Martí a flor de labios
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Crónica sobre el libro
Martí a flor de labios, es un trabajo que nos lleva a conocer a un hombre más común, más humano. Los protagonistas de estas historias revelan a un ser extremadamente sencillo y amante de la naturaleza. Nos confiesa el autor que para 1973 cuando inicia su primer trabajo de rastreo quedaba gente en los mismos lugares por cuyos ojos había pasado José Martí “como un cometa maravilloso”. Así es como encuentra a siete viejitos, que no olvidaban aquellos momentos, pero que en “muchos casos, se les había dormido y fue necesario tocar, más de una vez y de muchas maneras, a las puertas de su memoria”. Surge de esta manera un método de trabajo. “Primero me relacionaba, me identificaba, motivaba, hablaba yo, les leía (fue realmente conmovedor el momento en que descubrían, al escuchar los pasajes del Diario, que Martí se había “acordado de ellos”, de su familia), y luego dejaba que contaran de un tirón, sin interrumpirlos, el bulto grande del recuerdo”. Es así como los relato que conforman este obra toman nombre, pues responden a citas textuales del Diario. El libro que se presenta está dedicado a un público diverso. De manera que sentiremos cómo el autor a través de su lenguaje cuidado y medido nos hará encoger el corazón y provocar disímiles sentimientos. El lector en ningún momento estará frente a un libro que muestra la expresión sobredimensionada y menos aún cursi de esta figura histórica. Froilán confiesa no haber estado interesado solo en lo qué decían los protagonistas de estas historias, sino buscaba también cómo lo decían. De ahí que indagara de manera especial en el habla, en el modo de nombrar las cosas: arcaísmos, neologismos, redundancias, reiteraciones, giros sintácticos inusitados, en que se expresaba, con sobreabundancia, toda esa carga de sabiduría y poesía. Martí era pequeño de cuerpo, delgado; tenía en su ser encarnado el movimiento; su talento era vario y grande, inteligente, tenaz; hombre notable y de condiciones excepcionales y poco comunes. Los que lo conocieron reconocían en él el desarrollo de una extraordinaria personalidad. Muy amable y cariñoso, siempre atento y dispuesto a sufrir por los demás. Enrique Collazo al recordarlo lo llama “hombre ardilla”, ya que quería andar tan de prisa como su pensamiento. Los niños y adolescentes que en esta oportunidad nos brindan sus impresiones sobre este hombre corroboran estas ideas y destacan el gran corazón que tenía, lo fácil que era tomarle aprecio y respeto.
Fuente
www.cubarte.cult.cu

