Muralla Púnica de Cartagena

Muralla Púnica de Cartagena
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Obra Arquitectónica  |  (Yacimiento arqueológico)
Descripción
Tipo:Yacimiento arqueológico
Localización:Calle de San Diego, Cartagena, Región de Murcia


La Muralla Púnica de de Cartagena, se encuentra en el Centro de Interpretación de Qart-Hadast, en la ladera sur del Monte de San José, llamado en la antigüedad Aletes, una de las cinco colinas que rodeaban Cartagena. Se construyó según modelos de fortificación helenísticos, muy difundidos por todo el Mediterráneo central. Se compone de dos muros paralelos construidos con grandes bloques de arenisca que, en algunos lugares, llegan a alcanzar una altura de más de tres metros.

Ubicación y entorno

El núcleo urbano de la ciudad de Cartagena estuvo determinado por el espacio natural entre cinco colinas: Monte San José (Aletes), Despeñaperros (Hephaistos), Monte Sacro (Kronos), Molinete (Arx Asdrubalis) y Monte Concepción (Asclepio). Estos cerros a su vez, unidos por lienzos de muralla, darían a la ciudad ese aspecto de fortaleza inexpugnable. Hacia el Norte la ciudad estaba rodeada por la línea del estero o almarjal; los límites de esta laguna interior nos vienen indicados por la existencia de dos necrópolis ubicadas en tierra firme: la necrópolis de Torre Ciega, junto a la vía de Tarraco, y la de San Antón, a la salida hacia la Meseta. Hacia el Sur, la ciudad queda delimitada por la bahía que constituye el puerto natural (el porto Nammatio, en Avieno). La ensenada llegaba hasta las laderas del Mons Aesculapii (Muralla del Mar), y doblando por el espolón del Gobierno Militar seguía, según recientes excavaciones por las calles Mayor, Bodegones y Puertas de Murcia, hasta la ladera Norte del Molinete.

La zona de excavación se encuentra enclavada entre el Monte de San José y el de Despeñaperros y ocupa una extensión de 1.200 metros cuadrados aproximadamente.

El yacimiento aporta el hallazgo de un tramo de muralla púnica dentro del recinto urbano, zona en la que según la antigua topografía descrita por Polibio se ubicaba el istmo, como único punto de acceso a la ciudad desde tierra firme, entre el Monte de San José y el de Despeñaperros.

La excavación puso al descubierto una serie de espacios excavados directamente en la misma roca natural de base. Estas estancias de planta rectangular presentan unas dimensiones aproximadas de 2,5 metros de largo por 2 metros de ancho. Los grandes cortes practicados en la roca aprovechan la pendiente natural para ir estructurando las diversas estancias, integrándolas en la propia desigualdad del terreno existente en esta parte de la ladera del Cerro de San José. Se pudo comprobar en algunos casos que estas habitaciones se completaban con muros de adobe caídos en torno a ellas y en avanzado estado de deterioro. Asimismo se han encontrado huellas de postes de madera que posiblemente eran los elementos que sustentarían una cubierta de barro y entramado vegetal.

La cara externa de la muralla

Se encontró en el yacimiento una doble línea de muralla, separada por casi seis metros entre ambos lienzos, orientados en dirección Norte-Sur. El primer lienzo, que constituye la cara externa de la muralla, tiene en la actualidad una longitud de 15 metros, mientras que la segunda línea tiene una longitud de 30 metros. En ambos casos, el tipo de obra empleado en la construcción responde al gran aparejo cuadrangular, opus quadratum, realizado con bloques de arenisca de dimensiones comprendidas entre 130-120 centímetros de largo por 60 centímetros de altura, y entre 70-80 centímetros de ancho, conservando en algunos puntos del lienzo exterior hasta cinco hiladas de bloques con una altura de casi 3,20 metros.

El espacio comprendido entre los dos lienzos se encuentra dividido por una serie de muros perpendiculares, levantados con un aparejo mixto de bloques y piedras, (opus africanum) en una serie de estancias de planta cuadrada. Uno al menos de estos muros menores perpendiculares está trabado con los lienzos de la muralla mediante sillares en forma de T, cuyos extremos son comunes tanto al lienzo longitudinal cuanto al transversal.

Las tres estancias del interior de la muralla tienen acceso practicable desde el interior de la ciudad mediante puertas de las que se conservan los umbrales. Cada uno de estos espacios internos se subdividen en otros tres, de modo que se accede a la estancia central, y a su vez, ésta comunica internamente con otras dos, ubicadas a la derecha e izquierda de la misma. Los accesos de las tres estancias excavadas son equidistantes entre sí. La funcionalidad de los espacios interiores de la muralla estaría en conjunción con el carácter estrictamente defensivo de la construcción, cobijando grupos de tropa en su interior, necesarios para su defensa, lo que recuerda el sistema defensivo empleado, por ejemplo, en Cartago.

La parte superior de estos espacios se completaba mediante una cubierta entre los dos lienzos de la muralla, sustentada de forma sólida por los muros interiores y por gruesas vigas de madera, elemento que está atestiguado en la excavación. Este sistema de apoyo permitiría contar con un amplio espacio o plataforma, en un nivel superior, desde donde se podría ejercer con mayor fluidez el cometido defensivo.

Restos de estuco de color blanco

Los escasos restos de estuco de color blanco todavía conservados sobre algunos de los bloques permiten sugerir la aplicación de un revestimiento sobre la muralla. Su uso permite, por un lado, alisar la superficie de los bloques ocultando a la vista las imperfecciones y retoques haciéndolos más resistentes al uso, sobre todo tratándose de un material de alta porosidad y fácilmente deleznable. Por otro, podría responder a motivos puramente estéticos, ocultando el aspecto real de una materia de calidad mediocre, proporcionándole un aspecto más noble (Rakob, 1986, 25).

Historia

Uno de los fenómenos más importantes del primer milenio antes de nuestra era fue el proceso colonizador de los pueblos del oriente Mediterráneo: fenicios y griegos. Se trató de un movimiento de expansión demográfica y comercial, vinculado a la búsqueda de metales y materias primas, que originó la fundación de distintas colonias a lo largo de la costa del Mediterráneo central y occidental, llevando consigo todo el rico bagaje tecnológico, artístico y cultural atesorado por las culturas orientales.

Ante esta situación, el enfrentamiento con Roma, la otra gran potencia emergente del Mediterráneo, parecía inevitable a pesar de los intentos iniciales de compartir esa hegemonía y limitar sus respectivas zonas de influencia. Las consecuencias de la primera guerra romano-cartaginesa resultaron especialmente onerosas para el bando perdedor. Cartago quedaba obligada, entre otros, al pago de 3.200 taleros en plata y a la cesión de territorios como Sicilia y Cerdeña, que pasan a constituirse en provincias romanas.

La expansión cartaginesa

Tras la derrota de la I Guerra Púnica, los cartagineses idearon un ambicioso plan para contrarrestar las pérdidas territoriales y las cargas impuestas por los vencedores. Surge así la intención de conquistar buena parte de la Península Ibérica apoyándose en la larga tradición de relaciones comerciales fenicias con el Sur costero (colonias como Gades o Malaca) y el reclamo que suponía la existencia de zonas ricas en metales preciosos (plata, fundamentalmente) y otras materias primas (plomo, esparto, salazones, etc.)

La política expansiva iniciada por la familia dominante (Los Barca) se basaba tanto en el establecimiento de alianzas con las antiguas colonias fenicias y las tribus indígenas, como en el sometimiento por la fuerza de los poblados y territorios ibéricos más reacios, con instalación de guarniciones púnicas estables en las mismas, y la fundación de nuevas ciudades que aseguraron puntos estratégicos en su avance.

Podemos diferenciar dos fases o estrategias en la conquista. La primera, dirigida por Amílcar Barca, de rápida expansión por el valle del Guadalquivir (Turdetania), concluye en el 229 a.C. con la derrota en una batalla cerca de la actual Elche, frente una coalición de pueblos indígenas a los que intentaba someter. La segunda fase, comandada por Asdrúbal, viene señalada por las alianzas diplomáticas como mecanismo de afianzamiento del dominio púnico y el establecimiento de la capital en Mastia ' Qart Hadast. Fue así como logró el control de un territorio rico en sal y esparto, y epicentro de importantes explotaciones mineras de plata, de vital importancia para el mantenimiento de ese ejército de mercenarios. Todo ello supuso, no obstante, un nuevo elemento de tensión frente a Roma y sus aliados griegos (Massalia), resuelto momentáneamente mediante la firma de un tratado que delimitaba el área de influencia en la línea del río Ebro. En ese proceso, la refundada 'ciudad nueva' Qart-Hadast, nombre simbólico en relación con la Cartago africana, se convertirá inmediatamente en la principal metrópolis púnica de la Península Ibérica y se urbaniza a imagen de la capital africana.

La consideración de capital púnica del territorio ibérico queda clara cuando la embajada de protesta romana ante Anibal se manda a Qart-Hadast. Una capital estrechamente vinculada al proyecto político de la familia Barca, a la que muchos autores atribuyen la intención de crear un auténtico reino helenístico fuera del control de la vieja oligarquía africana. Los textos mencionan por ejemplo el hecho de que Asdrúbal ya habría edificado aquí su palacio 'con la fastuosidad de un rey'. Qart-Hadast también se emplea como 'prisión' para los rehenes hispanos y 'seguro de garantía de fidelidad' ante los pueblos indígenas aliados y tributarios de los púnicos.

El papel de Qart-Hadast en la II Guerra Púnica

En el año 218 a.C., Aníbal, cumpliendo al parecer la promesa hecha a su padre Amílcar y el marco de esa pugna por la hegemonía comercial y territorial de esta zona del Mediterráneo, decide enfrentarse a Roma y sus aliados. Después de atacar Sagunto y no escuchar a la embajada romana que había acudido a Qart-Hadast, parte atravesando los Alpes con un importante ejército. Teniendo en cuenta la importancia del poderío cartaginés en suelo ibérico, Roma enviará varios ejércitos bajo el mando de los hermanos Eneo y Publio Cornelio Escipión con el objetivo de cortar los refuerzos y aprovisionamientos que desde la península se pudieran mandar a Aníbal. El plan incluía un primer ataque, fracasado, a la propia Qart- Hadast. Poco después, los generales romanos eran derrotados y morían a manos de las tropas cartagineses.

Pese a ello, Roma no cejó en su empeño de cercenar el dominio cartaginés de Iberia, destinando al joven general Publio Cornelio Escipión, hijo y sobrino del los anteriores, al frente de un nuevo ejército. Y otra vez el objetivo de la campaña se centró en el asalto a Qart-Hadast que ahora sí, tras un ataque sorpresa por mar y tierra, cayó en manos romanas (209 a.C.). Quedaba así desarticulada buena parte de la estrategia cartaginesa en Iberia al eliminar el principal puerto de abastecimiento y contacto con la metrópoli africana y fuente de ingentes reservas de plata. A partir de entonces, el escenario de la contienda se desplazó hacia los reductos cartagineses establecidos en el valle del Ebro y Andalucía. En el 205 a.C. cuatro años después de la toma de Qart-Hadast, Gades, la colonia fenicia más antigua del occidente mediterráneo, convertida en la última posesión cartaginesa de la Península Ibérica, se rendía sin lucha al joven Escipión. Terminaba así un largo episodio de enfrentamientos que marcó decisivamente el devenir histórico de lo que entonces pasará a ser la provincia romana de Hispania.

Fuentes