Urraca de Castilla y León

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Urraca de Castilla
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Dona Urraca-1.jpg

Reina de León y de Castilla
11091126
Predecesor Alfonso VI
Sucesor Alfonso VII
Nacimiento 24 de junio de 1081
León
Fallecimiento 8 de marzo de 1126
Saldaña
Entierro Panteón de Reyes de San Isidoro de León
Cónyuge/s Raimundo de Borgoña, Alfonso I
Descendencia Alfonso VII y Sancha Raimúndez
Padre Alfonso VI
Madre Constanza de Borgoña

Urraca.Reina reinante de León, Castilla y Galicia, reclamó el título imperial como suo jure emperatriz de toda España desde 1109 hasta su muerte en el parto, así como la emperatriz de toda la Galicia.

Síntesis biográfica

Primeros años

Urraca fue la hija primogénita de Alfonso VI de León, y de la segunda esposa de éste, la reina Constanza de Borgoña. Nació el 24 de junio de 1081 en León y, en principio, se desconocen más datos sobre su infancia; es lógico suponer que no tuviera residencia fija, sino que acompañase a la corte itinerante de su padre, el rey Alfonso, y que estuviese presente en la toma de Toledo en 1085, verdadero hito de la época por su significado en la reconquista peninsular. Además era la heredera presunta de su nacimiento hasta 1107, cuando su padre reconoció a su hijo ilegítimo Sancho como su heredero. Urraca se convirtió en heredera presuntiva de nuevo después de la muerte de Sancho el año siguiente en 1108 cuando fue asesinado en la Batalla de Uclés.

Hacia el año 1090, cuando la infanta alcanzó edad núbil, Alfonso VI, en virtud de las alianzas existentes entre Castilla y el condado de Borgoña, aceptó casarla con el titular del condado galo, Raimundo de Borgoña. Los esponsales debieron de celebrarse ese mismo año, pues Alfonso VI obsequió a los recientes cónyuges con los condados de Portugal y Galicia.

Primer matrimonio y la viudez

La colocación de Urraca en la línea de sucesión le hizo el foco de la política dinástica, y Urraca se hizo una novia, a la edad de ocho años comprometiéndose con Raimundo de Borgoña, un aventurero mercenario y sobrino nieto de su madre. Varias fuentes sugieren que en lugar de un compromiso, a los ocho años de edad Urraca se casó plenamente con Raimundo de Borgoña, que casi de inmediato aparece en documentos como el protocolo de Alfonso VI yerno, una distinción que no habría sido posible sin el matrimonio. Existen dudas de que el matrimonio haya sido consumado hasta que Urraca tuviera 13 años, como Urraca fue puesta bajo la tutela de protección de un magnate de confianza. Sin embargo, el embarazo y nacimiento sin vida que tuvo Urraca a los 14 años sugiere que el matrimonio se consumó cuando ella tenía 13 o 14 años.

Por lo que respecta a la infanta Urraca, esta primera fase de su vida, aproximadamente hasta el año 1106, se caracterizó por cierto anonimato, no es demasiado mencionada en crónicas y documentos de la época, y por su supuesta dedicación al cuidado de sus dos hijos: doña Sancha y don Alfonso, el que iba a ser futuro heredero del trono castellano con el nombre de Alfonso VII.

El matrimonio de Urraca con Raimundo fue parte de la estrategia diplomática de Alfonso VI para atraer cross-Pirineos alianzas. Sin embargo, después de que Raimundo murió en 1107, Urraca pasó a convertirse en firme candidata para el trono, en tanto su hijo Alfonso alcanzaba la mayoría de edad.

Después de este suceso el padre de Urraca decidió que era conveniente que Urraca se volviera a comprometer por lo que la nobleza castellano-leonesa comenzó a mover los hilos para que el candidato fuese Gómez González, conde de Candespina, uno de los más poderosos señores feudales de Castilla. Alfonso VI convocó a todos los prelados del reino a un consejo y decidió casarla con el monarca aragonés, Alfonso el Batallador, ceremonia que se celebró en el castillo de Muñón poco antes del fallecimiento de Alfonso VI, en 1109. Parece que la desconfianza de su nobleza cegó al monarca castellano, ya que, por no someter al reino a las luchas aristocráticas, acabó por involucrar en los asuntos castellanos al que era entonces el mayor dominador territorial de la península, Alfonso, monarca de Aragón, de Navarra y ahora rey consorte de Castilla.

Principios del Reinado

Las negociaciones de matrimonio siguieron en marcha, cuando Alfonso VI murió y se convirtió en reina Urraca, muchos de los asesores de Alfonso VI y magnates de liderazgo en el reino formaron una "oposición tranquila" para el matrimonio de la reina al rey de Aragón. De acuerdo con fuentes estos magnates temían la influencia que el rey de Aragón podría tratar de manejar a Urraca, en la política leonesa.

Hubo protestas en contra del matrimonio, Urraca continuó con las negociaciones de matrimonio, aunque ella y los asesores más cercanos de su padre se estaban cansando de las demandas de Alfonso I. Muchos de los asesores más cercanos de Alfonso VI fueron inicialmente "en silencio en contra" del partido, sin embargo la posibilidad de que el conde Enrique de Portugal llenara cualquier vacío de poder hizo posible que se siguiera adelante con el matrimonio. Como los acontecimientos que se desarrollan, estos asesores subestimaron las proezas políticas de Urraca, y luego le aconsejaron a la separación del matrimonio. Una vez celebrado el enlace, en octubre de 1109, Urraca acompañó a Alfonso hacia tierras aragonesas, donde iba a ser recibida con los honores que merecía. Pero rápidamente, ante la noticia del fallecimiento de Alfonso VI, ambos regresaron de nuevo a Castilla para hacerse cargo de la monarquía. Aunque existían temores de cómo recibirían los castellanos a Alfonso, todos los grandes señores respetaron el luto por el finado monarca y la última decisión de éste, por lo que Alfonso y Urraca pudieron hacerse cargo de todos los enclaves importantes, así como iniciar una política de repoblación en diversos lugares, en especial Belorado, Almazán y Soria.

Desavenencias matrimoniales

Urraca se casó con Alfonso I de Aragón, pero casi de inmediato su matrimonio provocó rebeliones de oposición en Galicia e intrigas por su ilegítima media hermana Teresa y Enrique hermano-en-ley, la condesa y el conde de [[Portugal]. A pesar de ello, pronto surgieron las primeras desavenencias en el matrimonio, provocadas por los temores de Alfonso el Batallador a que la existencia de un parentesco demasiado estrecho entre él y su esposa ya que eran primos segundos, hiciese nulo el matrimonio. Para evitar cualquier acción contraria a sus intereses, Alfonso, ante el malestar de Urraca y de buena parte de la aristocracia, no dudó en entregar las fortalezas castellanas más importantes a aragoneses de su séquito, leales a su causa. Siendo esta la decisión que encendió la mecha de la secesión gallega. El conde de Traba, al tener noticia de lo sucedido, se apresuró a proclamar al pequeño Alfonso VII como rey independiente de Galicia. Alfonso el Batallador montó en cólera y se apresuró a dirigir las milicias aragonesas hacia el territorio rebelde. Ante esta noticia, los señores feudales de Galicia comenzaron a reclutar tropas señoriales. A medida que su relación se agrió, Urraca acusó a Alfonso de abuso físico y en mayo de 1110, Urraca fue separada de Alfonso. . Además de sus objeciones a la manipulación de Alfonso de los rebeldes, Urraca y Alfonso I habían tenido una riña en la ejecución de uno de los rebeldes que se habían entregado a la reina, a quien la reina se inclina a ser misericordiosa, lo que conllevó a doña Urraca a abandonar León y refugiarse en el monasterio de Sahagún, en espera de que las bulas pontificias llegasen. Además, como Urraca estuvo casada con alguien en el reino muchos se opusieron a, un hijo de Urraca y su heredero lo que se convirtió en un punto de encuentro para los opositores al matrimonio.

Secuestros y enfrentamientos

En septiembre de 1110, después de una breve reconciliación con la reina, sus oficiales la prendieron en Sahagún y la encerraron en la fortaleza aragonesa de El Castellar Teruel. El siguiente paso fue formar un impresionante ejército formado por aragoneses en su mayor parte, pero también mercenarios navarros, normandos, franceses e incluso musulmanes, con el objetivo de arrasar Castilla y demostrar quién era el rey. Alfonso, haciendo honor a su apelativo, tomó todas las plazas fuertes del reino, incluyendo Toledo donde depuso al arzobispo don Bernardo, Sahagún donde hizo lo propio con el abad, Burgos, Palencia, Osma y Orense. Ante esta situación, el conde de Candespina encabezó la resistencia castellana y envió al castillo turolense donde se hallaba encerrada Urraca, a sus dos hombres de confianza, Pedro de Lara y Gómez Salvadores, para tratar de liberarla, cosa que lograron. Pero, antes de que Urraca pudiese tomar las riendas de Castilla en contra de su esposo, recibió una noticia peor, los nobles gallegos enemigos del conde de Traba, en connivencia con Gelmírez, habían sitiado Castrelo de Miño y secuestrado a su hijo, el príncipe Alfonso y por si no hubiera ya demasiados intereses en el conflicto castellano, a ellos se unió la ambición de Enrique de Borgoña, rey de Portugal y cuñado de doña Urraca, pues estaba casado con Teresa, hija también de Alfonso VI. En primer lugar, Enrique de Borgoña se alió con Alfonso el Batallador, que le prometió negociar las conquistas territoriales que se produjesen. De esta forma, aragoneses y lusos formaron un ejército conjunto que se enfrentó al castellano en la batalla del Campo de Espino, cerca de Sepúlveda, el 12 de abril de 1111, contra las tropas dirigidas por Gómez González, conde de Candespina, y su amantísima reina doña Urraca. La victoria sonrió al Batallador y a su aliado portugués, y no sólo la victoria, sino que su principal enemigo, el conde de Candespina, halló la muerte en el campo marcial, para desconsuelo de la reina.

El monarca aragonés entró triunfalmente en Toledo el 18 de abril siguiente, lo que despertó las iras de Enrique de Borgoña, ya que éste se había propuesto como objetivo la cesión de la ciudad imperial. Por otra parte, algunos magnates castellanos, entre los que destacaba el nuevo liderazgo de Pedro de Lara, sitiaron a los aragoneses en Peñafiel. Entonces Enrique tuvo una entrevista secreta con doña Urraca para pasarse a su lado y combatir juntos a Alfonso el Batallador, para lo cual el portugués contó con la presencia de su esposa Teresa, hermana de Urraca, factor que, siguiendo a la leyenda popular, fue un craso error.

Reconciliación

Según el vulgo, era tal la enemistad entre ambas hermanas que Urraca tomó una decisión impensable para todos: reconciliarse con su esposo. Reunidos ambos en Carrión de los Condes y hecha pública la reconciliación por todo el reino, los monarcas portugueses reaccionaron con furia, pues procedieron a sitiar la villa palentina. Pero los nobles castellanos y leoneses acudieron en su ayuda, poniendo en fuga a los portugueses y asistiendo a lo que parecía un feliz reencuentro entre rey y reina.

Aún quedaba por dilucidar la espinosa cuestión del infante Alfonso; la reina Urraca accedió a entrevistarse con los principales nobles gallegos, entre ellos Gelmírez, Arias Pérez, el nuevo custodio del futuro Alfonso VII, el conde de Traba y un misterioso Fernando García, de quien se sospecha que pudiera ser hijo del fallecido rey de Galicia, García I. Los rebeldes fueron claros: perdón para todos por los delitos cometidos y proclamación de Alfonso como rey de una Galicia independiente. La respuesta de la madre fue, evidentemente, afirmativa, lo que conllevó el que Alfonso fuera coronado en Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111, bajo la promesa de que, inmediatamente después de la coronación, el púber Alfonso fuese llevado a León, a brazos de su madre.

Es de suponer que, otra vez, la reacción del monarca aragonés fuese colérica contra su mujer, pues reunió a su ejército y atacó, a mediados de octubre, a la comitiva gallega que transportaba a Alfonso hacia León en el paso de Viadangos, cerca de Astorga. Fernando García falleció en la escaramuza, el conde de Traba fue hecho prisionero y Gelmírez, a duras penas, pudo escapar hacia Galicia llevándose consigo a su rey, ante las lamentaciones de Alfonso y Urraca. La coronación de Alfonso como monarca galaico produjo una nueva separación de Urraca y el Batallador, lo que encendió de nuevo la mecha de la guerra civil. Para entonces, el conde don Pedro de Lara se había convertido en influyente amante de Urraca. Hacia la primavera de 1112, Urraca pudo reunirse al fin con su hijo en Galicia, donde también recibió apoyos, subsidios y tropas para enfrentarse a su esposo, que, cegado por la ira, cometió toda clase de tropelías en Castilla. Con los nuevos refuerzos y la dirección de Pedro de Lara, las tropas de doña Urraca resistieron el cerco de Astorga y empujaron al ejército del Batallador hacia Carrión de los Condes.

Reina despreciada

En aquel momento, los consejeros de ambos monarcas acordaron una nueva tregua basada en una nueva reconciliación de los beligerantes cónyuges, que se llevó a efecto en el invierno de 1112. La reina Urraca, acompañada de su esposo, viajó hacia Zaragoza para compartir los tesoros de la recientemente conquistada ciudad del Ebro, pero apenas permanecieron unos meses las desavenencias entre ella y su esposo eran insufribles.

En Castilla, entretanto, la guerra continuaba y con buenas noticias para la reina: las tropas que permanecían leales a su causa eran dirigidas, obviamente, por Pedro de Lara, que ya se habían hecho con el control de Sahagún, Carrión y Burgos, pero Urraca era plenamente consciente de que dichas conquistas sólo obedecían a que su todavía marido se hallaba más preocupado de la situación en Aragón. Por ello, decidió recurrir al poderoso Diego Gelmírez.

La entrevista se realizó en mayo de 1113, y en ella el taimado Gelmírez pidió lo que más deseaba, que la diócesis compostelana se convirtiese en arzobispado y, naturalmente, que él ocupase el puesto de arzobispo a lo que la reina accedió a cambio de ayuda militar, lo que significó que surgiría un nuevo enfrentamiento entre ella y Alfonso de Aragón. En una acción conjunta, la guarnición aragonesa de Burgos fue sitiada por las tropas de Gelmírez, mientras que Pedro de Lara y el ya veterano Pedro Froilaz, conde de Traba, detuvieron al ejército de refuerzo, dirigido por el propio monarca aragonés, en Villafranca de Montes de Oca. La situación tensa se resolvió de la peor manera posible a instancias de Gelmírez, Urraca y Alfonso firmaron una nueva reconciliación, que duró tan escaso tiempo como la anterior. Tampoco puede concretarse, dado el historial anterior, que esta reconciliación fuese más deseada que otras, pero el caso es que la entrada en escena otra vez de su hermana Teresa ya viuda de Enrique de Borgoña, desencadenó los acontecimientos. Teresa, en busca de una alianza con el rey de Aragón, le informó de que su hermana Urraca planeaba envenenarlo y hacerse con todos sus estados. Esta vez Alfonso el Batallador, sin buscar excesivas pruebas de que fuese cierto el rumor, no montó en cólera, sino que directamente repudió a la reina Urraca, la expulsó de sus reinos y prohibió, bajo pena de muerte, que alguien le diese cobijo.

Ruptura definitiva y el abandono

La ruptura definitiva con Alfonso el Batallador en 1114 provocó un punto de inflexión, no ya en el devenir de la reina Urraca, sino en todo el reino de Castilla, hastiado de las luchas militares. Por esta razón, a partir de 1114 se abrió una etapa negra en el devenir de la reina Urraca: sin apoyo exterior, enemistado con Portugal, Navarra, Aragón y Francia y con la amenaza de los musulmanes en la frontera del Tajo cada vez más latente. Por si fuera poco, parte de su reino sobre todo el grupo burgués antes mencionado se mostraba abiertamente partidario de Alfonso, a quienes se unieron ciertos magnates castellanos, hartos de que Pedro de Lara, rey de facto, se pasease por el territorio con ínfulas de rey.

Ante los recurrentes desmanes cometidos por el ejército comandado por Pedro de Lara, Gelmírez recurrió a la ayuda de Teresa de Portugal, que le envió tropas para que sitiasen a Urraca en el castillo de Sobroso, fronterizo con Portugal. A su vez, Urraca logró que se uniesen a su causa los habitantes de Santiago de Compostela, hartos del gobierno despótico de Gelmírez. El caso es que las guerras asolaban otra vez Galicia y en el horizonte no se veía una solución inminente, a pesar de que Urraca y Gelmírez firmaron una especie de tregua en Tierra de Campos a principios de 1117.

Uno de los hitos de su vida tuvo lugar el mismo año de 1117, durante nuevas conversaciones entre reina y obispo en la capital jacobea que derivaron en motín. Urraca y Gelmírez tuvieron que refugiarse en la torre del palacio episcopal, pues los insurrectos habían prendido fuego a la catedral en busca de venganza. Cuando por fin el populacho halló el escondite de reina y obispo, las reacciones de ambos bastan para situar a cada uno en el lugar que le corresponde, Gelmírez arrancó la capa a un pobre vagabundo y escapó embozado, trepando por los tejados de la ciudad hasta refugiarse en la iglesia de Santa María. La reina Urraca fue violentamente atacada y despojada de sus ropas; pero aun así, en paños menores, plantó cara a los amotinados y les conminó a que expusiesen sus quejas, ayudando con ello a calmar la violenta situación. Finalmente, accedió a relevar a Gelmírez como señor jurisdiccional de la ciudad y a reponer la justicia. Incluso en tales circunstancias vergonzantes, una reina debía comportarse como una reina.

Tal vez otra muestra más de carácter fue que no cumplió nada de lo prometido, sino que, con la ayuda del conde de Traba, llevó a cabo una violenta represión contra quienes habían protagonizado el motín. Eso sí, jamás perdonó a Gelmírez y, de hecho, sus últimos años se caracterizaron por el respeto a la figura de su hijo, a todas luces el personaje dominante tras una época confusa Pedro de Lara también había fallecido ya, pero también por continuar con la implacable persecución contra el obispo compostelano, al que llegó a hacer prisionero en 1121. Pero para entonces las cosas habían cambiado y Gelmírez se había ganado la simpatía de los compostelanos por haber organizado la exitosa defensa de las costas gallegas del año anterior, en la que repelió un ataque de piratas almorávides.

Para frenar las ansias de su madre contra el arzobispo, Alfonso, siendo un joven ya de veinte años, se armó de caballero en la catedral de Santiago en 1124, para celebrar ceremonia que significó la retirada de la escena política de Urraca, para alivio de Gelmírez. Según fuentes, la medida del éxito para el gobierno de Urraca era su capacidad para restaurar y proteger la integridad de su herencia, que es el reino de su padre, y transmitir esa herencia en su totalidad a su propio heredero. Las políticas y los acontecimientos llevados a cabo por Alfonso VI habían contribuido en gran parte a los desafíos que enfrentaba Urraca en su sucesión, es decir, legitimar a su hermano y que tenga la oportunidad de su media hermana ilegítima a reclamar una parte del patrimonio, así como el matrimonio forzado con Alfonso I de Aragón. Además, la circunstancia de género Urraca añadió una inversión de roles distintivos dimensión a la diplomacia y la política que Urraca utiliza a su favor.

Muerte y legado

La indómita reina castellana falleció en Saldaña, el 8 de marzo de 1126, y su hijo heredó sin mayor problema el reino de Castilla y León. Como reina, Urraca se elevó a los desafíos que presenta para ella y sus soluciones son los pragmáticos, según Reilly, y sentó las bases para el brillante reinado de su hijo Alfonso VII, que sucedió en el trono de todo el reino y en paz con la muerte de su madre. Urraca sería el último de la casa de Jiménez de reinado, su hijo debía ser de la Casa de Borgoña.

Fuentes

Enlaces externos