Revista Aragonesa

Revista de Aragón
Información sobre la plantilla
Revista de Aragón.jpg
Concepto:Publicación de aparición mensual.

Revista de Aragón Publicación mensual, impresa en Zaragoza.

Datos biográficos

Historia

Publicación mensual, impresa en Zaragoza por los talleres de Cecilio Gasca, que duró del 1-I-1900 al 1-XII-1905. A lo largo de su existencia mantuvo el mismo formato en 4.° y su simplicísima tipografía, aunque, a partir de 1901, su extensión original de 30 páginas se incrementó hasta alcanzar y pasar el centenar. En 1903 se estructuró en secciones fijas (Arte, Filosofía, Historia, Sección General), a las que en 1904 se añadieron las de Pedagogía y Filología.

La presentación de la publicación («Al que leyere», núm. 1) la define como católica, apartidista y «regional, pero no se entienda por eso que ha de ser regionalista, en el sentido de las sectas y tendencias que con esta denominación se estilan ahora». De hecho, la mejor revista cultural aragonesa —y una de las primeras en la España de su tiempo— se mantuvo fiel a tales supuestos y fue, en ese orden de cosas, portavoz natural de las dos inquietudes que la alumbraron: en primer lugar, el difuso movimiento regeneracionista (que en Zaragoza tuvo su apogeo en las celebraciones de 1908 y se inició con la Asamblea de 1899), y, en segundo término, la actividad de reforma universitaria que contó en la ciudad con destacados valedores. Dos de ellos, el historiador Eduardo Ibarra y el arabista Julián Ribera fueron almas de la publicación y representación de lo más vivo de la Facultad de Letras. Con ellos tuvieron parte destacada Juan Moneva (de Derecho), Alberto Gómez Izquierdo (rector del Seminario y sesudo comentarista de filosofía), el sociólogo católico Severino Aznar, el militar Ricardo Burguete y el obrero tipógrafo (y militante del P.S.O.E.) Isidoro Achón, comentarista de temas sociales.

La opinión política de la Revista de Aragón recayó, sobre todo, en Ibarra (a menudo oculto por el semianagrama de «Dr. Bráyer») y ofrece buena muestra de un regeneracionismo conservador, muy crítico en lo que concierne a los políticos oficiales y a menudo cercano a las posiciones que comenzaba a encarnar Maura. En lo concerniente a la política económica regional, la Revista resulta un afortunado muestrario de los proyectos del momento, bien recogidos en la sección «Intereses materiales»: construcción de azucareras y alcoholeras, problemas de la filoxera, explotación de los carbones de Utrillas, etc. Más importante, sin embargo, es la posición adoptada ante la eventual definición de una cultura aragonesa, en la que, por supuesto, la protesta por los desafueros artísticos y los prejuicios tradicionales son parte destacada: José Valenzuela la Rosa y Luis de La Figuera denuncian el expolio del palacio de Zaporta y el deplorable estado del Museo zaragozano; Juan Moneva, la venta de tapices del Pilar por parte del cabildo; el propio Ibarra se siente agraviado por la creación de una Escuela de Jota en Zaragoza. Los mismos escritores contribuyen, sin embargo, a un demorado balance de lo positivo: Moneva informa sobre los monumentos alcañizanos y turiasonenses; Mariano de Pano sobre los de Barbastro y sobre el artesonado de la catedral de Teruel; Valenzuela ofrece una precisa monografía sobre los trabajos de Goya en la cartuja de Aula Dei, y, por último, Vicente Castán y el jesuita Longinos Navás desempeñan sendas subsecciones fijas de «Excursiones pirenaicas» y «Excursiones aragonesas». Es difícil, sin embargo, no conceder la primacía de la calidad, en lo que toca a la crítica de arte, a las reseñas y artículos de Valenzuela La Rosa (destaquemos la reseña de la Exposición Nacional de 1904, «La muerte del cuadro» —1904—, «El caso Zuloaga» —1903—, etc.), seguido de cerca por Severino Aznar, en las contadas veces que dedicó su pluma al revisterismo literario.

En este último aspecto de la creación artística, la Revista de Aragón se convirtió, sin duda, en el exponente más conspicuo de lo que se llegó a llamar «renacimiento literario aragonés». En sus páginas publicó Mariano Baselga alguno de sus mejores cuentos aragoneses y en 1903 las entregas de un interesante ensayo sobre estética de lo cursi; en 1902 Leandro Mariscal dio su novela La melindrosa, y Luis María López Allué, Pedro y Juana; en 1903 se publicó Sarica la borda de Juan Blas y Ubide; en 1904 y 1905, El Pedroso y el Templao, de José María Matheu. Tampoco faltaron a la cita las dos grandes figuras regionales del momento: desde 1902, Santiago Ramón y Cajal entregó a la revista las páginas de Mi infancia y juventud; ese mismo año, Joaquín Costa escribió unas páginas prologales al informe de Jean-Joseph Saroïhandy sobre los «Dialectos Aragoneses».

Los traslados de Eduardo Ibarra y Julián Ribera a sus nuevas cátedras madrileñas precipitaron el final de la Revista de Aragón. Continuación suya fue, empero, la publicación mensual Cultura Española, que, con pie de imprenta madrileño, vivió entre enero de 1906 y los finales de 1909. Fue ésta una revista de neta orientación universitaria —en modo más marcado que su predecesora— y alto nivel de exigencia: Ibarra y Rafael Altamira estuvieron al frente de su sección de historia; Eduardo Gómez de Baquero, «Andrenio», y Ramón Domingo Perés llevaron la de literaturas modernas; Menéndez Pidal, la de filología e historia literaria; Vicente Lampérez, la de arte; Gómez Izquierdo y Miguel Asín Palacios, la de filosofía; Julián Ribera y Gabriel Maura Gamazo, la de actualidad.

Bibliografía

Mainer, José-Carlos: Regionalismo, burguesía y cultura. Los casos de Revista de Aragón (1900-1905) y Hermes (1917-1922); A. Redondo ed., Barcelona, 1974.

Fuentes