Tulio Hostilio

Tulio Hostilio
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NombreTulio Hostilio,en latín Tullus Hostilius
Nacimientosabino
Fallecimiento(673641 a. C.)
OcupaciónTercer rey de Roma.
PredecesorNuma Pompilio
SucesorAnco Marcio
FamiliaresHostio Hostilio abuelo

Tulio Hostilio. Tulio Hostilio es el tercer rey romano de la Dinastia Latina, era sabino y hombre entrado en años cuando accedió al poder, se parecía mucho a Rómulo en su conducta belicosa y completamente diferente al anterior rey romano, Numa pompilio, en su falta de respeto a los dioses.Tercer Rey de Roma durante el período político histórico conocido como la Monarquía Romana.

Síntesis biográfica

Con la muerte de Numa se volvió al interregno. Pronto, sin embargo, fue elegido rey por el pueblo Tulo Hostilio, nieto de aquel Hostio Hostilio muerto en la batalla contra los sabinos, desarrollada durante el reinado de Rómulo. El nuevo monarca no sólo fue muy distinto a su antecesor, sino más belicoso que el mismo Rómulo.


De las muchas acciones guerreras que se recuerdan de este rey, la acontecida contra el pueblo de Alba fue sin duda la más importante. Reinaba por entonces en aquélla ciudad Cayo Cluilio, que irritado por la prosperidad de los romanos y sin poder contener su envidia, decidió que las ciudades lucharan entre si.


Pensando que no podría convencer a los albanos sin tener motivos justos, incitó a los más necesitados y osados a saquear los campos de los romanos, sabiendo que éstos no soportarían las rapiñas. Hubo robos y saqueos mutuos entre los peores individuos de cada ciudad. De ambas partes y hacia el mismo tiempo se enviaron legados a reclamar las cosas robadas. Una vez que llegaron los embajadores a Roma, como Tulo suponía que habían venido a pedir justicia, decidió él mismo ser el primero en hacerlo, queriendo cargar sobre aquellos la culpa de romper los lazos con la colonia. Procurando, entonces, evitar que los romanos fueran acusados, ordenó a sus amigos que que acogiesen como huéspedes a los embajadores y que los retuviesen dentro de sus casas. Él, mientras tanto de vía a largas el asunto, aludiendo asuntos de gran importancia. Para entonces los enviados romanos ya habían realizado las reclamaciones a los albanos, sin que estas fueron escuchadas. Tulo, cuando recibió a los embajadores que retornaban con estas noticias, hizo venir a su presencia a los legados albanos. Éstos le comunicaron cuanto les había mandado Cluilio y amenazaron con la guerra si no obtenían justicia. Tulo respondió: "Yo he hecho eso antes que vosotros y no obtuve nada de lo que estipulaban los tratados, por tanto declaro a los albanos una guerra necesaria y justa. Y decid a vuestro rey que las calamidades de esta contienda habrán de recaer sobre el pueblo que primero se negó a escuchar las reclamaciones de los embajadores."

Se realizaron con fragor de ambas partes los preparativos para la guerra. Cuando tuvieron todo listo, avanzaron hacia el mismo lugar y acamparon cerca de Roma. Ambos ejércitos tomaron medidas defensivas más que ofensivas, conocedores de que poseían las mismas fuerzas. El tiempo pasaba y Cluilio se desesperaba, por lo que decidió sacar su ejército y atacar al enemigo en el mismo campamento. Y cuando se disponía a esto, fue encontrado muerto sin heridas ni señales de estrangulamiento, veneno, ni de otra acción violenta. Fue nombrado, entonces, jefe del ejército albano Mecio Fufecio.

Entretanto Tulo, envalentonado con la muerte del rey, dejó atrás el campamento enemigo e invadió con su ejército el territorio de Alba. Mecio debió salir apresuradamente de sus carteles provisionales y, acercándose lo más posible a su rival, envío previamente un mensajero para concertar una entrevista. No desdeñó Tulo esta sugerencia, aunque poco esperaba de ella. Se reunieron, por tanto, los dos jefes, y el albano tomó la palabra recordando las causas de la guerra y la ambición de los dos pueblos. Pero mencionó algo de gran importancia, que no podía pasar desapercibido a Tulo: "Sólo quiero recordarte, Tulo, que el poderío de los etruscos nos amenaza. Se trata de un pueblo omnipotente por tierra y por mar, más cercano a ti que a nosotros. Ten presente que cuando des señal para el combate, él tendrá los ojos fijos en nuestros ejércitos, y aguardará a vernos cansados y exhaustos, para caer a un tiempo sobre vencidos y vencedores. Por lo tanto, debemos encontrar un arbitrio que sin graves perjuicios para nuestros pueblos y sin derramamiento de sangre, decida de una vez cuál de los dos ha de ejercer su dominio sobre el otro." No desagradó a Tulo esta propuesta, por más que su carácter y la esperanza de la victoria le enardecían más y más. Mientras ambos jefes buscaban la manera de resolver el conflicto, se encargó el azar de proporcionársela.

Militaban casualmente en las filas de cada uno de los dos ejércitos tres hermanos gemelos, no desemejantes por su edad y fuerzas. En efecto, Sicinio, un albano casó a sus dos hijas gemelas, a una con un tal Horacio, romano, y a la otra con Curiacio, albano. Las dos mujeres se quedaron a la vez encintas, y dieron a luz en su primer parto a tres niños varones cada una. Sin embargo, Tulo no se apresuró y consideró que debido al parentesco y amistad que los unía, sería impío darles las armas e invitarlos a una matanza mutua, siendo primos y habiendo sido criados juntos. Por lo tanto, fueron consultados por los reyes. Los Horacios, luego de escuchar la propuesta y de comentar un poco entre ellos, le respondieron al monarca: "Si nosotros fuéramos libres y dueños de nuestra propia voluntas y nos ofrecieras la posibilidad, Tulo, de decidir acerca del combate contra nuestros primos, sin demorarnos te expondríamos nuestras propias resoluciones. Pero puesto que nuestro padre todavía vive, sin cuyo beneplácito no decimos ni hacemos los más mínimo, te pedimos que aguardes un poco nuestra respuesta, hasta que hablemos con él."

Tulo alabó su piedad filial y les exhortó a actuar así; entonces, marcharon junto a su padre. Después de exponerle la propuesta de Fufecio, las palabras de Tulo y finalmente su propia propuesta, le pidieron que les dijera cuál era su opinión. Él les contestó diciendo: "Actuáis con piedad, hijos, viviendo para vuestro padre y sin realizar nada contra mi parecer, pero ya tenéis edad para mostrar vosotros mismos que decidís con sensatez en los asuntos relevantes para vosotros. Suponiendo que mi vida hubiera llegado ya ha su fin, aclaradme qué habríais decidido."

Le contestó el mayor: "Habríamos aceptado, padre, el combate por la hegemonía y nos habríamos resignado a afrontar cualquier decisión de la divinidad; pues preferíamos estar muertos antes que vivir siendo indignos de ti y de nuestros antepasados." El padre, escuchado esto, levantó muy contento las manos al cielo y dio gracias a los dioses por haberle otorgado unos hijos hermosos y nobles. A continuación, estrechó a cada uno de ellos, y les dijo: "Tenéis también mi aprobación, valientes hijos míos; marchad y dad a Tulo la noble y piadosa respuesta."

Los trillizos Horacios frente a su padre Ellos, alegres, por la exhortación de su padre, marcharon y presentándose ante el rey aceptaron el combate.

Cuando llegó el momento en que debía llevarse a término lo convenido, salieron las fuerzas de los romanos con todo el ejército; con las cabezas cubiertas de flores, avanzaban junto al rey aclamados por toda la muchedumbre de la ciudad. Ya habían salido también el ejército de los albanos. Cuando hubieron acampado cerca unos de otros, estableciendo como terreno neutral la linde que separaba el territorio romano del albano, cada bando ocupó el sitio que había tenido antes su campamento. Después que realizaron los sacrificios a los dioses, los juramentos y pactos; apareció el general albano trayendo a los Curiacios; y el rey romano, a los Horacios, perfectamente armados.

Los tres hermanos de cada bando tomaron las armas, según lo convenido. Los ejércitos, llenos de ansiedad, se mantenían rígidos y en suspenso. Al darse la señal, los adversarios se arrojaron al ataque a la manera de las huestes, y llevando en sí el valor de dos grandes naciones. Al espíritu de los observadores no se presentaba su propio riesgo, sino el dominio y la esclavitud, y la futura suerte de su patria, pendiente de aquel combate. Tan pronto como, en un primer encuentro, resonaron los escudos y refulgieron las espadas agitadas vivamente, intenso horror sobrecogió a los circunstantes, que quedaron sin voz y sin aliento. Llegados a las manos, no fue ya sólo cosa de ver ir y venir de los cuerpos y el ambiguo movimiento de las armas ofensivas y defensivas, sino las heridas y la sangre. Así, después de mucho rato el mayor de los albanos se enzarzó con su oponente dando y recibiendo golpe sobre golpe hasta que su espada atravesó al romano por la ingle. Éste, debilitado ya por las demás heridas y con el último golpe mortal, cayó con los miembros paralizados y murió. Cuando vieron esto los espectadores de la contienda, gritaron todos al punto; los albanos, como vencedores ya, y los romanos, como vencidos. Luego, el segundo romano cayó muerto con una herida en el espalda. El ejército albano prorrumpió en gritos de alegría, mientras que las legiones romanas, perdida toda esperanza, vibraban de ansiedad y angustia por la suerte del superviviente, que al punto se vio rodeado por los Curiacios. Aquél, por acaso, había quedado prácticamente ileso, y aunque muy desigual para medirse con todos sus adversarios, se hallaba llenó de ardimiento por habérselas con cada uno en particular. Y en consecuencia, a fin de separarlos y de poder atacarlo aisladamente, echó a correr, pensando que habrían de seguirle en la medida que s us cuerpos heridos lo consintiesen. Ya se habían separado un corto trecho del lugar del combate, cuando, mirando atrás, vio que iban en pos de él a gran distancia unos de otros, y que uno de ellos se hallaba muy próximo. Contra éste se volvió con fiereza y antes de que se pudiera defender se adelantó con la espada asestándole un golpe en el brazo y partiéndole el codo. Al mismo tiempo que la mano caía a tierra, descargó sobre él un solo golpe mortal con su espada y mató al albano. Entonces, con un clamoreo tal como suele producirse cuando la esperanza perdida renace de improviso, animaron los romanos a su combatiente, el cual se apresuró a rematar la lucha; y sin dar al tercero de sus enemigos tiempo para acercársele, acabó con el segundo. El combate, igualado en cuanto al número, distaba mucho de serlo en lo tocante al vigor de los oponentes: el romano estaba ileso y llegaba al tercer encuentro lleno de ardor con su doble victoria, mientras que el otro, extenuado por las heridas, arrastrando un cuerpo exhausto por la carrera y vencido de antemano por la contemplación de sus dos hermanos muertos. El romano, arrojándose sobre su rival, que a duras penas se sostenía sobre su escudo, le sepultó su espada en la garganta, lo derribó y lo despojó. Acogieron los de su bando al vencedor con aplausos y felicitaciones; era tanta mayor su alegría cuanto más cerca habían estado del desastre. Se ocuparon entonces de enterrar a los muerto, aunque no en igual disposición de ánimo.

Antes de separarse, y habiendo preguntado Mecio a Tulo, según los términos del convenio, cuáles eran sus órdenes, recibió la de tener a la juventud sobre las armas. A continuación, cada uno de los ejércitos se retiró a su patria. Iba delante el Horacio, llevando consigo los triples despojos. Su joven hermana, que había estado prometida a una de los Curiacios, le salió al encuentro y habiendo reconocido sobre los hombros del vencedor la capa militar de su novio, que ella misma había confeccionado, se soltó los cabellos en señal de luto, y llamó a su prometido con voz ahogada por las lágrimas. Lleno de ira el impetuoso joven tiró de la espada y atravesó a la muchacha, increpándola con estas palabras: "Ve con tu inoportuno amor en busca de tu esposo, ya que te has olvidado de tus hermanos muertos, del vivo y de tu patria. Perezca así cualquier romana capaz de llorar a un enemigo."

Odioso pareció este crimen a los senadores y a la plebe, pero el mérito recientemente contraído y la aprobación del padre, contribuyó a atenuarlo.

Luego de un juicio popular, Horacio fue dejado en libertad mediante el pago de una multa y de unos sacrificios expiatorios.

No duró mucho tiempo la paz con Alba. Los de este pueblo pronto comenzaron a echar en cara a Mecio Fufecio su carácter débil y la torpeza cometida al confiar la suerte de la nación a tres de sus guerreros. Entonces, durante una guerra desarrollada por Tulo contra los ejércitos de Veyos y Fidenas, en la que los albanos fueron llamados por el rey de Roma para dar su ayuda, éstos decidieron atacar a los propios romanos. Sin embargo, los dioses no lo permitieron y antes de que pudieran actuar los de Roma ya habían aplastado a los veyentes y fidenantes. Pero la traición había sido descubierta y llevada hasta los oídos del monarca romano. Decidió, por tanto, acabar de una vez y por todas los problemas con Alba Longa. Así que amaneció y que todo estuvo preparado, mandó, según costumbre, convocar a una asamblea a ambos ejércitos. La legión romana, siguiendo instrucciones convenidas de antemano, vino a colocarse, arma en mano, alrededor de sus aliados. Tulo, entonces, comenzó a desarrollar un discurso en el que acusó a los albanos y a su jefe de quebrantar los pactos sagrados. Terminó diciendo: "Para bien, gloria y felicidad del pueblo romano, mía propia y de vosotros, he decidido, oh albanos, trasladarlos totalmente a Roma, conceder a la plebe el derecho de ciudadanía, nombrar senadores a los principales, constituir una sola ciudad y restituir a su primitiva unidad el Estado albano que en otro tiempo fuera dividido en dos." La juventud albana, llena de temor por estar rodeados de gente armada, guardó silencio. Y Mecio Fufecio fue atado a dos cuadrigas, que lanzadas en opuestas direcciones, desgarraron su cuerpo dándole atroz muerte. Apartaron todos los ojos del horrendo espectáculo, que fue entre los romanos el primero y el último ejemplo de haberse echado en olvido las leyes de la humanidad.

Entretanto, ya habían sido enviados jinetes con la misión de trasladar a Roma a todos los ciudadanos de Alba. A continuación se hizo otro tanto con fuerzas de infantería destinadas a destruir la ciudad. Una vez que aquéllas franquearon la entrada, destruyeron todo edificio público y privado, y en una hora, la obra de los trescientos años durante los cuales Alba había permanecido en pie, fue dada a la destrucción y a la ruina. Sólo se salvaron los templos de los dioses.

Creció entretanto Roma con las ruinas de Alba. Se duplicó el número de los ciudadanos y el monte Celio fue incorporado a la ciudad. Se agregaron familias albanas al Senado, y el rey construyó un edifico para la corporación: la curia Hostilia. Confiado en sus fuerzas, Tulo declaró la guerra a los sabinos y la llevó a feliz término.

Tales acciones realizó durante su mandato el rey Tulo Hostilio. Pero, después de estar en el poder treinta y dos años, terminó su vida al incendiarse su casa, y con él pereció su mujer, sus hijos y toda su servidumbre. Unos dicen que la casa se incendió por un rayo de la divinidad, que estaba resentida contra él por el descuido de ciertos ritos. Otros afirman que la desgracia se debió a una conspiración humana.

Durante su reinado

Tulio Hostilio durante su gobierno le declaro la guerra a Alba Longa, Fidenas y Veyes y el Sabines de forma que Roma obtuvo así nuevos territorios y mayor poder. Fue durante el reinado de Tulio de que la ciudad de Alba Longa fue completamente destruida y Tulio integrado de su población en Roma.

Alba Longa era, según la leyenda, la antigua ciudad fundada por Ascanio, hijo de Eneas. De esta ciudad procedían los ancestros de Rómulo y su propia madre, Rea Silvia. Estaba situada en el antiguo Lacio al pie del monte Albo y junto al río Álbula (el Tíber).

Según Tito Livio, Tulio Hostilio descuidado el culto de los dioses, hasta que, hacia el final de su reinado, cayó enfermo y se convirtió en supersticioso. Sin embargo, cuando Tulio pidió ayuda a Júpiter , este respondió con un rayo que quemó a el rey y dejo su casa en cenizas. Su reinado duró 31 años.

Tulio Hostilio construyo un nuevo hogar para el Senado, el Curia Hostilia, Que sobrevivió más de 500 años después de su muerte.

Los Celebres

Como medida previa para dotarse de una fuerza militar efectiva, Hostilio volvió a instaurar la escolta personal de los céleres, que existía desde la época de Rómulo, pero que fue abolida por el pacífico Numa Pompilio y nuevamente con Tulio Hostilio llegó a ser la fuerza de combate principal de la monarquía. Con Tulio este cuerpo de elite empezó a recibir un salario y a desempeñar sus funciones como caballería y guardia personal del rey. El jefe de los céleres desempeñó a partir de entonces un papel muy importante hasta llegar a ser el dirigente de todas las tropas de a pie y a caballo. Era él quien tenía el derecho de hacer las levas de los soldados y de reunir los comicios.

Fuentes