Flagelación
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La flagelación en sí no fue un castigo exclusivo para Jesús. Lo mandaba la ley. La flagelación era un preámbulo legal a toda ejecución. Había una excepción: los ciudadanos romanos condenados a decapitación no eran flagelados, sino fustigados con la fusta. Esto se hacía, según Tito Livio, en el mismo lugar del suplicio, inmediatamente antes de la decapitación.
Historia
La historia del látigo, el azote y la vara, como instrumentos de castigo y de penitencia voluntaria es una historia extensa e interesante. Las palabras hebreas para "látigo" y "azote" están íntimamente relacionadas en su etimología (Gesenius). Horacio (Sat. I, iii) nos dice que no se use el horribile flagellum, hecho de correas de cuero de buey, cuando el trasgresor merece sólo la scutica de pergamino; la ferula del maestro, en español férula (Juvenal, Sat. I, i, 15), era una correa o azote para la mano (ver férula en Skeat). La primera mención del látigo en las Escrituras aparece en Ex. V, 14, 16 (flagellati sunt; flagellis codimur), donde la palabra hebrea que significa "golpear" es interpretada en los textos griegos y latinos, "fueron azotados"; "golpeados con látigos". Roboam dijo (III Reyes, xii, 11, 14; II Par., x, 11, 14): "Si mi padre los azotaba con látigos, yo los azotaré con escorpiones", es decir con látigos con nudos, puntas de hierro, etc. Incluso en latín scorpio también es interpretado por San Isidoro (Etim., v, 27), "virga nodosa vel aculeata". Las referencias al azote en el Antiguo Testamento pueden ser multiplicadas indefinidamente (Deut., xxv, 2, 3; II Reyes, vii, 14; Job, ix, 34; Prob., xxvi, 3, etc.) En el Nuevo Testamento se nos dice que Cristo usó el látigo con los que cambiaban monedas (Juan, ii, 15); Él predijo que Él y Sus discípulos serían azotados (Mateo, x, 17; xx, 19); y San Pablo dice: "En cinco ocasiones los judíos me castigaron con los treinta y nueve azotes.
Tres veces me golpearon con azotes" (II Cor., xi, 24, 25; Deut., xxv, 3; Hechos, xvi, 22). El trasgresor debía ser golpeado en presencia de los jueces, (Deut., xxv, 2, 3), pero nunca debía recibir más de cuarenta latigazos. Para mantenerse dentro de la ley, la práctica era dar sólo treinta y nueve. El acusado era atado a un pilar bajo que tenía para inclinarse hacia delante, "lo deberán tender en el suelo", dice la ley, para recibir los golpes. Se recitaban versos de trece palabras en hebreo, de las cuales las últimas siempre eran: "Pero él es misericordioso y perdonará sus pecados: y no los destruirá" [Salmos lxxvii (heb. Lxxviii) 38]; mas las palabras servían meramente para contar los golpes. Moisés permitió que los amos usaran los azotes con los esclavos; sin embargo no para causar la muerte (Ex., xxi, 20). La flagelación de Cristo no fue un castigo judío sino romano, y por lo tanto fue administrada mucho más cruelmente. Fue sugerida por el deseo de Pilatos de salvar a Jesús de la crucifixión, y ésta fue infligida sólo cuando la flagelación no satisfizo a los judíos. En el plan de Pilatos, la flagelación no era una preparación, sino un substituto para la crucifixión.
De la forma en la que los primeros monumentos de Egipto hacen muy llamativo el azote o el látigo, los hijos de Israel no pueden haber sido los primeros sobre los que los egipcios los usaron. En Asiria, los esclavos arrastraban sus cargas bajo el látigo del capataz. En Esparta incluso los jóvenes de alto nivel social se enorgullecían de su estoica indiferencia ante el azote; mientras que en Roma los variados nombres para los esclavos (flagriones, verberones, etc.) y el significativo término lorarii, usado por Plauto, nos brinda una amplia certeza de que no se escatimaba el azote. Sin embargo, de los pasajes de Cicerón y de los textos del Nuevo Testamento, deducimos que los ciudadanos romanos estaban exentos de este castigo. En China el bambú se utiliza en todas las clases, pero en Japón se imponen penas mas severas y frecuentemente la muerte para los transgresores. El país europeo más destacado en la actualidad por los azotes a los acusados es Rusia, donde el knut es peor que el peor azote de los romanos. Incluso en lo que podemos llamar nuestros días, el uso del látigo con los soldados bajo la bandera inglesa no fue algo desconocido; y el estado de Delaware aún cree en esto como una forma de corrección y disuasión de la clase criminal.
Si nos remitimos al pasado, según el Estatuto 39 de la Reina Isabel, cap. iv, los transgresores eran azotados y enviados de regreso a su lugar de nacimiento, más aun, los azotes del tribunal británico de inquisición ("Star-Chamber") eran frecuentes. "En el Almanaque de Partridge para 1962, se establece que Oates fue azotado con un látigo de seis correas y recibió 2256 latigazos, que le causaron 13536 marcas" (Historia del azote, p. 158). Sin embargo, él sobrevivió y vivió varios años. El pedagogo usaba libremente la férula. Orbilllus, quien azotó a Horacio, fue sólo uno de los integrantes del campo de aprendizaje que no creía en la persuasión moral, mientras que las palabras de Juvenal: "Et nos ergo manum ferulæ subduximus" (Sat., I, i, 15) muestran claramente el sistema de disciplina escolar existente en su época. Los sacerdotes de Cibeles se azotaban unos a otros, y esas marcas eran consideradas sagradas. Si bien estos actos y otros actos de penitencia similares para propiciar el paraíso, eran practicados incluso antes de la venida de Cristo, fue sólo en la religión establecida por Él que éstas encontraron una dirección sabia y un mérito real. Algunos intérpretes sostienen que San Pablo en las palabras: "Yo castigo a mi cuerpo" se refiere a una flagelación corporal autoinfligida (I Cor., ix, 27).
La palabra griega hypopiazo (ver Liddell y Scott) significa "pegar bajo el ojo", y metafóricamente significa "mortificar"; como consecuencia difícilmente puede significar "azotar", y realmente en Lucas, xviii, 5, dicha interpretación es prácticamente inadmisible. Más aún, donde San Pablo se refiere realmente a la flagelación, él utiliza una palabra diferente. Por lo tanto podemos concluir con seguridad que aquí él habla de la mortificación en general, como sostiene Piconio (Triplex Expositio).
La flagelación fue pronto adoptada como una sanción en la disciplina monástica en el siglo quinto y posteriores. A principios del siglo quinto Palladius la menciona en la "Historia Lausiaca" (c. vi), y Sócrates (Hist. Eccl., IV, xxiii) nos dice que los monjes jóvenes transgresores en lugar de ser excomulgados eran azotados. Ver las reglas del siglo sexto de San Cesário de Arlés para las monjas (P. L., LXVII, 1111), y de San Aurelio de Arlés (ibid., LXVIII, 392, 401-02). Desde entonces la flagelación es mencionada con frecuencia en las reglas y los consejos monásticos como un método de conservar la disciplina (Hefele, "Concilieng.", II, 594, 656).
En el siglo séptimo, su uso como castigo era general en todos los monasterios del rígido régimen Columbano (San Columbano, en "Regula Conobialis", c. X, en P. L., LXXX, 215 sqq.); por siglos posteriores de principios de la Edad Media ver Thomassin, "Vet. Ac nova ecc. disciplina, II (3), 107; Du Cange, "Glossar. med. et infim. latinit.", s. v. "Disciplina"; Gretser, "De spontaneâ disciplinarum seu flagellorum cruce libri tres" (Ingolstadt, 1603); Kober, "Die körperliche Züchtigung als kirchliches Strafmittel gegen Cleriker und Mönche" en Tüb. "Quartalschrift" (1875). El Derecho Canónico (Decreto de Gratian, Decretales de Gregorio IX) la reconoce como un castigo para los clérigos; incluso hasta los siglos XVI y XVII, aparece en la legislación eclesiástica como un castigo para la blasfemia, el concubinato y la simonía.
Aunque sin duda fue en sus primeras épocas una forma de castigo y mortificación privada, este uso se ejemplariza públicamente en los siglos X y XI por medio de la s vidas de San Dominic Loricatus (P. L., CXLIV, 1017) y San Pedro Damián (murió 1072). El último escribió un tratado en alabanza a la autoflagelación; que si bien fue culpado por algunos contemporáneos de fervor en exceso, su ejemplo y la alta estima en la que se lo mantuvo hicieron mucho para popularizar el uso voluntario de la flagelación o la "disciplina" como un medio de mortificación y penitencia. Desde entonces se encontró en la mayoría de las órdenes y asociaciones religiosas medievales. Esta práctica fue, por supuesto, propensa al abuso, y así surgió en el siglo XIII la secta fanática de los Flageladores (q. v.), sin embargo en el mismo período encontramos el uso privado de la "disciplina" por personas tan santas como el Rey Louis IX y Elizabeth de Thuringia.
El cuándo y el porqué
Una vez la orden de castigo, Jesús fue atado con cuerdas gruesas y resistentes.Las manos por encima de la cabeza, quedando así, casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo. De esta manera quedaba inutilizado, para que no pudiera defender algunas partes del cuerpo con los brazos, y para que en el caso de choc, no cayera al suelo. El instrumento utilizado para la flagelación, fue el flagrum taxillatum, que se componía de un mango corto de madera, al que estaban fijos tres correas de cuero de unos 50 cms., en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas, unidas por una estrechez entre ellas; otras veces eran los talli o astrágalos de carnero. El más usado era el de bolas de plomo. El número de latigazos, según la ley hebrea, era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos, en dependencia militar romana, por tanto more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera (era la intención de Pilato), y la otra, para que en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era le ley.
Cuando los clásicos latinos nos hablan de esta flagelación more romano, nos dicen que el reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el cuerpo. Así quedó Jesús. Por eso a la pregunta: ¿cuántos latigazos dieron a Jesús? la respuesta es, hasta que le dejaron irreconocible; hasta que se cansaron. La ley romana no limitaba el número. Todas las partes del cuerpo de Jesús fueron objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera podido morir, como les había sucedido con otros. Y en este caso tenían una consigna: no matarlo. Así lo había mandado Pilato: "Le castigaré y luego le soltaré".. Las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos, las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, provocaron, sin duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.
Pero si en la parte externa Jesús quedó irreconocible por las heridas y por la sangre, en el interior de su organismo sufrieron también lesiones muy graves órganos vitales, como el hígado y el riñón. Los golpes fuertes sobre la zona renal, instauraron sin duda, una disfunción en los riñones. Lo mismo podemos decir sobre el hígado, donde provocaron también una disfunción del mismo. A esta disfunción o insuficiencia hepato-renal, junto a mayor pérdida de sangre, fueron acompañadas de cambios electrolíticos y de otros parámetros biológicos con todas las consecuencias gravísimas para la supervivencia. La disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria, comenzada en Getsemaní. Esta disnea se aumentó todavía más, si cabía, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron a órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tenía graves síntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de líquido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no se tenía. Sin duda cayó, al desatarle las cuerdas, sobre el charco de sangre que había salido de su cuerpo. No olvidemos, que todo esto recayó sobre una dermis y epidermis sumamente sensible al dolor después de la hemathidrosis. En las circunstancias de Jesús es imposible explicar médicamente el dolor que sentiría cada vez que recibía un correazo con las bolas de plomo. Podríamos decir que en estos momentos Jesús era SÓLO DOLOR.