La guerra de los partos contra los judíos

Flavio Josefo
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Flavio Josefo (en griego antiguo Ἰώσηπος, Iốsēpos, en hebreo וסף בן מתתיהו) nació alrededor del año 37 d.C, en el seno de una familia sacerdotal de Judea ligada a la monarquía de los asmoneos. Su nombre originario era Yosef bar Mattityahu o Yossef ben Matityahou, es decir, José hijo de Matías, aunque cuando el emperador Vespasiano hizo de él un ciudadano romano lo latinizó asociándolo a la familia del bienhechor que lo liberó tras hacerle prisionero, como Titus Flavius Iosephus. En los siglos XVI y XVIII se impuso la modalidad ortográfica de «Josefo» para distinguirlo de los santos llamados José, aunque los ingleses lo citan por su nombre latino «Josephus».
NombreFlavio Josefo
Nacimiento37 d.C

Flavio Josefo (n. 37-38 – Roma, 101) fue un historiador judío fariseo, descendiente de familia de sacerdotes. Hombre de acción, estadista y diplomático, fue uno de los caudillos de la rebelión de los judíos contra los romanos. Hecho prisionero y trasladado a Roma, llegó a ser favorito de la familia imperial Flavia. En Roma escribió, en griego, sus obras más conocidas: "La guerra de los judíos", "Antigüedades judías y Contra Apión". Fue considerado como un traidor a la causa judía y odiado por los judíos. Su obra se ha conservado gracias a los romanos y a los cristianos.

De la guerra contra los judíos

Estando Barzafarnes, sátrapa de los partos, apoderado hacía dos años de Siria, con Pacoro, hijo del rey Lisanias, sucesor de su padre tolorneo, hijo de Mineo, persuadió al sátrapa, después de haberle prometido mil talentos y quinien­tas mujeres, que pusieran a Antigono dentro del reino y que sacara a Hircano de la posesión que tenía. Movido, por este Pacoro hizo su camino por los lugares que están hacia la mar, y mandó que Barzafarnes fuese por la tierra adentro.


Pero la gente marítima de los tirios echó a Pacoro, habiéndo-lo recibido los tolemaidos y los sidonios. El mandó a un criado que servía la copa al rey y tenía su mismo nombre, dándole parte de su caballería, que fuera a Judea por saber lo que determinaban los enemigos, porque cuando fuese necesario pudiera socorrer a Antígono. Robando éstos a Carmelo y des­truyéndo, muchos judíos se venían a Antígono muy apa­rejados para hacerles guerra y echarlos de allí.


El, enviando que tomasen el lugar llamado Drimos. Trabando allí la batalla, y habiendo echado y hecho huir los enemigos, venían aprisa a Jerusalén, y aumentado mucho el número de la gente, llegaron hasta el palacio. Pero salién­do-les al encuentro Hircano y Faselo, pelearon valerosamente en medio de la plaza, y siendo forzados a huir, los de la parte de Herodes les hicieron recoger en el templo, y puso sesenta varones en las casas que había por allí cerca, que los guardasen; pero el pueblo los quemó a todos, por estar airado contra los dos hermanos. Herodes, enojado por la muerte de éstos, salió contra el pueblo, mató a muchos, y persiguiéndose cada día unos a otros con asechanzas continuas, sucedían todos los‑días muchas muertes.


Llegada después la fiesta que ellos llamaban Pentecostés, toda la ciudad estuvo llena de gente popular, y la mayor parte de ella muy armada. Faselo, en este tiempo, guardaba los muros, y Herodes, con poca gente, el Palacio Real; acometiendo un día a los enemigos súbita­mente en un barrio de la ciudad,mató muchos de ellos e hizo huir a los demás, cerrando parte de ellos en la ciudad, otros en el templo y otros en el postrer cerco o muro.


En este medio Antígono suplicó que recibiesen a Pacoro, que venía para tratar de la paz. Habiendo impetrado esto de Faselo, recibió al parto dentro de su ciudad y hospedaje con quinientos caballeros, el cual venía con nombre y pretexto de querer apaciguar la gente que estaba revuelta, pero, a la verdad, su venida no era sino por ayudar a Antígono. Movió finalmente e incitó a Faselo engañosamente a que enviasen un embajador a Barzafarnes para tratar la paz, aunque He­rodes era en esto muy contrario y trabajaba en disuadirlo, diciendo que matase a aquel que le había de ser traidor, y amonestando que no confiase en sus engaños, porque de su natural los bárbaros no guardan ni precian la fe ni lo que prometen. Salió también, por dar menos sospecha, Pacoro con Hircano, y dejando con Herodes algunos caballeros, los cuales se llaman eleuteros, él, con los demás, seguía a Faselo.


Cuando llegaron a Galilea, hallaron los naturales de allí muy revueltos y muy armados, y hablaron con el sátrapa, que sabía encubrir harto astutamente, y con todo cumpli­miento y muestras de amistad, los engaños que trataba. Des­pués de haberles finalmente dado muchos dones, púsoles mu­chas espías y asechanzas para la vuelta. Llegados ellos ya a un lugar marítimo llamado Ecdipon, entendieron el engaño; porque allí supieron lo de los mil talentos que le habían sido prometidos, y lo de las quinientas mujeres que Antígono habla ofrecido a los partos, entre las cuales estaban contadas muchas de las de ellos; que los bárbaros buscaban siempre asechanzas para matarlos, y que antes fueran presos, a no ser porque tardaron algo más de lo que convenía, y por prender en Jerusalén a Herodes, antes que proveído sabiendo aquello, se pudiese guardar.


No eran ya estas cosas burlas ni palabras, porque veía que las guardas no estaban muy lejos. y con todo, Faselo no per­mitió que desamparasen a Hircano, aunque Ofilio te amones­tase muchas veces que huyese, a quien Sararnala, hombre riquísimo entre los de Siria, había dicho cómo le estaban puestas asechanzas y tenía armada la traición. Pero él quiso más venir a hablar con el sátrapa y decirle las injurias que merecía en la cara, por haberle armado aquellas traiciones y asechanzas; y principalmente porque se mostraba ser tal por causa de] dinero, estando él aparejado para dar más por su salud y vida, que no le había Antígono prometido por haber el reino. Respondiendo el parto, y satisfaciendo a todo esto engañosamente, echando con juramento de sí toda sospecha, vínose hacia Pacoro, y luego Faselo e Hircano fueron presos por aquellos partos que habían allí quedado mandados para aquel negocio, maldiciendo y blasfemando de él como de hombre pérfido y perjuro.


El copero de quien hemos arriba hablado, trabajaba en prender a Herodes, siendo enviado vara esto sólo, y tentaba de engañarlo, haciéndolo salir fuera del muro, según le habían mandado. Herodes, que solía tener mala sospecha de los bár­baros, no dudando que las cartas que descubrían aquella traición y asechanzas hubiesen venido a manos de los enemi­gos, no quería salir, aunque Pacoro, fingiendo, Dretendía que tenía harto idónea y razonable causa, diciendo que debía salir al encuentro a los que le traían cartas, porque no habían sido presos por los enemigos, ni se trataba en ellas algo de la traición y asechanzas, antes sólo lo que había hecho Faselo venía escrito en ellas. Pero ya hacía tiempo que Herodes sabía por otros cómo su hermano Faselo estaba preso, y la hija de Hircano, Mariamma, mujer prudentísima, le rogaba y suplicaba en gran manera que no saliese ni se fiase ya en lo que manifiestamente mostraban que querían los bárbaros.


Estando Pacoro tratando con los suyos de qué manera pudiese secretamente armar la traición y asechanzas, porque no era posible que un varón tan sabio fuese salteado así a las descubiertas, una noche Herodes, con los más allegados y más amigos, vínose a Idumea sin que los enemigos lo supiesen. Sabiendo esto los partos, comiénzalo a perseguir, y él había mandado a su madre y hermanos, y a su esposa con su madre y al hermano menor, que se adelantasen por el camino ade­lante, y él, con consejo muy remirado, daba en los bárbaros; y habiendo muerto muchos de ellos en las peleas, veníase a recoger aprisa al castillo llamado Masada, y allí experimentó que eran más graves de sufrir, huyendo, los judíos, que no los partos. Los cuales, aunque le fueron siempre molestos y muy enojosos, todavía también pelearon a sesenta estadios de la ciudad algún tiempo. Saliendo Herodes con la victoria, habiendo muerto a mu­chos, honró aquel lugar con un lindo palacio que mandó edificar allí, y una torre muy fortalecida en memoria de sus nobles y prósperos hechos, poniéndole nombre de su propio nombre, llamándola Herodión.


Y como iba entonces huyendo así iba recogiendo gente y ganando la amistad de muchos. Después que hubo llegado a Tresa, ciudad de Idumea, salióle al encuentro su hermano Josefo, y persuadióle que dejase parte de la gente que traía, porque Masada no podría recoger tanta muchedumbre; lle­gaban bien a más de nueve mil hombres. Tomando Herodes el consejo de su hermano, dió licencia a los que menos le podían ayudar en la necesidad, que se fuesen por Idumea, proveyéndoles de lo necesario, y detuvo con él los más ami­gos, y de esta manera fué recibido dentro del castillo.
Después, dejando allí ochocientos hombres de guarnición para defender las mujeres, y harto mantenimiento aunque los enemigos lo cercasen, él pasó a Petra, ciudad de Arabia; pero los partos, volviendo a dar saco a Jerusalén, entrábanse por las casas de los que huían, y en el Palacio Real, perdonando solamente a las riquezas y bienes de Hircano, que eran más de trescientos talentos, y hallaron mucho menos de lo que todos de los otros esperaban, porque Herodes, temiéndose mucho antes de la infidelidad de los bárbaros, había pasado todo cuanto tenía entre sus riquezas que fuese precioso, y todos sus compañeros y amigos hablan hecho lo mismo.


Después de haber ya los partos gozado del saqueo, revolvie­ron toda la tierra y moviéronla a discordias y guerras; des­truyeron también la ciudad.de Marisa, y no se contentaron con hacer a Antígono rey, sino que le entregaron a Faselo y a Hircano para que los azotase. Este quitó las orejas a Hir­cano con sus propios dientes a bocados, porque si en algún tiempo se libraba, sucediendo las cosas de otra manera, no pudiese ser pontífice; porque conviene que los que celebran las cosas sagradas, sean todos muy enteros de sus miembros. Pero con la virtud de Faselo fué prevenido Antígono, el cual, como no tuviese armas ni las manos sueltas, porque estaba atado, quebróse con una piedra que tenía allí cerca la cabeza y murió; probando de esta manera cómo era verdadero her­mano de Herodes, y cómo Hircano había degenerado; murió varonilmente, alcanzando digna muerte de los hechos que había antes animosamente hecho. Dícese también otra cosa, que cobró su sentido después de aquella llaga, pero que Antí­gono envió un médico como porque lo curase, y le llenó la llaga de muy malas ponzoñas, y de esta manera lo mató. Sea lo que fuere, todavía el principio de este hecho fué muy notable. Y dícese más: que antes que le saliese el alma del cuerpo, sabiendo por una mujercilla que Herodes había es­capado libre, dijo: «Ahora partiré con buen ánimo, pues dejo quien me vengará de mis enemigos", y de esta manera Fa­selo murió.


Los partos, aunque no alcanzaron las mujeres, que eran las cosas que más deseaban, poniendo gran reposo, y apaci­guando las cosas en Jerusalén con Antígono, lleváronse preso con ellos a Hircano a Parthia.

Pensando Herodes que su hermano vivía aún, venía muy obstinado a Arabia, por donde tomar dineros del rey con los cuales solos tenía esperanzas de libertar a su hermano de la avaricia grande de los bárbaros. Porque pensaba que si el árabe no se acordaba de la amistad de su padre, y se quería mostrar más avaro y escaso de lo que a un ánimo liberal y franco convenía, él le pediría aquella suma de dinero, prestada por lo menos, para dar por el rescate de su hermano, dejándole por prendas al hijo, el cual él después libertaría; porque tenía consigo un hijo de su hermano, de edad de siete años, y había determinado ya dar trescientos talentos, poniendo por rogadores a los tirios.


Pero la fortuna y desdicha se habían adelantado antes al amor y afición buena del hermano, y siendo ya muerto Faselo, por demás era el amor que Herodes mostraba. Aun en los árabes no halló salva ni entera la amistad que tener pen­saba, porque Malico, rey de ellos, enviando antes embajado­res que se lo hiciesen saber, le mandaba que luego saliese de sus términos, fingiendo que los partos le habían enviado em­bajadores que mandase salir a Herodes de toda Arabia; y la causa cierta de esto fué porque había determinado negar la deuda que debía a Antipatro, sin volverle ni satisfacer en algo a sus hijos por tantos beneficios como de él había reci­bido, teniendo en aquel tiempo tanta necesidad de consuelo. Tenía hombres que le persuadían esta desvergüenza, los cua­les querían hacer que negase lo que era obligado a dar Anti­patro, y estaban cerca de él los más poderosos de toda Arabia. Por esto Herodes, al hallar que los árabes le eran enemigos por esta causa por la cual él pensaba que le serían muy ami­gos., respondió a los mensajeros aquello que su dolor le per­mitió. Volvióse hacia Egipto, y en la noche primera, estando tomando la compañía de los que había dejado, apartóse en un templo que estaba en el campo. Al otro día, habiendo llegado a Rinocolura, fuéle contada la muerte de su hermano, recibiendo tan gran pesar, y haciendo tan gran llanto cuanto había ya perdido el cuidado de verlo; mas proseguía iu ca­mino adelante.

Pero tarde se arrepintió de su hecho el árabe, aunque envió harto presto gente que volviese a llamar a aquel a quien él había antes echado con afrenta. Había ya en este tiempo Herodes llegado a Pelusio, e impidiéndole allí el paso los que eran atalayas de aquel negocio, vínose a los regidores, los cuales, por la fama que de él tenían, y reverenciando su dignidad, acompañáronlo hasta Alejandría. Entrado que hubo en la ciudad, fué magníficamente recibido por Cleopatra, pensando que seria capitán de su gente para hacer aquello que ella pretendía y determinaba.


Pero menospreciando los ruegos que la reina le hacía, no temió la asperidad del invier­no, ni los peligros de la mar pudieron estorbarle que navegase luego para Roma. Peligrando cerca de Panfilia, echó la mayor parte de la carga que llevaba, y apenas llegó salvo a Rodio, que estaba muy fatigada entonces con la guerra de Casio. Recibido aquí por sus amigos Ptolomeo y Safinio, aunque padeciese gran falta de dinero, mandó hacer allí una gran galeaza, y llevado con ella él y sus amigos a Brundusio (hoy Brindis), y partiendo de allí luego para Roma, fuése prime­ramente a ver con Antonio, por causa de la antigua amistad y familiaridad de su padre; y cuéntale la pérdida suya, y las muertes de todos los suyos, y cómo habiendo dejado a todos cuantos amaba en un castillo, y muy rodeados de enemigos, se había venido a él muy humilde, en medio del invierno, navegando.


Teniendo compasión y misericordia Antonio de la mi­seria de Herodes, y acordándose de la amistad que había tenido con Antipatro, movido también por la virtud del que le estaba presente, determinó entonces hacerle rey de Judea, al cual antes había hecho tetrarca o procurador.

No se movía Antonio a hacer esto más por amor de Herodes que por aborrecimiento grande a Antígono. Porque pensaba y tenía muy por cierto que éste era sedicioso, y muy gran enemigo de los romanos. Tenía, por otra parte, a César más aparejado, que entendía en rehacer el ejército de Anti­patro, por lo que habla sufrido con su padre estando en Egip­to, y por el hospedaje y amistad que en toda cosa había hallado en él, teniendo también, además de todo lo dicho, cuenta con la virtud y esfuerzo de Herodes. Convocó al Senado, donde delante de todos Mesala, y después de éste Atratino, contaron los merecimientos que su padre había alcanzado del pueblo romano, estando Herodes presente, y la fe y lealtad guardada por el mismo Herodes, y esto para mostrar que Antígono les era enemigo, y que no hacía poco tiempo que había mostrado con éste diferencias; sino que, despreciando al pueblo romano, con la ayuda y consejo de los partos, había procurado alzarse con el reino. Movido todo el Senado con estas cosas, como Antonio, haciendo guerra también con los partos, dijese que sería cosa muy útil y muy provechosa que levantasen por rey a Herodes, todos en ello consintieron. Y acabado el consejo y consulta sobre esto, An­tonio y César salían, llevando en medio a Herodes. Los cón­sules y los otros magistrados y oficios romanos iban delante, por hacer sus sacrificios y poner lo que el Senado había deter­minado en el Capitolio, y el primer día del reinado de Herodes todos cenaron con Antonio.



Contra los ladrones.

En el mismo tiempo Antígono cercaba a los que estaban encerrados en Masada; éstos tenían todo mantenimiento en abundancia, y faltábales el agua, por lo cual determinaba Josefo huir de allí a los árabes con doscientos amigos y fami­liares, habiendo oído y entendido que a Malico le pesaba por lo que había cometido contra Herodes; y hubiera sin duda desamparado el castillo, si la tarde de la misma noche que había determinado salir, no lloviera y sobrevinieran muy gran­des aguas. Porque, pues, los pozos estaban ya llenos, no tenían razón de huir por falta de agua; pudo esto tanto, que ya osaban salir de grado a pelear con la gente de Antígono, y mataban a muchos, a unos en pública pelea, y a otros con asechanzas, pero no siempre les acontecían ni sucedían las cosas según ellos confiaban, porque algunas veces se volvían descalabrados.


Estando en esto, fué enviado un capitán de los romanos, llamado por nombre Ventidio, con gente que detuviese a lospartos que no entrasen en Siria, y vino siguiéndolos hasta Judea, diciendo que iba a socorrer a Joseío y a los que con él estaban cercados; pero a la verdad, no era su venida sino por quitar el dinero a Antígono. Habiéndose, pues, detenido cerca de Jerusalén, y recogido el dinero que pudo y quiso, se fué con la mayor parte del ejército. Dejó a Silón con algunos, por que no se conociese su hurto si se iba con toda la gente. Pero confiado Antígono en que los partos le hablan de ayudar, otra vez trabajaba en aplacar a Silón, dándole esperanza, para que no moviese alguna revuelta o desasosiego.


Llegado ya Herodes por la mar a Ptolemaida desde Italia, habiendo juntado no poco número de gente extranjera, y de la suya, venía con gran prisa por Galilea contra Antígono, confiado en el socorro y ayuda de Ventidio y de Silón, a los cuales Gelia, enviado por Antonio, persuadió que acompaña­sen y pusiesen a Herodes dentro del reino. Ventidio apaci­guaba todas las revueltas que habían sucedido en aquellas ciudades por los partos, y Antígono había corrompido con dinero a Silón dentro de Judea. Pero no tenía Herodes ne­cesidad de su socorro ni de ayuda, porque de día en día, cuanto más andaba, tanto más se le acrecentaba el ejército, en tanta manera, que toda Galilea, exceptuando muy pocos, se vino a juntar con él, y él tenía determinado venir primero a lo más necesario, que era Masada, por librar del cerco a sus parientes y amigos; pero Jope le fué gran impedimento, por­que antes que los enemigos se apoderasen de ella, determinó ocuparla, a fin que no tuviesen allí recogimiento mientras él pasase a Jerusalén. Silón junta sus escuadrones y toda la gente, contentándose mucho con haber ocasión de resistir, porque los judíos le apretaban y perseguían. Pero Herodes los hizo huir a todos espantados, con haber corrido un pe­queño escuadrón, y sacó de peligro a Silón, que mal sabía resistir y defenderse.


Después de tomada Jope, iba muy aprisa por librar a su gente, que estaba en Masada, juntando consigo muchos de los naturales: unos por la amistad que habían tenido con su padre, otros por la gloria y buen nombre que habla alcanzado, otros por corresponder a lo que eran debidamente a uno y otro obligados; pero los más por la esperanza, sabiendo que ciertamente era rey. Había, pues, ya buscado las compañías de soldados más fuertes y esforzados, mas Antígono le era gran impedimento en su camino, ocupándole todos los lugares oportunos con asechanzas, con las cuales no dañaba, o en muy poco, a sus enemigos. Librados de Masada los parientes y prendas de Herode6 y todas sus cosas, partió del castillo hacia Jerusalén, juntán­dose con la gente de Silón y con muchos otros de la ciudad, amedrentados por ver su gran poder y su fuerza. Asentando entonces su campo hacia la parte occidental de la ciudad, las guardas de aquella parte trabajaban en resistirle con muchas saetas y dardos que tiraban; algunos otros corrían a cuadrillas, y acometían a la gente que estaba en la vanguardia.


Pero Herodes mandó primero declarar a pregón de trompeta, alre­dedor de los muros, cómo había venido por bien y salud de la ciudad, y que de ninguno, por más que le hubiese sido enemigo, había de tomar venganza; antes había de perdonar aún a los que le habían movido mayor discordia y le habían ofendido más. Como, por otra parte, los que favorecían a Antígono se opusiesen a esto con clamores y hablas, de tal manera que ni pudiesen oír los pregones, ni hubiese alguno que pudiese mudar su voluntad, viendo Herodes que no había remedio, mandó a su gente que derribase a los que defendían los muros, y ellos luego con sus saetas los hiciesen huir a todos. Y entonces fue descubierta la corrupción y engaño de Silón. Porque sobornados muchos soldados para que diesen grita que les faltaba lo necesario, y pidiesen dinero para pro­veer de mantenimientos, movía e incitaba el ejército a que pidiese licencia para recogerse en lugares oportunos para pasar el invierno, porque cerca de la ciudad había unos desiertos proveídos ya mucho antes por Antígono, y aun él mismo trabajaba por retirarse. Herodes, no sólo a los capitanes que seguían a Silón, sino también a los soldados, viniendo adonde veía que había muchedumbre de ellos, rogaba a todos que no le faltasen, ni le quisieren desamparar, pues sabían que César y Antonio le habían puesto en aquello, y ellos por su autoridad lo habían traído, prometiendo sacarlos en un día de toda necesidad. Después de haber impetrado esto de ellos, sálese a correr por los campos, y dióles tanta abundancia de mantenimientos y de toda provisión, que venció y deshizo todas las acusaciones de Silón, y proveyendo que de allí ade­lante no les pudiese faltar algo, escribía a los moradores de Samaria, porque esta ciudad se había entregado y encomen­dado a su fe y amistad, que trajesen hacia la Hiericunta toda provisión de vino, aceite y ganado.


Al saber esto Antígono, luego envió gente que prohibiese sacar el trigo y provisiones para sus enemigos, y que matase a cuantos hallase por los campos. Obedeciendo, pues, a este mandamiento, habíase ya juntado gran escuadrón de gente muy armada sobre Hiericunta. Estaban apartados unos de otros en aquellos montes, acechando con gran diligencia si verían algunos que trajesen alguna provisión de la que tenían tanta necesidad. Pero en esto no estaba Herodes ocioso, antes acompañado con diez escuadrones o compañías de gentes, cinco de romanos Y cinco de los judíos, entre los cuales había trescientos mezclados de los que recibían sueldo, y con algu­nos caballos, llegó a Hiericunta, y halló que estaba la ciudad vacía y sin quien habitase en ella, y que quinientos, con sus mujeres y familia, se habían subido a lo alto de sus montes; prendiólos a éstos y después los libró; pero los romanos echá­ronse a la ciudad y saqueáronla, hallando las casas muy llenas de todo género de riqueza, y el rey, habiendo dejado allí gente de guarnición, volvióse y dió licencia a los soldados romanos que se pudiesen recoger a pasar el invierno en aquellas ciudades que se le habían dado, es a saber, en Idumea, Gali­lea y en Samaria. Antígono también alcanzó, por haber sido corrompido Silón, que los lidenses tomasen parte del ejército en su favor. Estando, pues, los romanos sin algún cuidado de las armas, abundaban de toda cosa' sin que les faltase algo. Pero Hero­des no reposaba ni se estaba descuidado, antes fortaleció a Idumea con dos mil hombres de a pie y cuatrocientos caballos, enviando a ellos a su hermano Josefo, por que no tuviesen ocasión de mover alguna novedad o revuelta con Antígono.


El, pasando su madre y todos sus parientes y amigos, los cuales había librado de Masada, a Samaria, y puesta allí muy seguramente, partió luego para destruir lo restante de Ga­Idea, y acabar de echar todas las guarniciones y compañías de Antígono. Y habiendo llegado a Séforis, aunque con gran­des nieves, tomó fácilmente la ciudad, puesta en huída la gente de guarda antes que él llegase y su ejército. Porque venía, con el invierno y tempestades, algo fatigado y habien­do allí gran abundancia de mantenimientos y provisiones, determinó ir contra los ladrones que estaban en las cuevas que por allí había, los cuales hacían no menos daño a los que moraban en aquellas partes, que si sufrieran entre ellos muy gran matanza y guerras. Enviando delante tres compañías de a pie y una de a caballo al lugar llamado Arbela, en cuarenta días, con lo demás del ejército él fué con ellos. Pero los enemigos no temieron su venida, antes muy en orden le salieron al en­cuentro, confiados en la destreza de hombres de guerra y en la soberbia y ferocidad que acostumbran a tener los ladrones.


Dándose después la batalla, los de la mano derecha de los enemigos hicieron huir a los de la mano izquierda de Hero­des. Saliendo él entonces por la mano derecha, y rodeándolos a todos muy presto, les socorrió e hizo detener a los suyos que huían, y dando de esta manera en ellos, refrenaba el ímpetu y fuerza de sus enemigos, hasta tanto que los de la vanguardia faltaron con la gran fuerza de la gente de Hero­des; pero todavía lo perseguía peleando siempre hasta el Jordán, y muerta la mayor parte de ellos, los que quedaban se salvaron pasando el río. De esta manera fué librada del miedo que tenía Galilea, y porque se habían recogido algunos y quedado en las cuevas, se hubieron de detener algún tiempo.


Herodes, lo primero que hacía era repartir el fruto que se ganaba con trabajo entre todos los soldados; daba a cada uno ciento cincuenta dracmas de plata, y a los capitanes enviábales mucha mayor suma para pasar el invierno. Escribió a su hermano menor, Ferora, que mirase en el mercado cómo se vendían las cosas y cercase con muro el castillo de Ale­jandro, lo cual todo fué por él hecho. En este tiempo, Antonio estaba en Atenas, y Ventidio envió a llamar a Silón y a Herodes para la guerra contra los partos; mandóles por sus cartas que dejasen apaciguadas las cosas de Judea y de todo aquel reino antes que de allí saliesen. Pero Herodes, dejando ir de grado a Silón a verse con Ven­tidio, hizo marchar su ejército contra los ladrones que estaban en aquellas cuevas. Estaban estas cuevas y retraimientos en las alturas y hendiduras de los montes, muy dificultosas de hallar, con muy difícil y muy angosta entrada; tenían tam­bién una pefia que de la vista de ella y delantera, llegaba hasta lo más hondo de la cueva, y venía a dar encima de aquellos valles; eran pasos tan dificultosos, que el rey estaba muchas veces en gran duda de lo que se debía hacer.


A la postre quiso servirse de un instrumento harto peligroso, por­que todos los más valientes fueron puestos abajo a las puertas de las cuevas, y de esta manera los mataban a ellos y a todas sus familias, metiéndoles fuego si les querían resistir. Y como Herodes quisiese librar algunos, mandólos llamar con son de trompetas, pero no hubo alguno que se presentase de grado; antes, cuantos él había preso, todos, o la mayor parte, qui­sieron mejor morir que quedar cautivos. Allí también fué muerto un viejo, padre de siete hijos, el cual mató a los mozos junto con su madre, porque le rogaban los dejase salir a los conciertos prometidos, de esta manera: mandólos salir cada uno por sí, y él estaba a la puerta, y como salía cada uno de los hijos, lo mataba. Viendo esto Herodes de la otra cueva adonde estaba, moríase de dolor y tendía las manos, rogándole que perdonase a sus hijos. Pero éste, no haciendo cuenta de lo que Herodes le decía, con no menos crueldad acabó lo que había comenzado, y además de esto reprendía e injuriaba a Herodes por haber tenido el ánimo tan humilde. Después de haber éste muerto a sus hijos, mató a su mujer, y despefiando los que había muerto, él mismo últimamente se despeñó. Habiendo Herodes, muerto ya, y quitado todos aquellos peligros que en aquellas cuevas había, dejando la parte de su ejército que pensó bastar para prohibir toda re­belión en aquellas tierras, y por capitán de ella a Ptolomeo, volviáse a Samaria con tres mil hombres muy bien armados y seiscientos caballos para ir contra Antígono.


Viendo ocasión los que solían revolver a Galilea, con la partida de Herodes, acometiendo a Ptolorneo, sin que él tal temiese ni pensase, le mataron. Talaban y destruían todos los campos, recogiéndose a las lagunas y lugares muy secretos. Sabiendo esto Herodes, socorrió con tiempo y los castigó, ma­tando gran muchedumbre de ellos. Librados ya todos aquellos castillos del cerco que tenían, por causa de esta mutación y revueltas, pidió a las ciudades que le ayudasen con cien talentos.


Echados ya los partos y muerto Pacoro, Ventidio, amo­nestado por letras de Antonio, socorrió a Herodes con mil caballos y dos legiones de soldados; Antígono envió cartas y embajadores a Machera ca . tan de esta gente, que le viniese a ayudar, quejándose mucho de las injurias y sinrazón que Herodes les hacía, prometiendo darle dinero. Pero éste, no pen and que debía dejar aquellos a los cuales era enviado, principalmente dándole más Herodes, no quiso consentir en su traición, aunque fingiendo amistad, vino por saber el consejo y determinaciones de Antígono, contra el consejo de Herodes, que se lo disuadía. Entendiendo Antígono lo que Machera había determinado, y lo que trataba, cerróle la ciu­dad, y echábalo de los muros, como a enemigo suyo, hasta tanto que el mismo Machera se afrentó de lo que había co­menzado, y partió para Amatón, donde estaba Herodes. Y eno­jado porque la cosa no le había sucedido según él confiaba, venía matando a cuantos judíos hallaba, sin perdonar ni aun a los de Herodes, antes los trataba corno a los mismos de Antígono. Sintiéndose por esto Herodes, quiso tornar venganza de Machera como de su propio enemigo; pero detuvo y disimuló su ira,, determinando de venir a verse con Antonio, por acu­sar la maldad e injusticia de Machera. Este, pensando en su delito, vino al alcance del rey, e impetró de él su amistad con muchos ruegos.


Pero no mudó Herodes su parecer en lo de su ¡da, antes proseguía su camino por verse con Antonio. Y como oyese que estaba con todas sus fuerzas peleando por ganar a Samo­sata, ciudad muy fuerte cerca del Eufrates, dábase mayor prisa por llegar allá, viendo que era éste el tiempo y la opor­tunidad para mostrar su virtud y valor, para acrecentar el amor y amistad de Antonio para con él. Así, en la hora que llegó, luego dió fin al cerco, matando a muchos de aquellos bárbaros, y tomando gran parte del saqueo y de las cosas que habían allí robado de los enemigos, de tal manera, que An­tonio, aunque antes tenla en mucho y se maravillaba por su esfuerzo, fué entonces nuevamente muy confirmado en su opinión, aumentando mucho la esperanza de sus honras y de su reino. Antíoco fué con esto forzado a entregar y rendir a Samosata.



De la muerte de Josefo

Estando ocupados en esto, las cosas de Herodes en Judea sucedieron muy mal. Porque había dejado a Josefo, su her­mano, por procurador general de todo, y había-le mandado que no moviese algo contra Antígono antes que él volviese, porque no tenía por firme la amistad y socorro de Machera, según lo que antes había en sus faltas experimentado. Pero Josefo, viendo que su hermano estaba ya lejos de allí, olvidado de lo que le había tanto encomendado, vínose para Hiericunta con cinco compañías que había enviado Machera con él, para que al tiempo y sazón de las mieses robase todo el trigo. Y tomando en medio de los enemigos por aquellos lugares montañosos y ásperos, él también murió, alcanzando en aque­lla batalla nombre y gloria de varón muy fuerte y muy esforzado, y perecieron con él todos los soldados romanos. Las compañías que se habían recogido en Siria, eran todas de bisoños, y no tenían algún soldado viejo entre ellas que pudiese socorrer a los que no eran ejercitados en la guerra. No se contentó Antígono con esta victoria; antes recibió tan grande ira, que tornando el cuerpo muerto de Josefo, lo azotó y le cortó la cabeza, aunque el hermano Feroras le diese por redimirlo cincuenta talentos.


Sucedió después de la victoria de Antígono en Galilea, que las que favorecían más a la parte de éste, sacando los mayores amigos y favorecedores de Herodes, los ahogaban en una laguna; mudábanse también con muchas novedades las cosas en Idumea, estando Machera renovando los muros de un castillo llamado Gita, y Herodes no sabía algo de todo cuanto pasaba; porque habiendo Antonio preso a los de Sa­mosata, y hecho capitán de Siria a Sosio, mandóle que ayudase con su ejército a Herodes contra Antígono, y él fuese a Egipto. Así Sosio, habiendo enviado delante dos compañías a Judea, de las cuales Herodes se sirviese, venía él después poco a poco siguiendo con toda la otra gente. Y estando Herodes cerca de la ciudad de Dafnis, en Antioquía, soñó que su hermano había sido muerto; y como se levantase turbado de la cama, los mensajeros de la muerte del hermano entraron por su casa. Por lo cual, quejándose un poco con la grandeza del dolor, dejando la mayor parte de su llanto para otro tiempo, veníase con mayor prisa de lo que sus fuerzas podían, contra los enemigos, y cuando llegó a monte Libano tomó consigo ochocientos hombres de los que vivían por aquellos montes; y juntando con ellos una compañía de romanos, una mañana, sin que tal pensasen, llegó a Galilea y desbarató a los enemi­gos que halló en aquel lugar, y trabajaba muy continuamente por tomar combatiendo aquel castillo donde sus enemigos estaban. Pero antes que lo ganase, forzado por la aspereza del invierno, hubo de apartarse y recogerse con los suyos al pri­mer barrio o lugar...

Referencias