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El novio de los siglos
Por Liudmila Morales Alfonso.
¡Cuánto se ha escrito sobre Él! Eterno, efímero, tormentoso, calmo. Salpicado de insomnios o cincelado en piedra. Dulce, amargo, imperturbable. Engendra leyendas o descorre velos. Por voluptuosos cauces condujo a la Agustini. "La Nena" uruguaya, de Los cálices vacíos, diría al Intruso esposo, amante y asesino: "Y hoy río si tú ríes y canto si tú cantas; / Y si tú duermes duermo como un perro a tus plantas! / Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera; / Y tiemblo si tu mano toca la cerradura/ Y bendigo la noche sollozante y oscura/ Que floreció en mi vida tu boca tempranera". En incondicional entrega sumergió a Heinrich von Kleist y Adolfine Vogel. El poeta, dramaturgo y novelista romántico alemán tomó de un disparo, a las afueras del Berlín de 1811, su vida y la de la musa inspiradora para que el cáncer no pudiera arrebatársela. José Martí, el cubano del mundo, dio la suya a Nubia, "porque Patria es la suma de los amores todos".
Con "fiel y constante" tatuó a Isabel de Bobadilla, quien en lo alto de la fortaleza atisba el horizonte, en busca de la vela en que regrese el esposo. Don Hernando de Soto, séptimo gobernador español en Cuba, ha abrazado a otra: la Muerte, pero Isabel no vuelve espaldas al mar hasta tanto la ausencia no la arrastre a su lado.
Desde el renunciamiento ciñó a Cesare Pavese. El poeta italiano va a prisión tres años por servir de intermediario entre la dama de sus sueños y el novio de esta, un dirigente del Partido Comunista encarcelado en Roma. La condena del cuerpo da lugar a otra del alma: al salir, ella ya se había casado. El éxito literario no cura el desamparo. Parte desde una habitación de hotel, deja atrás las razones: "Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque cualquier amor, nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada".
Neruda, con pasión dirá a Albertina Azócar: "Para mi corazón basta tu pecho,/ para tu libertad bastan mis alas./ Desde mi boca llegará hasta el cielo/ lo que estaba dormido sobre tu alma", mientras Él lo embriaga y marca con cruces de fuego “el atlas blanco” de su cuerpo. "Porque tú siempre existes donde quiera/ pero existes mejor donde te quiero” susurra tierno Benedetti a la “pequeña y dulce/ corazón coraza".
Tantos lo nombran, muchos lo sienten, en disímiles maneras. Está en el aire, como dice la canción. Por su cuerpo frondoso corre savia de historias. El hombre es instrumento, Él es protagonista. Whitman lo prescribió contra todos los males. "Porque la noche pasa y digo amor", enuncia Benedetti y se convierte en miles.
Misterio del tiempo, inescrutable, involuntario, incomprensible a veces. Él sigue ahí, en Bolívar y Manuelita, Napoleón y Josefina, Ignacio y Amalia; en los rizos de Helena, en brazos de Julieta, tras los ojos inánimes de Werther y quizá... en tu mirada. Porque no cabe en chico, porque no vive pobre, porque siempre, aun sencillo resulta sublime. Él, el amor, es el novio imperecedero de los siglos.