El demonio de la perversidad
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El demonio de la perversidad es un relato corto del escritor estadounidense Edgar Allan Poe del año 1845. La obra trata esencialmente de los impulsos autodestructivos que mueven al narrador, impulsos que el autor identifica con el demonio de la perversidad. El narrador describe este principio como un agente espiritual que obliga a las personas a hacer cosas por el mero hecho de que no deberían hacerlas.
Argumento
El argumento se desarrolla en la segunda parte del relato, puesto que éste, al igual que otros cuentos de Poe, se inicia con un pequeño ensayo sobre el asunto. A grandes rasgos, trata de un hombre que asesina a otro con objeto de heredar su riqueza. El crimen, así como su planificación, no están descritos con detalles. Se sabe que el narrador ha matado al otro hombre usando una vela que emite emanaciones tóxicas, sorprendiendo a la víctima en su poco ventilada habitación mientras lee en la cama. Al no quedar pruebas de ello, la muerte es atribuida a causas naturales. La relación entre verdugo y víctima tampoco es revelada, a pesar de recibir la herencia. El personaje permanece libre de sospechas durante muchos años, durante los cuales se repite a sí mismo continuamente que está a salvo. Un día, llega a decirse que seguirá a salvo a menos que sea tan estúpido como para confesar abiertamente su crimen. En ese momento comienza a obsesionarse con la posibilidad de confesar, hasta que, asaltado por el demonio de la perversidad, poco a poco va perdiendo la cabeza, echa a correr por las calles y en un momento determinado se produce la confesión del crimen entre la gente con una articulación clara, pero con marcado énfasis y apasionada prisa. Rápidamente es encarcelado y condenado a muerte.
Análisis
Poe emplea la mayor parte del cuento en exponer su teoría del demonio de la perversidad, aunque no está probado si fue él mismo quien creó el término. A través de la voz del narrador anónimo, Poe describe la perversidad (perverseness, con un sentido del que carece el vocablo en castellano) como una especie de impulso primitivo pasado por alto por los frenólogos y moralistas. Se trata de una pulsión inmotivada que empuja a la persona a empeñarse en la comisión de faltas, incluso en contra de sus propios intereses. Tenemos ante nosotros una tarea que debe ser cumplida velozmente. Sabemos que la demora será ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige, a grandes voces, energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar la tarea, y en la anticipación de su magnífico resultado nuestra alma se enardece. Debe, tiene que ser emprendida hoy y, sin embargo, la dejamos para mañana; y ¿por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos esa actitud perversa, usando la palabra sin comprensión del principio. El demonio de la perversidad, pues, más que un relato puede considerarse un ensayo. Se ha sugerido a menudo que el autor pudo intentar justificar a través de esta obra sus propios sentimientos de culpa y tendencias autopunitivas y autodestructivas. Esta teoría puede tener también que ver con las nociones de subconsciente y represión que pondría de moda, muchos años más tarde, Sigmund Freud.

