El hombre tranquilo (película de 1952)

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El hombre tranquilo
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Drama romántico, Clásicos del cine | Bandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos
129 min
Otro(s) nombre(s)The Quiet Man
Estreno1952
GuiónFrank S. Nugent, John Ford
DirectorJohn Ford
Dirección de Fotografía]]Winton C. Hoch]], Archie Stout
PaisBandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos

El hombre tranquilo. Película que contiene una visión de Irlanda de un irlandés nacido en Estados Unidos. Ganó dos Oscar, al mejor director y a la mejor fotografía en color, y obtuvo otras cinco nominaciones: película, guion, actor de reparto, dirección artística y sonido.

Sinopsis

Al pueblo irlandés de Innisfree llega un forastero que resulta ser oriundo de la comunidad, hijo de una familia que emigró a los Estados Unidos. Huyendo de un pasado turbulento (era un boxeador profesional que en el transcurso de un combate lesionó accidentalmente a su contrincante, que falleció a causa de la pelea), el recién llegado adquiere la que fuera casa de sus mayores, granjeándose la enemistad del cacique local. Cuando se enamora de la hermana de su enemigo, empieza el camino que le llevará a enfrentarse con su realidad y a aceptar la cultura de sus ancestros. Por el camino habrán quedado una resurrección personal, un amor con final feliz... y una buena dosis de whisky y bofetadas...

Reparto

Crítica

Tierra mítica

No es posible rodar con más acierto y elegancia una carrera de caballos. No se puede retratar mejor el paso de los hombres en la hierba. No hay forma de filmar mejor el movimiento.

No es posible prender mejor los cigarrillos.

El verde habla por la boca de Innisfree, igual que el amarillo en una tela de van Gogh o los azules insondables en los lienzos de Chagall.

Sean Thorton huye del mundo y cruza la frontera. El fuego de una cabellera guía sus pisadas. En un principio, no consigue comprender las reglas imperantes. Nadie permanece quieto en Innisfree pero la suma de todos los desplazamientos, de todas las idas y venidas, de todas las corrientes y veredas, es igual a cero. El tren que llega nunca ha de partir.

Ludopatía y alcoholismo son sencilla melodía, canción coral o esparcimiento. No hay enfermos mentales ni cirrosis y el dinero es sólo de latón, papel sin vida.

No existe la violencia en Innisfree. Los golpes no hacen daño. La muerte es una cruz torcida al borde del camino.

John Ford toma los vicios, los suaviza, y crea un universo lleno de virtud. Divide en dos el alma de los hombres y se deshace de la parte más oscura. Extrae la luz que existe en todas las miradas, se alía con el viento.

Innisfree es feliz, del mismo modo en que lo son nuestros recuerdos más preciados de la infancia.

Al fin, una advertencia: no trates de llegar hasta Innisfree fuera del cine. Te toparías con la cruda realidad.

Y un consejo: evita cualquier juicio en clave moralista.

¿Qué sentido tiene atribuirle ideología temporal a aquello que, por su naturaleza, está fuera del tiempo?

Algo más que una película

No hay razones objetivas para decir que es mi película favorita, pero voy a hacer un esfuerzo.

Quizás es que no hay otra cinta que me haga llegar con tanta intensidad la alegría de vivir, la camaradería, la sencillez de lo realmente importante o que me río a carcajadas con M. Flynn (“cuando bebo agua bebo agua, cuando bebo whisky bebo whisky” o “¿Se sabe la del conde y la cabra?”). A lo mejor es por la nostalgia de una Irlanda alejada (acertadamente ya que no encajaría en absoluto) de consideraciones político-nacionalistas, por lo onírico del paisaje, por la forma de presentarnos a Mary Kate y su melena roja, por el romanticismo y el impagable sentido del humor con que nos muestra Innisfree, el carisma de los actores (ni siquiera hablo de interpretaciones)... lo que sea, tampoco importa mucho.

Lo que está claro es que sea lo que sea lo que tenga esta cinta es irrepetible, ni siquiera el propio Ford consiguió emularlo en La tarberna del Irlandés. Innisfree acaba siendo tan del espectador como de Sean Thorton. Hasta la palabra magia se queda corta para definirla.

Por último: no me parece que la película sea misógina, el personaje de Maureen O'Hara es como el resto de habitantes del pueblo, nada tiene que ver su sexo (más bien se trata del choque entre un hombre de mundo, que ha vivido en los EEUU, y la tradición de un pueblecito encerrado en sí mismo). Y en cuanto al trato que Wayne le dispensa... bueno, ella tampoco se queda corta.

Y luego la banda sonora que incrementa la sensación de estar viendo un cuento alejado completamente del mundo real, un espacio más cerca del territorio de los sueños, las nostalgias y la leyenda.

En definitiva, hoy por hoy, mi película favorita. Pero no sabría explicar la razón (todo lo que he dicho me parece vago, sin el peso suficiente para decidir la película predilecta de nadie), a lo mejor es porque me gusta como me gustaban las películas cuando tenía doce años, sin más, sin calentarme la cabeza.

Filmar lo intangible

Esa escena, increíble, en la que Maureen O'Hara danza entre sus muebles recién recuperados, esa escena... ¿cómo puede filmarse lo intangible, cómo diablos puede filmarse la emoción pura? He visto esta película 27 veces (lo llevo anotado en mi agenda) y, maldita sea, nunca, nunca consigo evitar las lágrimas para cuando al final entra el sonido de las gaitas.

Fascinante historia de amor

Cuarto y último Oscar de John Ford. Rodada en Irlanda, se basa en el relato breve "Green Rushes", de Maurice Walsh, publicado (1933) en el "Saturday Evening Post". Obtuvo 7 nominaciones a los Oscar y ganó 2 (director y fotografía). Fuera del circuíto de las grandes estudios, fue producida por Merian C. Cooper, G.B. Forbes y John Ford. Se estrenó el 14-VIII-1952.

La acción tiene lugar en Innisfree (Irlanda), en torno a 1933. Narra la historia de Sean Thorton (John Wayne), antiguo boxeador, que regresa a la tierra de sus antepasados. Conoce a Mary Kate Donerhan (Maureen O'Hara), hermana del bravucón "Red" Will (Victor McLaglen). La enemistad entre Sean y Will hará difícil el noviazgo de los enamorados.

La película está ambientada en los años 30, lo que permite exponer las antiguas costumbres sobre las relaciones entre los jóvenes casaderos, dependientes de autorizaciones familiares, de la figura imperativa del acompañante-carabina y de la dote de la mujer. El cuadro es rico en matices y de gran ineterés documental. La sumisión de la mujer repecto del padre o, en su defecto, del hermano mayor y después del marido es abordado con precisión narrativa y una dosis acertada de sentido burlón y crítico. Mary Kate acepta el papel que socialmente se le asigna, pero lo hace desplegando un grado elevado de independencia, criterio propio y orgullo personal, que convierten al personaje en una figura respetable y seductora. Se exaltan los valores de la tolerancia, solidaridad, amistad y sinceridad. Destaca la escena de los vítores de los católicos, incluído el párroco, a favor del Rvdo. Cyril Playfair (Arthur Shields), de la protestante Iglesia Irlandesa, para evitar su traslado. La película desvela al espectador antes que a los actores el secreto que esconde la aversión de Sean a las peleas. Con ello la obra obtiene la complicidad del público y su inmersión en la acción como partícipe de la misma. Destacan la escena de la conversación en el cementerio, la carrera de caballos en la playa y la final.

La música incluye una vibrante partitura original de aires celtas y románticos. Incorpora, además, canciones populares tan bonitas como "Turalye Anne", "Galway Bay" y "The Isle Of Innisfree". La fotografía aprovecha la belleza natural de la campiña y de la costa irlandesa, realiza con maestría las escenas de acción y construye un homenaje al pueblo llano irlandés, a sus costumbres tradicionales y a la característica prevalencia en el mismo de la tipología pelirroja. El guión combina elementos de drama, romance y comedia, en las justas medidas para crear un obra equilibrada, seria y deliciosa, con lances de humor que mueven a la carcajada. Con interpretaciones excelentes, Wayne y O'Hara coinciden por segunda vez como pareja protagonista. La dirección elabora un cálido homenaje a Irlanda y, muy especialmente, al condado de Galway de donde era originaria su familia.

La película es un canto a la vida, al amor y a la amistad. Deliciosa e imprescindible.

Color

Una noche de chuzo en Dublín se me enganchó a pintas un colgao de Coslada. A la pregunta de qué hacía en la capital irlandesa tuvo los huevos de responderme que sólo estaba de paso, que había visto The Quiet Man un par de meses ha y tomó la decisión de coger sus bártulos camino de Innisfree.

Yo no le dije nada, pero me quedé un poco flipao. Hay que ser friki. Se conoce que el pavo no había visto muchas pelis de Ford, y no iba a ser yo el que le quitase la ilusión, el que le dijese que el irlandés era capaz de crear universos paralelos en aldeas de mala muerte. Cualquiera le dice que no existen las hostias simpáticas, ni las dulces pastorcillas. Que no se iba a besar bajo la lluvia con música de fondo, ni su caballo frenar en seco frente a la taberna. No me apetecía acabar la noche con una guiness por sombrero.

Esos edenes fordianos sólo pueden (y deben) disfrutarse en pantalla y después en la imaginación.

Le perdí la pista, pero me juego la dote a que a las dos semanas se volvió con el hocico incrustado en las rodillas a la corrupta realidad del comisario Ginés en su Coslada natal.

Fuentes