El Duelo en los niños, adolescentes y jóvenes


El duelo en los niños
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Concepto:Complejo proceso de cambios tras las pérdidas significativas que sufre el ser humano, con componentes físicos, psicológicos y sociales. Es, en esencia, una respuesta normal, adaptativa, necesaria.

El Duelo en los niños. El dolor por la pérdida de un ser querido se siente a cualquier edad, también en la infancia y la adolescencia. Con la intensión de ayudar a sus hijos niños y jóvenes a su cargo, equivocadamente, padres y adultos suelen evitar mostrar sus sentimientos y entablar conversaciones con ellos sobre este tema.

Definición necesaria

El Duelo se asocia comúnmente a la pérdida de seres queridos pero puede originarse ante la separación de pareja y de otros familiares e incluso ante la pérdida de animales afectivos. La muerte de un ser querido se reconoce como uno de los eventos de mayor impacto, por su radicalidad, irreversibilidad, universalidad e implacabilidad.

Expresiones del duelo como la anorexia (inapetencia), las alteraciones del sueño, el desinterés, la tristeza, la falta de concentración y el aislamiento social, afectan la calidad de vida y generan demandas de servicios de salud. Pueden descompensarse enfermedades previas o asumirse conductas de riesgo: tabaquismo, ingestión de alcohol, abuso de fármacos.

Como tratar al niño ante el duelo

La mayoría de los adultos no saben cómo actuar para ayudar a sus hijos o niños y jóvenes a su cargo y a veces equivocadamente, padres y adultos suelen evitar mostrar sus sentimientos.

Hablan poco o nada del tema sin darse cuenta de que con su comportamiento enseñan a los niños/as a actuar igualmente, por lo que acallarán también sus sentimientos. Quizá la vida moderna, más material y superficial, ha ido provocando que emociones y realidades de la vida como la enfermedad, la muerte y todo lo que le rodea, sea alejado del entorno familiar y haya ido desviándose hacia hospitales y tanatorios, más “asépticos y prácticos”.

A la falta de “formación” se une la educación recibida en cuanto a no exteriorizar los sentimientos ni las emociones -sobre todo a los varones: “los chicos no lloran” ... “hay que ser fuertes-

Cuando los adultos tienen que enfrentarse a la difícil tarea de explicar a un niño/a que una persona cercana ha fallecido, a veces optan por decirle que se fue de viaje, de vacaciones, que está dormido, o simplemente determinar que: es mejor no decirle nada ya se lo diremos cuando vaya siendo mayor

Ese temor a hablar de los sentimientos ocurre incluso en situaciones más llevaderas” aunque también traumáticas para un niño/a, por ejemplo ante la muerte de su mascota.

Por no saber qué hacer o decir, o no enfrentarse a lo duro de la situación, los mayores pueden decidir una rápida solución: comprar otro animalito; en vez de hablar de lo sucedido y de cómo se siente el niño/a por ello.

Los niño/as y adolescentes están creciendo a cada instante tanto física, como mental, emocional y espiritualmente, lo que les ayudará a ir comprendiendo poco a poco lo que representa la muerte.

La ayuda de sus mayores padres, familia, profesores será primordial, puesto que una pérdida muy cercana en la infancia o primera juventud, conllevará un gran trabajo emocional por parte del niño/a.

Es frecuente que los niño/as que ya entienden lo sucedido, pero que aún son demasiado pequeños, pospongan inconscientemente ese “trabajo” y lo elaboren en la adolescencia o de adultos. Probablemente el suceso marcará su vida, aunque esto no quiere decir que vaya a producirle un problema grave (patología).

Habrá que tener muy en cuenta además de la edad del niño, su comprensión de conceptos.

No se debe temer porque se noten ciertos cambios en su carácter como baja autoestima, timidez, ensimismamiento y aislamiento, euforia…. ya que suelen ser más o menos pasajeros y no son demasiado graves.

Puede ocurrir un cierto estancamiento en su madurez, pero la pérdida de un ser querido puede hacerles desarrollar un profundo concepto y sentido de la Vida, lo que les ayudará a evolucionar psíquica y emocionalmente con una mayor riqueza. Algo que muchos adultos no llegan a alcanzar aún en una larga vida.

Noción de la muerte en la infancia

El concepto de muerte-vida es mínimo en la primera infancia. Los niños/as muy pequeños no saben siquiera diferenciar entre ellos mismos y los demás, lo vivo y lo muerto, lo animado y lo inanimado.

De los dos a los tres primeros años toman mayor conciencia de sí mismo y los más cercanos en su entorno, padre, hermanos, etc. Hacia los 4 a 5 años, comienzan a usar términos como: vida, vivir, estar vivo, muerte o morir.

Van diferenciando lo vivo (personas, animales) de lo que no lo está juguetes, objetos. Aún así no son conscientes de la posibilidad de la muerte ni del concepto en sí.

La idea sobre la muerte varia según el entorno, tradición, costumbres, religión y sobre todo la madurez del niño/a.

En la infancia y adolescencia, se percibe el mundo egocéntricamente. La realidad cambia según el propio pensamiento y personalidad, y suele corresponderse con la edad psicológica o edad mental.

Hay niños pequeños muy maduros, mientras que otros más mayores son aún muy infantiles. Su imaginación infantil puede hacerles creer por ejemplo, que la muerte es como cuando uno se duerme y se despertará después.

Es el tiempo de ir conociendo cuentos y películas con final feliz y en los que nadie muere aunque exista cierta violencia.

Así su pensamiento imaginativo les hace difícil saber lo que ha ocurrido realmente si alguien cercano fallece.

Hacia los ocho o nueve años suelen pensar que juguetes, dibujos, piedras, tienen vida y que la muerte es algo pasajero.

El concepto de tiempo también tiene una medida distinta; mañana, pasado mañana o para siempre, se mezclan entre realidad y fantasía.

Aún así el sentimiento de separación y soledad que les produce la pérdida, les hace mantener un sentimiento doloroso de abandono.

Durante tiempo, el mínimo pensamiento de que la muerte sea algo real provocará su rechazo hasta sacarlo fuera de su realidad.

El duelo de los niños/as será proporcional a la intensidad de la relación que tuviera con el fallecido.

Durante la infancia es primordial sentirse protegido, si sienten que han perdido esa protección a causa del fallecimiento de la persona querida, le producirá inestabilidad emocional y sentimientos de rabia y miedo.

Los niños/as pueden vivir la pérdida con un gran sentimiento de culpa. Pueden creer que el/ella mismo/a provocó el mal.

Ya sea porque se enfadaran tiempo atrás con el fallecido, por creer que no se portó bien con o porque fue desobediente.

No se debe olvidar que los niños/as tienen sus propios recursos para luchar contra la tristeza que la pérdida les produce, como su mentalidad de fantasía.

La relativa inmadurez emocional y psicológica también les servirá de escudo y ayuda para reducir el grado de angustia.

Comprensión según su edad

La edad física no se ajusta a veces con la edad mental que es en realidad la que cuenta.

Interviene también de forma importante en su grado de madurez la educación recibida y el entorno familiar y social.

Antes de los cuatro o cinco años es muy normal que no tengan noción de la muerte. Quizá podría hablarse de una cierta alteración emocional por la ausencia de la madre –si es ella la fallecida- también por el padre.

Entre los cinco y los nueve años pueden aparecer miedos, ya que al no poder identificar la realidad pueden creer que la muerte es alguien, una persona o una especie de “monstruo” que puede venir en cualquier momento a hacerle daño, a llevarle de su casa y separarle del entorno seguro en que se encuentra.

Hasta los nueve o diez años perciben la muerte como algo malo que le pasa a las personas y por deducción pueden llegar a pensar que eso mismo también les puede pasar a ellos.

Hacia los diez a doce años -en el pre-adolescencia considera la vida más desde el punto de vista del exterior. Comienzan a ser muy importantes los amigos, los compañeros del colegio y personas de un círculo más exterior al del núcleo familiar –profesores, familiares más lejanos, etc.-

La muerte adquiere una connotación emocional mucho más intensa y se inician en el conocimiento y la práctica de costumbres sociales, culturales y religiosas a las que pertenecen, lo que les puede ayudar a elaborar su duelo.

La fantasía e imaginación ocupan menos espacio en su pensamiento, pasando a un razonamiento más material y realista.

Mantienen aún la creencia de que la muerte no es algo inexorable y que las causas de que ésta se produzca son ajenas y fuera de su entorno. Es algo que “les pasa a otros” y por cosas tan extraordinarias como guerras, explosiones, accidentes, disparos o enfermedades de personas mayores –infartos, embolias, etc.

Sin embargo ya comienzan a temer que sus seres queridos puedan fallecer y se inician en una aceptación más profunda de que todos los seres vivos morirán algún día, eso sí, muy muy lejano. Aún no tienen conciencia de que el suceso se pueda producir en la actualidad.

A esta edad muchos niños sienten cierta curiosidad por saber y ver qué ocurre después de la muerte. Hablan a menudo de fantasmas, aparecidos y elucubran sobre qué se sentirá después y qué habrá más allá, interviniendo bastante creencias religiosas o morales aprehendidas durante la infancia.

Consejos para ayudar a un niño en su duelo

Los adultos tienden a apartar a los niños/as y jóvenes de cualquier cosa que crean les pueda inquietar.

En el caso del fallecimiento de un ser querido muy cercano para el niño/a, es un error apartarles del suceso pues se quiera o no ellos están afectados.

Evitar que participen en el duelo familiar, es apartarles de una situación muy importante, no solo para su vida actual, sino para la futura.

No se debe olvidar que es muy importante para un ser humano aprender a afrontar y aceptar situaciones y sentimientos más o menos negativos y adversos.

Los niños/as y jóvenes también necesitan saber lo que está pasando, y que alguien les ofrezca explicaciones adecuadas a su nivel de entendimiento.

Los mayores deben reconocer que ellos también han sufrido su pérdida y ¡es imposible evitarles el dolor que sienten.¡

En vez de ocultar y evitar la triste realidad por la que cada miembro de la familia está pasando, es más beneficioso unirse y apoyar al niño/a o joven para enfrentarse a su propio duelo de la forma más natural posible.

En el caso que un familiar cercano se encuentra ingresado en un hospital o clínica por una enfermedad muy grave, la mayoría de los niños/as no suelen ir a visitar a su ser querido. Es frecuente que nunca vuelvan a ver a su familiar, ya se trate del padre, la madre, algún hermano o los abuelos. Esto le aparta de una realidad que desgraciadamente va a vivir después. La lejanía del asunto le hará más difícil creer lo que ha pasado.

Es muy importante para la aceptación de la pérdida, visitar a su familiar enfermo -siempre que sea posible y tanto enfermo como niño/a den su permiso-. Se le estará ayudando a “elaborar su duelo” y a admitir mejor la realidad y a despejar las posibles dudas del por qué de su marcha.

Con demasiada frecuencia las personas mueren en soledad. El miedo al dolor paraliza y hace preferir estar apartado.

Así se actúa también con los niños/as, se justifica pensando: “es mejor que sea así...”. Quizá solo es el deseo de no vivir esa experiencia que produce tanto malestar.

Esta forma de actuar tiene mucho que ver con las costumbres de la familia, así como a la esfera social y religiosa a la que pertenezca.

La cultura, los ritos y la religión son importantes, y participar en ellos ayudará a niños/as en la elaboración de su propio duelo, sobre todo si ya están en la adolescencia.

No obstante, en el funeral, cortejo, sepelio, etc., deben estar orientados por alguien de confianza y que conteste a sus preguntas, incluso que vaya anticipándole los acontecimientos de las costumbres y celebraciones. Es necesario tener en cuenta el deseo del niño/a en cuanto a si quiere participar o no en dichos actos, dándole toda libertad a su elección para que ni sienta obligación a asistir ni, por el contrario, apartado de los mismos.

No se le debe sobreproteger ni aislar de todo lo que vaya sucediendo a su alrededor ni del cambio que la pérdida haya podido producir en la familia.

No hay que olvidar, para no angustiarse, que el niño/a o adolescente, igual que los adultos, tardará cierto tiempo en procesar su duelo durante el que irá enfrentándose paso a paso con su dolor.

Si en este proceso se siente acompañado de alguien que le guíe, con el que se sienta protegido y apoyado, hará que el niño/a vaya encontrando la forma de enfrentarse sanamente a su dolor y a aceptar la pérdida de la forma menos traumática posible.

Informarles directamente

Si sabemos que el suceso puede ocurrir en cualquier momento, por ejemplo ante una enfermedad grave muy avanzada, es muy importante preparar al niño/a para el desenlace. Sobre todo si se trata de alguien tan cercano como uno de los padres o un hermano.

Debe evitarse mantener la muerte en secreto ya que el niño observará la tristeza y la conducta afligida de los adultos que aumentaría su confusión al mezclar realidad con fantasía.

Al fallecer uno de los padres, casi siempre el otro progenitor dice a los hijos lo ocurrido. La mayoría de las veces lo hace pronto, pero en algunos casos no, y se da la noticia después de semanas o meses.

El riesgo que se corre al ocultar el suceso es que, o bien ya lo han intuido por sí solos, o lo que es peor, les ha llegado por comentarios de personas ajenas. Esto puede provocar una reacción negativa hacia la situación y hacia sus mayores.

El niño/a tiene derecho de ir preparándose para el desenlace si éste es previsible, y tanto en ese caso como en el de un fallecimiento repentino, tiene así mismo todo el derecho a ser informado cuanto antes por alguien allegado y de confianza, no por un extraño.

La persona que de la noticia debe prepararse para soportar, si sucede, el estallido de rabia o de llanto, ya que puede ocurrir que el niño a reaccione gritando, llorando, dando patadas o rompiendo objetos, también profiriendo insultos o palabras malsonantes.

Lo mejor es adoptar una actitud de firmeza y serenidad, atentos para evitar que se pueda hacer daño, sin ningún reproche por su posible reacción violenta y que note en todo momento la compañía, el abrazo y consuelo de quien le ha dado la noticia

Una actitud de espera o de evadir la verdad diciéndoles por ejemplo, que la persona fallecida se ha ido de viaje o está en el hospital, no hará más que aumentar el dolor.

Puede que más pronto que tarde, al descubrir la verdad, el niño/a se sienta defraudado/a y engañado/a por la persona en la que tenía toda su confianza.

Dialogar sobre la muerte

Hablar sobre la muerte ayudará a que el niño/a la vaya conceptuando como algo natural y facilitará que se abra la puerta de una comunicación sincera.

Es muy importante fomentar la comunicación, sólo así se podrá saber lo que siente y le costará menos iniciar el diálogo cuando le sea difícil expresar su dolor.

El niño/a aprenderá que es bueno preguntar y además servirá para eliminar falsas realidades e interpretaciones de su imaginación. Esto le ayudará para comprender la realidad de lo que está pasándole a él/ella y a su familia. Permitir que haga todas las preguntas que quiera e incluso si no las hiciese, insistir prudentemente para que las haga, contestándole correspondiendo a su edad y madurez.

Se puede aprovechar al ver alguna película que tenga algo que ver con el tema, sobre todo si participa en ella algún un niño/a o joven.

Es importante elegir bien las palabras para aclararles sus dudas, por ejemplo al preguntarnos sobre lo que ocurre después de la muerte.

Usar palabras claras y francas, sin olvidar, en caso de que este tema sea comentado, que conceptos como la vida tras la muerte el más allá, el otro lado son difíciles de comprender antes de los diez u once años.

Ser sinceros

El niño adolescente o joven necesita de alguna persona que le ofrezca toda atención, seguridad, cariño y afecto, pero ante todo en situaciones de pérdida de un ser querido necesita que sean completamente sinceros con él/ella, por lo que se le debe decir la verdad con claridad para no confundirles.

Se pueden contar narraciones que ayuden para comparar lo que está pasando y que sean coherentes con las creencias y filosofías de la familia.

Pude ocurrir que se empleen mentiras piadosas y se les diga por ejemplo, que la persona fallecida está como durmiendo.

Esto les confunde, pues aunque no sean muy pequeños no entienden algo que por un lado oyen: ha muerto y por otro: está dormido.

Es peligroso, pues irse a dormir puede convertirse en algo amenazador que le produzca animadversión y miedo.

En éste supuesto, la falta de sinceridad solo hará que el niño/a, al saber la verdad tenga una gran decepción, pérdida de confianza y temor hacia los adultos, en particular a quien le dijo aquello pues se siente engañado por alguien en quien confia el Niño a, adolescente o joven, lo que necesita es expresar sus emociones, temores e inquietudes. Para ello precisa como nunca de un adulto capaz de escucharle y que le sepa explicar sinceramente y con simples palabras qué es lo que ha ocurrido y por qué.

Contestar sus preguntas y explicar sus dudas

Al responder a sus preguntas es importante que los adultos digan cosas de acuerdo con sus creencias.

Si no fuese así el niño/a acabará descubriendo las discrepancias y se pondrá en peligro la relación a causa de la desconfianza generada.

En caso de que el fallecimiento corresponda a otro niño/a o persona muy joven de la familia, debemos intentar que vaya asumiendo que la muerte no atiende a edades, y que aunque lo más corriente es que fallezcan primero las personas mayores, a veces también mueren los más jóvenes, incluso los niños/as pequeños.

Insistir que es normal llorar, sentirse afligido y sentir tristeza o pena por no tener más a la persona querida.

A veces los niños/as ven algún pájaro o insecto muerto, lo que puede hacerle preguntar sobre la muerte.

Es importante responder de forma adecuada a sus preguntas para que puedan ir formando una idea apropiada sobre el tema, dándoles la respuesta más conveniente a su comprensión, edad y madurez. Observando las cuestiones de sus preguntas, la persona que cuide del niño podrá darse cuenta del estado de ánimo del niño/a y del momento en que se encuentra en su duelo.

Por ejemplo si preguntan: ¿y dónde está ahora?, deberá decirse la verdad; que su cuerpo ya no está vivo, lo que quiere decir que ya no habla, no se mueve, no ve ni oye, etc. y que por todo ello no puede estar a nuestro lado. Se debe incidir en que la persona fallecida no va a regresar.

Y si desea saber dónde está su cuerpo, contestarle según se haya procedido en los actos funerarios.

Fuentes

  • Cobo Medina C. El valor de vivir. Madrid Ediciones Literarias, 1999.
  • Gómez Sancho M. Medicina paliativa, la respuesta a Una necesidad. Madrid: Arán, 1998.
  • Lacaste MA, Sastre P. El manejo del duelo. En, Die y E López Aspectos psicológicos en cuidados paliativos. La comunidad con el enfermo y la familia .Madrid: Ades ediciones, 2000.