Pedro de Céspedes y del Castillo

Revisión del 15:44 9 sep 2010 de MediaLuna2 jc (discusión | contribuciones) (Página creada con '<div align="justify">{{Personaje_histórico|nombre=Pedro de Céspedes y del Castillo |imagen=PCéspedes.jpg‎|descripción=|lugar_de_nacimiento=Bayamo, Granma, Cuba…')
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
{{Personaje_histórico|nombre=Pedro de Céspedes y del Castillo |imagen=PCéspedes.jpg‎|descripción=|lugar_de_nacimiento=Bayamo, Granma, Cuba|fecha_de_nacimiento=31 de enero de 1825|fecha_de_fallecimiento=4 de noviembre de 1873|lugar_de_fallecimiento=Santiago de Cuba,Cuba


Nacimiento

Pedro de Céspedes y del Castillo, nacido el 31 de enero de 1825, era el hijo menor de Jesús María de Céspedes y Luque y de Francisca de Borja del Castillo y Ramírez de Aguilar. Don Chucho y doña Borja, como eran conocidos generalmente en Bayamo, eran personas estimadísimas en aquella vieja ciudad. Sus hijos fueron Carlos Manuel, Francisco Javier, Pedro María, Ladislao y Borjita. De ellos Ladislao murió joven, Carlos Manuel y Pedro ofrendaron su sangre generosa a la patria, Borjita murió en la pobreza y el exilio (en Jamaica), y solo Francisco Javier sobrevivió a la década del 68. Carlos Manuel y Francisco Javier llegaron a ocupar la presidencia de la República de Cuba en Armas.

Pedro de Céspedes casó en primeras nupcias con Ana Tamayo y Tamayo. De ésta cuentan las leyendas familiares que era la muchacha más linda de Bayamo, razón por la cual cuando, a mediados del siglo, se renovó en la iglesia Mayor la capilla de la Virgen de los Dolores, las manos y el rostro de Ana Tamayo sirvieron de modelo para la confección de la nueva imagen de la “máter dolorosa”. Esta capilla – y la imagen en cuestión- aún se conserva, pues fue la única porción de la iglesia que escapó al incendio de la ciudad.

Tras la bella modelo de la Virgen de los Dolores había una terrible y trágica historia. Sus padres y hermanos mayores, de regreso de un viaje a España, fueron asesinados por la tripulación de la embarcación de cabotaje que los conducía a Manzanillo. El lugar del crimen fue un cayo del golfo de Guacanayabo que aún conserva el nombre de cayo Tamayo. Solo la pequeña Ana sobrevivió a esta familia de trágico destino, y esto se debió a que, por su corta edad, no hizo el viaje a España. Quedó en Bayamo, al cuidado de los familiares y muy especialmente de una joven esclava, Narcisa Tamayo, que fue una verdadera madre para ella. Narcisa – Cisa para toda la familia- vivió mucho, casi cien años, y jamás permitió que se rompieran los lazos de amor y fidelidad que la unían a los descendientes de sus antiguos amos. Yo tuve ocasión de conocerla, y uno de los recuerdos de mi temprana infancia es el de la ancianita, casi ciega, viniendo con torpes pasos, en visita diaria, a casa de su “nieta” Adolfina de Céspedes.

Del matrimonio de Ana Tamayo y Pedro de Céspedes nacieron Adolfina, Herminia (mi abuela), Carmita, Jesús (Chucho) y Leonardo. Este último murió de viruelas en el exilio de Jamaica; Carmita y Chucho durante la guerra del 95 – ella loca y él tuberculoso. Sólo Herminia y Adolfina lograron ver nacer nuestra pobre República mediatizada, que tantos sacrificios había representado para la familia de ambas.

Ana murió muy joven, y Pedro casó en segunda nupcias con Joaquina Lastre. Poco antes del estallido del 68, había ido a establecerse en la hacienda comunera de Manaca y había abierto una tienda en el lugar conocido por la caridad. Ignoro si esta decisión fue debida a razones de economía familiar o si fue parte de los trajines conspirativos de la época.

Incorporación a la Lucha

El 9 de octubre de 1868, siguiendo indicaciones de su hermano Carlos Manuel, Pedro se alza y, con toda la familia, se dirige hacia la Sierra Maestra. Pocos días después, en Nagua, ambos hermanos se reúnen y ocurre la fusión de sus respectivas fuerzas.

En 1871 - el “año terrible” - por las urgencias del hambre y la necesidad, Pedro se vio forzado a tomar una desesperada decisión: las mujeres y los niños de la familia debían ser entregados al enemigo. Sólo así escaparían a la muerte por inanición. Situados junto a un camino real por donde debían pasar tropas españolas, cayeron prisioneros y finalmente fueron a dar al exilio jamaiquino.

Meses después, a fines del mismo año, Carlos Manuel envió a Pedro de Céspedes, en compañía de los coroneles Luis Pacheco y Pío Rosado, en misión confidencial ante Aguilera, que se encontraba en Nueva York. También llevaban el encargo de entregar a la viuda de Perucho Figueredo la empuñadura de la espada de éste a Ana de Quesada, esposa del presidente Céspedes, la célebre bandera de La Demajagua. A este aspecto nos dice Carlos Manuel de Céspedes y Quesada: ¿A quién, con más seguridad de que la haría llegar a su destino, podía confiársela si no a su propio hermano Pedro de Céspedes, que iba a desechar con una misión de confianza, acompañado de los valientes coroneles Pío Rosado, Luis Pacheco y Céspedes?”1

Ahora bien, el estado de salud de Pedro de Céspedes era critico en esta época. Es ésa seguramente una poderosa razón para que su hermano le incluya en la comisión a que me estoy refiriendo. La ruta de salida era a través de la vecina Jamaica. Siempre existió, de modo más o menos regular, una especie de servicio de “correos” entre Oriente y la isla cercana. Lo hubo también en la Guerra del 95, y fue por esa vía que nos vino el famoso “mensaje a García”, tan desmesuradamente elogiado por la prensa estadounidense de la época.

Pero Pedro de Céspedes no pudo cumplir la misión a él encomendada. Se agravó de tal modo su enfermedad que los coroneles Pacheco y Rosado decidieron dejarlo en Jamaica y marchar ellos solos a Nueva York a cumplir su cometido.

Los cuidados familiares, y quizás la enorme alegría de reunirse con los suyos, mejoraron lentamente la precaria salud de Pedro, que permaneció en Jamaica todo el año de 1872 y parte del 73. Pero lo agitaba una gran inquietud de espíritu, que se refleja claramente en las cartas que se conservan de su yerno, el coronel Estrada. “Si todos los hombres que se hallan allí sanos y jóvenes – le dice éste - pensaran como Ud., la pobre Cuba no sería tan desdichada”; y en otra parte: “... Ud. dice que la patria es antes que todo. Yo creo que es así, pero no contando con el inconveniente de los males que lo aquejan a Ud”. “Los patriotas de aquí saben los esfuerzos que Ud. ha hecho y hace por venir a acompañarnos en la contienda.” En carta a su esposa: “No sé Pedro q. Viene a buscar a Cuba ya viejo enfermo cargado de familia, á exponerse por el mar en la travesía, ojalá ya q. no pueda evitar el q. venga, q. llegue con felicidad...”

Lo cierto era que Pedro de Céspedes ya estaba señalado por el dedo de la muerte. Siempre oí contar a Adolfina que el médico que los asistía en Jamaica les decía, después del fusilamiento de Pedro, so sé si con la caritativa intención de aliviar su pena, que éste en ningún caso hubiera podido vivir un año más.

Este hombre herido de muerte, prematuramente envejecido y achacoso, pero digno, y plenamente dispuesto a desempeñar el papel que a su juicio la historia le había señalado, es uno de los expedicionarios que el 24 de octubre de 1873 salieron de Kingston, rumbo a Cuba, en la malhadada expedición del “Virginius”.

Pedro de Céspedes y la expedición del “Virginius”

Hagamos un breve recuento de las circunstancias de la expedición: el 27 de octubre ésta hizo una escala en Port Au Prince a recoger una buena cantidad de armas, ropas y medicinas; pero una serie de peligrosas imprudencias pusieron la operación en conocimiento del cónsul español, por lo cual tuvieron que abandonar precipitadamente el puerto haitiano al día siguiente.

El día 29 salía de Santiago de Cuba el “Tornado”, buque de guerra español al mando del comandante Dionisio Castilla, que avistó al “Virginius” el 31. El barco expedicionario puso proa a Jamaica y después de haber lanzado al mar la parte más comprometedora de su cargamento (las armas), trató de ganar más velocidad avivando sus fuegos con tocino, jamones y toda clase de grasa.
Finalmente, comprendiendo que no era posible escapar, el capitán Fry decidió entregar el barco, confiando en que su nacionalidad estadounidense y la bandera del mismo país, que cobijaba la nave, así como el hecho de encontrarse en aguas internacionales y con sus papeles en regla para viajes a Puerto Limón, eran factores más que suficientes para garantizar la seguridad del barco, tripulantes y pasajeros. Sin embargo, el oficial español Ángel Ortiz Monasterio, encargado del cabotaje, procedió sumariamente a arriar la bandera de los Estados Unidos para izar en su lugar la española, y condujo el buque capturado a Santiago de Cuba.

El 2 de noviembre, 102 prisioneros (expedicionarios cubanos) fueron conducidos a la cárcel de esta ciudad. Entre ellos los había de 15, 16 y 17 años, y hasta de solo13.3 esto no impidió que, sin excepción, fueran todos sometidos a consejo de guerra acusados de piratería. Los tripulantes del buque, estadounidenses en su mayoría, quedaron prisioneros a bordo de varios barcos, y fueron casi condenados a muerte, sin que se aceptaran, ni constaran en acta, las protestas del capitán Fry.

Inútiles resultaron las gestiones del cónsul americano, a quien se le impidió visitar a los prisioneros y hasta se le estorbó la comunicación telegráfica. Es cierto que el cónsul en propiedad estaba ausente, pero es indudable que su sustituto no demostró ni la iniciativa ni la energía necesarias. Ambas, en cambio, le sobraron al marino inglés sir Lambton Lorraine, capitán de la fragata “Niobe”.

El responsable principal de la espantosa carnicería fue el brigadier español Juan Nepomuceno Burriel, que en aquellos momentos comandaba la plaza de Santiago de Cuba; pero es cosa comprobada que en todo momento su actuación tuvo el respaldo y la aprobación del entonces gobernador de Cuba, general Joaquín Jovellar. El Gobierno de la República Española, por otra parte, no estuvo de acuerdo con lo sucedido; pero tuvo que insistir mucho para lograr que, más tarde, sus orientaciones fueran aceptadas por las autoridades insulares. Fue entonces cuando Castelar empleó su famosa frase de que se pretendía hacer a Cuba “más española que España”. 4

El día 3 de noviembre, el brigadier Burriel se entrevistó con Pedro de Céspedes, tratando de convencerlo de que se dirigiera a Carlos Manuel, a quien se le ofrecería la vida e su hermano y del resto de los expedicionarios a cambio de que se presentara. Con tranquila dignidad rechazó Pedro la cobarde propuesta que, por otro lado, jamás habría aceptado Carlos Manuel. Todos sabemos como éste, en ocasión anterior y en circunstancias parecidas, acató con espartana entereza la inmolación de su propio hijo Oscar.

Fusilamiento de Pedro de Céspedes y compañeros de la tripulación.