, en la expresión de una dimensión axiológica que quería superar la visión pesimista del hombre, atenazado por la culpa y los instintos desviados que leía en el discurso de Freud. No es de extrañar que se convirtiera en el referente de un grupo de psicólogos y terapeutas que después fundarían la corriente Humanista de la Psicología, o que fuera una cita obligada de los psicoanalistas que conformarían la tendencia culturalista. La otra consecuencia fue la inmediata traducción de algunos de sus conceptos al discurso del sentido común, como explicación técnica y autorizada de lo que los hombres corrientes intuían en sus personalidades y las de los demás. Sin embargo, su propuesta, llamada significativamente Psicología Individual, no se continuó hasta el presente. Contradictoriamente su discurso era poco conceptual para una práctica especializada y dejaba demasiadas fisuras para ser considerado un sistema de pensamiento psicológico coherente y viable en la práctica profesional. A esto contribuyó el abandono del enfoque metodológico de Freud; con tantos cambios los psicoanalistas no reconocían los puntos básicos de pertenencia, y los no psicoanalistas, seguían encontrando un discurso parecido al que cuestionaban. No creó escuela; fue referente.

Quien sí creó una poderosa escuela que ha sobrevivido discusiones y ataques mucho más fuertes (y en buena parte merecidos) fue Jung. Su propuesta de cierta forma representa mejor una continuidad del pensamiento freudiano, pero hacia una radicalización de posiciones que eliminara las incoherencias de la conceptualización. El primer punto se refiere al enfoque epistemológico: para Jung la respuesta era totalmente fenomenológica y rechazaba la posibilidad de hacer de la Psicología una "ciencia" en el sentido positivista del término. El núcleo del hombre es irracional; todo lo demás son ilusiones. Sin embargo, apostaba por una conjunción del enfoque determinista y el enfoque teleológico: ambos son parciales y por tanto necesarios. Continuó la línea de inferencias e intuiciones a partir de los casos clínicos como hacía Freud, pero aceptó como evidencia prácticamente cualquier producto de la actividad humana: el mito, las religiones, las fantasías, la literatura, el arte, todo hablaba de la psique humana, porque todo era su creación. En consecuencia su discurso es casi enciclopédico y sus exigencias para un lector o un estudioso de su obra requieren un conocimiento cultural extenso y sugerente. Para Jung, la libido es una energía indiferenciada que el organismo humano utiliza para la satisfacción de sus necesidades, pero considera que la supervivencia del individuo es el motivo principal; la sexualidad por tanto tiene un papel menor, bien lejos del absolutismo freudiano. La libido que no se utiliza en cumplir con los instintos básicos, se convierte en símbolo, en creación humana, en cultura y civilización. La civilización no es el premio a la renuncia de los deseos, sino una construcción adicional de la libido sobrante. Pero esta creación responde a un patrón universal, a senderos que el hombre recorre una y otra vez, a evoluciones comenzadas desde el principio de los siglos y que muestran direcciones definidas. El desarrollo es una progresión, no una línea recta, que tiene detenciones, cambios de dirección y regresiones, porque es un proceso contradictorio en sí mismo. La vida del hombre es un largo proceso de convertirse en persona, de individuación paulatina, que no culmina con la infancia y por el cual transforma sus determinaciones en metas y alcanza la autodeterminación. Pero este dominio de sí mismo solo es posible en la medida en que el hombre se conoce, desciende a sus profundidades y descubre su verdadera constitución. El objeto de estudio de la Psicología es el inconsciente. Acepta la propuesta freudiana: la conciencia no revelar, sino que oscurece nuestros verdaderos motivos y necesidades, pero para Jung, existe un inconsciente personal, que se elabora en la vida infantil del sujeto, y que garantiza la individuación. En la profundidad del inconsciente personal existe sin embargo, una capa más primitiva, más basal, responsable por las coincidencias en la evolución de los individuos y las culturas, recipiente de símbolos primitivos que son comunes a una "raza" o grupo humano. Este inconsciente está poblado de imágenes recurrentes, los arquetipos, que garantizan la continuidad filogenética y sociogenética de la especie humana, y por supuesto su identidad. Los arquetipos son símbolos personalizados, constelaciones de atributos, cualidades, formas de acción y motivos, cristalizados en imágenes, que modelan el inconsciente personal y permanecen en él en forma de complejos. Los complejos son sistemas parciales autónomos generalmente inconscientes, pero se muestran todo el tiempo en nuestras producciones y discursos más que en nuestras reflexiones. En situaciones especiales, pueden aflorar a la conciencia y tomar su control, temporal o permanente; en estos casos estamos en presencia de una patología. Esta irrupción de los complejos no siempre es patológica, pero en el proceso de individuación, el hombre debe aprender a conocer, identificar y asumir sus complejos, de tal forma que no sea vulnerable a su aparición y sepa darles cauce apropiado. Los casos más evidentes de esta toma de conciencia son los de doble personalidad. El sujeto deja de ser quien ha sido siempre y se transforma en otro diferente, se desdobla en otra personalidad desconocida para los demás y para él mismo. Durante los periodos religiosos en la historia, se identificaban con posesiones demoníacas o divinas, y desde luego, se repite como hecho en muchas áreas de la acción humana actual. En condiciones normales, los com plejos están ocultos, pero siempre están presentes. El inconsciente colectivo, como Jung llamó a este nivel primitivo, es una memoria, pero de la especie y no del individuo. Encontró la evidencia de su realidad tanto en los complejos de sus enfermos, como en las tradiciones, el mito, la fantasía colectiva, las religiones, los juegos; en fin, toda producción humana hablaba de esta instancia psicológica básica. Su teoría de la personalidad, tema casi obligado en los psicoanalistas, es cuando menos, compleja; cuando más casi caótica. Jung fue añadiendo, reformando, cambiando continuamente sus ideas, con muy poco cuidado por la simplicidad; así su teoría presenta contradicciones, incoherencias e imprecisiones que la hacen de difícil comprensión. El núcleo de la conciencia es el "ego", el "yo" freudiano, pero su estructura no es tan simple. Supone un sistema complejo de persona y sombra. La persona es nuestra autoimagen, tal y como nos vemos; la sombra es lo que no queremos ver, o lo que intentamos ocultar a nosotros mismos, nuestra parte inaceptable o desagradable. Al mismo tiempo todos tenemos el opuesto de nosotros mismos, la figura contraria, nuestro negativo, el ánima para el hombre, y el ánimus para la mujer, marcando el contrario hasta en el género. Tal complejidad estaba destinada a explicar las contradicciones de la conducta humana, sus súbitos cambios de rumbo, sus frustraciones y deseos no satisfechos. Imaginar que dentro de cada uno de nosotros existe un responsable por nuestros errores, devaneos, equivocaciones, y hasta fantasías, supone una aceptación total de nosotros mismos, pero no necesariamente una transformación que lo supere. Una de las críticas posibles a esta estructura consiste en cierto fatalismo, en la necesidad de aceptar "nuestros locos de la casa" como parte inevitable y hasta creativa de la ejecutoria personal, pero al mismo tiempo disminuyendo la intención de cambiar o transformarse para mejor. Adelantó una tipología, pero no de personas sino de procesos psicológicos que caracterizaban a cada individuo. Identificó funciones racionales, el pensamiento y el sentimiento, donde existe un control de causas y fines; y las irracionales, la intuición y la sensación, donde tal control no es posible. Siguiendo su preferencia por los opuestos, Jung consideró que en cada persona primaba uno u otro proceso, dejando el otro en la sombra (no en la debilidad; el proceso no dominante podía aparecer también súbitamente y "echar a perder" el estilo personal). Basado en esta clasificación identificó los estilos como extrovertido e introvertido. En ambos casos se refiere a la dirección principal de la conciencia: en el primero la atención se dirige al mundo, a la realidad exterior; en el segundo, atiende preferentemente el mundo interior, la propia subjetividad. Todos pertenecemos a ambos tipos, solo que un estilo predomina en la conciencia y en la acción manifiesta, de la misma manera que predominan algunas funciones sobre otras. Esta diferenciación es hoy de uso frecuente en el discurso común y tiene un valor clasificatorio elemental pero acertado. Jung fue el inventor del método de asociación libre legitimado por Freud y ampliamente usado por el Psicoanálisis. Consiste en dar al sujeto una palabra y pedirle que elabore todas las asociaciones que le vengan a la mente, sin ningún juicio o crítica y ninguna atención a la coherencia. Evaluaba no solo las palabras y comentarios producidos por el sujeto, sino sus detenciones, bloqueos, evasivas y defensas. Un bloqueo era signo indefectible de que se había puesto el dedo en un complejo potencialmente patógeno; una elaboración simbólica que llevaba al sujeto a terrenos alejados podía estar diciendo algo de un arquetipo o de la sombra personal. El método es hoy parte del arsenal técnico de la profesión -y no solo de la clínica-, aunque con interpretaciones diferentes de acuerdo con la escuela de pertenencia del profesional. No existe escuela psicológica más difícil de apreciar que la Psicología Analítica de Jung. Un discurso casi hierático e incomprensible; un sistema altamente complejo que puede cambiar de acuerdo con la obra consultada; una evidencia que acepta casi toda obra humana; un método totalmente interpretativo; una posición que articula el sujeto individual y una misteriosa herencia colectiva; en fin, una mezcla de intuiciones geniales, referencias cultas y prácticas reconocidas que no garantizan para todos los psicólogos la validez de una ciencia efectiva. Con Jung ocurre lo mismo que con su maestro: no es posible rechazar ni confirmar sus afirmaciones. Deja mucho al convencimiento personal, al acto de fe. Y tiene muchos adeptos hoy en día, lo que muestra su poder de convencimiento. Ha sobrevivido algunas catástrofes sociales y culturales, el desprecio y mucha incomprensión en los círculos oficiales del Psicoanálisis freudiano y de la Psicología, la acusación de fascismo dirigida contra Jung por su aparente apoyo al movimiento nazista en Alemania y el énfasis en el sesgo racial a veces explícito de sus ideas. No es fácil sobrevivir a tanto cuestionamiento; y sin embargo sobrevive. Una cualidad sin embargo es bien peculiar: no constituye referente de nadie; se es Jungiano o se es otra cosa en el Psicoanálisis. Ningún autor contemporáneo lo reconoce como maestro, salvo los que mantienen su teoría y práctica. Tal vez estas peculiaridades las comparte con todo el movimiento psicoanalítico, de lo que se hablará en el resumen.

Variaciones contemporáneas

A pesar de los aciertos y desaciertos, el Psicoanálisis cuenta con muchos seguidores en todo el mundo.

Después de las primeras disidencias, la dispersión continuó. Fue difícil, a pesar del esfuerzo de algunos seguidores fieles al maestro y de la institucionalización del Psicoanálisis, mantener la pureza del movimiento. Freud había inaugurado una forma de pensar y un método demasiado irreverentes como para mantenerse en cauces formales: el Psicoanálisis no era una ciencia de doctrina, receta y diccionario, por mucho que algunos de sus defensores lo desearan. Dejaba además muchas grietas, muchos fenómenos sin explicar que debían ser cubiertos por nuevas propuestas. Existía además una razón, la más poderosa de todas: se nutría de una práctica continua, que exigía interpretaciones individuales según el caso; de hecho, las presentaciones a congresos psicoanalíticos son básicamente estudios de caso, material no muy dócil a confesiones doctrinarias. Inevitablemente fueron apareciendo variaciones, no necesariamente disidencias aunque generalmente eran excluidas -casi excomulgadas, en el más puro sabor del medioevo- de la corriente psicoanalítica principal, o mejor, de la tradición freudiana. Las luchas por el poder -no siempre científico en tanto la corriente continuó ganando espacio en la práctica con la correspondiente gratificación económica-, marcaron el desarrollo del Psicoanálisis posterior a Freud, con mayor o menor éxito, de acuerdo con sus defensores o críticos. Es imposible abordar todas las variaciones. Algunas ha desaparecido, subsumidas en corrientes más contemporáneas; otras representan la contemporaneidad con fuerza; otras finalmente son continuidades de posiciones iniciales, como el movimiento jungiano. Para los propósitos de este texto, se abordarán la corriente culturalista, la llamada "escuela inglesa" y la escuela de París.

El llamado movimiento culturalista del Psicoanálisis agrupa a profesionales de formación psicoanalista en muchos casos emigrados a EEUU durante la segunda guerra mundial. Aunque diversos en sus enfoques y respuestas, todos comparten una visión común: el rechazo a la estricta determinación sexual como factor biológico, y la consideración como núcleo de formación del hombre a las influencias ambientales, especialmente la cultura y las relaciones sociales. Aceptan un enfoque más sociológico, pasando del análisis de las pulsiones al análisis de las condiciones de vida y las relaciones interpersonales como modeladoras de la subjetividad. Esta reorientación los lleva a una posición crítica de la civilización contemporánea; sin embargo, trascienden el pesimismo freudiano con respecto a la cultura e instauran un cierto optimismo ontológico con respecto a las posibilidades de cura del enfermo, mejoramiento del hombre normal y de la sociedad en su conjunto.

Uno de sus exponentes más citados es el trabajo voluminoso y continuamente referido sobre todo en la bibliografía norteamericana. Horney rechaza el concepto de libido y la tesis de la sexualidad infantil por considerarlos expresiones biologicistas. En su lugar coloca la búsqueda de seguridad y satisfacción como los principios motivaciones explicativos del hombre. El hombre es un ser solitario que necesita sobre todo seguridad. De hecho su formación desde la infancia consiste de esa búsqueda, que continuamente genera lo que constituye la marca de la civilización contemporánea: la angustia. El sujeto siente miedo doble; por no alcanzar la seguridad o perder la que tiene, y además por la angustia que se crea ante la falta de seguridad, convirtiéndose en un círculo vicioso y neurotizante. De hecho, las neurosis son enfermedades de inadaptación social: en primer lugar como búsqueda neurótica, que marca al sujeto con una posición conformista y de acatamiento pasivo y acrítico de normas sociales; de rechazo neurótico, que genera las manifestaciones de agresión, sustitución por el poder y ataque a las normas sociales; y por último, la evasión neurótica, que lleva al sujeto al individualismo y la soledad total. La personalidad para Horney es un sistema de factores emocionales que se viven como experiencias complejas, no identificables con descripciones externas. La terapia por tanto debe dirigirse a la formación de un sujeto que se acepte en la búsqueda de la seguridad, que desmonte sus modelos neuróticos de búsqueda y alcance una actitud sana, madura y responsable. La metodología coincide en las técnicas con la propuesta por Freud. No hay dudas en reconocer en este discurso la impronta de Adler, aunque aun más socializado. El discurso de Horney nutrió la corriente del Psicoanálisis norteamericano que se planteaba el reforzamiento del yo y sirvió además de referente directo del Humanismo posterior.

Rechazó la filogenia determinada por la biología y afirmó que las descripciones psicoanalíticas hablan de influencias culturales, pero fue más allá de una determinación ambientalista, para afirmar una determinación histórica. De todos los psicoanalistas es tal vez el que más afirmó que la constitución del sujeto remite a una historia social, que se inscribe en sus formas de actuar y verse a sí mismo. La historia social del hombre es un juego de dicotomías, en que cada persona debe escoger caminos en su vida que son generalmente excluyentes. Algunas dicotomías son existenciales y no tienen solución en términos de voluntad del sujeto, como la vida y la muerte. Los hombres históricamente construyen ideologías para comprenderlas, aceptarlas y superarlas, como pudiera ser la religión. Otras dicotomías son el resultado de la actividad productiva del hombre, de sus formas históricas para satisfacer sus necesidades; estas sí pueden resolverse, pero con una actividad creadora, que no se deje engañar por las ficciones de creer que son existenciales y no tienen solución. Los problemas actuales de la paz y la guerra, el hambre y la abundancia, la cultura y el analfabetismo, no son resultado de constituciones subjetivas sino de causas sociales. El capitalismo no es el producto de una fase anal, como podría decir un freudiano; por el contrario la fase anal del desarrollo infantil es un resultado de las condiciones de vida capitalistas. Esta inversión del modelo clásico extiende la propuesta de Fromm a una crítica social próxima al Marxismo y como tal fue reconocida por muchos psicólogos, pero al mismo tiempo puede ser vista como un abandono de la Psicología hacia una Sociología más descriptiva que operante. Su análisis de la fundación del sujeto plantea que el hombre emerge de una ruptura con la naturaleza. Al salir del estado natural, de la seguridad del grupo humano primitivo, el hombre pasó a ser libre de la necesidad, pero al mismo tiempo perdió definitivamente la seguridad. El mito de la expulsión de la primera pareja del paraíso de alguna manera recrea en la leyenda este acontecimiento, por el cual cada hombre nace, no en el sentido biológico, sino en el ontológico. De ahí en adelante, todo su desarrollo supondrá el conflicto entre la seguridad lograda y la libertad deseada. El niño desea crecer para dominar el mundo, pero ese crecimiento supone abandonar el estado de seguridad de la relación con la madre. Al final tenemos adultos inadaptados, divididos y fragmentados entre la seguridad y la libertad, con miedo a la libertad. Fromm ve en la búsqueda de la libertad la marca del hombre contemporáneo, pero es una "libertad de" y no una "libertad para"; los hombres quieren cortar las cadenas pero no saben qué hacer con su libertad. Este es el dilema moderno, y explica por qué tantos hombres ceden su libertad y su capacidad para optar: por miedo a no saber qué hacer con su libertad, por miedo a no tener un límite que le resulte válido a sí mismo. El hombre enfrenta este dilema de acuerdo con su formación infantil, a la que Fromm da un alto valor. Durante esa etapa el niño se moldea como un sujeto ante el mundo, asumiendo características de personalidad que se expresarán en su actuación como adulto. Así, un tipo es el receptivo, que acepta las cosas y acata las órdenes y se corresponde con la condición masoquista; otro por el contrario es explotador de las cosas y los otros, es el sádico. Otro más es acumulativo, se satisface en tener cosas no en usarlas, y se caracteriza como destructivo; otro por el contrario es mercantil, vende y compra y se deshace de las cosas, es el supresor. Todos estos tipos, marcados por una orientación hacia las cosas son improductivos; no garantizan ninguna felicidad al hombre porque olvida los otros, las verdaderas fuentes de humanidad. La única orientación productiva es el amor, y Fromm va a proponer como superación de la dicotomía histórica entre seguridad y libertad, la condición ética y responsable. Una "libertad para", con la orientación hacia los otros y no hacia las cosas. Un acto cósmico de amor a los demás. Esta propuesta, tan incisiva en la descripción del hombre común en las sociedades opulentas, que sustituyen el amor a los demás por la posesión de objetos, y propone una felicidad estática e improductiva, fue leída, aclamada, aceptada en los discursos intelectuales, pero al final, tuvo poco efecto en las corrientes psicológicas diluida en las formulaciones optimistas del Humanismo y negada por las expresiones existencialistas. Sus libros continúan en la preferencia de lecturas y son obligatorios para la formación del psicólogo, pero no tuvo continuidad como escuela. En general, la corriente culturalista siguió el mismo destino: tal vez su fuerte crítica a la sociedad capitalista no era la publicidad más adecuada para atraer a los clientes y consumidores de las terapias psicoanalíticas, más preocupados con la eliminación de síntomas que con las diatribas a una sociedad que les garantizaba una vida cómoda. La llamada escuela inglesa, es inglesa solo por coincidencia territorial. En realidad se fue formando con emigrados del continente europeo, invitados a trabajar en Inglaterra o refugiados, como el propio Freud, de la barbarie nazi. Si la agrupación se hace por localidad, no se puede hablar de una propuesta unificada de diferentes posiciones dentro del Psicoanálisis; pero durante décadas se fue constituyendo un modo original de pensar y operar con el Psicoanálisis como extensión del modelo original de Freud.

Una de las omisiones metodológicas más serias del Psicoanálisis clásico era el tratamiento de los niños. Paradójicamente, una reflexión que colocaba en el desarrollo infantil la clave para interpretar la actuación adulta, prefería técnicas y métodos eminentemente verbales, con fuerte carga introspectiva y una acción conjunta entre el terapeuta y el paciente. Esto no era posible con niños, y se hacía más difícil a medida que se disminuía la edad. No es posible hacer análisis con niños en las condiciones del adulto, sobre todo porque falta un dominio del instrumento verbal, y aunque el mismo Freud había presentado algunos casos de análisis infantiles, el peso de su interpretación sobrepasaba la propia reacción de los niños atendidos, que por demás, eran mayores. M. Klein se enfrentó a la ausencia de métodos psicoanalíticos para atender a los niños, y elaboró a partir de algunas experiencias poco sistematizadas, la técnica de interpretación del juego. El juego es una actividad corriente del niño y su forma de autoexpresión por excelencia; pero además, el juego es una actividad simbólica, no diferente del sueño, la asociación libre o el análisis de actos fallidos. Incluso es mucho más directa, porque la censura o la represión no pueden disfrazar lo que ya está deformado por las propias reglas simbólicas del juego. A través de las técnicas de juego era posible interpretar las fases del desarrollo del niño, sus detenciones y variaciones y sobre todo, los factores patógenos. En sus propuestas se presenta un sesgo interesante con respecto a la formulación freudiana: no es el análisis de las pulsiones sino el análisis de la constitución del objeto de la realidad lo que marca cada fase. A cada etapa definida por Freud en términos de zona erógena, se corresponde una manera de integrar los objetos de la realidad y en consecuencia, una manera de actuar hacia ellos. De cierta forma cada persona es lo que hace con los objetos que entran en relación. Este sesgo trascendía el peligro de biologicismo achacado a Freud y permitía un análisis más centrado en una relación con el mundo que en un choque de deseos y erotismos, un análisis de pulsiones. La salida a la construcción del objeto por el niño permitía modificar sustancialmente algunas de las ideas originales del Psicoanálisis. Por ejemplo, el complejo de Edipo, tan directo en su descripción sexual podía revelarse mucho antes de la edad indicada, a partir de la introducción de la figura del padre en una relación madre-hijo hasta ese momento absoluta. La introducción de otro objeto de relación en la realidad infantil convertía una relación dual en una relación triádica, (con la consecuente amenaza al niño de perder su objeto preferido, la madre), e instala al sujeto en el orden simbólico, mediatizado. El niño respondía con una posición esquizo-paranoide (retener para sí el objeto en un acto de poder, defenderlo de la amenaza, destruirlo al asimilarlo y convertirlo en propio, sentimiento de celos) que se transformaba después en una posición depresiva (reconstruir el objeto, devolverle su condición original, sentir culpa por la agresión), ambas correspondientes con la etapa anal-sádica freudiana. El papel de la agresión, poco manejado en el psicoanálisis clásico, pasa aquí a una posición relevante, y es lo que Klein observa en los niños: más que una actividad sexual, es una respuesta de agresión, hacia los otros o hacia sí mismo, que van a marcar la vida adulta como patrones de reacción amorosa o respuestas patológicas. La propuesta de Klein inauguró para el Psicoanálisis el tratamiento de niños, pero también contribuyó al análisis de adultos, al ofrecer referencias más completas del desarrollo infantil y un completamiento de la teoría sin salirse demasiado de los marcos definidos por Freud. Representa una salida radical en la psicoterapia que privilegia la relación con el mundo y con los otros como vías de reconstrucción de un sujeto integrado. Hoy es una de las escuelas que se mantienen en los espacios de práctica psicoanalítica y no es posible enfrentar el tratamiento de niños sin contar con algunos conceptos y técnicas de la corriente.

No es posible presentar el desarrollo de las ideas lacanianas, sobre todo porque representan discusiones actuales del Psicoanálisis, la Psicología e incluso otras Ciencias Sociales como la Antropología y la Epistemología. Sin embargo algunas de sus intuiciones se identifican en la actualidad con importantes extensiones del Psicoanálisis clásico. Lacan siempre ha defendido su teoría como una "vuelta a Freud", lo que significa una lectura que busca interpretar el sentido preciso de las propuestas freudianas, tan adulteradas con prácticas inoperantes e instituciones obsoletas. En su interpretación recupera la idea de que el "inconsciente está estructurado como un lenguaje". Esta afirmación insiste en el juego del lenguaje, en tanto palabra, símbolo, significante, que marca la elaboración de un discurso diferente del discurso de la conciencia y la razón, primitivo, original y fundacional de la propia conciencia. De hecho, el inconsciente "habla" en cada persona intercalándose en el discurso racional, bloqueándolo, haciéndolo decir otra cosa diferente de la intención consciente, usando para esto las deformaciones que utiliza el sueño: condensaciones y desplazamientos. Pero el inconsciente no es una instancia o una personificación: es solo eso, un discurso que en el comienzo de la vida se identifica con el discurso de la madre hacia el niño, que poco a poco se constituye, se "funda" literalmente en ese discurso. El niño original solo es una potencialidad biológica: su existencia en tanto subjetividad comienza en el discurso del "otro", y de ahí en adelante la construcción de sujetos y objetos del mundo estarán mediados por ese discurso, que además es el "dador" de satisfacciones y cumplidor de deseos. En Lacan las personalizaciones y objetivaciones de Freud regresan a su condición de símbolos: no es el mundo real lo que construye al sujeto, sino su "filtraje" por las palabras que los adultos usan, que a su vez se va constituyendo en una imagen de sí mismo, mediatizada doblemente por lo real simbolizado en el lenguaje. Por estas razones, el inconsciente es el núcleo primitivo de la constitución del sujeto y una "cadena de significantes", una secuencia de símbolos a los que hay que interpretar, colocarle significados que no tiene, buscar desesperadamente toda la vida una respuesta a una pregunta que nunca se hizo. Padre y madre son funciones, no personas. Tiene un papel vital en la fundación de la subjetividad, pero no como modelos, objetos de placer o personas reales. Cumplen una función: en el caso de la madre es su discurso la primera realidad del niño y su propia subjetividad inicial; en el caso del padre, es la institución de la ley y el orden de lo simbólico, la racionalidad, que organiza el mundo de las cosas y los deseos. El complejo de Edipo es la expresión de la institución de la ley en las relaciones hasta entonces simbióticas entre la madre y el niño, pero no expresa a un padre personificado sino mediatizado en el discurso de la madre. En esta situación pueden suceder todo tipo de acontecimientos patógenos, y una de las direcciones más claras de Psicoanálisis lacaniano es la práctica clínica que deconstruye esta historia personal y resitúa al sujeto en su propia realidad de constitución. La propia personalidad de cada uno, tan cuidada y valorada, es apenas una ficción, una máscara levantada para cubrir el vacío que descubrimos en el núcleo de la existencia. Somos nada más que un discurso del otro y para el otro, sin saber jamás quién es. El discurso de Lacan es cuando menos, complejo. Muchas veces deviene, dada su tendencia de utilizar referencias topológicas y matemáticas, la invención de neologismos (palabras nuevas) y una publicidad a veces excesiva. Pero la misma elaboración teórica expresa un pensamiento poderoso y atrayente, si se tiene la paciencia de iniciarse en su comprensión. No es posible evaluar su destino futuro en la Psicología, en tanto su vigencia es de actualidad. Tal vez uno de sus aportes más sólidos y que sin dudas repercutirá en la práctica profesional es su cuestionamiento de los "saberes" del terapeuta y la devolución al paciente de su condición de intérprete. Continúa la técnica de iniciar al novicio en la profesión con un análisis personal, pero mantiene un control riguroso de los terapeutas, sometiéndolo a análisis de sus propias subjetividades. En cuanto a la teoría, resulta bien interesante que a pesar de ser un discurso bien cerrado, solo accesible a sus seguidores y criticado precisamente por su hermeticidad, revela incursiones interesantes en la Psicología contemporánea, mucho más que cualquier otra corriente psicoanalítica, mostrando un enciclopedismo que hace honor a su lugar de origen.

Véase también

Fuentes

Enlaces externos