Pío de Pietrelcina

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Pío de Pietrelcina
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NombreFrancesco Forgione
Nacimiento25 de mayo de 1887
villa de Pietrelcina,
provincia de Benevento,
región de Campania,
Italia, Bandera de Italia
Fallecimiento23 de septiembre de 1968 (81 años)
San Giovanni Rotondo,
provincia de Foggia,
región de Apulia,
Italia Bandera de Italia
Otros nombresPadre Pío
PadresGrazio Mario Forgione, María Giuseppa Di Nunzio
FamiliaresHermanos:
Michele Forgione,
Francesco Forgione,
Grazia Forgione,
Pellegrina Forgione,
Felicita Forgione,
Amalia Forgione

San Pío de Pietrelcina (región de Campania, 25 de mayo de 1887 - San Giovanni Rotondo, 23 de septiembre de 1968) fue un fraile y sacerdote católico italiano, famoso por los estigmas que presentaba en las manos, los pies y el costado.[1]

Nació con el nombre civil de Francesco Forgione. El nombre de Pío le fue dado cuando ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos.[1]

Fue beatificado en 1999 y canonizado en 2002 por el papa anticomunista Juan Pablo II (1920-2005).[1]

Síntesis biográfica

Francesco Forgione, nació en Pietrelcina [pietrelchina], un pequeño pueblo a 82 km al noreste de Nápoles. Nació en una familia humilde donde su padre, Grazio Forgione y su madre, María Giuseppa Di Nunzio, ya tenían otros hijos.[1]

Recibió su primera instrucción de un maestro privado y a la edad de 15 años hizo su ingreso en el Noviciado de los Padres Capuchinos en el pueblo de Morcone, 28 km al noroeste de Pietrelchina. De débil salud, pero de excepcional fuerza de voluntad, pudo completar sus estudios y el 10 de agosto de 1910 fue ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento ―13 km al suroeste de Pietrelchina―, donde celebró su primera misa.[1]

No permanecía mucho tiempo en cada convento donde vivió.

El 4 de septiembre de 1916 llegó al convento de San Giovanni Rotondo, sobre el Gargano, donde vivió el resto de su vida.[1]

Dos años más tarde, el 20 de septiembre de 1918, el Padre Pío afirmó que le habían aparecido las heridas de Jesucristo en las manos, los pies y el costado izquierdo del pecho.[1]

Fundó «grupos de ruego» ―hoy llamados «grupos de oración»― y consiguió las donaciones suficientes para la construcción de un moderno hospital: la Casa Alivio del Sufrimiento.[1]

Los milagros del Padre Pío

Multiplicación de los panes

En su vejez, el Padre Pío contaba que durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en Italia el pan se racionó. En el convento había siempre muchos invitados, más los pobres que siempre iban allí pidiendo comida. Un día los frailes descubrieron que apenas tenían dos panes. Todos los hermanos oraron antes de sentarse a comer. Sin embargo el Padre Pío dijo que se fue a la iglesia, y un rato después regresó con varios panes en sus brazos. El Padre Pío dijo que el Superior le preguntó: «¿Dónde has encontrado esos panes?». El Padre Pío contestó: «Me los dio un peregrino en la puerta».[2]

Las mujeres del Padre Pío

Una de las jóvenes que vivían con el Padre Pío estaba leyendo una inspiradora carta espiritual del propio Padre Pío en el borde del camino. El viento se llevó la carta hasta el declive de un prado. La carta ya estaba lejos, cuando de pronto se detuvo, debajo de una piedra. De esta manera la niña pudo recuperar su carta. El día siguiente le contó esa anécdota al Padre Pío, quien sin pensarlo dos veces afirmó: «La próxima vez tienes que prestar más atención al viento: si yo no hubiera posado mi pie invisible sobre la carta, esta se hubiera perdido».[2]

La carta desaparecida

La señora Cleonice, madre de una de las jóvenes del séquito del Padre Pío dijo:
―Durante la Segunda Guerra Mundial mi sobrino estaba prisionero. Nosotros no habíamos recibido noticias durante un año; y creíamos que él estaba muerto. Sus padres pensaban lo mismo. Su madre fue un día a ver al Padre Pío y se arrodillaba delante del fraile que estaba en el confesionario:
―Por favor Padre, dígame si mi hijo está vivo. Yo no me marcharé, hasta que usted no me conteste.
El Padre Pío sintió piedad por ella:
―Levántese y vaya tranquila.
Días después yo no resistía el dolor que los padres estaban sufriendo, por lo que yo decidí pedirle un milagro al Padre Pío.
―Voy a escribir una carta a mi sobrino Giovannino. Solamente escribiré su nombre en el sobre, porque nadie sabe donde está. Estoy segura de que usted y su ángel guardián le llevarán la carta.
El Padre Pío no contestó. Yo escribí la carta, y la dejé en mi mesa de noche, para entregársela al Padre Pío la mañana siguiente. Para mi sorpresa, la carta desapareció. Inmediatamente fui a darle las gracias al Padre Pío, pero él me dijo:
―Da tus gracias a la Virgen María.
Casi quince días después nuestro sobrino contestó la carta. Entonces todos en nuestra familia estábamos contentos; y dando gracias a Dios y al Padre Pío.[2]

El Padre Pío recibía antes las noticias

Durante la Segunda Guerra Mundial, el hijo de la señora Luisa, oficial de la Marina Real Británica, era motivo de angustia para su madre; pues esta oraba todos los días por la conversión y la salvación de su hijo. Un día llegó un peregrino británico a San Giovanni Rotondo, y habló con el Padre Pío. Luisa vio que traía algunos periódicos británicos y le pidió que se los leyera. En un momento el peregrino leyó la noticia del hundimiento del barco en que viajaba su hijo. Llorando va a ver al Padre Pío, quien la consoló inmediatamente: «¿Quién le ha dicho que su hijo está muerto?». Entonces el Padre Pío le dijo exactamente el nombre y la dirección del hotel en donde estaba su hijo, y le explicó que él había logrado sobrevivir del naufragio en las costas británicas. Él estaba hospedado en ese hotel, mientras esperaba un nuevo cargo. Inmediatamente Luisa le envió una carta a esa dirección, y a los 15 días, su hijo le respondió.[2]

Resucita a una mujer

Había una mujer tan noble y buena en San Giovanni Rotondo que el Padre Pío dijo que era imposible, de encontrar cualquier falta en su alma, para perdonar. En otros términos; ella vivió para ir al cielo. Al final de la Cuaresma, Paolina, estaba tremendamente enferma. Los doctores no daban esperanzas. Su marido y sus cinco niños fueron al convento a orar al Padre Pío y pedirle ayuda. Dos de los cinco niños tiraron del hábito del Padre Pío y lloraron. El Padre Pío se perturbó; e intentó consolarlos y prometió orar por ellos. Algunos días después, al principio de la Séptima hora, las cosas cambiaron. De hecho él pidió por Paulina, para que sanara y dijo a todos: «Ella se recuperará el Día de Pascua. Pero durante el viernes santo, Paolina perdió la conciencia, y el sábado entró en estado de coma; finalmente, después de algunas horas Paolina murió. Algunos de sus parientes tomaron su traje de novia para ponérselo según una vieja tradición. Otros parientes corrieron al convento para pedirle un milagro al Padre Pío. Él les contestó: «Ella resucitará» y fue al altar para dar la Santa Misa. Cuando el Padre Pío empezó a cantar el Gloria y el sonido de las campanillas que anuncian la resurrección de Cristo, la voz del Padre Pío rompió en llanto y sus ojos estaban llenos de lágrimas. En el mismo momento Paolina resucitó y sin ninguna ayuda ella bajó de la cama, ella se arrodilló y oró tres veces el Credo. Luego se levantó y sonrió. «Ella resucitó». De hecho el Padre Pío no había dicho, «ella se recuperará» sino «ella resucitará». Cuando le preguntaron, que le pasó durante el tiempo que ella estaba muerta; contestó: «Yo subí, subí, subí; hasta que entré en una gran luz, y de pronto regresé».[2]

Cura a una niña quemada

Mi primera hija nació en 1953; el Padre Pío le salvó la vida en forma repentina y milagrosa, hace 18 meses. En la mañana del 6 de enero de 1955 mi marido y yo estábamos en la iglesia para asistir a la Santa Misa y nuestra hija estaba en casa con su abuelo. Repentinamente aconteció un accidente, y nuestra hija se quemó con una olla de agua caliente. La quemadura era tan grande como grave; le abarcaba desde el estómago hasta la parte de atrás. El doctor recomendó hospitalizarla inmediatamente; porque podía morirse debido a su estado de suma gravedad... Por esta razón él no nos dio ninguna medicina. Desesperada al ver moribunda a mi hija, en lo que el doctor se fue; invoqué fuertemente al Padre Pío, que interviniera urgentemente, mientras me preparaba para llevarla al hospital, ya casi era la hora del mediodía; cuando de pronto la niña que estaba sola en su cuarto me llamó:
―¡Mamá, mamá, ya no tengo ninguna herida!
―¿Pero quién ha hecho desaparecer tus heridas? ―pregunté asustada y con gran curiosidad.
―Mamá, vino el Padre Pío, él sanó mis heridas poniendo sus manos llagadas sobre mi quemadura.
Para asombro de todos, realmente no había ninguna seña ni marca de que hubiera alguna quemada; el cuerpo de mi hija estaba completamente sano, y pensar que unos minutos antes el médico la había desahuciado.[2]

Genera la mejor cosecha

Los campesinos de San Giovanni Rotondo recuerdan con gran alegría el evento siguiente. Era en primavera, florecieron los árboles de almendras prometiendo una buena cosecha. Pero desgraciadamente millones de orugas voraces llegaron y devoraron las hojas y las flores. No dejaron ni siquiera la cáscara. Después de dos días y después de intentar detener esa invasión, los campesinos estaban muy preocupados, ya que para muchos de ellos las almendras eran el único recurso económico: decidieron contarle al Padre Pío el problema. El Padre Pío tenía una hermosa vista de los árboles a través de su ventana en el convento y decidió bendecirlos. Se puso las sagradas vestiduras y empezó a orar. Cuando terminó, tomó el agua bendita e hizo la señal de la Cruz en el aire, en dirección a los árboles. De inmediato desaparecieron las orugas, y al día siguiente de que las orugas habían desaparecido, los árboles de almendras, parecían nuevamente tener los retoños. Era un desastre; la cosecha estaba perdida. ¡Lo que pasó luego es realmente increíble! Teníamos de repente la cosecha más abundante; ¿Cómo es posible que tuviéramos una cosecha más abundante que las que normalmente teníamos? Antes nunca, en tiempos normales habíamos tenido una cosecha así.[2]

Como San Francisco, odiaba el canto de los pájaros

En el jardín del convento habían varios tipos de árboles; los cipreses, algunos de fruta y algún pino. Sobre todo por las tardes de verano, el Padre Pío disfrutaba del clima, en la sombra, junto con sus amigos, y algún invitado, Una vez cuando el Padre Pío estaba hablando con algunas personas, repentinamente muchísimos pájaros comenzaron a cantar y a hacer ruido a la sombra de los árboles. Los pájaros habían compuesto una sinfonía allí; Mirlos, gorriones, y otras especies. El Padre Pío le molestaba esta sinfonía divina, por lo que, mirando a los pájaros les chilló: «¡¡SILENCIO!!». En ese mismo instante, los pájaros, los grillos y las cigarras se quedaron callados. Las personas que estaban en el jardín, se encontraban profundamente sorprendidas! De hecho el Padre Pío se había comunicado con los pájaros, al igual que San Francisco.[2]

Salva la vida de un militar mussoliniano

El Padre Pío afirmaba que una de sus jóvenes «asistentes» se quedó a vivir con él desde el pueblo de Foggia [41 km al suroeste de Giovanni Rotondo] y se convirtió en una de las primeras «hijas espirituales» del séquito del Padre Pío.

Según el Padre Pío, en abril de 1945 iban a fusilar a su padre (un capitán fascista). Él se encontraba delante del pelotón de fusilamiento; cuando de pronto el Padre Pío dijo que se le apareció delante de él para cubrirlo. El comandante del pelotón dio la orden de disparar; pero ningún tiro se disparó de los rifles que lo apuntaban. Los siete miembros del pelotón y su comandante, sorprendidos, verificaron sus rifles y no encontraron ningún problema. Así que el pelotón apuntó de nuevo a mi padre, y el comandante pidió a sus soldados disparar de nuevo. Y nuevamente ocurrió lo mismo: los rifles no funcionaron. Esta realidad misteriosa e inexplicable interrumpió la ejecución. El padre de la niña regresó a su casa y se convirtió, recibió los santos sacramentos en San Giovanni Rotondo cuando fue a agradecer al Padre Pío, y envió a su hija a vivir con el Padre Pío.[2]

Hace funcionar una motocicleta sin gasolina

Testimonio del Padre Honorato:
Yo fui a San Giovanni Rotondo con un amigo en motocicleta. Llegué al convento algunos minutos antes del mediodía. Dando mis respetos al superior, me dirigí al confesionario a saludar al Padre Pío y besar su mano. Debe tenerse en cuenta que mi modelo de motocicleta se llamaba Vespa (‘avispa’). Al verme el Padre Pío me dijo: «Muchacho, ¿la avispa lo picó?».
Yo estaba bastante sorprendido: de hecho el Padre Pío no me había visto cuando llegué al convento, pero él sabía qué tipo de transporte yo usaba. La mañana siguiente de que nosotros dejamos a San Giovanni Rotondo con mi «avispa» y partimos a San Miguel, el pueblo cercano a San Giovanni Rotondo. El tanque de gasolina iba vacío, por lo que nosotros decidimos llenarlo en Monte San Angelo. Pero en cuanto nosotros alcanzáramos ese pueblo pequeño se nos presentó un problema: todas las bombas de gasolina estaban cerradas. De manera que decidimos regresar a San Giovanni Rotondo. Realmente nosotros esperamos encontrar a alguien en el camino que pudiera darnos un poco de gasolina. En primer lugar yo estaba angustiado por mis hermanos del convento, porque iba a llegar tarde a la hora del almuerzo; cosa que no es gentil... Pero sin la gasolina, a los pocos kilómetros, la moto empezó a hacer ruido y se detuvo. Verificamos el tanque, y estaba vacío. Con tristeza le dije a mi amigo, que teníamos sólo diez minutos para llegar al convento y almorzar con nuestros hermanos. No encontrábamos ninguna solución, y por esta razón, mi amigo, dio un puntapié al pedal. ¡Increíble! ¡La motocicleta arrancó de nuevo! Emprendimos inmediatamente el viaje a San Giovanni Rotondo sin preguntarnos la razón de porque la motocicleta había arrancado sin gasolina. Cuando llegamos a mitad del convento la motocicleta paró de nuevo. Destapamos el tanque y vimos que todavía estaba seco. Asombramos miramos nuestros relojes: era diez minutos antes de la hora del almuerzo. Significaba que nosotros, habíamos cubierto quince kilómetros en un promedio de 180 kilómetros por hora. ¡Sin la gasolina! Yo entré al convento mientras los hermanos estaban bajando para el almuerzo, y cuando fui a buscar al Padre Pío, este; se quedó mirándome y se reía.[2]

Resucita a un niño

El Padre Pío contaba que en mayo de 1925, su asistente María tenía su bebé enfermo de nacimiento. María estaba muy angustiada por su bebé. De hecho, después de una visita médica, le dijeron que su niño tenía una enfermedad muy complicada. No había esperanzas para él: jamás se podría recuperar.

María decidió ir en tren a San Giovanni Rotondo. Ella vivía en un pueblo pequeño al sur de Puglia, pero escuchando los milagros del Padre Pío, del fraile que tenía los estigmas de Jesús y que hacía milagros a los enfermos y daba esperanza a los desgraciados; surgió en ella una gran fe e inmediatamente se fue de viaje, pero durante el trayecto el bebé murió.

Ella había vigilado su cuerpecito toda la noche, y lo metió en la maleta y la cerró. Al día siguiente de ver morir a su hijo, estaba en el convento de San Giovanni Rotondo. ¡Ya no había ninguna esperanza! El niño estaba muerto. Pero María no había perdido su fe.

Por la tarde estaba delante del Padre Pío. Se encontraba en la fila de la confesión y tenía en sus manos la maleta que contenía el cadáver de su hijo. El bebé había muerto 24 horas antes. María se arrodilló delante del Padre Pío y lloró desesperadamente suplicándole ayuda. Él la miró profundamente. La madre abrió la maleta, y le mostró el cadáver de su hijo al Padre Pío. El pobre Padre se condolió hasta las entrañas por el dolor de esta madre. Tomó el pequeño cuerpo y puso sus manos estigmatizadas sobre la cabeza, y entonces oró mirando al cielo.

Después de un rato, la pobre criatura estaba viva de nuevo. Un gesto, un movimiento de los pies, los brazos... parecía dormido y simplemente se despertó después de un largo sueño. Hablando a la madre le dijo: «¿Mima, por qué estás llorando? ¡Tu hijo estaba durmiendo!». La madre y los gritos de la muchedumbre llenaron la iglesia. ¡Todos hablaban sobre el gran milagro! María se quedó a vivir con el Padre Pío.[2]

Detiene la lluvia para un ingeniero

Un ingeniero decidió quedarse hasta tarde en el convento, pero cuando decide irse comenzó a llover... Así que él le dijo al Padre Pío:
―No tengo paraguas. ¿Podría quedarme aquí hasta por la mañana? Si no, me mojaré.
―Lo siento, mi estimado ―le contestó el Padre Pío―, eso no será posible. Pero no se preocupe: yo lo acompañaré.
Pero el ingeniero pensó que habría sido mucho mejor no hacer esa penitencia, sin embargo, podría ser menos riguroso con la ayuda del Padre Pío. Se puso su sombrero, y empezó a caminar los tres kilómetros entre el convento y el pueblo. Pero en cuanto él salió dejó de llover. Simplemente había un pequeño rocío cuando llegó a su casa.
―Mi Dios ―exclamó la mujer cuando abrió la puerta―, ¡usted debe estar mojado hasta los huesos!
―En absoluto ―contestó el ingeniero―: no está lloviendo.
Los campesinos que estaban allí gritaron:
―¿Qué? ¿Que no está lloviendo? ¡Esto es un diluvio! ¡Escuche!
Ellos abrieron la puerta de nuevo y estaba lloviendo fuertísimo. Y le contaron que había estado lloviendo durante una hora sin interrupción.
―¿Cómo usted pudo venir sin mojarse? ―le preguntaron.
―El Padre Pío me dijo que me acompañaría.
Entonces los campesinos comprendieron que había sido un milagro más del Padre Pío.[2]

Hace que un automóvil descompuesto se componga

Un señor de Ascoli Piceno (una ciudad italiana) dijo:
Hacia el fin de los años 1950, yo fui a San Giovanni Rotondo con mi esposa, a la confesión, y antes de que yo recibiera la absolución, después del consejo del Padre Pío y efectuada la penitencia. Por la tarde estaba todavía en el convento y el Padre Pío me vio de nuevo y me dijo:
―¿Usted todavía está aquí?
―Mi ratón no arrancó ―le contesté.
―¿Qué es exactamente el ratón? ―preguntó el Padre Pío.
―Es mi automóvil ―contesté.
―Vamos y démosle una mirada.
Él me invitó a dejar el monasterio, cosa que nosotros hicimos sin ningún problema. Nosotros viajamos toda la noche y por la mañana siguiente, lo llevé al mecánico. Quién me dijo, después del chequeo; que el sistema eléctrico del automóvil estaba descompuesto. Y él no me creyó cuando le dije que yo había viajado con el automóvil toda la noche. De hecho era imposible cubrir los 280 km entre San Giovanni Rotondo y Ascoli Piceno, con el carro en aquel estado. Entonces yo comprendí que el Padre Pío me había ayudado, yo le agradecí en mi mente, y estoy seguro que me ha escuchado.[2]

El Padre Pío telépata

Testimonio de una buena mujer pero algo tímida. Nunca era necesario repetir la misma frase al Padre Pío. Bastaba con pedírselo mentalmente. El esposo de esta buena mujer se encontraba muy enfermo. Ella corre al convento en busca de ayuda. Pero no sabía como localizar al Padre Pío, pues para una confesión, había que esperar hasta tres días. Así durante la Santa Misa ella estuvo todo el tiempo de pie y caminaba de un lado al otro de la Iglesia. Finalmente decidió decirle su problema, y pidió en ese instante la ayuda del Padre Pío a la Virgen María. Así, al final de la Santa Misa, cruzó nuevamente la iglesia para hablar con él... Finalmente ella logró alcanzar el corredor por donde el pasaría. En cuanto el Padre Pío la miró, le dijo: «Mujer que poca fe, ¿cuándo usted pedirá mi ayuda finalmente? ¿Usted piensa que yo soy sordo? Usted ya me lo ha dicho cinco veces, cuando usted estaba delante de mí, detrás de mí, a mi derecha y a mi izquierda. ¡Yo entendí! ¡Yo entendí! ¡Vaya a su casa! Todo está bien.
Cuando la mujer llegó a su casa, su esposo estaba completamente sanado.[2]

Devuelve la vista a una ciega

En la crónica del convento, en la fecha del 23 de octubre de 1953, se puede leer esta anotación. «Esta mañana la Señorita Amelia Z., ciega nata, de 27 años, ha venido desde la provincia de Vicenza y ha recibido la vista. Después de su confesión ella le ha preguntado al Padre Pío por su vista. El Padre le ha contestado: «Ten fe y ruega mucho». En el mismo instante la joven chica vio al Padre Pío: el rostro, la mano que bendijo, los medios guantes que escondieron los estigmas. La vista ha ido rápidamente aumentando, hasta que la joven ya vio bien de cerca. Le dijeron al Padre Pío acerca del milagro y él dijo: «Demos gracias a Dios». Luego la joven los preguntó al Padre Pío si tendría la vista completa y contestó: «Poco a poco vendrá todo». La joven, llena de fe en el Padre Pío, se quedó a vivir y trabajar en el Hospital de Giovanni Rotondo, dirigido por el Padre Pío.[2]

Fallecimiento

En septiembre de 1968 millares de devotos e hijos espirituales del Padre Pío se reunieron en un congreso en San Giovanni Rotondo para conmemorar juntos el 50.º aniversario de los estigmas aparecidos en el Padre Pío y para celebrar el cuarto congreso internacional de los Grupos de Oración.[1]

En esos días, el Padre Pío (de 81 años) enfermó gravemente. En esas semanas no tuvo acceso a su reserva de ácido nítrico ni a su perfume (con el que hacía emanar de sus heridas un «aroma de santidad», que todos describían como un penetrante perfume a rosas). Cuando estaba en su lecho de muerte, inconsciente, le quitaron los guantes que cubrían los estigmas en las palmas y en el dorso de las manos, pero inexplicablemente habían desaparecido. Al despertar, el Padre Pío afirmó que él mismo le había solicitado a Jesucristo que eliminara los estigmas sin dejar cicatrices, para que el Padre no se vanagloriara de ese sufrimiento.[3]

Falleció a las 2:30 de la madrugada del 23 de septiembre de 1968.[1]

Controversias

El padre Pío fue objeto de numerosas investigaciones.[4][5] En el período comprendido entre 1924 a 1931, la Santa Sede hizo varias declaraciones negando que los acontecimientos en la vida del padre Pío se debieran a alguna causa divina.[6] En un momento dado se le prohibió públicamente el desempeño de sus deberes sacerdotales, como el confesar y dar misa.[4]

El Vaticano envió como investigador al fundador del Hospital Universitario Católico de Roma, el médico, psicólogo y sacerdote franciscano Agostino Gemelli, quien concluyó que el padre Pío era «un ignorante y psicópata automutilador que se aprovecha de la credulidad de las personas».[7] Por temor a disturbios locales, un plan para transferir al padre Pío a otro convento fue abandonado y un segundo plan fue cancelado cuando un motín estuvo a punto de suceder.[7]

En 1933 la marea empezó a cambiar, cuando el papa Pío XI ordenó a la Santa Sede que revirtiera la prohibición de la celebración de misa del padre Pío. El papa declaró: «No he estado mal dispuesto hacia el padre Pío, sino que me habían informado mal».[6] En 1934 se le permitió volver a escuchar confesiones. También se le dio permiso honorario para predicar, a pesar de no haber tomado el examen para la licencia de predicación.[6] El papa Pío XII, quien asumió el papado en 1939, animó a los devotos a visitar al padre Pío.

El papa Juan XXIII contra el Padre Pío

De acuerdo con un reciente libro, el papa san Juan XXIII (1958-1963) no adoptó la perspectiva de su predecesor, y escribió en 1960 sobre el «engaño enorme» del padre Pío.[8]

El papa había recibido denuncias de algunos eclesiásticos que acusaban al monje ―que con frecuencia se azotaba con un látigo con puntas de metal― de «bis in hebdómada copulabat cum muliere» (‘dos veces en la semana copula con mujeres’).[7][9] El papa Juan XXIII autorizó que controlaran las actividades del sacerdote, incluso que lo espiaran en su confesionario.[7]

Existieron largas investigaciones para resolver al menos 23 denuncias de seguidores íntimos, que decían que el padre Pío falsificaba los milagros y tenía relaciones sexuales con sus seguidoras más fieles. En la jerarquía de la Iglesia muchos dudaban de que su estigmas fueran reales (sugerían que las provocaba con ácido nítrico) y que utilizaba agua de colonia para crear el «olor de santidad» que lo hacía famoso.[10]

Se afirmaba que los supuestos milagros del padre Pío fueron comprobados solo con pruebas anecdóticas.[11]

Algunas de sus supuestas bilocaciones son coherentes con meras alucinaciones.[11]

Nunca se le pudo controlar continuamente para garantizar que no utilizaba productos químicos (como el ácido carbólico o yodo) para evitar la cicatrización de sus heridas.[11][12]

El 25 de junio de 1960, el papa san Juan XXIII escribió en su diario íntimo acerca de las actividades del padre Pío:

Esta mañana [recibí] de Monseñor Parente, informaciones gravísimas sobre el P. P. y cuanto se relaciona con San Giovanni Rotondo. El informador tenía el rostro y el corazón destruidos. [...] Con la gracia de Dios, me siento tranquilo y casi indiferente como ante una dolorosa y vastísima infatuación religiosa, cuyo fenómeno preocupante comienza con una solución providencial. Lo siento por el P. P., que tiene sin embargo un alma que salvar, y por quien ruego intensamente. Lo acaecido ―esto es, el descubrimiento de estas filmaciones, si vera quae sunt referentur [‘si las verdades a las cuales se refiere’, en latín], sus relaciones íntimas e incorrectas con las mujeres que forman su guardia pretoriana hasta ahora infranqueable en torno a su persona― me hacen pensar en un vastísimo desastre de almas, diabólicamente preparado para desacreditar a la Santa Iglesia en el mundo, y especialmente aquí en Italia. En la calma de mi espíritu, humildemente persisto en creer que el Señor faciat cum tentatione provandum (‘haga de la tentación una prueba’), y de este inmenso engaño vendrá una enseñanza para la claridad y la salud de muchos. Stamane da Monsignore Parente, informazioni gravissime circa P.P. e quanto lo concerne a S. Giov. Rotondo. L’informatore aveva la faccia e il cuore distrutto. [...] Con la grazia del Signore io mi sento calmo e quasi indifferente come innanzi ad una dolorosa e vastissima infatuazione religiosa il cui fenomeno preoccupante si avvia ad una soluzione provvidenziale. Mi dispiace di P.P. che ha pur un’anima da salvare, e per cui prego intensamente» annota il Pontefice. L’accaduto ―cioè la scoperta per mezzo di filmine, «si vera sunt quae referentur», dei suoi rapporti intimi e scorretti con le femmine che costituiscono la sua guardia pretoriana sin qui infrangibile intorno alla sua persona― fa pensare ad un vastissimo disastro di anime, diabolicamente preparato, a discredito della S. Chiesa nel mondo, e qui in Italia specialmente. Nella calma del mio spirito, io umilmente persisto a ritenere che il Signore faciat cum tentatione provandum, e dall’immenso inganno verrà un insegnamento a chiarezza e a salute di molti.
Ángelo Roncalli
(San Juan XXIII),
diario del 25 de junio de 1960, en cuatro hojas;
permaneció inédito hasta 2007,
en que fue publicado por Sergio Luzzatto[13]

El 29 de julio de 1960 ―apenas un mes después de la anotación del papa―, el monseñor Carlo Maccari (1913-1997), quien más tarde se convertiría en el arzobispo de Ancona, comenzó otra investigación en nombre del papa Juan XXIII y el Santo Oficio. Se dice que el informe de 200 páginas que compiló, aunque nunca se publicó en su totalidad, es devastadoramente crítico. Los rumores en el Vaticano por mucho tiempo sostuvieron que el Expediente Maccari fue un obstáculo insuperable para otorgar la santidad al padre Pío.

Hasta 2001, los seguidores del padre Pío afirmaban que el arzobispo Maccari había muerto en su lecho y que a último momento, arrepentido, le habría orado al padre Pío.[7] Sin embargo el arzobispo Maccari falleció el 17 de abril de 1997 en la calle, en un accidente de tránsito.[14]

En los pasillos del Vaticano el consenso decía que el padre Pío era un ingenuo histérico, o en el peor de los casos, un estafador. El papa Juan XXIII le prohibió decir la misa en público, publicar sus populares oraciones, recibir visitas, y hablar con mujeres en privado.

Sin embargo, tras la muerte de Juan XXIII (3 de junio de 1963), el papa Pablo VI rechazó las acusaciones de su antecesor, aunque sin aportar ninguna prueba.[7][5]

En 2007, el historiador y profesor italiano Sergio Luzzatto (1963-) publicó Padre Pio. Miracoli e politica nell’Italia del Novecento (‘Padre Pío: milagros y política en la Italia del novecientos’), donde denunció estos hechos. Entrevistó a personas que habían conocido al padre Pío personalmente:

El padre Pío me llamó en absoluto secreto y me pidió que no les dijera a sus hermanos; me dio personalmente una botella vacía, y me pidió si podría llevarlo a él de vuelta desde Foggia a San Giovanni Rotondo con cuatro gramos de ácido carbólico puro. Me explicó que el ácido era para desinfectar jeringas para inyecciones. También pidió otras cosas, como pastillas Valda.
Maria De Vito, prima del farmacéutico de Foggia[15]

Las denuncias fueron recibidas con una instantánea desmentida de los seguidores del padre Pío.

El señor Luzzatto es un mentiroso [...] y propaga calumnias anticatólicas. [...] Nos gustaría recordarle al Sr. Luzzatto que ―de acuerdo con la doctrina católica―, la canonización lleva consigo la «infalibilidad» papal. Nos gustaría sugerir al Sr. Luzzatto que dedique sus energías al estudio de la religión de manera apropiada.
Pietro Siffi, presidente de la católica Liga Antidifamación[15]

En 2011, Stefano Campanella (director del canal de televisión y emisora de radio Tele Radio Padre Pio, en San Giovanni Rotondo) publicó el libro Obedientia et pax. La verdadera historia de una persecución falsa, donde afirmó que el papa Juan XXIII no habría estado en contra del padre Pío.[16]

Fuentes