Portal:Panorama Mundial/RESUMEN SEMANAL/2021-05-27

BOLETIN ESPECIAL

Discurso pronunciado por Raúl Castro Ruz, en el Acto Central por la culminación de la Victoria de la Operación Carlota

Ciudad de La Habana, 27 de mayo de 1991 Distinguidos invitados; Combatientes internacionalistas; Compañeras y compañeros: El último en partir de regreso a la patria entre los combatientes internacionalistas cubanos que hasta el pasado sábado permanecían en la República Popular de Angola, fue el Jefe de la Misión Militar Cubana en ese hermano país, cuya invicta bandera de combate, ya de nuevo entre nosotros, simboliza la culminación del largo y difícil camino iniciado en 1975. Con más de un mes de antelación a lo establecido en los acuerdos de diciembre de 1988, nuestra agrupación de tropas, con sus armas, ha salido de Angola. Para la nación cubana, este es el momento del tributo y del recuento. Tributo de admiración, gratitud y respeto a los 377 033 hijos de nuestro pueblo, que a lo largo de casi 16 años prestaron en Angola la más decidida colaboración en defensa de su soberanía e integridad territorial, y a los cerca de 50 000 que durante este mismo tiempo brindaron su aporte solidario en labores civiles. Honramos, ante todo, a los 2 077 compañeros que no sobrevivieron para ver la victoria porque la fecundaron con su sangre. Ellos figurarán siempre entre los hijos más entrañables de la patria. Ante su ejemplo imperecedero inclinamos nuestras frentes. Con infinito respeto evocamos hoy la conducta no menos ejemplar de sus madres, padres, hijos, esposas y familiares, que les alentaron mientras ellos combatían lejos de la tierra que los vio nacer. No nos convoca sin embargo esta mañana únicamente la exaltación de la proeza de los pueblos de Angola y Cuba, hermanados en la generosa sangre vertida y en el sudor del trabajo. Angola es un hito, un jalón en la historia, que continuará inspirando la voluntad de independencia nacional y de emancipación social de los pueblos africanos; una llama eterna que no podrá ser sofocada por duros y amargos que puedan llegar a ser los reveses. Angola es una página brillante, limpia, honrosa, transparente en la historia de la solidaridad entre los pueblos, en la historia del internacionalismo, en la historia de la contribución de los cubanos a la causa de la libertad y del mejoramiento humanos. Angola es también, por todo ello, un jalón en la propia historia de Cuba. De esta vocación internacionalista se sentirían orgullosos los padres de nuestra nacionalidad. En este santuario de la patria reposan los restos del general Antonio Maceo, el inclaudicable protagonista de Baraguá, por cuyas venas corría la sangre irredenta de África, y quien más de una vez ofreció su espada a la causa de la independencia de Puerto Rico. Los titanes de nuestro Ejército Mambí no vacilaron un instante para concederle la jefatura suprema, que se había ganado, al dominicano Máximo Gómez, la expresión más alta del latinoamericanismo y de la solidaridad con la causa emancipadora del pueblo cubano. En los campos de batalla del 68 y del 95 combatieron en las filas del Ejército Libertador hombres de las más diversas latitudes, confundidos en la manigua con los criollos blancos y negros y enfrascados en la misma epopeya libertadora. Entre centenares de combatientes de casi 20 países, según datos no definitivos, 17 de ellos alcanzaron el grado de general. Se ha verificado que tal distinción fue concedida a cinco dominicanos, tres españoles, dos norteamericanos, dos colombianos, un chileno, un jamaicano, un puertorriqueño, un polaco y un venezolano, que sumaron en su momento su entrega, la grandeza moral y el desinterés que forjaron nuestra tradición internacionalista. Tradición que honraría, con su ejemplar trayectoria, el puertorriqueño Pablo de la Torriente Brau, hecho hombre y revolucionario en la lucha cubana, y luego convertido en héroe en la Guerra Civil Española, entre el millar de internacionalistas de Cuba que participaron en esa contienda. En nuestros días, el paradigma de ese escalón más alto de la especie humana —como él certeramente sintetizara—, nacido en Argentina desde donde se echó a andar en el Rocinante que le trajo a Cuba, le llevó al África y lo retornó a América, nuestra patria común, para hacerse inmortal, es nuestro compañero el Comandante BOLETIN ESPECIAL La Habana, 25 de mayo del 2021/Año 63 de la Revolución/RNPS2442 Ernesto Che Guevara. Fue precisamente el Che quien, cumpliendo un mandato de nuestro partido, estableció en 1965 los primeros contactos con el MPLA y con su líder, el esclarecido fundador de la nación angolana, compañero Agustino Neto. Por eso yerran los que de buena fe ignoran los antecedentes históricos de nuestra presencia en Angola, y buscan las razones en simplonas explicaciones geopolíticas, en derivaciones de la guerra fría, o los conflictos globales entre el este y el oeste: aunque no podemos negar que en el siglo pasado ya Martí concebía la independencia de Cuba como una necesidad histórica y un aporte para contener la expansión neocolonial que él previo Estados Unidos desataría sobre América Latina. Si algo singular tiene la presencia cubana en Angola, continuación de las mejores tradiciones nacionales, es el masivo concurso popular, que nunca antes alcanzara cifras semejantes y que desencadenó la disposición de todo un pueblo por participar en la epopeya, cuyo significado aún más trascendental, fue el carácter absolutamente voluntario de la participación. Aquel no fue solo un ejército profesional, por más que nos enorgullecemos del desempeño combativo y técnico de nuestras tropas, sino un ejército de las masas, un ejército revolucionario del pueblo. Los más de 400 000 hombres y mujeres que pasaron por Angola en el curso de estos años, y cuyos nombres serán enaltecidos por nuestros sucesores, proceden de todas las generaciones activas hoy en el proceso cubano: desde los veteranos rebeldes hasta los más jóvenes reclutas y reservistas. A todos los animó un solo interés: el de salvar y consolidar a la hermana República de Angola. Como advertimos en fecha muy temprana, nada más hemos traído de regreso, como no sea la satisfacción del deber cumplido y los restos de nuestros compañeros caídos, con la única excepción de tres que aún no hemos recuperado. Una motivación muy profunda no debe ser olvidada. Ya Cuba venía viviendo la hermosa experiencia de la solidaridad de otros pueblos, ante todo del pueblo soviético, que nos tendió la mano amiga en momentos cruciales para la supervivencia de la Revolución Cubana. La solidaridad, el apoyo y la colaboración fraternal que la práctica consecuente del internacionalismo nos brindó en momentos decisivos, creó un sincero sentimiento, una conciencia de deuda con otros pueblos que pudieran verse en circunstancias semejantes. A extraer tales lecciones de la experiencia histórica y sembrar esa conciencia se consagró el compañero Fidel, quien despertó en el espíritu nacional el sentido de que como latinoafricanos, los cubanos teníamos también una deuda histórica con África, una de las raíces vitales de nuestra nacionalidad. Son estas las razones auténticas de la respuesta del pueblo al pedido de ayuda del joven gobierno angolano, de conformidad con el derecho internacional. El destino independiente de Angola, su triunfante revolución anticolonial, estaban amenazados de ser despedazados por enemigos que atacaban desde el sur, desde el norte y desde el este. El imperialismo, el neocolonialismo y el peligro mortal de la expansión de las fronteras del apartheid, se concentraron para asfixiar en el instante mismo de su advenimiento a la independencia de un Estado potencialmente rico, en cuya fundación intervenían decisivamente hombres de pensamiento progresista y revolucionario. En Cuba, bautizamos la operación internacionalista con el nombre de Carlota, en homenaje a una excepcional mujer africana que en tierra cubana encabezó, siendo esclava, dos sublevaciones contra la opresión colonial y que, como pretendían hacer con Angola en 1975, fue descuartizada por los verdugos que lograron apresarla en su segunda intentona rebelde. Sin siquiera saberlo todavía, los miles de cubanos que formaban parte de la Operación, iban a extender la leyenda de Carlota, la heroína cubanoafricana, por Cabinda, por Quifangondo, por Los Morros de Medunda, por Cangamba, por Sumbe, por Ruacaná, Calueque y por Cuito Cuanavale. De esa imborrable experiencia formarían parte, darían lo mejor de sí, se harían al mismo tiempo mejores patriotas, más firmes revolucionarios y más convencidos militantes, nuestros tanquistas, infantes, artilleros, tropas ingenieras y zapadores, pilotos, tropas especiales, exploradores, tropas de comunicaciones, personal de los servicios de retaguardia, de la defensa antiaérea, caravaneros, ingenieros, técnicos, trabajadores políticos, de la contrainteligencia militar, y combatientes de las demás especialidades de las FAR y del Ministerio del Interior, los que unidos al relevante y ejemplar servicio del personal de Cubana de Aviación y de la Marina Mercante, harían posible el éxito de la Operación. Iban a acompañar al pueblo angolano, junto a maestros, médicos, constructores y demás especialistas civiles de nuestro país, a lo largo del más prolongado, cruel y devastador conflicto que ha conocido el África. Iban a ser testigos excepcionales de que a ningún otro pueblo del África negra como al de Angola, le ha costado tanto la lucha por preservar, la integridad territorial y su existencia misma como Estado. Un papel decisivo correspondió en toda esta extraordinaria prueba a los jefes y oficiales, sobre cuyos hombros recayeron innumerables decisiones; ellos estaban llamados, ante todo, a ser ejemplo, y lo fueron con creces, como lo ilustra el hecho de que uno de cada cuatro de los caídos en combate tenía grado de oficial. La grave amenaza surgida en 1975 no fue conjurada hasta marzo de 1976, luego de fieros combates a las puertas mismas de la capital angolana. Derrotados los invasores volvieron sobre sus pasos, en el norte, en el este y sobre todo en el sur, cuando los sudafricanos cruzaron la frontera hacia su colonia de Namibia. Pensamos entonces que se abría una oportunidad a la paz. Solo a unos días de la victoria, el 22 de abril de 1976, concertamos con el gobierno de Angola el primer programa para el regreso paulatino de las tropas. Así, mientras comenzaba a llegar la colaboración civil de Cuba, el contingente militar en menos de un año se redujo en más de un tercio. Pero apenas dos años más tarde, en 1978, el ejército sudafricano puso en peligro nuevamente la seguridad e integridad territorial de Angola y, desde luego, la vida de los internacionalistas cubanos, realizando operaciones dentro del territorio de la RPA, al sur de las posiciones cubanas que defendían una línea a 250 kilómetros de la frontera con Namibia. La atroz masacre de civiles namibios, la mayoría mujeres y niños, en Cassinga, donde los sudafricanos asesinaron más de 600 refugiados, fue el capítulo más infamante. En 1979 una aparente evolución de la situación determinó que volvieran a acordarse entre Cuba y Angola plazos para el retiro de nuestras tropas. Pero estos también se vieron frustrados por otro aumento de la agresividad sudafricana, concertada con acciones terroristas contra los trabajadores civiles cubanos. Durante todos estos años, nuestras tropas eran suficientes para defender la línea asignada y para impedir un avance hacia la profundidad del territorio angolano, pero en la franja entre Angola y Namibia la correlación favorecía al enemigo. Mientras esta situación se prolongaba, Angola y Cuba no cejaron en la búsqueda de soluciones políticas negociadas, voluntad que se expresaba en las declaraciones conjuntas de febrero de 1982 y marzo de 1984, cuyo contenido, a la vez que rechazaba el condicionamiento de la independencia de Namibia a la retirada cubana, planteado por Estados Unidos y África del Sur, ofrecía alternativas razonables coincidentes con las que más tarde se alcanzarían con los acuerdos de Nueva York para la paz en el sudoeste africano. Antes, sería necesario derrotar nuevamente a los sudafricanos. Hacia fines de 1987, miles de efectivos sudafricanos salieron al encuentro de una agrupación de las FAPLA que dentro del territorio angolano realizaba una importante operación en la dirección al sureste. En el desarrollo de los desiguales combates, una parte de la agrupación angolana llegó a estar amenazada con el cerco y el aniquilamiento en Cuito Cuanavale. De haberse consumado los designios sudafricanos, el revés podría haber ocasionado un colapso de consecuencias imprevisibles. En esta coyuntura, las fuerzas de que disponíamos en Angola no eran suficientes para enfrentar la situación. Reforzar a costa de ellas a Cuito Cuanavale podía poner en peligro la estabilidad general de nuestra defensa en el Frente Sur. Por tanto, resultaba imprescindible un refuerzo desde Cuba. A la vez, no debíamos empeñarnos en una batalla decisiva en Cuito, porque era el terreno escogido por el enemigo y donde este tenía todas las ventajas. Allí era preciso organizar una defensa inexpugnable contra la cual se desgastara inútilmente el enemigo. Las acciones decisivas debían librarse en el momento y en el lugar escogido por nosotros; es decir, cuando fuéramos más fuertes y en sus puntos más vulnerables, concretamente: en el flanco sudoccidental. Para ello, tras las consultas de rigor con el gobierno angolano y un meticuloso planeamiento del Estado Mayor General de las FAR, dirigido por el Comandante en Jefe, se adoptó el 15 de noviembre de 1987 la histórica decisión de reforzar nuestra agrupación de tropas en la RPA que, como es conocido, llegó a contar con 50 000 efectivos, con la misión de, en cooperación con las tropas angolanas, derrotar a las tropas invasoras sudafricanas. Llegará el momento de explicar cómo fue posible para un país del Tercer Mundo como el nuestro, llevar a cabo esa proeza logística y moral en cuestión de semanas. Se conoce que el mando sudafricano calculó que no menos de seis meses tardaríamos en trasladar el personal, el armamento y los aseguramientos combativos equivalentes a una división. Más tiempo demoraron los estrategas sudafricanos en darse cuenta, que nosotros en duplicar el total de nuestras fuerzas y de multiplicarlas varias veces en el Frente Sur, donde al cabo de 12 años, por primera vez, estuvo en nuestras manos el dominio del espacio aéreo. Para lograrlo no faltaron hazañas laborales, como fue la construcción, en 70 días, del aeropuerto de Cahama, que puso a nuestro alcance objetivos vitales del enemigo. En ese frente desplegamos, además, una fuerza de golpe que contaba, entre otros medios, con 998 tanques, más de 600 transportadores blindados y 1 600 piezas de artillería, morteros y medios de defensa antiaérea. Desde Cuba, en jornadas diarias de hasta 20 horas y más, el compañero Fidel, como lo había hecho ya en varias ocasiones desde 1975, dirigió personalmente el trabajo del Estado Mayor General del MINFAR, imprimiéndonos a todos el férreo espíritu de lograr la victoria con un mínimo de bajas, conjugando la audacia y el heroísmo con la filosofía de no exponer la vida de un solo hombre, sin haber agotado antes todas las alternativas. Ese espíritu prevaleció a lo largo de estos 16 años, se convirtió en una ética y un estilo, perfiló una maestría combativa en los jefes y se tradujo en una moral que potenciaba, al mismo tiempo, la confianza y el coraje de los combatientes. Cuito resistió. En sus accesos todas las tentativas sudafricanas por avanzar fueron rechazadas. Su sofisticada artillería de largo alcance, que no cesó de bombardear día y noche, no logró atemorizar a las fuerzas angolano-cubanas y resultó inefectiva. Mientras, por el flanco sudoccidental, una poderosa agrupación, a la que se habían sumado unidades de la SWAPO, amenazaba seriamente lugares de importancia estratégica para el enemigo. Los choques con los destacamentos de exploración en Donguena y Tchipa y el golpe aéreo contra sus posiciones en Calueque, persuadieron a los sudafricanos de que era imposible una victoria militar a expensas de la soberanía angolana y contra las fuerzas combinadas de Angola y Cuba. Así se abrió paso la posibilidad de una solución negociada que incluiría el una y otra vez postergado cumplimiento de la Resolución 435/78 del Consejo de Seguridad de la ONU, para la descolonización e independencia de Namibia. Los acuerdos de diciembre de 1988, suscritos en Nueva York, inimaginables sin la Operación Carlota, colocaron la retirada de la agrupación de tropas internacionalistas cubanas en el contexto de una solución global, cuya clave siempre fue la retirada total y previa de los invasores sudafricanos, primero de Angola y luego de Namibia. El cronograma adoptado como anexo al acuerdo bilateral cubano-angolano para el retiro, ordenado, por etapas y con garantías de los combatientes cubanos, se ha cumplido hoy con antelación. La palabra de Cuba de no permanecer allí ni un día más de lo necesario, ha sido honrada. Esta anticipación obedece a un último gesto de los gobiernos de Angola y de Cuba de contribuir a un clima de confianza y a que se haga irreversible la solución negociada del conflicto interno. Sin la menor intención de humillar al adversario, ni de negar lo que cada una de las partes debió aportar para alcanzar los acuerdos que hemos cumplido de modo estricto y ejemplar, los pueblos de Angola y de Cuba están asistidos del derecho a extraer las reflexiones correspondientes de su victoria. Victoria rotunda es haber detenido la embestida inicial y enterrado para siempre el mito de la invencibilidad del ejército sudafricano y de los mercenarios; ayudado a nuestros hermanos a preservar a Angola como nación independiente desde 1975, durante todos estos años, y que hoy se respete su seguridad, su integridad territorial y la inviolabilidad de sus fronteras. Victoria histórica es la independencia de Namibia, última colonia del África negra que continuaría siéndolo, y la Resolución 435/78 del Consejo de Seguridad, una más sin cumplir, sepultada en los archivos de la ONU, no obstante la heroica lucha de la SWAPO. Victoria que se proyecta hacia el futuro, es el logro de una nueva correlación regional en el África Austral, determinada por las batallas en Angola y en Namibia, por los avances del movimiento antiapartheid y el espacio político que a costa de enormes sacrificios se ha ganado el ANC y la mayoría negra en su lucha por una sociedad y un Estado no racistas. Victoria es haber contribuido a romper los cerrojos que mantuvieron encarcelados más de un cuarto de siglo a Nelson Mandela y a otros patriotas. Estas victorias pertenecen también a todos los pueblos de África, a los gobiernos que desafiando no pocas presiones colaboraron en la medida de sus posibilidades a la salvación de Angola; a los estados de la Línea del Frente, a la Organización de la Unidad Africana, al Movimiento de Países no Alineados, a todos los pueblos del Tercer Mundo. Si no se tienen en cuenta esas victorias, es imposible comprender las circunstancias políticas actuales en Angola. Si hoy el gobierno independiente y soberano de la República Popular de Angola ha alcanzado acuerdos en un proceso de negociación del conflicto interno es, también, porque a pesar de los designios agresivos y de las invasiones sudafricanas, a pesar de la grosera injerencia de Estados Unidos, la integridad del Estado angolano fue preservada y es el gobierno legítimo fruto de la lucha anticolonial iniciada el 4 de febrero de 1961, el que continúa al frente del país y ofrece una alternativa de paz. Estos acuerdos deben dar lugar a procesos políticos ulteriores. Sean cuales fueren sus resultados, si estos reflejaran la voluntad de la mayoría del pueblo angolano, ejercida en plena y auténtica libertad, el que eso ocurra se explicaría también por esas victorias, porque lo que anhelaron siempre los enemigos de Angola, fue barrer del mapa al MPLA y a la dirección lúcida, consecuente y valerosa del presidente Neto y más tarde del compañero José Eduardo dos Santos. Nuestra única aspiración, una vez concluida la misión que nos llevó a Angola, es que su pueblo y sus dirigentes puedan escoger, sin injerencias ni presiones de ningún tipo, los caminos para la reconstrucción y el desarrollo de su país. Cuba, como ha hecho en el curso de más de 15 años, respetará siempre la voluntad angolana. No es posible soslayar, sin embargo, los peligros que acechan al ejercicio real de esa autodeterminación nacional. Cuba es testigo de excepción de la doblez de Estados Unidos en el caso de Angola, cuando asumió la singular condición de mediador y a la vez parte activa en el conflicto interno. Conocemos de las exigencias incontables siempre en favor de los intereses del agresor. El papel hegemónico que ese país se afana en desempeñar hoy en el mundo, no es precisamente la mejor garantía del respeto a los acuerdos que deben propiciar la estabilidad y la paz al martirizado pueblo angolano. Compañeras y compañeros: Ante la memoria de los caídos, estamos hoy aquí para rendirles cuentas a todo nuestro pueblo y a la dirección del partido y del gobierno de la misión que se encomendara a las FAR hace casi 16 años. En los nuevos e inesperados desafíos, siempre podremos evocar la epopeya de Angola con gratitud, porque sin Angola no seríamos tan fuertes como somos hoy. Si nuestro pueblo se conoce mejor a sí mismo, si conocemos mucho mejor de qué somos capaces todos nosotros, los veteranos y los pinos nuevos, nuestra juventud, ¡es también, gracias a Angola! El prestigio, la autoridad, el respeto de que goza Cuba hoy en el mundo, son inseparables de nuestro desempeño en Angola. Gracias a Angola, comprendemos en todo su alcance la enseñanza del compañero Fidel de que cuando un pueblo como el cubano ha sido capaz de combatir y de sacrificarse por la libertad de otro pueblo, ¡qué no será capaz de hacer por sí mismo! Si hoy somos más maduros en nuestras reflexiones y decisiones; si hoy somos más sólidos, más experimentados, ¡es también, gracias a Angola! Si hoy estamos más conscientes de la obra de la Revolución, porque palpamos la huella nefasta del colonialismo y del subdesarrollo, ¡tenemos que agradecérselo a Angola! Si hoy es más profundo nuestro desarrollo político e ideológico, nuestra conciencia revolucionaria, socialista e internacionalista, ¡se lo debemos también a Angola! Si hoy nuestra experiencia combativa se ha enriquecido, estamos más fogueados y listos para defender a nuestra patria es porque junto a cientos de miles de soldados, 56 622 oficiales pasaron por la escuela de la vida y de la lucha en Angola. Si nuestro pueblo está preparado para encarar cualquier dificultad en los tiempos que se avizoran, si tiene confianza en sí mismo y en su capacidad de resistir, de continuar desarrollando el país, y de vencer, ¡en esa seguridad está también la experiencia de cómo ante la adversidad nos crecimos y vencimos en Angola! Y si a un pueblo le debemos una lección de estoicismo, de grandeza, de espíritu de sacrificio y de lealtad, es al pueblo angolano, que despidió ejemplarmente, con amor y gratitud, a nuestros combatientes internacionalistas. Hoy, bajo el cielo de la patria, la bandera de combate de la Misión Militar Cubana en la República Popular de Angola, flamea con honor junto a nuestra enseña de la estrella solitaria. La gloria y el mérito supremo pertenecen al pueblo cubano, protagonista verdadero de esta epopeya que corresponderá a la historia aquilatar en su más profunda y perdurable trascendencia. Permítanme, en nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias expresar, como Fidel en los días de la Crisis de Octubre: Hoy más que nunca me siento orgulloso de ser hijo de este pueblo. A nuestro pueblo y a usted, Comandante en Jefe, informo: ¡La Operación Carlota ha concluid