Enrique I de Portugal

Enrique I de Portugal
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Rey de Portugal
1578 - 1580
Predecesor Sebastián I de Portugal
Sucesor Junta gobernativa
Coronación 5 de agosto de 1578
Nombre real Enrique de Avís
Otros títulos Arzobispo de Braga y Gran Inquisidor antes de ser nombrado cardenal de la Iglesia Católica
Nacimiento 31 de enero de 1512
Lisboa, Bandera de la República Portuguesa Portugal
Fallecimiento 31 de enero de 1580
Almeirim, Bandera de la República Portuguesa Portugal
Casa Real Avís-Beja
Dinastía Avís
Padre Manuel I de Portugal
Madre María de Aragón y Castilla

Enrique I de Portugal. Arzobispo de Braga y Gran Inquisidor antes de ser nombrado cardenal de la Iglesia Católica, quien llego a ser Rey de Portugal a la muerte de su sobrino nieto Sebastián I de Portugal. Fue también llamado Enrique el Cardenal, el Piadoso y el Casto.

A su muerte en 1580, después de un breve reinado de diecisiete meses, la línea masculina de la familia real, que había establecido su descendencia en Enrique, primer conde de Portugal, llegó a su fin, y Portugal se convirtió en una presa fácil de Felipe II de España. [1]

Síntesis biográfica

Primeros años

Enrique de Avís, nació el 31 de enero de 1512 en Lisboa, Portugal. Hijo del Rey Manuel I de Portugal, apellidado el Afortunado y la infanta María de Aragón y Castilla. Era el hermano menor del rey Juan III de Portugal y como hijo menor no se esperó nunca que llegara al trono portugués. Vino al mundo en una época en que las campiñas próximas estaban cubiertas de nieve, fenómeno raro en la capital portuguesa y que hizo sacar conclusiones a los supersticiosos del siglo XVI acerca del destino del príncipe. Se juzgó aquella nieve como un presagio de pureza suprema, y el recién nacido infante fue destinado a la iglesia.

Sus estudios clásicos fueron completos, y para que los terminase de un modo brillante se logró que desde el Brabante se trasladase a Portugal el primer helenista de aquel tiempo, Clenard, que le enseñó el griego. Enrique residía entonces en Évora, cuando aún era muy joven, llevó Enrique la más sencilla y estudiosa vida, a pesar de su nacimiento. A temprana edad, tomó las órdenes sagradas para promover los intereses portugueses en la Iglesia Católica, entonces dominada por España. [2]

Trayectoria eclesiástica y reinado

Ascendió con rapidez en la jerarquía de la iglesia, convirtiéndose sucesivamente en Arzobispo de Braga en 1532, Arzobispo de Évora y posteriormente en 1539, Gran Inquisidor. Se dice que no desplegó en el terrible tribunal la severidad característica de aquel tiempo, aunque multiplicó el número de tribunales del Santo Oficio. Así, a sus esfuerzos se debió el establecimiento de la Inquisición en Goa, donde este tribunal obró del modo que 100 años más tarde dio a conocer el doctor Dellón en un relato espantoso. Se esforzó más que nadie en llevar a los jesuitas de Portugal al imperio colonial. Fue revestido por el Papa Paulo III con la dignidad de Cardenal en 1545, y estuvo a punto de ser elegido sucesor del pontífice.

Sirvió como regente de su sobrino-nieto, el Rey Sebastián I, hasta que la muerte este, el 5 de agosto de 1578 en la desastrosa batalla de Alcácer Quibir, le dio la corona de Portugal. El nuevo monarca halló en Cristóbal de Mora, antiguo secretario de estado de la reina Catalina de Austria y fiel servidor de los planes de Felipe II de España, un hábil cooperador. Dando muestras de sus humanitarios sentimientos, envió al África eclesiásticos y algunos hombres valerosos para rescatar a los numerosos cautivos que sufrían en poder de los musulmanes. Le preocupó luego la suerte futura del reino, sin embargo por desgracia le abandonó en aquella ocasión suprema el buen sentido que había demostrado algunas veces en el despacho de los negocios.

Revestido desde su infancia con las órdenes sagradas, abatido por el peso de los años, malhumorado, atacado de una tisis que había llegado al último periodo, abrigó un momento la idea, que puso en práctica de solicitar del Papa dispensa para contraer matrimonio a fin de poder dar continuidad a la Dinastía de Avís. Sus consejeros le animaron en tal sentido, y el embajador portugués en Roma trató de activar la tramitación de la dispensa, que, por el contrario, entorpecía el representante de Felipe II en la corte pontificia. Como todos conocían el estado en que el rey se hallaba, no pudiendo creer que este abrigara la esperanza de tener descendiente, se llegó a sospechar que su intención era legitimar algún hijo que en su juventud hubiese tenido y cuya madre aún viviera. Como era de esperar el Papa Gregorio XIII, aliado de los Habsburgo, no lo liberó de sus votos.

Descubrimientos históricos del siglo XIX enseñan, al decir de muchos, que el rey - cardenal tenía un heredero, que en justicia debieran haber reconocido todas las naciones de Europa. Antonio, prior de Crato, no era, como se ha supuesto largo tiempo, hijo ilegítimo del infante Luis, hermano de Juan III. La alianza que Luis contrajo con Violante Gómez, apellidada la Pelicana, había recibido la bendición de la Iglesia, y por lo tanto nada se oponía, dado que sea cierto el secreto matrimonio, a que el hijo de Luis ocupase el trono. Le recibió en un principio con benevolencia el rey cardenal, más por sus propias cartas sabemos el pesar que experimentó un poco más tarde por haber dado públicamente a Antonio el título de sobrino. No había transcurrido mucho tiempo cuando se fijó en todos los edificios religiosos de Lisboa un decreto que declaraba que Antonio no tenía derecho alguno para reclamar la corona, y que no debía prolongar su estancia en la capital, de donde se le desterraba. Se equivocaron los que creyeron que el rey permanecía indiferente ante las revueltas que amenazaban el reino.

Consultando sus cartas dirigidas a Cristóbal de Mora se ve que dominaba el terror en su alma al considerar los dolorosos acontecimientos que debían seguir a su muerte, pues las pretensiones de los príncipes rivales hacían entrever para el país luchas interminables. Felipe II, Catalina de Médicis, Isabel I de Inglaterra, Manuel Filiberto, duque de Saboya, Catalina, duquesa de Braganza, Alejandro, príncipe heredero de Parma y el pontífice Gregorio XIII hacía valer sus derechos, y ponían para lo futuro en grave peligro la independencia de Portugal. Un acta que hubiese reconocido la validez del casamiento del infante Luis, habría terminado todas estas alternativas. Debe, pues, creerse que el; monarca portugués no creyó nunca en la legitimidad de la unión de su hermano, lo cual es un argumento poderoso contra el supuesto matrimonio secreto, o que, vivamente preocupado de la ligereza de carácter de Antonio, no quiso confiarle la suerte del estado.

El disgusto con que miraba a Felipe II pasó a ser formal enojo a consecuencia de las observaciones que por orden del segundo hizo al primero Fray Hernando de Castilla, docto religioso de la orden de Santo Domingo. Comprendió el rey de España que el hacer valer sus derechos pacíficamente sería difícil, y determinó prepararse para si llegaba el caso de apelar a la última razón de los reyes. Entonces fue cuando gastó sumas fabulosas en rescatar a los cautivos de Alcácer Quibir, sin distinción de nobles y plebeyos, sin embargo de lo cual comenzó a preparase para la guerra. La generosidad de Felipe surtió, empero, muy buen efecto, y cuando de regreso entraron en Lisboa los rescatados cautivos del pueblo le bendecían y le vitoreaban por calles y plazas. Mora en tanto ganaba terreno y aumentaba el partido del rey de España, y es fama que sus servicios fueron en aquella ocasión relevantísimos, porque él, más aún que las armas, dio a Felipe II la corona lusitana. Enrique, quizás desconfiado de obtener la dispensa, decidió publicar una formal notificación, hecha a cuantos se creyeran con derecho a la corona, para que por medio del procurador le expusieran en el preciso término.

Muerte

El cardenal-rey murió a los 68 años de edad, el 31 de enero de 1580 en Almeirim, Portugal, sin haber designado un Consejo de Regencia para elegir al sucesor. Uno de los más cercanos demandantes dinásticos era el Rey Felipe II de España que, en noviembre de 1580, envió al Duque de Alba para reclamar Portugal, por la fuerza. Lisboa, pronto cayó, y Felipe fue elegido Rey de Portugal con la condición de que el Reino y sus territorios de ultramar no se convirtieran en provincias españolas.

Referencias

  1. Enrique I de Portugal. Disponible en: Enciclopedia 1911
  2. Enrique I de Portugal. El Casto. Disponible en: Monarquías de Europa y del Mundo

Fuentes

  • Enrique I de Portugal. Disponible en: Diccionario enciclopédico hispano americano de literatura, ciencias, artes, etc. Edición profusamente ilustrada Tomo VIII p. 381 y 382
  • Enrique I de Portugal. El Casto. Disponible en: Monarquías de Europa y del Mundo
  • Enrique I de Portugal. Disponible en: Enciclopedia 1911