Diferencia entre revisiones de «Cisma de Occidente»

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'''Cisma de Occidente'''. ([[1378]]-[[1429]]) fue sin duda uno de los sucesos más  lamentables de la historia del [[cristianismo]], una crisis religiosa que  salpicó a todos los países católicos que tuvieron que posicionarse sobre  el problema. Se produce cuando a la muerte en el año 1378 de Gregorio XI -que había  trasladado a Roma la sede papal desde Aviñón-, los cardenales romanos  eligieron como sucesor al italiano Urbano VI. Un colegio de cardenales  disidentes se opusieron al candidato romano y proclamaron a Clemente VII  (el cardenal Roberto de Ginebra) que instaló su sede de nuevo en  Aviñón, lo que originó la división en el seno de la Iglesia. Los dos  papas electos se excomulgaron el uno al otro y el Cisma quedó abierto.  
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'''Cisma de Occidente'''. ([[1378]]-[[1429]]) fue sin duda uno de los sucesos más  lamentables de la historia del [[cristianismo]], una crisis religiosa que  salpicó a todos los países católicos que tuvieron que posicionarse sobre  el problema. Se produce cuando a la muerte en el año 1378 de Gregorio XI -que había  trasladado a Roma la sede papal desde Aviñón-, los cardenales romanos  eligieron como sucesor al italiano Urbano VI. Un colegio de cardenales  disidentes se opusieron al candidato romano y proclamaron a Clemente VII  (el cardenal Roberto de Ginebra) que instaló su sede de nuevo en  Aviñón, lo que originó la división en el seno de la Iglesia. Los dos  papas electos se excomulgaron el uno al otro y el Cisma quedó abierto.
  
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==Historia==
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El Papa Gregorio XI había dejado Aviñón para              volver a Italia y había reestablecido la sede pontifical en  la Ciudad              Eterna, donde murió el 27 de Marzo de 1378. De inmediato la  atención              fue dirigida a la elección de su sucesor. La cuestión era de  lo mas              serio. Cardenales, sacerdotes, nobles y romanos en general  estaban              interesados en ella, porque de la elección a ser hecha por  el cónclave              dependía la residencia del futuro Papa en Aviñón o en Roma.  Desde              el comienzo del siglo los pontífices habían fijado su  residencia más              allá de los Alpes; los habitantes de Roma cuyos intereses y  reclamaciones              habían sido largo tiempo ignorados, querían un Papa romano o  al menos              italiano. El nombre de Bartolomeo Pignano, Arzobispo de  Bari, se mencionó              desde el principio. Este prelado había sido Vice-Canciller  de la Iglesia              Romana y era considerado enemigo del vicio, la simonía y el  boato.              Su moralidad era ejemplar y su integridad, rígida. Fue  considerado              por todos como elegible. Los dieciséis cardenales presentes  en Roma              se reunieron en cónclave el 7 de Abril y al día siguiente  escogieron              a Prignano. Durante la elección, los disturbios reinaron en  la ciudad.              El pueblo de Roma y los alrededores, turbulento y fácilmente  excitable,              había, bajo el influjo de las circunstancias, declarado  ruidosamente              sus preferencias y antipatías y trató de influir en la  decisión de              los cardenales. ¿Fueron estos hechos, lamentables en sí  mismos, suficientes              para robar a los miembros del cónclave la necesaria  independencia              mental y hacer in-válida la elección? Esta es la pregunta  que ha sido              hecha desde el fin del siglo catorce. De esta solución  depende nuestra              opinión de la le
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gitimidad de los Papas de Roma y Aviñón.
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Parece cierto              que los cardenales tomaron todos los medios posibles para  obviar todas              las dudas posibles. En la noche del mismo día de la  elección, trece              de ellos procedieron a una nueva elección, con la intención  de seleccionar              a un Papa legítimo, y de nuevo escogieron al Arzobispo de  Bari. Durante              los días siguientes todos los miembros del Sacro Colegio  ofrecieron              su respetuoso homenaje al nuevo Papa, quién había tomado el  nombre              de Urbano VI y le solicitaron innumerables favores. Lo  entronizaron,              primero en el Palacio Vaticano y más tarde en San Juan de  Letrán;              finalmente el 18 de Abril lo coronaron solemnemente en San  Pedro.              Al día siguiente el Sacro Colegio dio notificación oficial  del ascenso              de Urbano a los seis cardenales franceses en Aviñón; éstos  lo reconocieron              y se congratularon de la elección realizada por sus colegas.  Los cardenales              romanos entonces escribieron a ka cabeza del Imperio y a los  demás              soberanos católicos. El Cardenal Robert de Geneva (Ginebra),  el futuro              Clemente VII de Aviñón, escribió en el mismo tenor a su  pariente el              Rey de Francia y al Conde de Flandes. Pedro de Luna de  Aragón, el              futuro Benedicto XIII, igual-mente escribió a varios obispos  de España.         
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Hasta  aquí, por tanto, no había una sola              objeción o insatisfacción con la elección de Bartolomeo  Prignano,              ninguna protesta, ningún titubeo y ningún temor respecto el  futuro.              Desafortunadamente el Papa Urbano no se dio cuenta de las  esperanzas              que su elección había hecho surgir. Se mostró caprichoso,  altanero,              desconfiado y a veces colérico en sus relaciones con los  cardenales              que lo habían elegido. Brusquedad demasiado obvia y  reprobables extravagancias              parecieron mostrar que su inesperada elección había alterado  su carácter.              Sta.Catalina de Siena, con valor sobrenatural, no vaciló en  hacerle              varias observaciones bien fundamentadas a este respecto, ni  dudó cuando              tuvo que culpar a los cardenales en su revuelta contra el  Papa que              ellos mismos habían elegido. Algunos historiadores declaran  que Urbano              abiertamente atacó las fallas, reales o supuestas, de los  miembros              del Sagrado Colegio y que enérgicamente se negó a  reestablecer la              sede pontifical en Aviñón. Por consiguiente, agregan, la  creciente              oposición. Sin embargo, ninguna de esas desagradables  disensiones              que surgieron luego de la elección podrían lógicamente  reducir la              validez de la elección hecha en Abril 8. Los cardenales  eligieron              a Prignano, no porque fueron mal influidos por el miedo,  aunque naturalmente              estaban algo temerosos de las desgracias que pudieran surgir  del retraso.              Urbano fue Papa antes de sus errores; aún era Papa después  de sus              errores. Las pasiones de Enrique IV o los vicios de Luis XV  no impidieron              a estos monarcas ser y seguir siendo verdaderos  descendientes de San              Luis y legítimos reyes de Francia.
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Desgraciadamente, éste no  fue,              en 1378, el razonamiento de l
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os cardenales romanos. Su  disgusto continuó              incrementándose. Bajo el pretexto de escapar al insalubre  calor de              Roma, en Mayo se retiraron a Anagni y en Julio a Fondi, bajo  la protección              de la Reina Juana de Nápoles y doscientos lanceros gascones  de Bernardon              de la Salle. Entonces iniciaron una silenciosa campaña  contra su elección              de Abril y prepararon las mentes de los hombres para una  segunda elección.              El 20 de Septiembre, trece miembros del Sacro Colegio  precipitaron              las cosas al entrar a un cónclave en Fondi y escogiendo Papa  a Robert              de Geneva, quién tomó el nombre de Clemente VII. Unos meses  después              el nuevo pontífice forzado a salir del reino de Nápoles fijó  su residencia              en Aviñón; el cisma estaba completo.
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Clemente VII estaba emparentado              o aliado con las principales casas reales de Europa; era  influyente,              intelectual y hábil en política. La Cristiandad rápidamente  se dividió              en dos partidos casi iguales. En todos lados los fieles  enfrentaban              el preocupante problema: ¿dónde estaba el verdadero Papa?  Los santos              mismos se vieron divididos: Sta.Catalina de Siena,  Sta.Catalina de              Suecia, el Bto.Pedro de Aragón, la Bta.Ursulina de Parma,  Felipe de              Alencon y Gerard de Groote estaban de lado de Urbano; San  Vicente              Ferrer, el Bto.Pedro de Luxemburgo y Sta.Colette  pertenecieron al              bando de Clemente. Los más famosos doctores de la ley fueron  consultados              y la mayoría se decidieron por Roma. Los teólogos estuvieron  divididos.              Los alemanes como Enrique de Hesse o Langstein (Epistola  concilii              pacis) y Conrado de Glenhausen (Ep.brevis; Ep.  Concordioe) se inclinaron hacia Urbano;              Pierre d’Ailly, su amigo Felipe de Maizieres, sus alumnos  Jean              Gerson y Nicolás de Clemanges y con ellos toda la Escuela de  París,              defendieron los intereses de Clemente. El conflicto de  pasiones rivales              y la novedad de la situación hicieron difícil el  entendimiento e imposible              la unanimidad. Como regla general los eruditos adoptaron la  opinión              de su país. Las potencias también tomaron sus bandos. La  mayoría de              los estados italianos y alemanes, Inglaterra y Flandes  apoyaron al              Papa de Roma. Por otra parte Francia, España, Escocia y  todas las              naciones en la órbita francesa se pusieron del lado del Papa  de Aviñón.              Sin embargo, Carlos V había primero sugerido oficialmente a  los cardenales              en Anagni la convocatoria de un concilio general, pero no  fue oído.
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Desafortunadamente los Papas
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rivales lanzaron  excomunicaciones recíprocas;              crearon numerosos cardenales para compensar las defecciones y  los              enviaron por la Cristian-dad a defender su causa, difundir  su influencia              y ganar adeptos. Mientras estas graves y ardientes  discusiones se              iban difundiendo al extranjero, Bonifacio IX había sucedido a  Urbano              VI en Roma y Benedicto XIII había sido electo Papa a la  muerte de              Clemente en Aviñón. “Hay dos capitanes en el barco, quienes  están              combatiendo y contradiciéndose entre sí”, dijo Jean Petit en              el Concilio de París (1406). Varias asambleas eclesiásticas  se reunieron              en Francia y otros lugares sin un resultado definitivo. El  mal continuó              sin remedio ni tregua. El rey de Francia y sus tíos  comenzaron a cansarse              de apoyar un Papa como Benedicto, quien actuaba únicamente  de acuerdo              a su humor y que causaba el fracaso de todo plan de unión.  Además,              sus exacciones y la severidad fiscal de sus agentes  agobiaron grandemente              a obispos, abades y clero menor en Francia. Carlos VI liberó  a su              pueblo de la obediencia a Benedicto (1398) y prohibió a sus  súbditos,              bajo severos castigos, someterse a este Papa. Cada bula o  carta del              Papa era enviada al rey; no se tomarían en cuenta los  privilegios              otorgados por el Papa; en el futuro, toda dispensa debería  ser solicitada              de los ordinarios.
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Esto  por tanto era un cisma dentro de un              cisma, una ley de separación. El Canciller de Francia, quién  ya era              virrey durante la enfermedad de Carlos VI, por tanto llegó a  ser incluso              vice-Papa. No sin complicidad del poder público, Geoffrey  Boucicaut,              hermano del ilustre mariscal, puso sitio a Aviñón y un  bloqueo más              o menos estricto privó al pontífice de toda comunicación con  aquellos              que le permanecían fieles. Cuando se reestableció la  libertad en 1403              Benedicto no llegó a ser más conciliador, menos obstinado o  terco.              Otro sínodo privado, que fue convocado en París en 1406, se  reunió              sólo con éxito parcial. Inocente VII ya había sucedido a  Bonifacio              en Roma y, después de un reinado de dos años, fue  reemplazado por              Gregorio XII. Este último, aunque de carácter moderado,  parece no              haberse dado cuenta de las esperanzas que la Cristiandad,  inmensamente              preocupada de estas interminables divisiones, había colocado  en él.              El concilio que convocó en Pisa agregó un tercer reclamante  al trono              papal en lugar de dos (1409). Luego de muchas conferencias,  proyectos,              discusiones (a menudo violentas), intervenciones de los  poderes civiles,              catástrofes de todo tipo, el Concilio de Constanza (1414)  depuso al              sospechoso Juan XXIII, recibió la abdicación del tímido y  cortés Gregorio              XII y finalmente despidió al obstinado Benedicto XIII. El 11  de Noviembre              de 1417, la asamblea eligió a Odo Colonna, quién tomó el  nombre de              Martín V. Así terminó el Gran Cisma de Occidente.
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==Problema==
 
La oscuridad del problema estaba en que la clave de la legitimidad de  uno u otro papa dependía de algo tan difícil de comprobar como la  validez de la elección de Urbano VI. Se trataba, en suma, de dilucidar  si la presión popular había influido en el ánimo de los cardenales hasta  el extremo de privarles de libertad y hacer inválida, en consecuencia,  la primera elección. Y todo dependía de una circunstancia imposible de  establecer con certeza, como era la influencia que había tenido el miedo  en el voto del Sacro Colegio. La confusión creada por el Cisma hizo que  la cristiandad se escindiera y los reinos se adhiriesen a una u otra  “obediencia”. Sucedió así hasta con los propios santos, y mientras Santa  Catalina de Siena se mantuvo al lado de Urbano VI, San Vicente Ferrer  militó en la “obediencia” al papa Clemente.  
 
La oscuridad del problema estaba en que la clave de la legitimidad de  uno u otro papa dependía de algo tan difícil de comprobar como la  validez de la elección de Urbano VI. Se trataba, en suma, de dilucidar  si la presión popular había influido en el ánimo de los cardenales hasta  el extremo de privarles de libertad y hacer inválida, en consecuencia,  la primera elección. Y todo dependía de una circunstancia imposible de  establecer con certeza, como era la influencia que había tenido el miedo  en el voto del Sacro Colegio. La confusión creada por el Cisma hizo que  la cristiandad se escindiera y los reinos se adhiriesen a una u otra  “obediencia”. Sucedió así hasta con los propios santos, y mientras Santa  Catalina de Siena se mantuvo al lado de Urbano VI, San Vicente Ferrer  militó en la “obediencia” al papa Clemente.  
  
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==Fuentes==
 
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*[http://paseandohistoria.blogspot.com/2011/01/el-cisma-de-occidente.html/ El Cisma de Occidente]
 
*[http://paseandohistoria.blogspot.com/2011/01/el-cisma-de-occidente.html/ El Cisma de Occidente]
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*[http://ec.aciprensa.com/c/cismaoccidente.htm/ Cisma          de Occidente]
  
 
==Enlaces externos==
 
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Revisión del 10:15 10 nov 2011

Cisma de Occidente
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Concepto:Uno de los sucesos más lamentables de la historia del cristianismo, una crisis religiosa que salpicó a todos los países católicos que tuvieron que posicionarse sobre el problema

Cisma de Occidente. (1378-1429) fue sin duda uno de los sucesos más lamentables de la historia del cristianismo, una crisis religiosa que salpicó a todos los países católicos que tuvieron que posicionarse sobre el problema. Se produce cuando a la muerte en el año 1378 de Gregorio XI -que había trasladado a Roma la sede papal desde Aviñón-, los cardenales romanos eligieron como sucesor al italiano Urbano VI. Un colegio de cardenales disidentes se opusieron al candidato romano y proclamaron a Clemente VII (el cardenal Roberto de Ginebra) que instaló su sede de nuevo en Aviñón, lo que originó la división en el seno de la Iglesia. Los dos papas electos se excomulgaron el uno al otro y el Cisma quedó abierto.

Historia

El Papa Gregorio XI había dejado Aviñón para volver a Italia y había reestablecido la sede pontifical en la Ciudad Eterna, donde murió el 27 de Marzo de 1378. De inmediato la atención fue dirigida a la elección de su sucesor. La cuestión era de lo mas serio. Cardenales, sacerdotes, nobles y romanos en general estaban interesados en ella, porque de la elección a ser hecha por el cónclave dependía la residencia del futuro Papa en Aviñón o en Roma. Desde el comienzo del siglo los pontífices habían fijado su residencia más allá de los Alpes; los habitantes de Roma cuyos intereses y reclamaciones habían sido largo tiempo ignorados, querían un Papa romano o al menos italiano. El nombre de Bartolomeo Pignano, Arzobispo de Bari, se mencionó desde el principio. Este prelado había sido Vice-Canciller de la Iglesia Romana y era considerado enemigo del vicio, la simonía y el boato. Su moralidad era ejemplar y su integridad, rígida. Fue considerado por todos como elegible. Los dieciséis cardenales presentes en Roma se reunieron en cónclave el 7 de Abril y al día siguiente escogieron a Prignano. Durante la elección, los disturbios reinaron en la ciudad. El pueblo de Roma y los alrededores, turbulento y fácilmente excitable, había, bajo el influjo de las circunstancias, declarado ruidosamente sus preferencias y antipatías y trató de influir en la decisión de los cardenales. ¿Fueron estos hechos, lamentables en sí mismos, suficientes para robar a los miembros del cónclave la necesaria independencia mental y hacer in-válida la elección? Esta es la pregunta que ha sido hecha desde el fin del siglo catorce. De esta solución depende nuestra opinión de la le gitimidad de los Papas de Roma y Aviñón.

Parece cierto que los cardenales tomaron todos los medios posibles para obviar todas las dudas posibles. En la noche del mismo día de la elección, trece de ellos procedieron a una nueva elección, con la intención de seleccionar a un Papa legítimo, y de nuevo escogieron al Arzobispo de Bari. Durante los días siguientes todos los miembros del Sacro Colegio ofrecieron su respetuoso homenaje al nuevo Papa, quién había tomado el nombre de Urbano VI y le solicitaron innumerables favores. Lo entronizaron, primero en el Palacio Vaticano y más tarde en San Juan de Letrán; finalmente el 18 de Abril lo coronaron solemnemente en San Pedro. Al día siguiente el Sacro Colegio dio notificación oficial del ascenso de Urbano a los seis cardenales franceses en Aviñón; éstos lo reconocieron y se congratularon de la elección realizada por sus colegas. Los cardenales romanos entonces escribieron a ka cabeza del Imperio y a los demás soberanos católicos. El Cardenal Robert de Geneva (Ginebra), el futuro Clemente VII de Aviñón, escribió en el mismo tenor a su pariente el Rey de Francia y al Conde de Flandes. Pedro de Luna de Aragón, el futuro Benedicto XIII, igual-mente escribió a varios obispos de España. Hasta aquí, por tanto, no había una sola objeción o insatisfacción con la elección de Bartolomeo Prignano, ninguna protesta, ningún titubeo y ningún temor respecto el futuro. Desafortunadamente el Papa Urbano no se dio cuenta de las esperanzas que su elección había hecho surgir. Se mostró caprichoso, altanero, desconfiado y a veces colérico en sus relaciones con los cardenales que lo habían elegido. Brusquedad demasiado obvia y reprobables extravagancias parecieron mostrar que su inesperada elección había alterado su carácter. Sta.Catalina de Siena, con valor sobrenatural, no vaciló en hacerle varias observaciones bien fundamentadas a este respecto, ni dudó cuando tuvo que culpar a los cardenales en su revuelta contra el Papa que ellos mismos habían elegido. Algunos historiadores declaran que Urbano abiertamente atacó las fallas, reales o supuestas, de los miembros del Sagrado Colegio y que enérgicamente se negó a reestablecer la sede pontifical en Aviñón. Por consiguiente, agregan, la creciente oposición. Sin embargo, ninguna de esas desagradables disensiones que surgieron luego de la elección podrían lógicamente reducir la validez de la elección hecha en Abril 8. Los cardenales eligieron a Prignano, no porque fueron mal influidos por el miedo, aunque naturalmente estaban algo temerosos de las desgracias que pudieran surgir del retraso. Urbano fue Papa antes de sus errores; aún era Papa después de sus errores. Las pasiones de Enrique IV o los vicios de Luis XV no impidieron a estos monarcas ser y seguir siendo verdaderos descendientes de San Luis y legítimos reyes de Francia.

Desgraciadamente, éste no fue, en 1378, el razonamiento de l os cardenales romanos. Su disgusto continuó incrementándose. Bajo el pretexto de escapar al insalubre calor de Roma, en Mayo se retiraron a Anagni y en Julio a Fondi, bajo la protección de la Reina Juana de Nápoles y doscientos lanceros gascones de Bernardon de la Salle. Entonces iniciaron una silenciosa campaña contra su elección de Abril y prepararon las mentes de los hombres para una segunda elección. El 20 de Septiembre, trece miembros del Sacro Colegio precipitaron las cosas al entrar a un cónclave en Fondi y escogiendo Papa a Robert de Geneva, quién tomó el nombre de Clemente VII. Unos meses después el nuevo pontífice forzado a salir del reino de Nápoles fijó su residencia en Aviñón; el cisma estaba completo.

Clemente VII estaba emparentado o aliado con las principales casas reales de Europa; era influyente, intelectual y hábil en política. La Cristiandad rápidamente se dividió en dos partidos casi iguales. En todos lados los fieles enfrentaban el preocupante problema: ¿dónde estaba el verdadero Papa? Los santos mismos se vieron divididos: Sta.Catalina de Siena, Sta.Catalina de Suecia, el Bto.Pedro de Aragón, la Bta.Ursulina de Parma, Felipe de Alencon y Gerard de Groote estaban de lado de Urbano; San Vicente Ferrer, el Bto.Pedro de Luxemburgo y Sta.Colette pertenecieron al bando de Clemente. Los más famosos doctores de la ley fueron consultados y la mayoría se decidieron por Roma. Los teólogos estuvieron divididos. Los alemanes como Enrique de Hesse o Langstein (Epistola concilii pacis) y Conrado de Glenhausen (Ep.brevis; Ep. Concordioe) se inclinaron hacia Urbano; Pierre d’Ailly, su amigo Felipe de Maizieres, sus alumnos Jean Gerson y Nicolás de Clemanges y con ellos toda la Escuela de París, defendieron los intereses de Clemente. El conflicto de pasiones rivales y la novedad de la situación hicieron difícil el entendimiento e imposible la unanimidad. Como regla general los eruditos adoptaron la opinión de su país. Las potencias también tomaron sus bandos. La mayoría de los estados italianos y alemanes, Inglaterra y Flandes apoyaron al Papa de Roma. Por otra parte Francia, España, Escocia y todas las naciones en la órbita francesa se pusieron del lado del Papa de Aviñón. Sin embargo, Carlos V había primero sugerido oficialmente a los cardenales en Anagni la convocatoria de un concilio general, pero no fue oído.

Desafortunadamente los Papas rivales lanzaron excomunicaciones recíprocas; crearon numerosos cardenales para compensar las defecciones y los enviaron por la Cristian-dad a defender su causa, difundir su influencia y ganar adeptos. Mientras estas graves y ardientes discusiones se iban difundiendo al extranjero, Bonifacio IX había sucedido a Urbano VI en Roma y Benedicto XIII había sido electo Papa a la muerte de Clemente en Aviñón. “Hay dos capitanes en el barco, quienes están combatiendo y contradiciéndose entre sí”, dijo Jean Petit en el Concilio de París (1406). Varias asambleas eclesiásticas se reunieron en Francia y otros lugares sin un resultado definitivo. El mal continuó sin remedio ni tregua. El rey de Francia y sus tíos comenzaron a cansarse de apoyar un Papa como Benedicto, quien actuaba únicamente de acuerdo a su humor y que causaba el fracaso de todo plan de unión. Además, sus exacciones y la severidad fiscal de sus agentes agobiaron grandemente a obispos, abades y clero menor en Francia. Carlos VI liberó a su pueblo de la obediencia a Benedicto (1398) y prohibió a sus súbditos, bajo severos castigos, someterse a este Papa. Cada bula o carta del Papa era enviada al rey; no se tomarían en cuenta los privilegios otorgados por el Papa; en el futuro, toda dispensa debería ser solicitada de los ordinarios.


Esto por tanto era un cisma dentro de un cisma, una ley de separación. El Canciller de Francia, quién ya era virrey durante la enfermedad de Carlos VI, por tanto llegó a ser incluso vice-Papa. No sin complicidad del poder público, Geoffrey Boucicaut, hermano del ilustre mariscal, puso sitio a Aviñón y un bloqueo más o menos estricto privó al pontífice de toda comunicación con aquellos que le permanecían fieles. Cuando se reestableció la libertad en 1403 Benedicto no llegó a ser más conciliador, menos obstinado o terco. Otro sínodo privado, que fue convocado en París en 1406, se reunió sólo con éxito parcial. Inocente VII ya había sucedido a Bonifacio en Roma y, después de un reinado de dos años, fue reemplazado por Gregorio XII. Este último, aunque de carácter moderado, parece no haberse dado cuenta de las esperanzas que la Cristiandad, inmensamente preocupada de estas interminables divisiones, había colocado en él. El concilio que convocó en Pisa agregó un tercer reclamante al trono papal en lugar de dos (1409). Luego de muchas conferencias, proyectos, discusiones (a menudo violentas), intervenciones de los poderes civiles, catástrofes de todo tipo, el Concilio de Constanza (1414) depuso al sospechoso Juan XXIII, recibió la abdicación del tímido y cortés Gregorio XII y finalmente despidió al obstinado Benedicto XIII. El 11 de Noviembre de 1417, la asamblea eligió a Odo Colonna, quién tomó el nombre de Martín V. Así terminó el Gran Cisma de Occidente.

Problema

La oscuridad del problema estaba en que la clave de la legitimidad de uno u otro papa dependía de algo tan difícil de comprobar como la validez de la elección de Urbano VI. Se trataba, en suma, de dilucidar si la presión popular había influido en el ánimo de los cardenales hasta el extremo de privarles de libertad y hacer inválida, en consecuencia, la primera elección. Y todo dependía de una circunstancia imposible de establecer con certeza, como era la influencia que había tenido el miedo en el voto del Sacro Colegio. La confusión creada por el Cisma hizo que la cristiandad se escindiera y los reinos se adhiriesen a una u otra “obediencia”. Sucedió así hasta con los propios santos, y mientras Santa Catalina de Siena se mantuvo al lado de Urbano VI, San Vicente Ferrer militó en la “obediencia” al papa Clemente.

El sucesor de Urbano VI, fue Bonifacio IX, quien ocupó el cargo entre los años 1389 y 1404, y el de éste, Gregorio XII (1406-1415). El de Clemente VII, fue Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII. Un grupo de cardenales romanos y otros aviñoneses resolvieron entonces celebrar un concilio para poner fin al Cisma. El concilio, reunido en Pisa en 1409, declaró depuestos a los dos pontífices reinantes y eligió un nuevo papa, Alejandro V. Pero esta elección, lejos de poner remedio, no hizo más que aportar un nuevo elemento de confusión: los papas de Roma y Aviñón rehusaron abdicar, con lo que la cristiandad quedó dividida no ya en dos, sino en tres obediencias. Se había llegado a una situación límite, y ante ella tomó cuerpo la idea de que tan sólo un concilio universal sería capaz de resolver la crisis de la Iglesia.

Esta idea encontró un entusiasta valedor en el recién elegido emperador alemán Segismundo, que consiguió convocar el concilio ecuménico de Constanza. Segismundo y Juan XXIII (sucesor de Alejandro V) protagonizaron una contienda que terminó con la huida del papa, que una vez capturado terminó en prisión el 29 de mayo de 1415. Gregorio XII renunció y se depuso a Benedicto XIII el 26 de julio de 1417 acusado de hereje, el último de los tres papas que continuaba en el mando. El desenlace definitivo se produjo el 11 de noviembre de 1417, cuando fue elegido como único papa Odo Colonna, a partir de entonces Martín V, quien se mantuvo como jefe supremo de la Iglesia hasta 1431.

Fuentes

Enlaces externos