Francis Asbury

Francis
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NombreFrancis Asbury
Nacimiento20 o 21 de agosto de 1745
cerca de Harrodsworth.ubicado a unos seis kilómetros de Birmingham Inglaterra, Bandera de Inglaterra Inglaterra
Fallecimiento31 de marzo de 1816
Spotsylvania Virginia
NacionalidadInglesa
CiudadaníaInglesa
OcupaciónPrimer obispo metodista ordenado, Teólogo y predicador
PadresJoseph Asbury y Elizabeth Rogers

Francis Asbury. Primer obispo Metodista ordenado.

Síntesis Biográfica

Francis Asbury nació el 20 o 21 de agosto de 1745, cerca de Harrodsworth, ubicado a unos seis kilómetros de Birmingham, Inglaterra. Sus padres: José y Elizabet, fueron pobres, pero honestos y muy diligentes, y así pudieron satisfacer todas sus necesidades en la vida. Tuvieron dos hijos nada más, un varón y una mujer, pero solamente Francis sobrevivió a la infancia.

El padre trabajaba para dos familias acomodadas en la parroquia; la madre era de tronco galés con mucha de la susceptibilidad emocional tradicional de los suyos. Fue la madre quien dejó la mayor impronta en el hijo. La muerte de una hermana pequeña la había llevado a la más profunda melancolía durante varios años, hasta 'que a Dios le agradó abrir los ojos de su mente.' Hasta entonces una mujer mundana, ahora asistía a los cultos y empleaba horas en leer libros devocionales. Su casa se convirtió en un lugar de cita para 'el pueblo de Dios.' Antes del nacimiento de su hijo, según una tradición familiar, tuvo una visión en la que Dios se le apareció, anunciándole que daría a luz un varón y sería un gran dirigente. Aferrada a esta visión prodigó sobre el niño todo el afecto que su hermana le había motivado. Francis creció bajo el cuidado de su emotiva madre y desarrolló un amor maternal que parece haber impedido, con una posible excepción, la inclinación hacia el otro sexo. Si su propio relato es confiable fue siempre un muchacho serio con 'un sentido particular del ser de Dios', temiendo grandemente el juramento y la mentira, aborreciendo la lucha y la pelea y nunca imitando los vicios de sus malvados compañeros.

Tuvo una limitada escolarización y a la edad de trece años y medio era aprendiz de 'una rama de negocio', que pudo haber sido la de herrero. Fue aprendiz durante seis años, experimentando a los catorce años de edad un avivamiento espiritual. El interés en el metodismo parece haber sido encendido por su madre, que le enviaba a la aldea vecina de Wednesbury para escuchar a los predicadores itinerantes. Fue una nueva experiencia para un muchacho que se había criado en la Iglesia anglicana escuchar a un predicador predicar sin un libro de sermones y orar sin un libro de oración. Por vez primera vio hombres y mujeres de rodillas, diciendo amén con emoción espiritual. 'Esto no es la Iglesia sino algo mejor' concluyó.

Viaje a América

Desde entonces se juntó más y más con los metodistas, reuniéndose con ellos para leer y orar e incluso tener ejercicios devocionales en casa de su padre. También acompañaba a su madre a una reunión quincenal de mujeres, donde leían las Escrituras al principio y luego se aventuraban a exponer y parafrasear una pequeña porción leída. A la edad de dieciséis años ya predicaba, visitando los condados vecinos y al mismo tiempo siguiendo su llamamiento y trabajando hasta que tuvo veintiuno, cuando fue a Londres y fue admitido en la conferencia wesleyana. Durante cuatro años fue ministro itinerante y en 1771, en la conferencia en Bristol, él y Richard Wright se ofrecieron como voluntarios para ir a América.

El metodismo en América no comenzó con la llegada de Asbury a Filadelfia. Otros misioneros le había precedido, pero un gran sentido de responsabilidad por ese vasto país le abrumaba. El día de su llegada fortificó su alma orando cinco veces, leyendo tres capítulos de Apocalipsis, cien págias de Sermons de Wesley y otro centenar del relato de Edwards sobre los avivamientos en Nueva Inglaterra. La semana siguiente comenzó el primero de sus itinerarios para unirse a Richard Boardman. Aunque era sólo un ayudante bajo Boardman, que era mayor en edad y servicio, se tomó la obra muy seriamente. Halló mucho que era criticable en Nueva York; la disciplina era laxa, no aprobando a los predicadores que se quedaban en la ciudad, creyendo que los cambios frecuentes en los circuitos eran deseables 'para evitar la parcialidad y popularidad.' Determinó establecer un ejemplo y el 24 de noviembre de 1771, sin permiso de Boardman, partió en un caballo prestado por las localidades de Westchester County, predicando por doquier, en tabernas, cárceles y por el camino.

En octubre de 1772 Asbury recibió una carta de Wesley, nombrándole superintendente en América y con esta autoridad llevó adelante sus propias ideas sobre la disciplina. No dudó en expulsar a miembros culpables de las reuniones, a pesar de las protestas. 'Mientras yo esté' escribió en su diario 'las normas deben ser cumplidas y no soporto ser dirigido por metodistas a medias.' Pero en junio de 1773 tuvo que someter su autoridad a Thomas Rankin, recién llegado de Inglaterra. Sin embargo, nunca fue un buen subordinado y pronto perdió la simpatía de su superior, quien ciertamente nunca entendió la actitud colonial hacia la madre patria y continuamente fue un tropiezo. Al final Rankin se quejó a Wesley, quien citó a Asbury para que regresara.

Al frente del metodismo en América

Para tratar con esta nueva situación Wesley resolvió en 1784 seguir un curso que había considerado por largo tiempo. Envió a Estados Unidos al reverendo Thomas Coke, presbítero de la Iglesia anglicana que se había unido al metodismo, con instrucciones para compartir con Asbury la superintendencia de las sociedades metodistas. Coke encontró a Asbury por vez primera en Barratt's Chapel en Kent County, Delaware, siguiendo varias conferencias. De nuevo, Asbury evidenció su sagacidad. Percibiendo correctamente el temperamento de sus asociados, insistió en que debería recibir su nombramiento no de Wesley sino de una conferencia regular y lo consiguió. En una memorable conferencia en diciembre de 1784, en Baltimore, Coke y Asbury fueron escogidos como superintendentes, siendo el libro de oración resumido, la liturgia y la disciplina enviados por Wesley adoptados como el fundamento de la Iglesia Episcopal Metodista en Estados Unidos. En días sucesivos, Asbury fue ordenado diácono y anciano y consagrado como superintendente, no obispo. Sin embargo, casi al mismo tiempo comenzó a referirse a sí mismo como obispo, cosa que Wesley reprobó fuertemente, pero el título quedó y apareció en las minutas de la conferencia de 1787. Teóricamente compartía sus funciones episcopales con Coke, pero las frecuentes ausencias de éste dejaron el control práctico y la dirección de la organización en su colega americano. Teóricamente también era siervo de la conferencia metodista, pero entre sesiones gobernaba tan autocráticamente como el papa de Roma. Con la mira puesta en la gloria de Dios nombró predicadores sin la más mínima consideración a sus deseos o a las preferencias de los miembros. Hubo fuertes quejas y más de una vez su autocrático poder fue desafiado. No fue hasta que su fuerza se debilitó y ya no pudo llevar la carga, que aceptó como obispo asociado (1800) a Richard Whatcoat, quien sería poco más que su suplente. Fue Asbury quien planeó esas grandes campañas que enviaron predicadores no sólo a las remotas partes de los antiguos Estados sino a los Alleghanies en las peligrosas fronteras de Kentucky y Ohio. Fue un maestro de la estrategia religiosa. No fue un gesto inútil cuando él y Coke presentaron una alocución congratulatoria, elaborada por Asbury, al nuevo presidente, el general Washington, logrando el reconocimiento de los metodistas como el primer cuerpo religioso que profesaba lealtad al nuevo gobierno.

Trabajos y penalidades

Un maestro de la estrategia se suele quedar en la retaguardia. Pero no fue así con el obispo Asbury. No pidió a sus seguidores más de lo que él mismo estaba preparado para hacer. Luchó contra el Adversario en combate personal desde New Hampshire hasta Georgia, no una sino muchas veces. Se ha dicho que recorrió casi 300.000 millas. 'Mi caballo trota agarrotado' escribió en su diario 'y no me asombra al haber recorrido una media de 5.000 millas al año durante cinco años seguidos.'

Muchos de esos incesantes recorridos los efectuó por caminos difícilmente descriptibles y bajo una tensión física que hubiera agotado a cualquier hombre de voluntad menos resuelta. Y Asbury no fue nunca un hombre saludable. Sufría de toda clase de dolencias agravadas por un descuidado tratamiento. Las sangrías eran su remedio favorito para casi cada dolencia, desde furúnculos y peores enfermedades de la piel hasta desórdenes intestinales. Su condición se agravó por la mala alimentación, exposición y falta de salubridad ordinaria en las cabañas donde se refugiaba. A lo largo de esos años no tuvo morada fija que se pudiera llamar un hogar y salvo cuando la extenuación le obligaba no descansaba de sus labores. Pero él se gloriaba en sus sufrimientos y deseaba que la posteridad supiera que los había soportado por la salvación de las almas.

Fue una estampa familiar mientras viajaba por la América metodista, con su figura delgada con prominente frente y ojos penetrantes, vestido con una chaqueta y pocas prendas, tocado con un sombrero bajo de ala ancha. Siempre tuvo un aspecto serio, casi austero, que posteriormente con sus cabellos blancos le dieron una dignidad patriarcal. Con la elección de William McKendree como obispo para suceder a Whatcoat, que murió en 1806, las riendas del gobierno comenzaron a escaparse de las manos de Asbury. Más y más dejó los detalles en las manos de su 'obispo ayudante', como persistía en llamar a su asociado. Pero hasta el mismo final, cuando su constitución quedó trastocada por una tos compulsiva y tenía que ser llevado en su carro, mantuvo el bastón de mando, muriendo en Virginia cuando se apresuraba a llegar a Baltimore para la conferencia de 1816.

Asbury no fue un hombre de grandes conocimientos. Leía mucho mientras viajaba, pero su curiosidad intelectual quedaba pronto satisfecha. La vida era para él una morada temporal para un alma en tránsito. Fue esencialmente un asceta, desprovisto de interés en los asuntos temporales. Flagelaba su mente como su cuerpo, teniendo gran satisfacción en acometer duras tareas. Predicó sobre los temas con profunda convicción, el pecado y la redención con la esperanza del cielo y el temor del infierno. Es como organizador más que como predicador que Asbury tiene un puesto principal en los anales del metodismo americano.

Fuente