Diego Velázquez (pintor)

Diego Rodríguez de Silva y Velásquez
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Diego Velazquez.jpg
Nacimiento5 de junio de 1599
Sevilla, Bandera de España España
Fallecimiento6 de agosto de 1660
Madrid, Bandera de España España
OcupaciónPintor
Conocido porDiego Velásquez
PadresJuan Rodríguez
Jerónima Velázquez

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, más conocido como Diego Velázquez, fue un gran pintor español que se desempeño como retratista de la corte española. La importancia de Velázquez, al margen de su propia personalidad, radica en su capacidad de tratar de un modo magistral, a lo largo de su dilatada carrera, la mayoría de los grandes temas pictóricos de su época. Consumado retratista, no fue sin embargo inferior su calidad en obras de género mitológico, religioso, alegórico y paisajístico.

Síntesis biográfica

Inicios

Nace en la ciudad española de Sevilla hacia el 5 de junio de 1599. Hijo de padre portugués y madre sevillana.

A los 10 años ingresó en el taller de Francisco de Herrera el Viejo, donde aprendió la técnica y el oficio de pintor, y poco después (1610) en el de Francisco Pacheco, con el que permaneció 6 años. Fue donde comenzó su auténtica formación como pintor. A los dieciocho años su técnica es preciosista, y está teñida de un profundo naturalismo, propio de la época. Pinta, sobre todo, bodegones, con un tratamiento de la luz tenebrista. Posee un profundo apego a la realidad y se preocupa por los problemas de espacio. Trata también temas religiosos. Los cuadros religiosos son la fuente principal de ingresos para los pintores de la época. En estos cuadros el escenario se enriquece, incluso con la utilización de espejos. En cuadros como La cena de Emaús los ámbitos son fingidos, pero los personajes son reales: retratos. En esta época pina La Inmaculada, San Juan de Patmos, La adoración de los Reyes Magos, La vieja friendo huevos, La mulata y El aguador de Sevilla.

Se casó en 1618 con Juana Pacheco, la hija de su maestro de la que tuvo dos hijas. Era costumbre, en la época, que las hijas de los maestros se casasen con los alumnos predilectos, con el fin de que el oficio quedase en la familia.

Corte española

Pronto la obra artística de Velázquez era muy pequeña para Sevilla y el pintor intentó ganar una colocación en la corte, donde se había instalado recientemente Felipe IV, rey de pocas luces diplomáticas aunque muy aficionado a las artes y que con el tiempo llegaría a sentir por el pintor una gran devoción y hasta una rara necesidad de su compañía.

En su primer viaje a Madrid no tuvo suerte, pues tenía menester de muchas recomendaciones para acceder a palacio y se volvió a su tierra natal sin haber cosechado el menor éxito. Hubiera sido una verdadera lástima que su protector y suegro no le hubiese encarecido y animado a intentarlo de nuevo al año siguiente, porque de otro modo el prometedor Diego hubiera quedado confinado en un ambiente excesivamente provinciano, ajeno a los nuevos aires que circulaban por los ambientes cosmopolitas de las cortes de Europa.

En Sevilla, durante lo que se ha dado en llamar, con artificio erudito de historiador, su primera época (aunque la obra de Velázquez es el resultado de una búsqueda incesante), su estilo sigue al de los manieristas y los estudiosos del arte veneciano, como Juan de Roelas, pero adoptando los claroscuros impresionantes de Caravaggio, bien que esta última influencia haya sido discutida. No obstante, Velázquez se decantará pronto por un realismo barroco, seguido igualmente por Zurbarán o Alonso Cano, audaz y estremecido, grave y lleno de contrastes.

Muerte

Por empeño personal de Felipe IV, Velázquez recibiría, un año antes de morir en Madrid el 6 de agosto de 1660, la preciada distinción de caballero de la Orden de Santiago, un honor no concedido nunca ni antes ni después a pintor alguno. Y aunque, al demoler la iglesia, nadie recordaba que sus restos habían sido sepultados en la Parroquia de San Juan Bautista, cuando en 1990 se organizó una magna retrospectiva de su obra en el Museo del Prado, miles y miles de personas llegadas de todos los puntos cardinales afluyeron incesantemente para reír el gesto idiota del bufón Calabacillas, admirar la pincelada que plasma el vestido de una infanta, interrogar la estampa ecuestre del conde duque de Olivares y respirar el aire penumbroso del siglo XVII aquietado e inmortalizado en los cuadros de Velázquez.

Obras

Fuente