No hay que llorar

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No hay que llorar
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Título originalNo hay que llorar
Autor(a)(es)(as)Arístides Vega Chapú
Editorial:Ediciones La Memoria
ISBN978-99-713-87-6
PaísBandera de Cuba Cuba
PremiosPremio Memoria 2009

No hay que llorar es una obra literaria que aborda el tema del período especial en Cuba, con énfasis en los primeros cinco años los cuales fueron los más difíciles para el país.

Sinopsis

Este libro es un documento valioso para muchos, desde quienes aspiran solo a disfrutar, sentir, conmoverse con la anécdota, hasta quienes buscan desentrañar explicaciones que sobrepasen cifras, conceptos y estructuraciones y, de ser posible, el anecdotario mismo. Y es, además, un libro que llama a la evocación, a la memoria incómoda que vamos ocultando en los desvanes, postergándola, con el secreto deseo de que se volatilice. Cada lector encontrará en esta obra los elementos que por sí mismo sea capaz de rescatar, a pasos y ritmos diferentes, a diferente calibre de mirilla.

Es un libro disímil, donde los juicios contrapuntean, acaso sin proponérselo. Como aprendimos de José Martí, las circunstancias difíciles, extremas, definirán el valor de las personas. De ahí que cada uno con sus resultados de definición haga de su testimonio carta de presentación tras la terrible, dura, contingente circunstancia histórica del llamado Período Especial.

Sobre la obra declaró el autor, Arístides Vega Chapú:

“Tuve necesidad de juntar esos testimonios porque mi hija menor llegó de la escuela a la casa un día, preguntando qué había sido el Período Especial. Me pareció que no debíamos perder esa memoria, como parte importante de la historia más reciente de nuestro país".
Arístides Vega en la presentación del libro No hay que llorar

Datos del libro

Editorial: Ediciones La Memoria
Año de publicación: 2011
Cantidad de páginas: 150
ISBN: 978-99-713-87-6

Datos del autor

Arístides Vega Chapú (Santa Clara, 1962) es poeta, narrador y promotor cultural. Labora en el Centro provincial del libro y la literatura de Villa Clara. Ha publicado más de diez libros de poemas, y tres novelas, dos de ellas para jóvenes. Ha obtenido varios premios literarios. Posee la Distinción por la Cultura Nacional.

Criterios sobre la obra

Celia Medina Llanusa, escritora y periodista cubana:

“El texto, que constituye una compilación de testimonios sobre el llamado período especial, contribuirá a que los más jóvenes, cansados de escuchar los relatos de sus padres, comprendan en qué extrañas circunstancias llegaron al mundo, y cuánto esfuerzo, actos delictivos e imaginación desplegamos para sustentarlos en medio del peor huracán económico que nos ha azotado en los últimos cincuenta y tantos años…”

Laidi Fernández de Juan, escritora y periodista cubana:

“Lo primero que llama la atención es la diversidad del volumen en cuanto a casi todo: Aunque predominan los autores masculinos, (solo once mujeres brindaron sus testimonios, en contraste con veinticuatro hombres), están presentes ambos sexos y, por consiguiente, ambas posturas de género. Las edades fluctúan entre treinta y dos y setenta, siendo el promedio de edad de cuarenta y ocho años. Aunque todos los testimoniantes pertenecen al mundo de la cultura (poetas, narradores, dramaturgos, editores, guionistas, ensayistas, una pintora, un historiador, actores y críticos), son los primeros quienes predominan. El país está representado por autores(as) de casi todas las provincias, aunque la mayoría vive en Santa Clara y La Habana, y solo cuatro de ellos se encuentran actualmente fuera de Cuba. La memoria, esa gran regidora de conductas, no se deja traicionar por nada en este libro, ni permite imágenes distorsionadas de lo que fue la etapa cubana más difícil después del año 1959. La perspectiva de cada quien, el prisma a través del cual fueron asumidas las dificultades que nos cayeron encima con la fuerza de un cataclismo inesperado en los años noventa del siglo pasado, se refleja en los testimonios particulares de cada autor(a). Como ejemplo de esta diferente manera de afrontar la penumbra en la cual transcurrió esa angustiosa parte de nuestras vidas (y digo penumbra como metáfora y también como reflejo de los inacabables cortes de luz), me referiré justamente al aspecto cultural.”

Mildred de la Torre Molina, Escritora, Doctora en Ciencias Históricas, investigadora auxiliar del Instituto de Historia de Cuba y profesora auxiliar de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana:

“Resulta apreciable la honestidad de la mayoría de los protagonistas del libro. La crudeza, valentía y, sobre todo, capacidad para penetrar en los grandes avatares de entonces.

Como suele suceder, hay testimonios de mayor valía intelectual, donde lo trágico cotidiano se imbrica con la lógica del mundo concreto vivido. Ello se evidencia en quienes no dejaron de soñar, crear y apostar por el futuro. Así se expresaron Virgilio López Lemus, Arturo Arango, Guillermo Vidal, Aitana Alberti, Lourdes González, Laura Ruiz, Alberto Edel Morales, Enid Vian, Ricardo Riverón y Lina de Feria. Por supuesto, la verdad dicha desde el sufrimiento es digna de tenerse en cuenta si de construcción de una época o período se trata.

El hilo conductor del libro se muestra progresivamente en la medida en que sus actores hilvanan lo común para todos a través de la conducta individual. De esa forma resultan observables los multioficios ejercidos, junto a los recursos espirituales, para sostener la precaria supervivencia. Esta última se convirtió en la meta de cada día. No hubo diferencias clasistas y sectoriales. La sociedad se mostró dolorosamente equitativa, al menos para quienes dependían de sus propios medios económicos y vivían permanentemente en Cuba.

El libro de Arístides Vega no da cabida al olvido. Para ser más exactos y precisos, sus testimoniantes, entre los que se encuentra él, fortalecen el recuerdo.”

Rafael González Escalona, intelectual cubano:

“La generación a la que pertenezco lleva las huellas de la época en su físico, en su estatura, en sus enclenques brazos que ya hereda la incipiente prole que comienza a aparecer. Si algún recuerdo conservo es el de las noches de apagón, en las que toda mi familia se acomodaba sobre la hamaca instalada en el balcón del cuarto piso en que vivíamos para disfrutar de alguna brisa, por ligera que fuera, a despecho de las picadas de mosquito, mientras matábamos las horas jugando a reconocer canciones tarareadas. Apenas poco más.

Sin embargo, existen una Cuba compuesta por millones de personas no tan jóvenes como yo, quienes vivieron esos sombríos días con una intensidad quizás solo equiparable a la efervescencia de la primera década de la Revolución, tal vez porque en ambos se jugaba la vida los destinos de la nación. Por ellos, por la mágica victoria de salir adelante cuando todos los presagios nos eran adversos, era necesario un libro como “No hay que llorar” (Ediciones La Memoria, 2011). Obra imperativa e impostergable la de Arístides Vega Chapú, que nos muestra las cicatrices (no del todo curadas en muchos casos) dejadas en escritores y artistas por esa realidad avasalladora que nos sumergió en la más profunda confusión, apenas comenzados los años noventa.

Oscuridad, duro, hambre, esperanza; son palabras que se repiten una y otra vez a lo largo de este rosario de anécdotas y cuentos que dibujan el contradictorio lienzo que fue nuestra nación durante el Período Especial. Muy acertadamente, Arístides Vega hilvana 36 testimonios (si contamos el prólogo de Jorge Ángel Hernández) recogidos desde diversos rincones del mundo, coincidentes unos, en las antípodas otros, y que desde las más variadas posturas y en acto de absoluta franqueza ilustran cómo se pudo sobrevivir sin nada de lo que parecía elemental hasta entonces, degustando gato por liebre –si se tenía esa suerte- o vendiéndolo todo para llegar al día siguiente.”

Jorge Ángel Hernández Pérez, Poeta, narrador y ensayista cubano, prologuista del libro:

“Vega Chapú es un conversador empedernido, detallista y simpático. Partiendo de tales virtudes, consigue el testimonio de escritores de varias generaciones, con modos diversos de expresión, creencias y credos religiosos y políticos. Así, unos se explican a sí mismos, otros intentan entender qué ha sucedido y cómo, en tanto otros se esfuerzan en revelar al oyente cuanto quisieran que aprendiese. Vocablos del habla cotidiana en uso como Paladar o merolico, originarios de telenovelas, se emplean como si siempre hubiesen existido en nuestra lengua de a diario. Así prolifera además una serie de términos surgidos al pie de esa inventiva angustiosa, irrenunciable, a la que todos nos vimos impelidos. La marca de haberlo vivido en circunstancias de sobrevivencia, parece eximir a los testimoniantes, simbólicamente al menos, de explicar significados: son vocablos anclados en el legítimo trauma de habernos enfrentado al peligro de la descomposición.

Cuba regresó a una especie de sociedad primitiva en el Período Especial. Los testimonios, de acuerdo con el estilo y los propósitos de alteridad, se refieren al diario objetivo de la subsistencia, aun en medio de sus profesiones entradas en la postmodernidad. Una sociedad que, en efecto, había logrado transformar el país y que quedaba, de golpe, ante una insospechada nada. Pero ese estatuto primitivo cubano se ve signado, una y otra vez, por la responsabilidad con la familia; no una familia sagrada, sino vital, existencial. Los sobrevivientes se declaran incluso dispuestos a rendirse por sí mismos; su familia, sin embargo, los impele, los obliga a postergar barreras éticas, a convertirse en héroes y heroínas que camuflan su mérito.

Las estrategias de sobrevida se desarrollan entonces en grupos familiares, con mecanismos que la propia sociedad transformada va incorporando como suyos. A veces, y sin proponérselo, los testimoniantes dan fe de los innobles valores de la especulación comercial, al tiempo que confiesan haber dependido de ella para alimentarse al menos ese día. Dos elementos signan sus deseos: alimento y cultura. Ambos pasan, cada vez, por las funciones sociales del trabajo. La mayoría, al detenerse en las vicisitudes, revelan la incompatibilidad del escritor con la maquinaria racional y productiva del capitalista.

Se hallan, pues, testimonios directos, brotes de recuerdos que no buscan asiento literario y, además, relatos literarios que dan fe de esas terribles circunstancias de Período Especial. Y textos de acusación, de culpabilidad, de angustias y de fe. Perfectas reacciones humanas que intentan resarcirse del golpe de desgracia.

Aunque hay menos testimonios de escritoras, casi todos son básicos a la hora de entender la fuerza natural del cubano —en neutro, es decir, en ambos géneros— para esas circunstancias. Desde su trascendido rol de soporte familiar, de lleno en la apuesta por emanciparse, estas mujeres demuestran su capacidad de sostener familia, amigos, costumbres, relaciones y oficios, su ánimo de resarcir cualquier agresión que la vida les depare y, con ello, su propia honestidad para el razonamiento, para reconocer los más entrañables valores del espíritu humano.”

Fuentes