Sapo partero bético (Alytes dickhilleni)

Sapo partero bético
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Anfibio poco conocido que hábita en las montañas del sistema bético.
Clasificación Científica
Nombre científicoAlytes dickhilleni
Reino:Animalia
Filo:Chordata
Clase:Anfibios
Hábitat:Grietas o enterrado en la tierra

Sapo partero bético. Anfibio pequeño poco conocido y recientemente descrito para la ciencia, que lleva una vida discreta en las montañas del sistema bético. La Sierra de Baza constituye un enclave de vital importancia para su conservación. Generalmente lleva una vida discreta, principalmente nocturna y pasa el día escondido bajo piedras y en grietas o enterrado en la tierra. En la época de celo (desde el otoño hasta la primavera, dependiendo de las precipitaciones y la altitud.

Descripción

Pequeño anfibio (de entre 4 y 6cm de longitud), de aspecto rechoncho, cabeza grande y hocico corto y puntiagudo. Los ojos son grandes con pupilas verticales oscuras, sobre un fondo de iris de color cobrizo. El tímpano, redondeado, es claramente visible, situado detrás de los ojos. La coloración de la piel es variable, aunque es frecuente que el color de fondo sea grisáceo e incluso blanco sucio, sobre el que aparecen una serie de manchas irregulares de color verdoso. La zona del vientre suele ser blanca. Sobre el cuerpo aparecen unas granulaciones no muy grandes y no tiene verrugas como otros sapos. Una característica que lo diferencia de las otras 2 especies de sapos parteros presentes en la península, (Sapo partero común y Sapo partero ibérico), es que nunca tiene tubérculos dorsales de color rojo o anaranjado. Las diferencias físicas entre machos y hembras son poco apreciables a simple vista. Generalmente las hembras son más rechonchas y tienen la cabeza y patas posteriores proporcionalmente más pequeñas que los machos. Lo que sí tendremos claro es que todos aquellos ejemplares que encontremos con carga de huevos serán machos.

Larvas. Los renacuajos llegan a alcanzar un tamaño considerable, hasta 6 o 7 cm., fruto de un desarrollo larvario muy prolongado. Son muy robustos y se caracterizan por tener el espiráculo (pequeña abertura por donde expulsan agua procedente de la alimentación y la respiración) en zona ventral. La cola es larga y gruesa acabada en punta redondeada. La cresta es baja y nace al final del dorso. El color es plateado con multitud de manchas de color marrón oscuro. En la zona posterior de la cabeza, justo donde empieza la cola, suele tener una mancha oscura en forma de v. De todas formas la identificación de la especie en base a la coloración de las larvas puede ser muy dificultosa, pues hemos podido comprobar que ésta varía mucho de unas zonas a otras, e incluso en la misma zona, dependiendo (creemos) de la exposición a la luz solar. De hecho hemos encontrado larvas completamente oscuras, en albercas donde no llegaba la luz directa del sol.

Distribución geográfica

Hasta hace unos años sólo se conocían 2 especies de sapos parteros. El común (Alytes obstetricans) distribuido por la mayor parte de Europa occidental y algunas zonas del Norte de África y el ibérico (Alytes cisternasii) propio de la zona occidental de la península. En 1980 la sorpresa fue mayúscula cuando se encontraron algunos ejemplares vivos de una pequeña especie de sapo partero en la zona norte de Mallorca, la cual, poco antes había sido descrita a través de restos fósiles. Lo llamaron Sapillo balear (Alytes muletensis).

Pero la lista de sapos parteros no estaba completa y en el año 1995 se describe la última especie (hasta la fecha). Se trataba del Sapo partero bético. El inicio de unos trabajos sobre las poblaciones de sapos parteros en las sierras béticas, llevado a cabo por los científicos del C.S.I.C (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Mario García-París, Rafael Márquez y Miguel Tejedo, desembocó en la descripción de la nueva especie en 1995.

A raíz de estos estudios se ha determinado que el Sapo partero bético y el Sapillo balear son cercanos parientes, desde el punto de vista genético.

Nos encontramos por tanto, ante un endemismo bético (no se encuentra fuera de este sistema montañoso) que se distribuye por una serie de sierras que van desde el oeste, en las sierras de Tejeda y Almijara, en el límite provincial entre Granada y Málaga hasta el este, en las Sierras de Alcaraz en Albacete, Caravaca y Moratalla en Murcia y Gádor en Almería.

En Granada habita la mayor parte de sus sierras, siendo más escaso en zonas de llanura. Tejeda y Almijara, las comarcas de los Montes Occidentales y Orientales, Sierra Nevada, Sierra Harana, Sierras de Castril, la Sagra y Baza son los lugares que mantienen hoy en día poblaciones de este sapillo. Puede encontrarse desde zonas con poca altitud, unos 300mts en la sierra de Los Guájares, hasta otras que superan los 2000mts en la Sierra de Baza.

No es muy exigente en cuanto a las condiciones del medio terrestre, aunque su existencia se ve condicionada por la presencia de puntos de agua limpios y permanentes a los que acuden para depositar sus puestas. Lo hemos encontrado tanto en zonas de cultivo de olivar (comarca de los montes), como en pinares, encinares y zonas de pastizal de alta montaña.

Ecología de la especie

El sapo partero bético pertenece a una de las familias más antiguas de anfibios que se conocen, los Discoglósidos. Al igual que los otros integrantes del género Alytes ha desarrollado un comportamiento reproductor muy peculiar.

La mayoría de los anfibios del entorno acuden a reproducirse a zonas húmedas (charcas, fuentes, arroyos), donde tras la cópula o “amplexus”, depositan varios miles de huevos. Las larvas que eclosionan son depredadas en gran número por larvas de insectos, peces, otros anfibios, reptiles, etc., pero casi siempre sobreviven los suficientes para garantizar el relevo poblacional.

El sapo partero utiliza una estrategia distinta. Generalmente lleva una vida discreta, principalmente nocturna y pasa el día escondido bajo piedras y en grietas o enterrado en la tierra. En la época de celo (desde el otoño hasta la primavera, dependiendo de las precipitaciones y la altitud), los machos emergen a la superficie y emiten un canto muy característico, una especie de silbido de flauta muy parecido al reclamo de la más pequeña de las rapaces nocturnas, el Autillo (Otus scops). Las hembras se acercan a los machos que tiene un canto más grave (que suelen ser los de mayor tamaño). Una vez juntos el macho abraza a la hembra y esta comienza a soltar un cordón formado por unos 40 huevos o más. Entonces el macho fecunda los huevos, recoge el cordón y se lo enrolla en las patas traseras. Hasta aquí llegan los cuidados por parte de la hembra. A partir de ahora el macho es el único responsable del bienestar de su descendencia. El buen padre puede aparearse con más hembras, y va acumulando más y más huevos, hasta un total, a veces, de más de 100.

Desde este momento y hasta la eclosión, pasados unos 30 o 40 días, permanece escondido en su refugio, para mantener los huevos en buenas condiciones de humedad. Ocasionalmente puede realizar salidas para alimentarse. Cuando los renacuajos han madurado lo suficiente dentro (se pueden ver los ojillos a través de la cáscara), el macho se acerca a una zona acuática y moviendo las patas traseras deja caer la masa en el agua. Casi de inmediato los pequeños renacuajos eclosionan y comienzan a nadar y alimentarse.

Esta estrategia le permite al sapo evitar la depredación directa de las masas de huevos en las zonas acuáticas, y que los renacuajos alcancen un desarrollo mayor en el momento de la eclosion.

Desarrollo acuático

El desarrollo acuático de las larvas suele ser largo, y depende de la abundancia de comida y de la temperatura del agua. En zonas situadas a gran altitud, en que la primavera se retrasa y el agua está más fría, las machos depositan las masas de huevos al final de la primavera o incluso en pleno verano, por lo que a las larvas no les da tiempo a terminar la metamorfosis y permanecen en el agua hasta la primavera o verano siguientes, alcanzando tamaños muy considerables. En zonas bajas el desarrollo es más rápido y al final del verano o principios del otoño pueden encontrarse pequeños sapillos recién metamorfoseados (unos 2cm de longitud). Las larvas que han pasado el invierno en el agua, al alcanzar mayor tamaño, dan lugar a juveniles de mayor tamaño que las otras, lo cual también es una ventaja para la vida terrestre de los nuevos sapillos.

Las larvas se nutren con toda la materia orgánica, tanto animal como vegetal que puedan encontrar en el agua. Tanto los juveniles como los adultos se alimentan de multitud de pequeños animalillos invertebrados, lombrices, arañas, insectos, etc.

Entre sus enemigos naturales se encuentran mamíferos como el erizo, el jabalí o los mustélidos (nutria, turón, comadreja). También aves rapaces nocturnas (lechuza, mochuelo...). Distintas especies de insectos acuáticos y larvas de libélula también se alimentan de renacuajos. Los principales depredadores son las culebras de agua, tanto la viperina (Natrix maura) como la de collar (Natrix natrix). Hemos podido comprobar como la viperina, mucho más abundante que la de collar, puede devorar todas las larvas que encuentra en pequeñas albercas, como ha ocurrido en un pequeño estanque en Colomera. Pensamos que la abundancia de la culebra puede ser un factor limitante de la población de sapos parteros, lo que podría explicar en parte el acantonamiento de estos a las zonas de sierra, pues a mayor altitud, menos común es el ofidio. Este mismo hecho se da en el caso del Sapillo balear, al que sólo se puede encontrar ya en barrancos inaccesibles donde no llega la culebra viperina.

Estado de conservación

La necesidad de zonas con agua limpia y bien oxigenada, necesaria para el correcto desarrollo larvario, es lo que determina la mayoría de los problemas que amenazan la supervivencia del sapillo.

La totalidad del área de distribución se localiza en el cuadrante suoriental de la península, caracterizado por su escasez de precipitaciones y disponibilidad de agua en superficie.

En un principio, los sapos aprovecharían los nacimientos, fuentes y pequeños arroyos que aparecían dispersos por las sierras para reproducirse. El hombre, desde que comenzó a habitar estas mismas sierras, también usó las fuentes y nacimientos, construyendo gran cantidad de albercas, estanques, acequias y aljibes, modificando la morfología de arroyos y fuentes. En principio no hubo problema, e incluso los sapillos se vieron beneficiados por la proliferación de estos depósitos (que en esencia no eran otra cosa que los pequeños remansos de los arroyos que habían utilizado hasta entonces, pero de una mayor entidad).

A partir de los años cincuenta el campo español comienza a despoblarse. Multitud de cortijos quedan abandonados, y con ellos toda la infraestructura secular del uso del agua que los acompañaba. Las fuentes y arroyos son canalizados para cubrir las demandas de agua de las poblaciones situadas al pié de las sierras. Va desapareciendo la ganadería extensiva y una vez que no hay ovejas ni cabras, los pilones y tornajos que les servían como abrevaderos, son abandonados y pierden su función.

La agricultura se intensifica, se abren pozos que disminuyen el nivel freático, los arroyos se contaminan con materia orgánica y con los productos residuales de los tratamientos fitosanitarios de las plantaciones.

Y aquí es donde comienzan los problemas para el Sapo partero. En aquellas sierras más secas, donde dependen de las estructuras construidas por el hombre para recoger agua (aljibes y albercas), por la ausencia de arroyos con aguas permanentes, la situación hoy en día es muy delicada. Las poblaciones de las sierras de la comarca de los Montes (Parapanda, Morrón, Zegrí), las de las Sierras de Almijara, Baza, Seca) se encuentran hoy en día gravemente amenazadas de desaparición, y dependen de las pocas fuentes y albercas que todavía no se han secado o no han sido modificadas para su uso humano o para la agricultura intensiva. Tenemos por tanto una serie de pequeñas poblaciones aisladas entre sí, y que año tras año van perdiendo sus puntos de reproducción. La situación en otras sierras más húmedas como las de Castril o la Sagra, es menos alarmante, pues la presencia de pequeños cursos de agua permanentes y con aguas limpias garantiza la reproducción año tras año. En estos casos la especie no depende tanto de fuentes y abrevaderos.

Al importante problema que supone la pérdida de puntos aptos para la reproducción, se une la introducción de especies foráneas en las albercas y arroyos, principalmente carpas y cangrejos americanos. Estos animales depredan principalmente las larvas, por lo que a corto plazo producen la extinción local en la zona donde se encuentran, pues no permiten el relevo generacional. Especialmente extendido y grave es el caso de la introducción de peces, pues mucha gente lo hace de forma inconsciente y sin saberlo perjudican tanto al Sapo partero como a otras especies de anfibios. Conocemos multitud de casos, incluso en zonas protegidas como parques naturales. Hemos comprobado como la retirada de los peces, supone una colonización rápida, y en poco tiempo comienzan a verse de nuevo larvas, siempre y cuando no se hayan extinguido los adultos en la zona de actuación. En una alberca de Colomera se retiraron hasta en 3 ocasiones las carpas comunes que un particular había depositado en una alberca donde criaban los sapos. Tras hablar con el propietario y explicarle la situación hemos conseguido que no suelte más peces y que los sapos vuelvan a criar.

Fuentes