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Guerra de los Diez Años en Sancti Spíritus.
Movimiento revolucionario
Al producirse el estallido insurreccional de 1868 en el oriente cubano, se habían agudizado extraordinariamente todas las contradicciones sociales, políticas y económicas de la colonia cubana, además de haberse formado la nacionalidad cubana.
En cuanto a la economía la situación era grave por los efectos de los altos impuestos que gravaban el comercio con las naciones extranjeras, y los que aquejaban a los productores. A través de los mismos, España extraía de Cuba los recursos para costear sus aventuras bélicas. Todos estos problemas se agudizaban por la incidencia de las crisis económicas de 1857 y 1866 y la baja internacional de los precios del azúcar impedía la tecnificación de las fábricas y las conducía a la quiebra.
Desde el punto de vista político a la carecía de libertades políticas, civiles y religiosas se unía la crisis de las ideas reformistas más aguda aún tras el fracaso de la Junta de Información. Sumado a esto una plaga de funcionarios peninsulares cometía todo tipo de arbitrariedades sin que los cubanos tuvieran derecho a reclamas.
Sancti Spíritus no era ajena a toda esta situación general del país y específicamente en la esfera social, lo referente al miedo al negro no es el elemento dominante en el panorama. En primer lugar, porque los principales dirigentes de la conspiración en Sancti Spíritus y Trinidad no se comportaron como grandes terratenientes, tal es el caso de los Fernández Cavada, de Honorato del Castillo, Marcos García, Serafín Sánchez y otros. Si bien, algunos eran acaudalados su conducta desde los inicios de la guerra fue radical con respecto a la esclavitud y las propiedades pues aplicaron la tea, liberaron esclavos y los incorporaron a las filas insurrectas.
Con respecto a la población, válido es considerar que la cantidad de esclavos de Sancti Spíritus se limitaba al 19,5% y que el total de la población negra era el 35,18%[1]. Además la economía de dicha jurisdicción era predominantemente ganadera, no requería de grandes dotaciones de esclavos por lo que no tuve inconvenientes por esa parte para incorporarse a la guerra el 6 de febrero de 1869, como mismo ocurrió con las demás jurisdicciones de Las Villas.
El pensamiento político predominante entre los criollos llegó a ser el independentismo y su modo de realizarlo, la lucha armada por lo que comenzaron a aparecer grupos que laboran por la independencia de Cuba. En Sancti Spíritus se comienza a conspirar en conexión con la Junta Revolucionaria de La Habana y muy vinculada a la Junta Revolucionaria de Santa Clara que presidía el patriota Miguel Jerónimo Gutiérrez. Entre los independentistas espirituanos quien mas se destacaba era el joven médico y profesor del colegio El Salvador, Honorato del Castillo y Cancio, quien mantenía relaciones con Rafael Morales, Luis Ayesterán, Vicente Antonio de Castro, y otros personajes notarios del reformismo habanero.
El Grito de Independencia o Muerte lanzado por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, en el Ingenio Demajagua, había sido secundado por los Camagüeyanos el 4 de noviembre del propio año en Las Clavellinas y Las Villas, se preparaban para sumarse a la lucha por la independencia, pero al irse cercando la guerra al centro del país el reforzamiento por parte de las autoridades españolas de las regiones no imbricadas en la insurrección hacía muy difícil las labores conspirativas[2].
El historiador Segundo Marín García afirma que la Junta de Sancti Spíritus estaba constituida ya a finales de 1868, la componían mayoritariamente intelectuales, miembros de la clase media y el artesano urbano teniendo en su dirección a Honorato del Castillo y a Marcos García, ambos intelectuales seguidores de las prédicas de José de la Luz y Caballero en el colegio El Salvador. La Junta espirituana aceleró sus trabajos al calor de los acontecimientos de Oriente y Camagüey y de las primeras acciones en la región: Valdés Urra había tomado a Arroyo Blanco, Bernabé Varona, atacó a Guasimal mientras en Yaguajay se producían encuentros armados en el ingenio El Trapiche, el río Jatibonico y Mayajigua[3]. Hacia el Oeste, en la antigua jurisdicción de Trinidad, operaban los alzados del Partido de Sipiabo[3].
Levantamiento armado
Ante el aumento de las medidas represivas españolas se decide llevar a hechos el alzamiento el 6 de febrero de 1869 en cinco puntos de la Jurisdicción en forma simultánea de ahí que Honorato Jefe del Movimiento lo haga en Jobosí, Néstor Leonelo Carbonell en el Jíbaro, Leonte Guerra en Morón, Serafín Sánchez al frente de 45 hombres en la finca Los Hondones, zona de Bellamota y Marcos García en Banao, que protagoniza el levantamiento más nutrido, en los días sucesivos se levanta en arma el Partido de Yaguajay en coordinación con la Junta de Remedios. Hacia el suroeste, los trinitarios, mandados por Federico Fernández Cavada se pronuncia contra el coloniaje español, realizando exitosas acciones iniciales gracias a la labor organizativa de su Junta y al entrenamiento dado a los combatientes en la finca Boca de Camarones comprada para tal fin por el propio Fernández Cavada.
Seguidamente al levantamiento, todos los grupos envían sus representantes para la gran cita colectiva: el 7 de febrero en Cafetal González, Valle de Manicaragua, Villa Clara. Los objetivos eran pronunciarse contra el coloniaje y emprender la guerra unificadamente. El primero se logró, el segundo no, pues la guerra en Las Villas se mantuvo con criterios muy regionales aunque en determinados momentos se hacían algunas coordinaciones entre los diferentes grupos. En Cafetal se concentraron unos 5 000 hombres con sólo unas 200 escopetas lo que determinó la búsqueda de soluciones a la carencia de armas, acordándose marchar hacia el este en busca de ayuda en Oriente y Camagüey.
Acciones militares
Después de la magna concentración de Manicaragua los diferentes grupos se reintegran a sus territorios de procedencia donde ya se realizan acciones combativas: Marcos García ha tomado a Banao, el mismo día 6 incendió los ingenios próximos y liberó los esclavos que se le incorporaron; Leonte Guerra con su grupo atacó a Mayajigua el 10 de febrero, se abasteció de recursos e integró más hombres a sus huestes, posteriormente combatió también en Chambas el 13 y 14 del propio mes.
En el momento de incorporarse Las Villas a la guerra los insurrectos de Camagüey se encuentran a la ofensiva, los de Oriente en defensiva, pero tienen los recursos mínimos para batirse, sin embargo los villaclareños no logran superar la carencia de armas que los golpea siempre y tienen que buscar soluciones tácticas de acuerdo al gran problema que presentan y al reforzamiento de la actividad enemiga.
Después de la Asamblea de Guaímaro Honorato, que había sido participante en aquel magno evento, regresa a su tierra y reasume el mando de la División de Sancti Spíritus manteniendo a Marcos García al frente de la zona occidental de su jurisdicción para ambos hostigar al enemigo en diferentes frentes.
Las Coloradas, las Yanas, Judas Grande, Santa Gertrudis y el Jobo se añaden a la cadena de éxitos de Honorato mientras que Marcos moviéndose hasta los límites de Trinidad, se llega a convertir en una amenaza para el gobernador Mediavilla que pide al Ayuntamiento fondos para fortificar la ciudad. Su habilidad guerrera se manifiesta en las acciones victoriosas del Hondón, Río Abajo, Las Angosturas, Loma de los Barriles y otras[4].
Referencias
- ↑ Datos expuestos en el Censo de población de la Isla de Cuba que terminó el 1ro de junio de 1862. En: los censos de población y viviendas en Cuba, Tomo I. Vol. II, Cuadro #32, Comité Estatal de Estadística, Instituto de Investigaciones Estadísticas.
- ↑ Archivo Provincial de Historia Sancti Spíritus. Fondo Serafín Sánchez. Legajo 7 Expediente 4. Apuntes sobre Honorato del Castillo donde se puntualiza lo referente a las conspiraciones de Sancti Spíritus relatado por Serafín Sánchez.
- ↑ 3,0 3,1 Moral, Luis F. del. Serafín Sánchez, un carácter al servicio de Cuba. México: Ediciones Mirador, 1955. Pág. 27
- ↑ Moral, Luis F. del (1955). Serafín Sánchez, un carácter al servicio de Cuba. México: Ediciones Mirador, p. 38.