Diferencia entre revisiones de «Francisquito»
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En su marcha diaria, parecía servir a un compromiso de desconocidos orígenes. Así, de un sitio a otro se trasladaba atendido por el saludo constante, que devolvía mostrando con una sonrisa sus dientes larguísimos y amarillos. Aparecía y desaparecía por cualquier calle, en medio del afecto popular; aunque no escapaba de esporádicas bromas de tono blando. | En su marcha diaria, parecía servir a un compromiso de desconocidos orígenes. Así, de un sitio a otro se trasladaba atendido por el saludo constante, que devolvía mostrando con una sonrisa sus dientes larguísimos y amarillos. Aparecía y desaparecía por cualquier calle, en medio del afecto popular; aunque no escapaba de esporádicas bromas de tono blando. | ||
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Cualquier vecino le obsequiaba un par de zapatos de uso o un plato de comida, que eran recibidos con callado agradecimiento. | Cualquier vecino le obsequiaba un par de zapatos de uso o un plato de comida, que eran recibidos con callado agradecimiento. | ||
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Francisquito. Personaje Célebre Popular de la Ciudad de Sancti Spíritus.
Francisquito
De un oscuro confuso como su piel era el saco que cubría su torso. Lo cierto es que se debía a la mugre, acumulada un año tras otro. El tiempo, en su afán de alimentar la miseria de Francisco, había acortado su estatura. Quizá, de ahí, venía el diminutivo. Sobre su cabeza cargaba enormes bultos de basura que transportaba desde puntos distantes hasta el río, donde los depositaba con la misma parsimonia con que recorría la ciudad. En su marcha diaria, parecía servir a un compromiso de desconocidos orígenes. Así, de un sitio a otro se trasladaba atendido por el saludo constante, que devolvía mostrando con una sonrisa sus dientes larguísimos y amarillos. Aparecía y desaparecía por cualquier calle, en medio del afecto popular; aunque no escapaba de esporádicas bromas de tono blando.
Cualquier vecino le obsequiaba un par de zapatos de uso o un plato de comida, que eran recibidos con callado agradecimiento. En ese andar —entre saludos y pregones, entre el cruce de los vehículos y la música que anunciaba el tránsito de las décadas—, infinidad de veces interrumpió su soliloquio ante la invariable pregunta de los transeúntes: ¿Francisquito, qué hora es? Con mirada menesterosa, sin levantar apenas la cabeza ni alzar prácticamente la voz, respondía con insólita exactitud la hora; pese a no disponer de auxilio mecánico. Nadie ha podido explicar qué recurso empleó para no equivocarse. En torno a este asunto, las especulaciones aún se mueven pendularmente de la leyenda al mito. Imposibilitado por su edad de salir a la calle, nos dejó el enigma de adivinar las horas. Frisaba los cien años cuando murió, rodeado de las mejores atenciones. Sólo conservaba la humildad que todavía le hace irremplazable en el recuerdo de quienes disfrutaron el privilegio de conocerlo.
Fuentes
- Bernal Echemendía J.E (Juanelo). ¨Gente que la calle conoció¨, Ediciones Luminaria, 2009.
- Ilustración de Julio Neira.
