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Santo
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Religión o MitologíaCatólica
Día celebración21 de junio
Patrón(a) o Dios(a) deEnfermos de sida, jóvenes católicos, estudiantes jesuitas, dolencias de la vista, contra la peste, juventud.
Fecha de canonización1726 por Benedicto XIII
País o región de origenItalia
Venerado en[[ ]]

San Luis Gonzaga. Santo , conocido como modelo de Juventud, gran valor importantísimo de la pureza de Alma y Cuerpo. Sin duda el ejemplo de San Luís Gonzaga cala en los corazones de todos los parroquianos, especialmente en los jóvenes.

Niñez y juventud

San Luis Gonzaga, desde la edad de siete años, recitaba todos los días, de rodillas, los siete salmos penitenciales y el Oficio de la Santísima Virgen; a los ocho años hizo voto de castidad perpetua; a los trece, ayunaba tres días a la semana a pan y agua, y tres veces al día desgarraba su delicado cuerpo con la disciplina. Alrededor de los dieciocho años entró en la Compañía de Jesús y murió cinco años después, víctima de una enfermedad contraída por cuidar a los atacados de peste. Tan recogido era en sus oraciones, que todas sus distracciones en seis meses no sumaban la duración de un Ave María.

Características

Luis Gonzaga, marqués de Castellón, se distinguió desde su más tierna infancia por un espíritu de oración, pureza y penitencia que apenas se encuentra en las almas consumadas en edad y en virtudes; y su vida, verdaderamente admirable, fue coronada con el martirio de la caridad. Canonizado pocos años después de su muerte por el Papa Gregorio XV, fue dado por abogado a la juventud; y desde entonces, milagros extraordinarios, gracias prodigiosas, rápidos progresos en la virtud, conversiones ruidosas, han venido siendo el fruto de la devoción a este santo joven. Amémosle, pues, con amor especial, pongámonos bajo su protección, consagrémonos a su culto; y en prueba de nuestra devoción, impongámonos cada día, por ejemplo, algunas ligeras privaciones para honrar su espíritu de penitencia, un gran recato en nuestras miradas para imitar su modestia, más piedad y atención en nuestras oraciones y exámenes de conciencia para unirnos a su espíritu de oración. Muchas personas que procuraron acostumbrarse a considerar como presente a su lado a San Luis y se habituaron a conversar con él, a pedirle consejo como a un amigo, a encomendarse a él en todas ocasiones, recogieron frutos admirables de esta piadosa práctica, como puede verse en su interesante vida.

Biografía

Exquisito Patrono y modelo de la juventud. Nació en 1568, hijo de los marqueses de Castiglione, en su espléndido palacio, uno de los más hermosos del norte de Italia. Era el heredero, y por esto su nacimiento fue celebrado con grandes regocijos, fiestas magníficas dignas de un palacio real. Eran los Castiglione una de aquellas pequeñas dinastías feudales típicas de la Edad Media y de los primeros siglos de la Moderna. — Fiesta: 21 de junio. Desde su más tierna infancia manifestó Luis un carácter muy varonil y belicoso. Eran vivas sus aficiones militares. Sus gestos eran enérgicos, sus ojos revelaban audacia. El marqués miraba complacido el alborozo del niño ante los desfiles, las armas y los cañones. Un día, mientras su padre y los soldados dormían la siesta, cogió a un sargento un bote de pólvora, cargó con ella una pequeña pieza de artillería y prendióle fuego. Al dispararse el cañón, el niño cayó mal herido debajo de las ruedas. El padre no perdonó aquella indisciplina, y con ella se hizo Luis muy popular entre la tropa. Esto le llevó a una gran familiaridad con todos los soldados, de los cuales aprendió ciertas palabrotas que, a veces, pronunciaba con la más absoluta ingenuidad y candidez. Naturalmente, él no sabía la significación de aquellos términos; sólo sabía que cuando los soltaba, una risa general estallaba en torno suyo. Hasta que un día, estando en el castillo con su madre (pues el marqués se hallaba ausente, por una temporada, en la Corte del rey de España) dijo con toda su frescura y ante el mismo ayo alguna de aquellas expresiones; por lo cual el ayo le reprendió. El niño comenzó a llorar, y lloró durante toda su vida este gran pecado, según él lo llamaba. Había comenzado la época que el Santo llama de su conversión. Por obediencia a su padre, va de corte en corte, de fiesta en fiesta, pero su mente y su corazón están ya para siempre muy fijos en el cielo. Línea de pureza, de oración y de austera penitencia. Al cumplir los doce años, vive ya en las más altas cumbres de la contemplación. «Todos sus pensamientos —decía más tarde uno de sus criados— estaban fijos en Dios... Cuando le llamábamos príncipe y señor, solía él decir: Servir a Dios es harto más peligroso que tener todos los principados del mundo». Al mismo tiempo que la oración, fue cultivando los estudios. Y con el estudio y la oración unía la caridad, recorriendo frecuentemente las calles de Castiglione para socorrer a los desgraciados, corregir a los maleantes o enseñar la doctrina a los otros niños. Muy jovencito sufrió una enfermedad, que los médicos curaron con un régimen riguroso de abstinencia. Esto le dio pie para seguir observando su ayuno de enfermo. «Lo que antes hice por el cuerpo —decía— bien lo puedo hacer ahora por el alma”. Salido de aquella dolencia, recibió la Primera Comunión, de manos de San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán, que había venido a Castiglione en viaje de visita. Aquel momento fue para Luis el principio de una vida nueva. Un ideal más alto —el de la vida religiosa— empezó a brillar delante de su mente. Fue en España donde formó la decisión inquebrantable de renunciar a todo su porvenir mundano. Había venido a la corte de Felipe 11 como paje de los infantes, y más que nunca se encontró metido en las etiquetas palatinas, en las fiestas cortesanas, y en la recepciones. Ante el monarca más poderoso de la tierra, en Madrid, capital de un Imperio que se estremecía con el ruido de las victorias y de las conquistas, determinó irrevocablemente su vida futura y sin demora ni titubeo se presentó a su padre para decirle: «Quiero hacerme jesuita». La lucha entre padre e hijo fue tenaz y prolongada. El joven razonaba, suplicaba, discutía respetuosamente. El marqués no quería escucharle y seguía mirándole colérico. Sospechando que la austeridad y el carácter grave de la corte española estaban ensombreciendo el alma de Luis, procuró trasladarle nuevamente a Italia. Las cortes italianas ofrecían, ciertamente, superiores seducciones: todo eran allá magníficos palacios, cortejos de amor, risas de damas, danzas, juegos y conciertos. Fue un tiempo de formidable tentación. Viose Luis obligado a caminar a través de todos aquellos regocijos, pero no perdió ni una brizna de su riquísima vida interior. Mientras la corte se divertía, él rezaba y meditaba. Transcurrió una larga temporada y el marqués encontró a su hijo tan firme en su propósito como antes. Luis resistió, sin desobedecer jamás a su padre. Después de cuatro años, el marqués se declaró vencido. En los últimos días del año 1585 Luis entra en el Noviciado de Roma, después de abdicar el marquesado en su hermano Rodulfo. Se entrega a los ejercicios religiosos. Dios quiere que al principio sienta un poco de desconcierto: sufre aridez y oscuridad de espíritu, no experimenta los inefables consuelos que se había imaginado. Su constancia, ayudada por la sabia dirección de San Belarmino, le atrae a raudales la bendición divina, y su alma llega a las alturas de la vida extática. Una maligna enfermedad va minando su existencia; la fiebre consume su cuerpo desmedrado. No importa. Continúa con sus penitencias, con sus estudios, se entrega a las obras de la más inflamada caridad para con los enfermos y los apestados, en días trágicos para la ciudad de los Papas. Calentura y amor son los verdugos que acaban con su vida temporal para colocarle en los umbrales de la eterna, a sus veinticuatro años.

Meditación sobre la vida de San Luis Gonzaga

  • El joven santo fue víctima del amor de Dios; le sacrificó su fortuna, abandonando su marquesado para entrar en la Compañía de Jesús, a pesar de los obstáculos que oponía su padre a su piadoso designio. ¿Estás acaso, retenido en el mundo por lazos tan fuertes como los suyos? Dios bien merece que dejes todo lo que tienes, para seguir su llamado y ganar su paraíso; deja todo, si no materialmente, por lo menos por el espíritu y la voluntad.
  • Sacrificó Luis su cuerpo a Dios por el voto de virginidad, que renovó al entrar en religión. Émulo de la pureza de los Ángeles, llevó la modestia hasta no poner nunca sus ojos en una mujer. Además, mortificó su cuerpo con rigurosa y continua penitencia. ¿Quieres consagrar tu cuerpo a Jesucristo como hostia viva y santa? Custodia tus sentidos, mortifícalos. La vida de un cristiano debe ser continuo martirio.
  • Consagró el santo su libertad a Dios por el voto de obediencia. Los honores que ahora recibe, en el cielo y en la tierra, son el precio de su voluntario abatimiento. El camino más seguro para ir al cielo es el de la obediencia. Obedece a tus superiores fielmente, prontamente, sin murmurar; a Jesucristo es a quien obedeces, Él es quien te recompensará. En fin, recuerda que no sólo los religiosos, sino también los cristianos deben ser víctimas que se inmolan sin cesar a Dios. Los cuerpos de los fieles son hostias de Dios, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo (San Agustín).

Muerte

Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama. En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia. En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el "Te Deum" como acción de gracias. Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: "Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!" (Salmo Cxxi - 1). En una de esas ocasiones, agregó: "¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!" Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo: -¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos ...! -¿A dónde, Luis? -¡Al Cielo! -¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati. Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: "En Tus manos, Señor. . ." Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses. Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma.

Fuente