Nuestros dioses antiguos
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Nuestros dioses antiguos, es una obra que pertenece al pintor Saturnino Herrán realizada en 1916. Esta fue una de sus últimas pinturas de una secuencia que debía realizar con el fin de decorar el Museo de Bellas Artes y de las solo pudo terminar una de este proyecto tan grande.
La pintura y sus personajes
El friso Nuestros dioses es una representación del sincretismo mexicano. Fue una pieza pensada para ser un mural en el Teatro Nacional (actualmente Palacio de Bellas Artes) una vez que estuviera terminado; sin embargo, la pieza no fue concluida porque Herrán comenzó a enfermar y posteriormente falleció antes de poder completarla.
Cuatro años antes de su muerte en 1914, se le comisionó un gran mural que decoraría el Palacio de Bellas Artes, este encargo constaba de tres grandes paneles, de ellos, solo pudo terminar uno antes de su muerte. Sin embargo, realizó diversos estudios y proyectos para dicho trabajo, Nuestros dioses antiguos de 1916, es uno de ellos.
La obra fue diseñada como un tríptico con tres tableros. El tablero izquierdo y derecho tienen una dimensión de 57.5 cm x 175 cm, y el tablero central de 88.5 x 62.5 cm. Los tableros están relacionados de forma simétrica, pues las horizontales se interrumpen con la verticalidad del tablero central. Por su parte, los tableros izquierdo y derecho poseen figuras humanas en grupos de 5, 3 y 4, sumando 12 en total en cada lienzo.
El tablero izquierdo representa el pasado indígena, y en él se pueden apreciar doce indígenas corpulentos, los primeros cinco llevan las ofrendas; después tres más en actitud de reverencia. Adelante de ellos cuatro hombres, dos hincados en forma erguida y con penachos de plumas de quetzal y otro con una ofrenda de frutas. Al frente se aprecian dos indígenas postrados y con el rostro oculto.
El tablero derecho representa la herencia hispánica y se lee de derecha a izquierda. En él se muestran doce hombres divididos en grupos. El primer grupo es de cinco figuras, un conquistador mirando al espectador y cuatro monjes que llevan a la imagen de la Virgen María. Luego hay tres figuras hincadas reverenciando. Un poco más adelante hay cuatro hombres, uno de ellos sentado en una silla y tres monjes. En este tablero predominan las gamas azules y marrones.
Para estas escenas Herrán utilizó como modelo a un indígena xochicalca de nombre Saturnino, que en ocasiones posaba para sus clases de dibujo y que en especial utilizó para sus proyectos y el friso de “Nuestros Dioses”.
Esta obra muestra a un Herrán al final de su vida más maduro y sobrio, donde la paleta de color es menos brillante y más en colores tierra. Se nota su destreza en el dibujo fluido y en sus figuras plasma una sensualidad muy característica de su pintura. Las dos figuras principales tienen una postura serpenteante que le da suavidad a la escena y a los personajes, dotándolos de fluidez.
Francisco Díaz de León, quien fue discípulo de este gran pintor, manifestó que Saturnino Herrán fue el primer brote nacionalista, y esta obra lo confirma. Es importante destacar que él escogió como motivo central y fundamental homenajear a la cultura prehispánica, la estética física de sus pobladores dándoles así su lugar. En esta obra Herrán deja de representar al indígena en un ambiente común o costumbrista para dotarlo de una idealización propias de un dios, de ahí también desprendiéndose el título de la obra para crear un indígena lleno de erotismo y heroísmo, enalteciéndolo como bellos guerreros llenos de riqueza cultural dignos de un altar de culto.
Síntesis biográfica
Saturnino Herrán nació en la ciudad de Aguascalientes, el 9 de julio de 1887. Sus padres fueron José Herrán y Bolado y Josefa Guinchard Medina, su padre fue un hombre polifacético, quien fungió como tesorero general del estado de Aguascalientes, pero al mismo tiempo era profesor de teneduría de libros en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes.
Sin embargo la madre de Saturnino, Josefa Guinchard Medina, de ascendencia franco-helvética, provenía de una familia de hacendados hidrocalidos, de los cuales Miguel Guinchard llegaría a ser gobernador del estado, en el periodo de 1879 a 1881.
El 18 de enero de 1903 fallece su padre, lo cual significó un duro golpe moral, pues contaba solo con quince años de edad. Al quedar en el desamparo, su madre y él intentan recuperar algunas de las patentes, pero no contaban con los materiales que se habían quedado en Europa.
Ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, antes Academia de San Carlos en 1904, en el momento en que la institución había cambiado sus planes de estudio, bajo la dirección en las clases de dibujo y pintura impartidas por Antonio Fabrés.
En 1908 terminó su primera obra de gran rigor estilístico, Labor, la cual desarrolla en su clase de Composición de Pintura. Dos años después realizó dos tableros para la Escuela de Artes y Oficios entre 1910 y 1911, en la que se realzaba el trabajo como sustento del progreso nacional. Para estas obras, Herrán retomó los murales de Frank Brangwyn.
En 1909 ya había realizado una obra alegórica con sensibilidad decadentista, Molino de Vidrio, en la que se confronta el tema del progreso asociado al trabajo con el del agobio que representa el trabajo físico de un viejo que opera una rueda de molino.
Desde 1916 la apariencia de Saturnino Herrán era enfermiza, su estado en 1918 empeoró por lo que requería ser hospitalizado. Durante su agonía decía desesperadamente a Rosario que no quería morir porque todavía tenía mucho que pintar. “Al sentir que se paralizaba el brazo derecho, pidió a Rosario papel, lápices y algo qué dibujar; ella le llevó la pequeña mascarita prehispánica.
Fue su último contacto con el lápiz y el papel.” Sería una cirugía mal realizada la que finalmente acabaría con su vida.