Rubén López Sabariego

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Plantilla:Personaje históricoRubén López Sabariego:Joven cubano que encontrándose trabajando en la Base Naval de Guantánamo como chofer muere asesinado por militares yanquis.


Infancia y juventud

Nace el 11 de junio de 1917 en el poblado de Felton, municipio Cojimay. A los pocos meses de nacido perdió a sus padres, quedando al cuidado de los abuelos José López e Isidra Sabariego, los que lo acogieron como un verdadero hijo, inscribiéndolos con sus apellidos. A temprana edad los abuelos se mudaron para la ciudad de Guantánamo, cursando sus estudios primarios en el colegio La Salle, donde alcanzó el 7mo grado. A los 17 años comenzó a trabajar como carpintero en las construcciones de casas en el propio Guantánamo. En 1939 comenzó a trabajar en la Base Naval Yanqui en la constructora Frederick Shane. En 1940 legalizó su unión con Georgina González, en la cual lo había conocido en Santo Domingo de Bayate, a los 19 años de edad, de dicho matrimonio nacieron 9 hijos: Rafael, Rubén, María, Georgina, Evangelina, María Féliz, Gina, Arlet y Dulce María. Durante su trayectoria en la Base Naval Yanqui quedó sin trabajo al terminar la Frederick Shane sus funciones.
Logra incorporarse al taller de maquinaria de la referida Machina Shop, trabajando como mecánico tornero, con la fiebre amarilla. Estando fuera de la Base desde 1945 hasta 1948, trabajó en un aserrío en la Península de El Ramón del municipio Antillas. En 1949 reinicia su servicio en la Base Naval como chofer de equipos menores, siendo rebajado al mes por economía, reiniciando posteriormente en el mismo oficio, recibió cursos de equipos pesados y luego chofer de ómnibus. Durante la insurrección realizó distintas actividades como: venta de bonos, recolección de teléfonos para los rebeldes.

Principales acciones

  •  Movimiento 26 de Julio.
  •  Traslado de armas.
  •  Participó en el primer ataque a Caimanera.

Rubén López Sabariego, chofer de la Base Naval norteamericana de Guantánamo con 14 años de servicio, se encasquetó su gorra con el uniforme de trabajo ya puesto y se despidió de la esposa y los hijos, repitiendo lo que con frecuencia decía al momento de partir: -Cualquier día no nos van a dejar regresar de la Base… nos van a ser hacer una encerrona. El esforzado obrero tenía sobradas razones que existía desde 1959 entre los empleados cubanos de la Base Naval que no renunciaban a sus convicciones revolucionarias y los militares norteamericanos, hacía sospechar, con la fuerza de la lógica, en un violento desenlace. Desde finales de julio, inusitadamente, esa situación se agudizó. Después, en agosto, se supo la causa. La CIA había organizado un siniestro plan para que un grupo de contrarrevolucionarios cubanos ejecutaran un atentado al Comandante Raúl Castro. Ellos dispararían con morteros contra la Base-simulando una represalia de las fuerzas cubanas, lo cual serviría de pretexto para la agresión militar de Estados Unidos en defensa propia. Pero ese 30 de septiembre de 1961 no había otro hecho concreto que hiciese temer por su vida a López Sabariego. Sin embargo él sabía perfectamente que no era bien visto en la Base. Rafael, el mayor de los nueve hijos de Rubén López, contaba entonces 18 años. Era, de toda la familia, el más calificado para saber por aquí. Su padre le contaba que siempre los cubanos fueron tratados como inferiores en la Base. Que dentro también había seres inferiores, los negros, que eran apeleados por cualquier razón. Él mismo presenció como los marines con licencia bajaban a la ciudad, alcoholizados, cual una onda de conquistadores. Los estudiantes guantanameros contaban en la década del 50 a sus compañeros, entre ellos al joven Raúl Castro, como se veían obligados a cerrar las puertas de sus casas para evitar que los marines se introdujeran a tratar de violar a las mujeres. La abundancia de bares, inundados de prostitutas no eran suficientes para los marines. En un final -con el clásico desprecio imperialista hacia nuestro pueblo- ellos no establecían diferencias. Por eso, Rafael como su padre, aprendió a odiar a aquellos intrusos. Cuando Fidel descendió de la Sierra en 1959, la familia sintió una gran alegría, como todo el pueblo. Rubén López comprendió que los cambios revolucionarios que se producían día a día eran profundos, como él los anhelaba. Veinte años después, Rafael se da cuenta que todo era expresión de la conciencia de clase, estimulada por el proceso revolucionario. Su padre vistió rápidamente el uniforme de miliciano y lo guardó cuando Fidel explico que los trabajadores cubanos de la Base no debían dar lugar de ningún modo a que se hablase con los yanquis de una provocación.

Muerte

El 30 de septiembre de 1961 fue detenido por militares de la Base Naval a las 10:40 pm, cosa que irritó a sus compañeros de trabajo y a sus familiares. De inmediato su esposa hizo la denuncia y diariamente iba a la puerta del enclave para exigir la libertad de Rubén, cuya detención negaban las autoridades imperiales. El 19 de octubre de 1961, a más de medio mes del arresto del humilde chofer, que laboraba en el enclave yanqui, la agencia noticiosa UPI, dio a conocer el hallazgo del cadáver de un obrero, en una fosa de poca profundidad del territorio ocupado y lo identificó como el cubano Rubén López Sabariego. Ante la insistencia de la esposa, logra que el 21 de octubre fuera entregado el cadáver por la puerta de la instalación militar, momento en que ella devolvió al capellán de aquel lugar los 50 dólares que le daban como supuesta ayuda o compensación por el daño causado. Los forenses cubanos, al examinar el cuerpo de Rubén, comprobaron huellas de tortura, fracturas en el cráneo, el pómulo derecho y el costillar izquierdo; estas últimas causantes de una lesión en el corazón que le ocasionó la muerte. Tenía además una herida de bayoneta en el abdomen, fracturas en una pierna ocasionadas por patadas, huellas de culatazos y otras lesiones. La muerte, según los médicos cubanos, tuvo lugar entre el 13 y el 14 de octubre. Un gran sentimiento de duelo e indignación sobrevino en todo el país al conocerse el vandálico hecho. En Guantánamo, una multitud conmovida acompañó el cuerpo desde la Base Naval, en Boquerón, Caimanera, hasta la ciudad capital, donde fue tendido en el local de la CTC y allí recibió los honores del pueblo.
Como era su costumbre, Rubén López dijo a su esposa, Georgina González, cuando regresaría del trabajo en la Base. El turno terminaría al día siguiente, primero de octubre, y a las tres de la tarde debía estar nuevamente en la casa. Ya a las cuatro, al advertir Georgina que Rubén López se demoraba, comenzó a preocuparse. Conocedora de las fundadas inquietudes de su marido, poco después de las cuatro comenzó a averiguar. Los compañeros de trabajo de Rubén le dijeron que había sido detenido en la Base por el capitán Johnson. Georgina esperó un tiempo prudencial y el miércoles día 4 solicitó y obtuvo permiso de las autoridades cubanas para traspasar la frontera e ir a la Base a averiguar. El oficial norteamericano que la atendió era un fiel exponente de los marines de la Base: -¿Su esposo ha desaparecido? ¿Por qué no lo busca junto a la cuneta? Hace unos días yo escuché un tiro. Seguro los comunistas lo mataron como tienen de costumbre. La atribulada mujer quedó estupefacta con el desplante calumnioso del oficial. Esas palabras le dieron a entender que el asunto era más grave de lo que pensaba. Alarmada se fue hasta Santiago de Cuba para expresar sus temores ante las más altas autoridades cubanas. Fue provista de un pase permanente para seguir insistiendo en la Base. Todo el mundo recordó el obrero que había sido secuestrado meses antes y como la insistencia de la esposa y sus hijos ante los oficiales de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, logró salvarlo de la muerte.
Alguien le recomendó que se dirigiese en la Base al Capellón Thomás J. Hallsberthy, quien por su condición de religioso, pensaban que serían más sensibles al dolor de esta madre cubana. Después de indagar por teléfono, el Capellón le contestó que había sido informado que allí no se encontraba. Que indagase con las autoridades cubanas, pues el oficial de la policía militar con quien habló le dijo que seguramente se encontraba en territorio cubano. El jueves 12, Georgina volvió a ver al Capellón insistiendo que Rubén no estaba en territorio cubano. Hallsberthy prometió indagar, pues si era cierto lo que ella decía, seguramente estaría en la Base. Poco después, el Capellón le confirmó, que efectivamente había sido detenido “por meterse en lugares donde no debía”. Georgina protestó diciendo que los compañeros de Rubén fueron testigos de cómo el capitán Johnson lo obligó a ir con él hacia la otra orilla de la Base: zona militar de acceso prohibido a los obreros cubanos. En esa ocasión le retiraron la chapa de identificación. El día 18 se presentó en el domicilio de los López, en Boquerón, el seños Miguel Gruyol, empleado del consulado suizo en Santiago de Cuba, que representaba los intereses de los Estados Unidos después del rompimiento de relaciones. Con aire altivo, a pesar del dramático momento, le dijo a Georgina que era portador de la noticia de la muerte de su esposo. Las lágrimas en los ojos no impidieron a Georgina recriminar al individuo su negativa al recibirla las tres veces que fue a solicitar su ayuda. El día anterior un cable de la UPI había informado con indiferente localismo que el cadáver de Rubén López Sabariego había sido hallado en la Base Naval, sepultado en una tumba poco profunda. No hubo otro comentario, ni investigación sobre el despiadado asesinato. Georgina se presentó en la Base nuevamente y el Capellón le repitió la historieta, agregando que fue identificado por la chapa. Cuando Georgina le recordó como el propio Capellón le había manifestado días antes que Rubén le habían quitado la chapa en la Base, Hallsberthy no supo que contestar. Sus jefes quedaban en evidencia. Aún debieron pasar los días de súplicas de la viuda para que el cadáver fuera devuelto. El velorio y el sepelio constituyeron una impresionante manifestación de duelo popular y de repudio al imperialismo. Las palabras de despedida estuvieron a cargo del Comandante Raúl Castro, quien después de analizar y denunciar pormenorizadamente el asesinato, aseguró que a ella y sus hijos no les faltaría nada para vivir decorosamente y tendrían el calor de todo un pueblo. Ahora con el pelo blanco, ya abuela, Georgina recuerda en la sala de su casa en el Vedado, Ciudad de la Habana, aquellos dolorosos hechos. Ha sido presidenta del Comité de Defensa en su cuadra, participó en la marcha del pueblo combatiente y se siente orgullosa de que sus nueve hijos hayan seguido los pasos de su padre, activistas todos de esta Revolución que es lo más grande.
El sepelio fue uno de los más nutridos que se recuerdan en Guantánamo, así como la enardecida despedida del duelo, la entrada del Cementerio San Rafael, por el entonces comandante Raúl Castro Ruz, quien acusó y condenó al imperialismo yanqui por el abominable crimen. El asesinato de Rubén López Sabariego por militares de la Base Naval Yanqui, hace 48 años, corrobora el desprecio del imperio por la vida y los sentimientos de la nación cubana. El crimen reafirma también que las torturas (aplicadas hoy en la Base Naval a prisioneros de numerosos países) han sido práctica habitual durante décadas en el engendro militar que el gobierno de Estados Unidos mantiene en Guantánamo desde hace más de un siglo, contra la voluntad de los cubanos.
Aquellos y jóvenes que lloraban a su padre junto al Comandante Raúl Castro en memorable foto, son ya adultos y conscientes defensores de la Patria con que soñaba el padre; Rafael, con 38 años, es militante del Partido, fue oficial de las FAR hasta 1973 en que se licenció, hoy es funcionario de una empresa del Ministerio de la Agricultura y estudia economía. Pablo Rubén, de 37 años, también militante del partido, trabaja ahora en una ESPA nacional. María, de 35, es jefa del taller de Confecciones Masculinas No 117 Antonio Maceo. Angélica, de 34 años, es jefa de Medios Básicos de un policlínico en El Cotorro. Mari Félix, de 33 años, como ama de casa, participa en todas las tareas que el deber social exige. Ricardo, de 27, fue combatiente internacionalista durante dos años en Angola; actualmente es profesor de un tecnológico de Playa. Ginés Arlés de 25 años, está en la República Democrática Alemana, calificándose por medio de la colaboración entre ambos países. Arlés Ginés, hermano gemelo de Ginés Arlés, es jefe de personal de Construcción en el municipio Caimito. Dulce María, de 23 años, es también ama de casa y responde a todos los llamados del deber. Rafael sustituyó a su padre como jefe de la familia y se encuentra muy satisfecho de que todos siguieran las enseñanzas del progenitor, nunca se sintieron abandonados y tuvieron oportunidad de superarse. “El asesinato de mi padre, confirmó la doctrina que el viejo nos había inculcado. Por trabajar con ellos, sabía bien quiénes eran los imperialistas. Su muerte acrecentó mi odio. El tiempo transcurrido y los acontecimientos lo que han hecho es madurar ese odio”.
La tortura es una vieja práctica de los militares de la Base Naval de Guantánamo, porque varios cubanos han sido asesinados allí utilizando ese método, como lo fue Rubén López Sabariego, un humilde obrero que laboraba como chofer en el enclave yanqui.Rubén López Sabariego fue detenido el 30 de septiembre de 1961 por militares de la base y a pesar de la denuncia de su esposa y el reclamo de su libertad, las autoridades norteamericanas negaban que el cubano estuviese en dicho lugar detenido.No fue hasta el 19 de octubre de 1961, mes y medio después de su detención, que una agencia noticiosa estadounidense divulgó la noticia de la aparición de un cadáver en una fosa poco profunda en el territorio de la base, el cual fue identificado como el de Rubén López Sabariego.
Dada la persistencia de su esposa, el cadáver del obrero le fue entregado el 21 de octubre por la puerta de la instalación militar, que al ser examinado por forenses cubanos, comprobaron heridas de numerosas torturas en el cuerpo sin vida de Rubén, determinándose que su muerte se había producido entre el 13 o el 14 de octubre.
Al ser devuelto el cadáver del cubano a su esposa, ésta le devolvió al capellán de la Base Naval de Guantánamo, los 50 dólares que le dieron como supuesta ayuda o compensación por el daño causado. Ese fue el precio con el cual el imperio quiso pagar este horrendo crimen del hijo de un pueblo que ni se rinde ni se vende y que 47 años después del asesinato de Rubén López Sabariego, mantiene su decisión de luchar hasta la victoria final como el mejor homenaje a los que cayeron por la Patria.


Fuentes

• Biografía del mártir de la escuela de la localidad que lleva su nombre.
http://www.solvision.co.cu/basenaval.