Celia Sánchez

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Plantilla:Personaje histórico

Celia Sánchez Manduley

Datos biográficos

La hija del doctor

Celia Esther de los Desamparados, hija del médico Manuel Sánchez Silveira y la manzanillera Acacia Manduley Alsina, nació en Media Luna el 9 de mayo de 1920. Aprendió a leer y las cuatro reglas matemáticas con Beatriz Pernía. Luego asistió a la Escuela Pública número 4, donde le impartía clases Adolfina Cossío (Cucha). El doctor Sánchez Silveira complementaba la labor de la educadora cuando les hablaba a sus hijos de los próceres, los llevaba a sitios históricos como San Lorenzo, Peralejo y Dos Ríos, les estimulaba a leer La Edad de Oro y, los Versos Sencillos de José Martí.

En 1940, cuando la familia se mudó para Pilón, Celia quedó impactada con la pobreza de los campesinos de la zona. Organizó verbenas, secundadas por gente generosa, para ayudar a las familias pobres y comprarles juguetes a los niños. Comprendió que la caridad no bastaba, era necesaria una solución política y se afilió al recién fundado Partido Ortodoxo, del cual su padre fue dirigente municipal. Después del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, vislumbró que entonces la única opción era la lucha armada y se involucró en diversas organizaciones insurreccionales.

A mediados de 1955, según testimonio escrito de la propia heroína, Manuel Echevarría fue a Pilón “para la cuestión del Movimiento 26 de Julio, ya como organización, y me pidió ir a Santiago a ver a Frank”. Echevarría, fundador del Movimiento en Manzanillo, aseveró al autor de este trabajo que no recibió orientación alguna, con respecto a incorporarla, ni de Santiago ni de La Habana. “Ferrón, dirigente de la Ortodoxia en Niquero, nos habló de ella. Fue una iniciativa nuestra ir a Pilón.”

En el Movimiento 26 de Julio nunca tuvo cargos, aunque asumió tareas relevantes. Con su nombre de guerra, Norma, devino figura legendaria en los días de los preparativos de la expedición del Granma y del inicio de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.

Norma, la heroína

Con ese nombre de guerra, devino figura legendaria en los días de los preparativos de la expedición del Granma y el inicio de la lucha guerrillera en la Sierra.

A Celia le preocupaba la falta de noticias sobre los expedicionarios del Yate Granma y el no saber nada de Frank País y los compañeros de Santiago de Cuba después del levantamiento del 30 de noviembre. Por ello, el 2 de diciembre de 1956 marchó hacia Campechuela junto con Beto Pesant, entonces uno de los jefes del Movimiento 26 de Julio en Manzanillo, para hacer contacto con la red de colaboradores que tenía allí. Al llegar al pueblo, ella se separó de su acompañante y fue hacia un café bar, sitio de reunión escogido.

Nunca se ha sabido si fue por una delación o que resultó detectada por el aparato represivo del régimen, lo cierto es que de pronto frente al cafetín se detuvieron tres perseguidoras. El primer policía en entrar hizo como si no la reconociera, le debía favores al padre de la heroína, pero los demás vociferaron: “Está aquí”. La hicieron sentarse en una silla y dos sicarios se pusieron a su lado. En cada puerta del local colocaron dos guardias.

Celia se percató de que en una vidriera del establecimiento, pegada a la misma puerta, vendían cigarros, chicles, caramelos y otras chucherías. Pidió permiso para comprar una caja de fósforos. La dejaron ir adonde la vendedora. Volvió a su asiento, encendió un cigarro y le preguntó a la muchacha: “¿Tú tienes chicles?” Ante el asentimiento de la dependiente, volvió a pedir permiso: “Voy a comprar una caja de chicles”. No le dio tiempo a sus captores. Años después la propia Celia relataría: “Cuando me levanté y fui a la vidrierita, prendí una carrera. Había una acera muy alta y allí mismo me tiré y empecé a correr”.

La sorpresa paralizó a los guardias. Al reaccionar, trataron de atajar a la revolucionaria. La gente, consciente o inconscientemente, les frenaba el paso. Tiraron al aire pero Celia seguía corriendo como una gacela en peligro. “Nunca pensé en meterme en una casa, porque me acorralaban. Y corrí, corrí, corrí.” Se internó en un solar lleno de maleza. “Me quedé tranquilita, para que no se moviera la hierba.”

Al rato, cuando ya nadie la perseguía, comenzó a arrastrarse. Perdió el rumbo y se encontró con que estaba cerca del cuartel de Campechuela. “Volví hacia atrás y caminé mucho otra vez, pero ya sabía dónde estaba. Seguí arrastrándome hasta ir a la carretera.” Con señas detuvo un auto. “Resultó ser un señor llamado Graña que yo conocía de Manzanillo, quien tenía un taller al que yo iba mucho, me había tapizado los asientos de mi máquina.”

Él accedió a llevarla cerca de Manzanillo. Por el camino se les unió Pesant. Descendieron en las afueras de la ciudad, cruzaron un campo de caña y en Barrio de Oro contactaron con gente del Movimiento.

Dos días después, ya en una casa amiga, en Manzanillo, es que a Celia la pudo atender un médico. Tenía fiebre alta, dolor de cabeza y las piernas hinchadas por las espinas que se clavó al arrastrarse en la maleza.

El embarazo de Norma

Era el 5 de diciembre y no había noticias aún de los expedicionarios. Sin reponerse de sus dolencias, Celia decidió viajar a Santiago para debatir con Frank planes futuros. Para burlar la persecución policíaca, se cortó el pelo, se hizo melena y cerquillo y se vistió con una bata de maternidad, ya que se había colocado alrededor de la cintura una barriga postiza confeccionada en tiempo récord. Acompañada por Geña Verdecia, partió para Santiago de Cuba en ómnibus. El vehículo se detuvo en el cuartel de El Cobre para que los guardias lo registraran y, de paso, chequear a los pasajeros. Un soldado le ofreció café al chofer. “¿Y al pasaje, no?”, protestó la “embarazada” Norma. “Bueno, también”, le sonrió el uniformado.

Geña, aunque se quería morir, comenzó a descender del ómnibus junto con Celia. “Deje, se lo traemos aquí”, le dijeron muy amables. “No, no, bajamos.” Otro soldado la ayudó. “Mire, tenga cuidado, que hay que saltar trincheras y barricadas.”

En la cocina del cuartel, buscaron un taburete. La trataron como si fuera de cristal. “No se recueste, que eso es peligroso, se puede caer.” Colaron café para ella y comenzaron a conversar. A los soldados se les soltó la lengua y hablaron del desembarco, de los sucesos de Alegría de Pío, de la persecución de que eran objeto los expedicionarios. Celia tomaba nota mentalmente de las indiscreciones.

Al llegar a Santiago, Norma se entrevistó con Frank. Ella no creía en la muerte de Fidel Castro. “No han mostrado su cadáver. Está vivo y no ha sido capturado”, alegaba.

La querida madrinita

El 19 de noviembre llegó Mongo Pérez a Manzanillo con la noticia de que Fidel, Raúl y otros compañeros estaban vivos y a salvo entre gente amiga de la Sierra. Cuando Mongo regresó de Santiago, adonde había ido a entrevistarse con Frank. Celia le entregó 267 pesos para Fidel.

El 23 de diciembre despachó a Geña Verdecia y otros dos militantes del Movimiento hacia la Sierra con 300 balas y nueve cartuchos de dinamita. Seis días después, con la misma Geña y otro combatiente, el envío fue de ocho granadas, remitidas por Frank, cuatro peines de ametralladoras, mechas y cartuchos de dinamita, fulminantes y unos libros de Historia de Cuba solicitados por el médico argentino a quien todos llamaban Che. Veinticuatro horas más tarde, expidió al primer refuerzo, 11 combatientes de Manzanillo seleccionados y pertrechados por ella.

No se detuvo. Siguió enviando, ya fuera por solicitud del aún incipiente Ejército Rebelde o por iniciativa propia, ropas, gorras, hamacas, frazadas y otros útiles. A tal punto Manzanillo se convirtió en la retaguardia de la guerrilla, que Raúl Castro le confesó en un mensaje: “Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti, te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del destacamento”. Y a todo lo largo de 1957 sus misivas a Celia iban dirigidas a “Querida madrinita”.

Cuando Aly sustituye a Norma

A finales de abril de 1957, se incorporó a la guerrilla durante varias semanas. Desde entonces y hasta el instante de su muerte, el 11 de enero de 1980, su trabajo permanente junto a Fidel la convirtió en su colaboradora más estrecha, en testigo y participante activa de los momentos más trascendentales de la Revolución en ese periodo, de todas las actividades relevantes y las obras más significativas emprendidas después del triunfo. Al decir de su biógrafo principal, Pedro Álvarez Tabío, la vida de Celia, desde los días del Granma y la Sierra, “está tan imbricada con la historia misma de la Revolución Cubana y de Fidel, que resulta imposible separar una de otra”.

El 28 de mayo, como integrante del pelotón de la comandancia, combatió en El Uvero, M-1 en ristre. A pocos pasos de ella, cayó mortalmente herido Julito Díaz. Como solía decir el historiador Pedro Álvarez Tabío, Celia tiene el mérito histórico de haber sido la primera mujer combatiente del Ejército Rebelde y de haberlo hecho bien.

Archivo:Celia y fidel.JPG
Primera foto de Fidel y Celia (febrero de 1957). Desde entonces su trabajo permanente junto al Comandante en jefe la convirtió en su colaboradora más estrecha

Pocos días después de esa acción, Fidel la envió de nuevo al llano con importantes encomiendas. Esta resultó la etapa de mayor peligro, pues a la ya implacable persecución contra ella se sumó la traición de un expedicionario del Granma, quien delató a muchos de los colaboradores del Movimiento.

Hasta mediados de 1957 la heroína había utilizado, además de Norma, los seudónimos de Lilian, Carmen y Caridad. El 18 de julio de ese año, en un mensaje de Frank a la Sierra, apareció el nuevo nombre de guerra de Celia: Aly. Sin embargo, estaba tan enraizado el apelativo de Norma, que le continuó llamando así en misivas posteriores.

Lo mismo sucedía a los combatientes del Ejército Rebelde, quienes tres días después, en una carta colectiva enviada a David (Frank País), afirmaban: “En cuanto a la Sierra, cuando se escriba la historia de esta etapa revolucionaria, en la portada tendrán que aparecer dos nombres: David y Norma”.

Su muerte

Celia asumió importantes tareas y responsabilidades después del triunfo revolucionario hasta su muerte el 11 de enero de 1980.

Fuentes consultadas

  • Los documentos que aparecen en el Fondo Celia Sánchez, de la Oficina de Asuntos Históricos (OAH) del Consejo de Estado, así como los que se hallan en el Depósito de Testimonios de esa institución.
  • Los libros Celia, ensayo de una biografía, de Pedro Álvarez Tabío, y La clandestinidad tuvo un nombre: David, de Yolanda Portuondo.
  • Testimonios de Silvia, Flavia y Griselda Sánchez Manduley (1990), Berta Llópiz (1990), Manuel Echevarría (1990 y 2005), María Antonia Figueroa (1990 y 2000) y Micaela Riera (1990).
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