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Mitos y leyendas de Baracoa

Resumen Mitos y leyendas de Baracoa: Este municipio representa para la historia cubana un lugar cimero por ser la prístina villa fundada en la isla. De la Ciudad Paisaje de Cuba se cuentan hechos maravillosos. Por toda ella viaja la gente: por sus campos y ciudad; pero también por ella se viaja a través de la imaginación, y como paraíso bautizado por la hermosura de la naturaleza hace que vuele la creación práctica, en su historia lo insólito y novelesco se anudan a la realidad para dar paso a leyendas de vuelos interminables.

Leyendas, mitos y realidades de la ciudad primada de Cuba (encabezado 2) La maldición de "El Pelú" (encabezado 3) Esqueléticamente blanco, negra la desordenada barba y descuidada melena, desgastada la camisa de mangas largas recogidas en el antebrazo, con el jolongo de sus riquezas cargado al hombro, como posó para la única foto que de él se tiene en el Museo Matachín, así llegó un día El Pelú a Baracoa, por entonces la tierra de los olvidos.

Moría el siglo XIX cuando la dignidad de un Caballero que no arrebataba su desprotegido peregrinar. Cuentan que era español, pero nadie lo sabe a ciencia cierta .Las huellas de sus pasos se marcaron por Boca de Jauco y dejaron su rastro por Gran Tierra, macroterritorio en el que se fundía la geografía de La Primada.

“El Misterioso” se llamaba Vicente Rodríguez. Era natural de Posa, provincia de la Coruña, donde nació en 1887. Vino como la mayoría de los españoles… y boina. Vino a Baracoa sobre 1893, fecha en que fue tratado con más delicadeza. Su error estuvo en volver en 1896, cuando le cortan el pelo en Sabana, le maltratan, le apedrean. De ahí nace la maldición del Pelú: “Sabana no tendrá agua y Baracoa se morirá de inanición”. Era uno más entre quienes por casa tenían la calle y por techo y abrigo un periódico arrebatado al viento. Desandaba ante la indiferencia de los pudientes, al amparo de la caridad de los caritativos y convertido en blanco de las burlas de enajenados y hasta de pedradas de chiquillos malcriados como los que un día perdido en el 1897 le impactaron la cabeza. Fue entonces que mientras que manaba abundante sangre, profirió las terribles palabras. La maldición que le echo a este pueblo es que tengan grandes iniciativas y ninguna llegue a la realidad. Tal vez su inteligencia de marginado le había revelado que en manos españolas o norteamericanas, la suerte sin maldición o con ella, estaba echada .Baracoa vivió en su gran tragedia de abandono, dolor, miseria emigración y muerte. Hasta 1959 se confirmó la historia y fatal maldición: hubo grandes iniciativas, pero ninguna se realizó. Afloraron engaños como invertir 20 millones de pesos en el aprovechamiento hidroenergético del Toa, contadores que roban a los consumidores eléctricos, fueron estafas las promesas de las Vía Mulata Azul. Tras los proyectos engordaron los bolsillos de Anselmo Aliegro Milá, representante por Baracoa a la asamblea constituyente, a la Cámara, senador de la Republica, ministro de Educación, estafador de cuello y corbata hasta cuando Fulgencio Batista le dio oportunidad de lavar su corrupta imagen con el Patronato de Rehabilitación Económica de Baracoa, otra oportunidad para robar. El engendro nació para "ayudar" a la recuperación platanera de la zona afectada por la sigatoka. Las promesas de Rehabilitación del cacao, el coco; de mejorar las comunicaciones, de construir viales, viviendas y escuelas se convirtieron en nueva tajada de terratenientes y politiqueros. Solo en enero de 1959 se desvaneció la maldición, pero para entonces (desde principios de Siglo XX) El Pelú, como único se le conoció, había desaparecido, sin despedirse de quienes nunca le dieron la bienvenida, sin el rastro de un epitafio donde otros niños depositarle un sencillo ramos de flores. Han pasado más de cien años desde su aparición en esta región y aunque “El Misterioso” o “El Pelú” ha quedado en la memoria popular, su vaticinio es una verdadera antitesis de nuestra realidad.

El doctor Enrique Faber (Encabezado3)

En el mes de octubre del año 1819, llegó a la Villa de Baracoa Enrique Faber, persona de modales distinguidos, que justificó ante el señor Alcalde municipal su carácter de doctor en medicina de la Facultad de París. Con tal motivo pronto adquirió popularidad y clientela. Entabló relaciones con la distinguida señorita Juana de León y se casaron el 11 de agosto de 1819, en la iglesia Parroquial, pero en el hogar no había felicidad. En esta situación, un día Juana sorprendió en el baño a su esposo, y con asombro comprendió que todo su recato y reticencias obedecían a que se trataba no de un hombre sino de una mujer. Descubierta y pedida la anulación del matrimonio por ocultación civil, fisiológica, y falsedad en documentos públicos, el doctor Faber se refugió en el Caney hasta que después de interesantes litigios en que intervino la justicia, personajes del protomedicato, el obispo Juan F. Díaz Espada, con enorme escándalo y curiosidad, y en la seguridad de que había sido la mujer de un médico muerto en campaña al servicio de Napoleón y que en realidad poseía notables conocimientos de medicina, fue condenada a dieciocho años de reclusión en la casa de recogidas. De esta pena fue indultada, con la condición de que abandonara esta isla. Así de severa cayó la sentencia sobre la joven mujer. Sin otro recurso, apela al Tribunal Superior de la Audiencia Territorial con sede en Puerto Príncipe. Asume su defensa el doctor Manuel Vidaurre, natural de Perú, quien primero debió renunciar a su cargo de oidor de esta misma Audiencia, entre otros argumentos, expuso en su alegato: “Enriqueta Faber no es una criminal. La sociedad es más culpable que ella, desde el momento que ha negado a las mujeres los derechos civiles y políticos convirtiéndolas en muebles para placeres del hombre. Por informaciones que se tuvieron posteriormente, se supo que se había casado con médico distinguido de Francia que murió en campaña, prestando su servicio en los ejércitos de Napoleón. El nombre y apellidos de Enriqueta de Faber eran otros, pero ella los había adoptado para usar su título de Doctor en Medicina, pudiendo de ese modo ocultar su estado civil y ejercer la profesión de médico lejos de Francia. En la Florida, el Dr. Enrique Faber continuó de médico con gran éxito, usando el traje de hombre nuevamente. Y con el transcurso de los años Enrique o Enriqueta de Faber decidió ingresar en un monasterio de monjas, en México, con el nombre de Sor Magdalena. Allí permaneció hasta su muerte.

Leyenda de la Luz de Yara (Encabezado3) Yara es un nombre con justificado valor en la historia de Cuba, al construir uno de los sitios donde se produjo el alzamiento patriótico de los cubanos que emprendieron la Guerra de Independencia, organizados por José Martí, en 1895. En Baracoa también existe una comarca rural con idéntico nombre, hecho este que dio origen a una dilatada polémica con la región del Yara, de Bayamo, lugar en el que aconteció el suplicio en la hoguera del cacique Hatuey. Esto trajo como consecuencia que los baracoesos creyeron que poseían la paternidad del sitio donde ocurriera aquella cruel ejecución, lo que motivó la leyenda de la luz de Yara. Esta cobró tal arraigo, que varias generaciones de pobladores conocieron de ella, interiorizaron el hecho histórico como un suceso de la historia local, y no pocos llegaron a ser testigos del misterio de aquella luminaria, desplazándose por el litoral de la región de Yara. Según la leyenda en boga, desde la ciudad (entiéndase la zona que ocupa hoy el malecón) podía ser vista la luz que encama el espíritu del taíno quisqueyano, vagando bajo la noche estrellada, por las montañas del Yara de Baracoa. Para observarla, debía frotarse previamente un anillo de oro y al corto tiempo se vería la luz del cacique mártir. La leyenda de la luz de Yara, como el propio suplicio del rebelde taíno, fueron incorporadas con fuerte ahínco a la credulidad y a los valores de la ciudad, tanto que los baracoesos erigieron un busto de Hatuey, y escogieron para su ubicación la plaza más importante, el parque de la independencia, frente a la puerta principal que da acceso a la centenaria iglesia parroquial.

La leyenda del río Miel (Encabezado3)

Amanece en Baracoa, corre el año de 1808, el ruido de la sirena de un barco rompe el somnoliento silencio de la ciudad y el monte. El insistente llamado le avisa a todos los residentes franceses que deben abordar para irse lejos del paradisíaco refugio. Pero habrá alguien que no acudirá al llamado, alguien que se ha quedado para siempre en la villa primada, alguien que prefirió el llamado del corazón. Daniela, la francesita, la de ojos azules y el pelo color oro, atormentada con la noticia de la inminente partida decide huir. No le importó que las costumbres de la época la condenaran, no le importó la separación de su familia, no le importó sus escasos quince años; solo pensaba en él, en sus sueños de vivir al lado del ser amado, al lado de Alejandro, joven de apenas diecisiete años que llevaba en su sangre la herencia india. La noche sería testigo y guardián de la huida. Los ligeros pies de los amantes apenas si pisaban los senderos que la misma naturaleza había abierto entre helechos gigantes y blancas mariposas. De pronto ante ellos y como protegido por el lomerío aparece el río Miel, él que sería de ahí en adelante el lecho que arropara el decidido y a la vez tierno amor de los adolescentes. Embriagados por la pasión se sumergen en sus cristalinas aguas sin saber que estaban sellando así su destino. La entrega total y el dulce ensueño que les trajo la felicidad consumada, los aisló de este mundo. En el amanecer, el estridente llamado de la sirena los vuelve a la realidad. ¿Qué hacer? Han burlado la custodia, han roto cánones y han defendido su amor. De pronto atónitos escuchan la ancestral voz del río Miel: “Desde hoy el que se bañe en mis aguas se queda o volverá a Baracoa”.

Trígimo, el comevidrios. (Encabezado3)

Trígimo Suárez Arcia nació en Baracoa el 19 de septiembre de 1940 y debió llamarse, según el calendario, Genaro, pero los padres, temerosos de que le espetaran que "lo tumbó la mula", como el célebre personaje del refrán popular, le pusieron aquel apelativo sin sospechar que finalmente ni uno ni otro lo habrían de identificar. A los seis años, le entraron deseos de comerse un vaso e Isabel Benita, la madre quedó estupefacta ante la barbaridad del niño. Lo tildó de loco y estuvo a punto del paroxismo cuando el párvulo lanzó la vasija al aire, la trancó y lo trituro con sus aún pequeños dientecillos. La pobre madre quedó atormentada y no dejaba de mirarlo con ojos alarmados en los días sucesivos, pero nada pasó, la digestión fue normal, no hubo "empacho", no hubo heridas, ni siquiera brillo cristalino en sus vigiladas deposiciones. Fue entonces que encontró su verdadero nombre, nada de Trígimo, ni de Genaro: Comevidrios, cualidad que lo marcaría de por vida y a la que añadiría otras ingestiones: un día se antojo de comer cuchillas de afeitar y "pa, pa, pa me fueron bajando trituraditas sin problemas por el tuvo digestivo. Otro día en un taller me dije me atrevo a comer limalla del torno y no lo pensé más me tragué media libra de los desechos ferrosos. Su singular vocación aperitiva nunca lo abandonó ni en Angola donde fue a parar como combatiente primero, y constructor después. Una tarde su destacamento regresaba de un enfrentamiento de la selvática Cabinda y Trígimo, estimulado por "el agradable olor a pólvora que dejó el combate" añoró su eterno manjar. Al llegar al campamento confesó al jefe sus deseos, este, entre incrédulo y burlón le dio vía libre y no tuvo tiempo para retractarse: el bombillo desaparecía en la boca del combatiente mientras los soldados angolanos gritaban espantados ": Es Drácula". Para Trígimo comer vidrio es cosa normal, de cuando en cuando sale a la calle, empina el codo y se come un vaso, un bombillo, o un plato pero no por borrachera, sino porque le gusta. Hasta los tubos de luz fría se ha zampado de un golpe y no por vicio, ni necesidad, sino por un poder que asegura le dio la naturaleza. Quien indaga sobre los efectos de las vidriografagia en su salud, se entera de carretilla que lo estudiaron en el hospital nacional, donde estuvo ingresado en la Sala A, quinto piso, cama 71 con una historia clínica que decía. "paciente que come vidrios". Allí permaneció dos meses y cuatro días: le examinaron la saliva y catorce veces los jugos gástricos: todo normal. Nunca se ha cortado, pues tritura el vidrio hasta el polvo antes de ingerirlo. Tampoco ha tenido problemas por esta deglución, o mejor dicho, casi nunca. Pero algo ocurrió en su época juvenil, cuando se convirtió en candidato a ingresar a la UJC virtualmente le prohibieron satisfacer sus ímpetus vidriófagos. Se abstuvo cuanto pudo hasta un día en que el deseo lo dominó, se comió un bombillo, lo vieron y hasta allí llegó la aspirantura. Se suponía que Trígimo fuera un caso único, que cuando cerrara los ojos y se despidiera de este mundo solo dejaría la leyenda, confirmada por algunos y desestimada por otros. Todos se equivocaron. Un día perdido en la memoria del vidriófago, Omarcito, con cuatro años de edad, se accidentó un dedo, corrieron con él para el hospital y mientras médicos y enfermeras decidían el tratamiento del dedo afectado, el niño se echó en la boca un ámpula de inyección y la trituró, increíble, pues nunca vio a su padre con ese tipo de aperitivos. Estaba ocurriendo la misma situación de 55 años atrás, cuando Trígimo por primera vez mostró sus facultades y cundió el pánico, pero nadie pudo ejercer acción médica sobre el niño, eso es herencia familiar. Omar, Oriol y Onel, sus tres hijos, comen vidrio y no pasa nada.

Trígimo no quiso conversar más, porque las buenas costumbres postulan que con la boca llena no se habla y el degustaba, frente a los periodistas, su enésimo tubo de lámpara fluorescente. 



Fuentes

Aguirre, Gamboa, Fidel .Viaje a la leyenda (Episodios de una historia que maravilla). La Habana: Editora Política. 2006. Hartman, Matos, Alejandro .Baracoa un paraíso cubano. España: reproduccions grafiques montgross. 2000.