Lupercio Leonardo

Lupercio Leonardo
Información sobre la plantilla
Lupercio Leonardo de Argensola.jpg
NombreLupercio Leonardo de Argensola
Nacimiento14 de diciembre de 1559
Barbastro, Bandera de España España
Fallecimientomarzo de 1613
Nápoles, Italia

Lupercio Leonardo de Argensola Fue un poeta, historiador y dramaturgo español. Destaca por su obra poética, de corte clasicista, y por ser uno de los iniciadores del teatro clásico español.

Datos biográficos

(Barbastro, H., 14-XII-1559 - Nápoles, 1613). Literato, hermano de Bartolomé. Se preciaba de haber estudiado en Zaragoza con Andrés Scoto, y quizá oyese clases de Simón Abril. Aprendió muy bien los clásicos y tuvo predilección, como su hermano, por Horacio, Marcial, Juvenal y Persio. Ya en la epístola a don Juan de Albión, escrita en 1582, demuestra sobradamente su familiaridad con el mundo clásico. De estos años deben de datar las tres comedias Filis, Isabela y Alejandra, tan celebradas en el Quijote por Cervantes, quien ya había elogiado a los dos hermanos en La Galatea (1585). Cervantes retrata admirablemente en dos versos a Lupercio: «Edad temprana, pensamientos canos, / maduro trato, humilde fantasía». Por su «maduro trato» pasa en 1586 a desempeñar la secretaría del duque de Villahermosa, don Fernando de Gurrea y Aragón, interviniendo en las alteraciones promovidas por la huida de Antonio Pérez (Años más tarde escribirá su conocida Información de los sucesos.) Muy joven asistió en Madrid a alguna academia poética, donde adoptó el sobrenombre de «Bárbaro», por doña Mariana Bárbara de Albión, con quien casó hacia 1587. Al morir el duque de Villahermosa, obtuvo Lupercio Leonardo la secretaría de la emperatriz María, y en 1595 fue nombrado cronista del reino de Aragón, al paso que en 1598 eleva un curioso memorial a Felipe II insistiendo en que no se abran los teatros porque las comedias eran inmorales.

Los dos hermanos se quejarán del bullicio cortesano, pero no parecen sentirse demasiado incómodos, y han hecho amistad con el conde de Lemos, don Nuño de Mendoza y el duque de Osuna, y se cartean con Justo Lipsio o con el canónigo Llorente. En 1608, al ser nombrado el conde de Lemos virrey de Nápoles, ofreció la secretaría a Lupercio, quien recomendaría a poetas como Mira de Amescua o Barrionuevo, dejando en Madrid a Cervantes, Góngora y Lope. Uztarroz recordaría más tarde que «todos los poetas de aquel tiempo se lamentaban de la tibieza de Lupercio Leonardo». En efecto, Cervantes se lamentaría más tarde en su Viaje del Parnaso, diciendo:

Mucho esperé, si mucho prometieron, más podía ser que ocupaciones nuevas les obligue a olvidar lo que dijeron.

Lupercio Leonardo encontró en Nápoles pocas horas para dedicar a sus estudios literarios o históricos, según dice él mismo, aunque fue uno de los fundadores de la Academia de los Ociosos. En diciembre de 1612 decía a los diputados de Aragón que tenía muy adelantada la historia de Carlos V; pero murió unos meses más tarde y su puesto de secretario fue ocupado por su hijo Gabriel Leonardo.

Según Bartolomé, su hermano quemó en Nápoles sus escritos poéticos «y defraudó el deseo / universal de ingenios exquisitos». Los poemas que logró salvar su hijo, junto con los que pudo recoger de Bartolomé, los publicó en 1634 en Zaragoza con el título Rimas de Lvpercio i del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola. Incluyó 94 poemas de su padre, aunque después se han hallado otros en diversos manuscritos.

Lupercio Leonardo dejó algún testimonio de sus ideas estéticas. Las comedias de su tiempo le parecían inmorales, «y este abuso de las comedias es muy nuevo en España, pues agora treinta años apenas las había y eran entonces en gran moderación». Lupercio cree, como su hermano, que la poesía debía estar vinculada a la filosofía moral: «La verdadera y legítima poesía [...] abrió camino a la filosofía moral para que introdujese sus preceptos en el mundo». Recomienda a los jóvenes que «lean mucho, escriban, amen borrar mil veces cada palabra». Como es lógico, está muy lejos de admirar a Góngora, Lope o Quevedo, aunque no se sustraiga a las inquietudes de su tiempo. Temas como los de las ruinas, la vida y la muerte, al lado de un neoestoicismo, no son difíciles de encontrar en sus poemas, incluso en los amorosos, donde se da una curiosa mezcla de distintos elementos; así, en los que principian «Dentro quiero vivir de mi fortuna», «Imagen espantosa de la muerte», «No temo los peligros del mar fiero», y otros muchos. Aunque también es fácil percibir en esos poemas amorosos un platonismo muy claro, porque «No es lo mismo el amor que el apetito». Otros poemas parecen juegos intranscendentes, tan del gusto de la época, aunque las canciones se caractericen por cierto énfasis, frente a los sonetos. Pero lo singular es su antisensualismo, su perfección formal y la búsqueda de una lengua distinta a la cristalizada por tanto poeta de su tiempo.

Detrás de los poemas amorosos colocó Gabriel Leonardo los morales, satíricos y burlescos, como hizo con los de Bartolomé, mezclándolos hábilmente, porque a veces la distinción no era fácil. Las huellas clásicas son bien perceptibles en sonetos como «Tras importunas lluvias amanece», «Vuelve del campo el labrador cansado», o el muy bello «Llevó tras sí los pámpanos octubre», atribuido alguna vez al canónigo Tárrega. Los temas enlazan perfectamente con los de otros poetas coetáneos, como los de providencia, premio y castigo, fortuna, la vida retirada, el dominio de sí mismo, etc.

Desde muy joven, Lupercio Leonardo se sintió tentado por la poesía satírica, tomando como modelos a Horacio, Persio, Juvenal y Marcial, cuya lectura recomendaba siempre. Así en la Epístola a don Juan de Albión, de 1582, hace el elogio de la aurea mediocritas, de la sobriedad, como Horacio, acometiendo contra abusos de comedores y bebedores, para seguir contra los mentirosos, aduladores, ambiciosos o presumidos perfumados con algalia, y terminar, como un Quevedo, incitando a los jóvenes a imitar a sus heroicos abuelos. No faltan las referencias personales, las expresiones coloquiales o los refranes, todo escrito con gracia y realismo. Anunciaba de paso su propósito de seguir escribiendo sátiras sin odio, sólo «contra los vicios», según teoría bien conocida.

El mejor de estos poemas es el enderezado A Flora, donde pinta magistralmente determinada clase social, con suma gallardía, pero sin los excesos a que se prestaba el tema. Lupercio Leonardo consigue algunos momentos de un realismo implacable, junto con escenas de entremés. Menéndez Pelayo dice que esta sátira «osténtase llena de vida y animación en sus pinturas, y aunque nada corta (defecto común en los Argensola), léese sin dificultad y se relee con agrado».

No nos quedan muchos sonetos satíricos, pero sí los suficientes para ver su vinculación al mundo clásico, como el dedicado, a una alcahueta, que comienza «Quién casamiento ha visto sin engaños»: esta poesía satírica es más comedida que la de sus contemporáneos, pero es también más corta de invención y de fantasía, aunque realzada por su impecable elegancia y su delicadeza expresiva.

De los poemas religiosos y de circunstancias poco hay que decir, salvo de los tercetos motivados por el libro de fray Juan de Tolosa titulado Aranjuez del alma, tercetos que tanto encantaron a Azorín. Aunque la descripción es un mero pretexto para elogiar a Felipe II, abundan, en cambio, los aciertos, que demuestran cómo Lupercio Leonardo sabía describir con notable elegancia un jardín o un palacio.

De Horacio tradujo seis odas que han quedado como ejemplares, aunque no lleguen a la extremada exactitud y precisión de las de fray Luis de León. Del Venusino aprendió la gran lección de la lima y del retoque, la búsqueda de la palabra exacta y su poca afición a divulgar sus versos. Tampoco le sedujeron las novedades de su época y se mantuvo siempre fiel a un estilo elegante, correcto y natural. Lope de Vega acertó al decir que los Argensola «parece que vinieron a Aragón a reformar en nuestros poemas la lengua castellana, que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde que se ilustra».

Bibliografía

La edición crítica de las obras de los Hermanos Argensola ha sido realizada en la década de los 70:

Argensola, Bartolomé. — Obras: Ed. José Manuel Blecua, Espasa Calpe, 1979 (Colección clásicos Castellanos). Argensola, Lupercio. — Obras: Edición José Manuel Blecua, año 1972.

El principal estudioso de los Argensola es: Otis H. Green: «Bartolomé Leonardo de Argensola y el Reino de Aragón»; Archivo de Filología Aragonesa, vol. IV, 1952, págs. 7-112. Otis H. Green: Vida y Obras de Lupercio Leonardo de Argensola; Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1945.

Fuentes