Paula Florido y Toledo

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Paula Florido y Toledo
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Nacimiento15 de enero de 1856
San Andrés de Giles, Bandera de Argentina Argentina
Fallecimiento1932
Madrid, Bandera de España España

Paula Florido y Toledo. Coleccionista de arte, esposa y gran mecenas de su cuarto marido, José Lázaro Galdiano y, en gran parte, artífice del Museo Lázaro Galdiano. Su fortuna, forjada a través de sus tres matrimonios de los que enviudó, hizo posible adquirir la extensa colección de pintura, escultura, objetos y abanicos que integran el museo madrileño.

Síntesis biográfica

Paula Florido y Toledo nace el 15 de enero de 1856 en la localidad bonaerense de San Andrés de Giles. Fue la hija primogénita del italiano Rafael Florido y de la argentina Valentina Toledo.

El 18 de enero de 1873 se casó en la localidad de Veinticinco de Mayo con el vizcaíno afincado en Argentina Juan Francisco Ibarra Otaola (1834-1881), con quien tuvo cuatro hijas –fallecidas durante la infancia– y un hijo, Juan Francisco (Buenos Aires, 1877-1962).

Viuda a los veinticinco años y heredera de una considerable fortuna, se casó en Buenos Aires –el 6 de abril de 1884– con el periodista y escritor gallego Manuel Vázquez-Barros de Castro (Padrón, 1844 - Sevilla, 1885), quien falleció pocos días antes del nacimiento de su hija Manuela.

Tres años y medio después, instalada en la capital argentina con sus dos hijos, se unió el 7 de septiembre de 1887 con el porteño Pedro Marcos Gache Astoul (1860-1896), con quien tuvo a Rodolfo, el último de sus vástagos. Su tercer esposo falleció en Cosquín, en la Córdoba argentina, el 3 de septiembre de 1896. En abril de 1900 embarcó junto a sus dos hijos menores rumbo a Europa y fijó su residencia en París, aunque con frecuentes viajes y estancias temporales en otras ciudades europeas.

Con cuarenta y cinco años conoció a José Lázaro galdiano, con quien se casó en Roma el 19 de marzo de 1903, actuando como testigos su hijo Juan Francisco y la esposa de éste, María Justa Saubidet. Este enlace permitió a José Lázaro mejorar su estatus como coleccionista y a Paula Florido le franqueó la entrada al mundo del coleccionismo, al que se incorporó con verdadero entusiasmo. Paula, instalada en Madrid con sus dos hijos menores, participó activamente en la decoración de su nueva residencia madrileña, cuya planta noble fue ideada como un espacio para celebrar todo tipo de actos sociales y culturales –tertulias, conciertos, bailes, presentaciones…–, reseñados en las columnas de sociedad de la prensa de la época. Sin embargo, estas actividades cesaron tras la muerte de Rodolfo en 1916, a la que siguió la de Manolita en 1919.

Paula Florido murió en 1932, dejando a su hijo Juan Francisco como heredero universal, aunque sus obras de arte se las legó a su marido, con quien vivió 29 años muy fructíferos y felices. En la actualidad, el legado de Paula y el de su esposo integran la colección del Museo Lázaro Galdiano, que consta de unas 12.600 piezas, de las que se exhiben 4.820 en las cuatro plantas del distinguido edificio de la calle Serrano madrileña.

Amor al arte

Paula Florido imprimió un vuelco radical a su existencia en 1900, cuando se trasladó a París, donde fijó su residencia aunque realizaba frecuentes viajes a otras capitales europeas. No se sabe con certeza cuándo conoció a José Lázaro Galiano (1862-1947), pero sí que en 1902 habían establecido una relación afectuosa que culminaría en su cuarto matrimonio, el 19 de marzo de 1903 en Roma.

Esta unión marcó un antes y un después en ambos esposos, sellando una colaboración muy beneficiosa: la fortuna de Paula impulsó el coleccionismo de José Lázaro, contagiando a Paula de un amor por el arte que ya no la abandonaría hasta la muerte; y gracias a este matrimonio ella entró en la gran sociedad madrileña del momento. De hecho, compraron un terreno en la calle Serrano esquina María de Molina, construyeron allí un palacete que inauguraron en 1910 con una gran fiesta, y ya entonces esa residencia era un pequeño museo de arte. Hoy es el museo Lázaro Galdiano.

La proyección social de ambos subió como la espuma. Ella era una anfitriona distinguida, habitual de las crónicas de sociedad, una hábil organizadora de eventos, lo que daba prestancia a su esposo. Pero nunca se conformó con ser "la señora de", sino que nada más casarse le acompañaba en sus viajes al extranjero, le aconsejaba en la formación de la colección de arte y participaba en las compras, hasta el punto de que su marido la definía como "una gran competidora”, ya que ella adquiría sus propias piezas, que llegó a exhibir en varias ocasiones.

Pasión

Los abanicos eran su pasión: los compraba, utilizaba y atesoraba, y de ese amor surgió la importante colección que hoy se exhibe en el museo Lázaro Galdiano.

Algunos ejemplares son verdaderamente delicados, como los abanicos italianos de la década de los ochenta, conocidos como “abanicos de Grand Tour”, en referencia a los viajes a sitios de la Antigüedad clásica que realizaban desde mediados del siglo XVII hasta el XIX los jóvenes de clase alta.

En estos abanicos, la decoración principal del país o ciudad consistía en vistas enmarcadas en cartelas separadas por grutescos, roleos o laureas, y rematados con greca o motivos pompeyanos.

Fuentes