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Simbología

Desde tiempos inmemoriales, el amor y todo lo relacionado con él se ha asociado con símbolos e iconos. De los que han sobrevivido hasta la actualidad, unos son autóctonos de las diferentes culturas o ligados a las costumbres de determinados lugares geográficos, y otros, con el paso de los siglos, se han convertido en interculturales o incluso universales en el mundo civilizado. Las flores, el color rojo, determinados perfumes o la música romántica, ensoñadora o erótica, son elementos que se repiten en una buena parte de las relaciones amorosas. En el caso de Occidente, los bombones, entre otros detalles, se interpretan en ocasiones con un significado amoroso. De todos los símbolos utilizados, los más característicos en la cultura occidental son el cupido, y, sobre todo, el corazón.

Cupido
Cupido en la página 708 de la revista Die Gartenlaube (El cenador, Leipzig, 1894).

La figura de Cupido en forma de putto es una imagen recurrente. En el caso del amor romántico, suele representarse con un arco y unas flechas, las cuales, a menudo con los ojos vendados, dispara sobre las personas, produciéndoles así el enamoramiento. El origen de Cupido se remonta a la mitología romana, si bien su figura ya existía en la mitología griega bajo el nombre de Eros, el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad. La flecha de Cupido también posee orígenes grecolatinos, y su influencia se hizo notar claramente en la poesía española desde la época medieval, aun sin la aparición del dios Amor. Bajo múltiples nombres (vira, asta, flecha, saeta, tiros, arpón, dardo, espina...), aparece en la literatura medieval, renacentista y posrenacentista con un sentido amoroso que se repite indefinidamente con pocos matices diferentes y mucha retórica. Sin embargo, el tema de la flecha alcanza un plano más elevado, teñido de toques conceptuales nuevos con dimensión trascendente y expresión paradójica, cuando se desarrolla en versiones a lo divino. De éstas, es significativa la narración de Santa Teresa de Jesús en un pasaje del Libro de su vida, en el que cuenta su transverberación en presencia de Serafín. A partir del Renacimiento, la figura de los putti llegó a confundirse con los querubines, confusión que perdura en la actualidad. Tanto los putti como los cupidos y ángeles pueden encontrarse en el arte religioso y secular desde la década de 1420 en Italia, desde finales del siglo XVI en los Países Bajos y Alemania, desde el período manierista y el Renacimiento tardío en Francia, y a lo largo del Barroco en frescos de techos. Los han representado tantos artistas que presentar la lista de estos sería poco útil, aunque entre los más conocidos se encuentran el escultor Donatello y el pintor Rafael; dos putti en actitud curiosa y relajada que aparecen a los pies de su Madonna Sixtina son reproducidos con frecuencia. Experimentaron una revitalización importante en el siglo XIX, y comenzaron a aparecer retozando en obras de pintores académicos, desde las ilustraciones de Gustave Doré para Orlando Furioso, hasta anuncios. Actualmente son un motivo muy utilizado como representación del amor en imágenes destinadas a la mercadotecnia; tal es el caso de muchas postales de San Valentín.