José Solar Hernández

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José Solar Hernández
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NombreJosé Solar Hernández
Nacimiento2 de septiembre de 1938
Los Hoyos, municipio de Majagua, Ciego de Ávila, Bandera de Cuba Cuba

José Solar Hernández. General de Brigada (r), combatiente del Ejército Rebelde y la clandestinidad.

Síntesis biográfica

Mi padre, Ceferino Solar, era español, asturiano, de Gijón; y mi madre, Patrocinia Hernández, cubana, hija de canarios; los dos campesinos.

Era miembro del Partido Comunista. Llegó a Cuba a los 18 años. Comenzó a trabajar como obrero agrícola. Eso fue todo lo que hizo hasta que murió. Cursó hasta el sexto grado. Mamá nunca pudo ir a la escuela.

Somos nueve hermanos: seis varones y tres hembras. Soy el del medio. Campesinos todos. Llegué hasta tercer grado. De ahí no pasábamos, pues nos incorporábamos a trabajar con el viejo en las tareas agrícolas.

Eso fue lo que aprendimos: trabajar el campo. Así transcurrieron los primeros años, etapa difícil que nunca olvido.

Siempre está presente un hecho: papá trabajaba una finca que había en la zona de Los Hoyos de Guayacanes, y en el año 1949 el dueño la vendió, pero el que la compró dijo que no quería a ninguna de las personas que allí laboraban. Nos botaron a todos.

Cuando contemplo fotos de ese periodo, donde se ven las carretas tiradas por una yunta de bueyes, con todos los trastes arriba y las familias campesinas caminando detrás, veo retratada mi infancia.

Durante un tiempo nos estuvimos mudando cada dos o tres meses. Hasta que conseguimos trabajo en una colonia de caña en las cercanías de Esmeralda.

Te estoy hablando de 1949. Ya tenía 11 años y junto a mi padre trabajaba en la caña.

Algún tiempo después, una de mis hermanas se casó y se fue a vivir al central Algodones, hoy Orlando González.

Ahí empecé a trabajar en la carnicería del esposo y me hice carnicero.

¿En qué momento comenzó sus actividades revolucionarias?

Mis primeros contactos con el Movimiento 26 de Julio fueron a mediados de 1957.

Me incorporé a un grupo de jóvenes que estaban operando en la zona de Ciego de Ávila.

Nos dedicábamos fundamentalmente a la búsqueda de armas. Creo que por esos predios no quedó un revólver, una escopeta, que nosotros no recogiéramos, hasta le quitamos un fusil Springfield con sus cananas de balas a un guardia y lo escondimos en un cañaveral.

Me fui con ese fusil para las montañas. Después de varios intentos, en unión de otros tres compañeros, me incorporé a mediados de 1958 a la lucha guerrillera en el Escambray con las fuerzas del Directorio Revolucionario, aunque todos pertenecíamos al Movimiento 26 de Julio, pero esos fueron los primeros combatientes que encontramos y a ellos nos unimos.

Ahí permanecí hasta el triunfo revolucionario. Me encontraba bajo las órdenes del capitán Julio Castillo, ya fallecido. Terminé la guerra como soldado.

¿Qué hizo los primeros meses de 1959?

Estuve en La Cabaña hasta abril o mayo. A mediados de año me trasladaron para Las Villas para formar parte de unas tropas llamadas Fuerzas Tácticas de Combate y fuimos ubicados en un lugar llamado La Feria, en Sancti Spíritus.

Nuestro jefe era el entonces capitán Rogelio Acevedo. Participamos en la última etapa de la operación de Trinidad, cuando la invasión trujillista, en el mes de agosto.

Hacíamos todo tipo de entrenamiento desde caminar hasta prácticas de tiro. Era una columna especial de combate del Ejército Rebelde.

Al poco tiempo me nombraron Jefe de Escuadra y me enviaron para un lugar en la costa llamado Punta de Judas, en Mayajigua. Se esperaban ya algunas acciones contrarrevolucionarias en esa dirección.

Permanecí unos meses como Jefe del Puesto. Posteriormente, en unión de mi escuadra, me dieron la misión de ir a trabajar en la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en el Caney de las Mercedes, que albergaría a 20 000 niños de la Sierra Maestra.

Nunca había puesto un bloque, pero me ofrecí de albañil y me hice albañil; también cabillero y, aunque aquello no era fácil, saber la utilidad que tendría me motivaba.

Cada vez que paso por allí recuerdo que muchas de las cabillas que están en esas placas las puse yo.

¿Hizo algo más en Oriente?

Ya en Oriente participé en la búsqueda y captura de Manuel Beatón, quien se había alzado en la Sierra.

También formé parte de las tropas que aniquilaron a un grupo de contrarrevolucionarios conocidos como Los Pintos que desembarcaron por Baracoa. Les decían así porque venían vestidos de camuflaje.

Al terminar estas operaciones fui incorporado a una columna especial de combate en Santiago de Cuba. El jefe era el capitán Manuel Hernández, quien caería en Bolivia con el Che.

Seguí preparándome. A fines de 1960, al producirse el cambio de presidente en Estados Unidos, fui enviado junto con mi columna a esperar el año1961 en un sitio conocido como Santa María del Loreto, cerca de la Base Naval de Guantánamo.

Ahí vi por primera vez un cañón 57 y una ametralladora 4 bocas. No teníamos conocimiento del manejo de ese armamento, pero sobre la marcha aprendimos. Estuvimos varios meses en esas lomas esperando a ver qué pasaba.

En la lucha contra bandidos en el territorio del Ejército Oriental, participé en varias operaciones, pero en particular en la primera que se realizó, como ya dije fue contra Beatón; y en la última, en 1970, contra una infiltración que se produjo por Boca de Samá y se cogieron al sur del poblado de Baire.

En 1961, cuando Playa Girón, estaba en el Sector C de la lucha contra bandidos, cuya jefatura radicaba en Bayamo. Ahí comienzo a trabajar con los milicianos en un Batallón de Combate. Fue una época también llena de vivencias y efervescencias revolucionarias.

Con el transcurso de los años ocupé distintos cargos en la cadena de mando de las Fuerzas Armadas. Fui ascendiendo militarmente y cursé varias escuelas militares y de superación cultural hasta alcanzar el nivel superior.

En los finales de la década del 70 salí a cumplir misión internacionalista.

¿Adónde?

Angola. Me designaron Jefe de un Grupo Táctico que había en Menongue.

Nuestra tarea principal era la defensa de aquel territorio que formaba parte de la línea defensiva Mozamedes-Lubango-Menongue, en el sur de Angola.

Ese era un lugar complicado, problemático. El enemigo nos hostigaba sin cesar. Había que estar permanentemente en acción.

Para ir a buscar la comida o realizar cualquier otro movimiento teníamos que hacerlo en caravanas, pues estábamos asediados por la UNITA, mediante emboscadas y otro tipo de acciones.

De ahí paso a Mozamedes, donde permanecí unos dieciocho meses al frente de otra unidad de combate.

Después me trasladaron a Yamba, también en el sur y complicado desde el punto de vista militar.

¿Qué no ha olvidado de esos años?

Siempre recuerdo, porque me impresionó mucho, la extrema pobreza en que vivía la mayor parte de ese pueblo: la insalubridad, el analfabetismo, el atraso absoluto de la vida en aquellos quimbos, todo eso agravado por la guerra.

Especialmente se me quedó grabada la situación de las mujeres y los niños, la falta de consideración hacia ellos, porque nosotros tenemos otros hábitos en ese sentido. Considero que son los más sacrificados, las víctimas mayores.

Un día cuando me trasladaba con otros oficiales desde Yamba a Dongo, me avisaron de un fuerte tiroteo en dirección a este último sitio, distante a unos dos o tres kilómetros.

Cuando llegamos el cuadro era terrible: una emboscada de la UNITA a un camión cargado de civiles angolanos dejó muertos regados y entre ellos, una mujer en avanzado estado de gestación.

El carro estaba volcado por efecto del cohetazo y el fuego de unos mazos de hierba seca que prendieron, no llegó a propagarse.

Eso nos dio tiempo a descubrir sobre la cama del camión a una niña y a un niño de cuatro o cinco años, en cuclillas. Les pregunté en portugués por su mamá y me señalaron una mujer muerta a su lado. Había una mezcla de sangre y petróleo, de un tanque de cincuenta y cinco galones agujereado.

Cuando estábamos bajando los cadáveres, encontramos vivo y sin un rasguño a un recién nacido. A los niños, después de pasar por nuestro hospital, los entregamos al comisario de Yamba. Nunca pudimos cobrarle esa masacre a aquella banda de forajidos, a pesar de que intentamos dar con ellos.

En otra ocasión, al llegar a Yamba, después de un recorrido, me fue a ver el comisario del pueblo para informarme que la UNITA se había llevado las vacas de los campesinos.

¿Qué decisión tomó?

Inmediatamente mandé una patrulla para que hiciera contacto con el enemigo.

Yo salí con una Compañía. En el camino, me tropiezo con que las BTR habían caído en una chana —especie de tembladera. Al desviarse del camino se atascaron.

Entonces decidí meterme por una picada —una trocha en la selva—; íbamos viendo la porquería de las vacas y siguiéndole el rastro.

Casi al atardecer observo que las marcas del ganado se desviaban. Desplegué la Compañía.

Cogimos hacia la derecha y a unos ochocientos metros encontramos el Campamento de la UNITA. Se formó un fuerte tiroteo. Contemplamos que algunos animales ya habían sido sacrificados. Al ver que la gente de la UNITA se daba a la fuga, envío dos pelotones en su persecución.

Pero ocurrió un hecho del cual no me he olvidado: perdí las comunicaciones con mis hombres. Estaban en medio de la selva. Era un lugar muy peligroso.

Aquello me preocupó profundamente. Alrededor de las ocho de la noche escuché un fuerte tiroteo. Después supe que no tenía nada que ver con ellos.

Mandé una Compañía en su búsqueda y no los encontró. Regresaron a media noche sin noticias. Estaba convencido de que habían caído en una emboscada de la UNITA.

Me encontraba muy preocupado. Me entró un gran complejo de culpa. Pensé que por andar tan rápido no había tomado las medidas necesarias en las comunicaciones. Fue una noche muy tensa.

¿Qué pasó con los dos pelotones?

Por suerte no pasó nada; se habían perdido. Cuando los cogió la noche hicieron su campamento.

Al siguiente día, a las dos de la tarde, fueron localizados por patrullas que habíamos enviado en su búsqueda.

El regreso al pueblito de Yamba fue muy impresionante, pues sus habitantes nos estaban esperando fuera de sus casas y aplaudiendo a nuestros soldados.

Todas las reses que recuperamos, se las devolvimos.

¿En algún momento pensó que le podía ocurrir algo?

Uno teme que le pueda pasar algo a la gente bajo su mando y a uno mismo. Pero siempre me sentí seguro de mi tropa.

Eran hombres muy valientes. Muy seguros de sí mismos y con fe en la victoria. Realmente, lo que es miedo, nunca lo tuve.

Al terminar la misión, a los treinta y dos meses, fui designado Jefe de la División de Guantánamo.

Jefe de la Brigada de la Frontera

Un hecho singular en su vida militar fueron sus años en la Frontera. Durante los siete años que estuvo en esa responsabilidad, la Brigada de la Frontera fue seleccionada Vanguardia Nacional de las FAR.


A mediados de la década de los 90, el General Solar fue promovido a Segundo Jefe del Ejército Oriental y desde ese cargo siguió atendiendo a la Brigada, hasta su jubilación en el 2006, se desempeña como delegado del Instituto Nacional de la Reserva Estatal (INRE) en la provincia de Santiago de Cuba.

Fuente