Dios

Plantilla:Personaje religioso

Dios. Deidad suprema adorada por varias religiones y que constituye objeto de estudio y discusión de la Teología, la Filosofía y la Antropología. Su conceptualización ha sido tema de debate en casi todas las civilizaciones humanas.

Divinidad celeste. Etimología

Los primitivos conceden al nombre eficacia mágica y significado de alcance metafísico. Tanto para los latinos, como para los griegos, los semitas y los restantes pueblos antiguos tiene valor el «nombre» que, en este caso queda erigido en «presagio» manifestativo de la naturaleza y actuación de lo nombrado. Podría afirmarse que Zeus es el único nombre de las deidades griegas cuya etimología indoeuropea todos admiten. Zeus y Deus, así como todos los nombres y adjetivos significativos de lo divino y de la divinidad suprema en griego y en latín, proceden de la raíz indoeuropea dyeu-s, deiwos, que reaparece en latín Iu-(p) piter, dies, diuinus; sánscrito dyauh; antiguo alemán Ziu; nórdico antiguo Tyr; Dios, día, divino en castellano, y en los restantes teónimos de las lenguas romances. Esta raíz, significa luz, cielo, claridad, de modo que la veneración del misterio de Dios bajo la imagen del cielo luminoso tuvo vigencia en casi todos los pueblos primitivos y, en gran parte, ha pervivido hasta hoy.

Otros valores etimológicos de "Dios"

La misma palabra, aunque de origen distinto, es portadora del doble valor semántico (luz-cielo y dios) en casi todos los pueblos de origen nómada y pastor: An (sumerios),Anu (babilonios), Num (samoyedos), Tengeri (pueblos turcos), waca (los galla), yero (cuscitas), Amenominakanuski (Japón), etc. ;

Dios Padre

Un amplísimo sector de las religiones históricas, en concreto las llamadas religiones universales: budismo, islamismo, zoroastrismo y, apurando un poco el concepto, maniqueísmo, y también las llamadas religiones étnico-políticas (v.): la religión olímpica de las diversas ciudades helénicas, la oficial de los romanos, egipcios, sumerio-acadios, babilonios, asirios, germanos, eslavos, iberos, diversas religiones de la India, la persa anterior a Zoroastro, la hitita, celta, azteca, maya, el sintoísmo japonés, numerosas formas religiosas de tribus y pueblos africanos, americanos y de Oceanía, coinciden en hablar de ese ser supremo, que gobierna todo lo existente, llamándole Padre. En general, así lo hacen numerosos pueblos: los nómadas, pastores y de constitución patriarcal, los semitas, indoeuropeos, de amplias zonas del megalítico, del Paleolítico, etc., a juzgar por numerosas pinturas rupestres y restos arqueológicos. En lo que sigue nos referimos, sobre todo, a los pueblos primitivos (v.), pues las principales religiones universales, citadas en primer lugar, tienen cada una su estudio independiente.
Incluso en los casos de politeísmo (v.) es frecuente que el panteón o conjunto ordenado de los dioses y diosas, esté presidido por uno supremo, al que se califica de padre. Hace más de 5.000 años, los indoeuropeos se dirigían al ser supremo bajo la advocación de «Padre, que estás en los cielos»: expresión que gramaticalmente es igual a la bíblica (v. in), si bien aquí prevalece el significado de presidencia sobre los otros dioses y el jurídico de pater familias sobre el paternal y amoroso del cristiano (v. PADRE NUESTRO). La suprema divinidad es Zeus, Deus, etc., nombre que asociado al de Padre completa su figura analógica y su designación. El título de padre, en calidad de apellido de la divinidad, aparece, p. ej., en las invocaciones Zeus pater en griego, Diespiter y Iu-pater en latín, Iu-pater en umbro, Dei-patiros en ¡lirio, Dyauh pitah en sánscrito (Vedas), en el Pater Patratus de Alba, etcétera.
Esta coincidencia en el nombre, que en la Antigüedad poseía un alcance y un valor perdidos del todo con el tiempo, prueba que la paternidad estaba unida a la divinidad celeste, a D. considerado como luz, cielo (v. 3), en un periodo anterior al de las primeras fuentes literarias que lo testimonian. Éstas, tanto en las súplicas individuales como en las colectivas y en los momentos de urgente necesidad debida a una enfermedad, epidemia, tempestad marítima, etc., le llaman «Padre de todos y de todo», «Padre de los hombres», «Padre de los dioses» o «Padre», ya solo, ya como apellido del nombre divino Deus, etcétera (Sófocles, Traquinias, 279; Dión Crisóstomo, Oratio, 1; Ovidio, Fastos, 2,132; Homero, Odisea, 5,128; Simónides, Fragmentos, 37,17 b). Los bambuti, pigmeos (v.) africanos, llaman afa, bapae (padre, abuelo) al dios supremo, y asimismo le conceden atributos derivados de palabras que significan «brillar, arder».
Aunque en el A. T. los judíos aplicaron a D. el término padre y lo emplearon en sus plegarias (Idt 16,16-17; Sap 16,13-15, etc.), y, desde luego, según se deduce de los testimonios conservados, con un respeto más amoroso que los restantes pueblos adoradores del d. padre, en los que la paternidad figura en la etimología de su nombre, conviene, con todo, notar un pormenor significativo de la religión israelita: Yahwéh es padre, casi siempre con alcance colectivo, padre no de cada israelita, sino del pueblo; en correspondencia, Israel es hijo de Yahwéh en cuanto nación (2 Reg 7,14; 1 Par 22,10; Ps 88,27; Is 22,21; 63,16; 64,8; Mal 1,6; Ier 3,20). En algunos de los testimonios tardíos, la paternidad divina se relaciona con los justos que son «hijos de Yahwéh» y «se glorían de tener a Dios por Padre» (Sap 2,16-18) preparando así la Revelación plena de la paternidad divina que realizó Cristo (V. DIOS-PADRE; FILIACIÓN DIVINA).

Dios y los atributos celestes

La representación de la divinidad suprema se adapta a su concepción etimológica; aparece asociada a los fenómenos atmosféricos celestes: rayos, truenos, relámpagos, tormentas, etc.

La suprema deidad, llámese Zeus, Júpiter o con los restantes nombres comunes a las sociedades nómadas y pastoras, está aureolada con el fulgor que emana de su naturaleza primaria de dios del cielo y del tiempo. Homero escribió en la Ilíada: «A Zeus -y a todos estos dioses- les correspondió el extenso cielo y las nubes» (Homero, Ilíada, 15,192).

Residencia celeste: Dios Altísimo

Al leer los documentos literarios y epigráficos que hablan del dios padre, celeste, comprobamos que entre todos sus epítetos tradicionales se repite, con insistente predilección y con expresividad de cognomen o apodo divino, el de hypsistos-altissimus (altísimo). Este epíteto, si bien tiene un origen etimológico espacial, designa algo más hondo: lo elevado de sus cualidades y su trascendencia. En ambos sentidos podía acompañar en los textos griegos y latinos a cualquier divinidad olímpica, pero de hecho se convirtió en epíteto ordinario de Zeus y de Júpiter. (Puede verse la vigencia de este mismo epíteto en religiones celestes de diferentes pueblos africanos, asiáticos y americanos, en la obra alemana Das Heilige und das Profane de M. Eliade de 1972. De ahí que se diga que la residencia habitual de Dios está en las cumbres nevadas del Olimpo o en las alturas veladas por las nubes. Tener los templos en las cumbres y su «mansión» lo más aérea o alta posible caracteriza a todos los dioses celestes. En la Ilíada ora Agamenón: «Zeus gloriosísimo, máximo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el éter». El epíteto, «altísimo», no se debe a que fuera venerado en las cumbres de los montes o a que coexistiera en un periodo arcaico con un dios altísimo de las montañas, como apunta Preller-Robert en su obra Griechische Mithologie. El epíteto, más que de la situación de su morada en la cima más alta del contorno o de la ubicación de sus santuarios en las cumbres de las montañas, proviene de su calidad de dios celeste, elevado. Por eso conviene a todas las religiones de este tipo. Es posible q1ue a este respecto haya una influencia en el mundo antiguo por la doctrina del mazdeísmo persa y del pitagorismo acerca de las esferas constitutivas del universo. La última, en frase de Cicerón, caelestis, extimus, qui reliquos omnes....

Téngase, además, en cuenta la división cosmológica de la Antigüedad, que describía el universo dividido en tres zonas:

  • en lo alto, el cielo (residencia de los dioses celestes);
    *en medio, la tierra (deidades terrestres y fluviales, semidioses: ninfas, sátiros, etc.) y,
    *debajo de la tierra, al mismo tiempo que la bordean, las aguas (y en los confines de la tierra, con las aguas, el mundo de los muertos: Odisea).