Califato de Córdoba

Califato de Córdoba
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Concepto:Estado musulmán andalusí proclamado por Abderramán III.

Califato de Córdoba. Fue uno de los mayores logros políticos de la España árabe, creado por Abderramán I en el año 756, poniendo en entredicho la hegemonía del califa de Damasco en el mundo musulmán. La fundación de un nuevo califato convirtió a Córdoba en la ciudad más importante de occidente, compitiendo con Constantinopla o Damasco. Su legado permanece hasta hoy, con importantes huellas del arte islámico, como el Alcázar de Córdoba o la Mezquita. De este pasado glorioso todavía resuenan nombres, como el de Abderramán III o Almanzor.

Establecimiento de califato cordobés.

La invasión y el establecimiento de los musulmanes en la península Ibérica desde el año 711, en el marco de la política expansiva de la dinastía Omeya, culminó en un primer momento con la creación de al-Andalus como parte del califato de Damasco y con la localización pocos años después de su capital en Córdoba por orden del emir Al-Sham Ibn Malik al-Jawlani. El acceso al califato damasceno de la dinastía Abasí y la supervivencia y llegada a al-Andalus de quien habría de convertirse en Abd al-Rahman I, tras el exterminio ordenado por aquélla de la familia del último califa Omeya, inició un nuevo periodo en la historia de la presencia musulmana en la península Ibérica. La proclamación del descendiente Omeya como emir en Córdoba (756) dio paso a un siglo y medio de emirato independiente, a lo largo del cual se configuró un Estado centralizado que siguió las pautas de sus antecesores en Oriente, con una estructura administrativa más estable y una fuerza militar mercenaria compuesta por bereberes del norte de África y esclavos comprados en el sur de Europa.

Al emirato independiente le sucedió el califato cordobés. El tránsito al califato fue asumido por Abd al-Rahman III en el 929, cuando reunió en su persona el título de califa, en tanto que jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes y protector de las comunidades no musulmanas bajo su jurisdicción (cristianos y judíos), así como el de príncipe de los creyentes (amir al-muminin). El califa debía velar por la unidad religiosa y el mantenimiento de la ortodoxia oficial: la doctrina malikí, una de las cuatro grandes escuelas de interpretación jurídica de la doctrina islámica del periodo clásico, basada en el rigorismo religioso, e introducida en al-Andalus en la época del emir Hisam I (788- 796). La proclamación del califato vino precedida del restablecimiento de la unidad de al-Andalus y de la creación a principios del Siglo X del califato Fatimí de Ifriqiya, en el Magreb, frente al califato Abasí de Bagdad, hecho este último que suponía una grave amenaza por la ayuda que podía dispensar a los rebeldes de al-Andalus y porque obstruía su acceso a las rutas comerciales del sur del Sahara.

En la evolución del califato se pueden distinguir tres etapas claramente diferenciadas. En primer término, tuvo lugar el periodo de dominio efectivo de los califas Omeyas (Abd al-Rahman III y Al-Hakam II) entre el 929 y el 976, bajo los cuales el califato se convirtió en uno de los centros políticos, económicos y culturales más importantes del occidente medieval. En segundo lugar, transcurrió el periodo Amirí (976-1009), durante el que Hisam II, el hijo de Al-Hakam II, accedió al califato gracias a una intriga palaciega, pero en el cual el poder real fue asumido por su hayib (primer ministro) Muhammad ibn Abí Amir al-Mansur, más conocido como Almanzor (981-1002), y posteriormente por los dos hijos de éste, Abd al-Malik al-Muzaffar (1002-1008) y Abd al-Rahman Sanyul, también conocido como Sanchuelo (1008-1009); época en la que se recurrió sistemáticamente a la yihad (`guerra santa') contra los reinos cristianos, obteniendo importantes pero efímeras victorias militares, y en la que la usurpación del poder califal planteó un grave problema de legitimidad. Finalmente y como última etapa, se llegó a la crisis y desintegración del califato, la llamada fitna (`fraccionamiento'), que se prolongaría hasta el año 1031, cuando finalizó el gobierno de Hisam III, iniciado cuatro años antes, para dar comienzo a la existencia de los reinos de taifas.

Desarrollo califal en Córdoba

A lo largo del califato se recuperaron las fronteras alcanzadas por el emirato en el siglo anterior, logrando someter a tributo a los reinos cristianos y deteniendo la repoblación aragonesa y catalana. Sin embargo, el poder califal no pudo evitar la consolidación de aquéllos y el avance del proceso conocido como reconquista. A su vez, el califato desarrolló una política activa en el norte de África y en el Mediterráneo occidental para debilitar la presencia Fatimí en el Magreb. Unos frentes políticos en los que desempeñó un papel fundamental el ejército, dentro del cual jugarían un papel creciente las tropas bereberes (que serían alistados de forma masiva por Almanzor), y la marina de guerra, creándose desde la época de Abd al-Rahman III una importante flota para hacer frente a las invasiones de los pueblos nórdicos y para apoyar acciones en el Magreb contra los intereses Fatimíes.

El califato de Córdoba culminó el desarrollo de la civilización hispanomusulmana, tanto en su organización política y la administración de sus recursos como en el florecimiento de una dinámica e intensa actividad cultural. El califato nunca tuvo una estructura administrativa fija, pero modeló un Estado centralizado amparado en la tradición precedente. Una de las piezas más importantes fue el hayib, que se convirtió en una institución permanente bajo Al-Hakam II, el cual dirigía la política administrativa de las provincias y las campañas militares, además de otros asuntos encomendados por el califa. En las tareas de gobierno y bajo el directo control del hayib se encontraban los visires, cuyo número varió de forma constante. A estos funcionarios, algunos de ellos integrantes de la secretaría del califa, habría que añadir otros ya existentes en la época del emirato, como el zalmedina, que era el regente en ausencia del califa, y los jueces (cadíes o qadis), que ejercían sus funciones de acuerdo con el Corán y bajo la interpretación de la escuela jurídica malikí. Esta compleja estructura estatal y el mantenimiento de un poderoso ejército fueron posibles gracias a la diversidad de los recursos del califato y la eficacia del sistema impositivo tanto en las ciudades como en el mundo rural, y por la tributación y las operaciones militares contra los reinos cristianos.

Por último, el califato, y en concreto su capital, la ciudad de Córdoba, se convirtió en el epicentro de la civilización hispanomusulmana y desempeñó un papel esencial en las relaciones espirituales e intelectuales entre Oriente y el mundo cristiano, así como en la transmisión a Europa de la cultura clásica, ejerciendo una gran influencia en el desarrollo de la filosofía europea de la edad media.

Fuentes