Ideal nacionalista

Ideal nacionalista
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Concepto:Idea óptima que guarda un individuo o conjunto de ellos en torno al tipo de Estado-Nación que responde a los intereses y aspiraciones reales y específicas. Se trata, pues, de una construcción más o menos consciente, en el plano meramente subjetivo, de la comunidad (en principio, y ya de por sí) imaginada que representa a dicha entidad.

Ideal nacionalista. Corriente filosófica revolucionaria. Podría entenderse como un concepto de identidad experimentado colectivamente por miembros de un gobierno, una nación, una sociedad o un territorio en particular.

Bases teóricas

Las bases teóricas más acabadas se hallan en la tesis de Ernest Gellner acerca de que el nacionalismo precede a la Nación|nación y nunca a la inversa. De modo que marca -en un primer momento- la diferencia existente entre la situación actual de la cuestión o problema nacional, y -en una instancia superior (una vez lograda la Nación soberana|nación soberana)- el espacio existente entre la forma de estructuración política de la sociedad en la práctica y el nivel de máximo desarrollo imaginado por el individuo o grupo.

Nacionalismo

Se entiende por Nacionalismo el “conjunto de sentimientos identitarios que, desde lo vernáculo hasta lo político, van desarrollando las comunidades imaginadas o pueblos-naciones premodernos como base ideológica de un proyecto nacional cuya realización depende de la industrialización moderna, contando con dos modulaciones conocidas: una de índole netamente patriótica, en busca del Estado-Nación Moderno; y otra de índole soberana, defendiendo su existencia y evolución; pudiendo conservar la segunda los principios de la primera, o transitar hacia formas chovinistas, xenófobas e imperialistas, según el tipo de Nacionalismo y Nación de los que se trate”.

Erigida en la coyuntura del proyecto burgués como fenómeno típicamente capitalista, la Nación Moderna aparece como fenómeno relacionado con la naturaleza y alcance de las transformaciones que posibilitaron la transición del Antiguo Régimen a la sociedad burguesa, imponiéndose como resultado de un largo y complejo proceso. Funcionó, a lo largo de más de dos siglos, como una especie de programa universal imitado por el resto de las naciones con mayor o menor grado de fidelidad respecto al modelo original, según el caso.

Nación moderna

La formación nacional moderna y la ideología del nacionalismo “deben ser entendidas en el contexto de las divisiones políticas y los conflictos religiosos que siguieron al derrumbe del mundo medieval, hecho este que elevó a un primer plano el tema de la naturaleza de la autoridad política y permite apreciar las innovaciones institucionales y conceptuales claves del estado moderno, en particular la influencia que iba a ejercer el concepto de soberanía en la configuración de las sociedades políticas del mundo moderno”.

Entiéndase, pues, como Nación Moderna a aquella “comunidad imaginada que representa un conglomerado de individuos con tradiciones históricas en común, las cuales determinan su noción de convergencia a partir de vínculos socio-culturales concretos (étnicos, religiosos, educativos, literarios, artísticos, costumbristas, etc.), asociada siempre a un marco territorial específico (habitado o no físicamente), que encuentra su institucionalización político-jurídica en el Estado-Nación típico de la Modernidad”.

Desde el inicio, el tema surgió asociado al concepto de soberanía, cuyo debate se aprecia claramente en la obra de autores como Bodin, Hobbes, Locke y Rousseau, con ideas decisivas para el basamento ideológico del llamado Ciclo de las Revoluciones Burguesas, y que abrió paso tanto a las renovadas naciones tradicionales (Francia, Gran Bretaña y –con notable diferencia–España, Portugal o Rusia) como, más tarde, a las multiculturales (como el Imperio de los Habsburgo, el Imperio Otomano, Italia, Alemania, Hungría, Rumanía, etc.).

Según Miroslav Hroch, los movimientos nacionalistas europeos se dan a través de tres etapas constructivas: una cultural, folklórica y literaria (sin pretensiones políticas nacionales), otra de aparición de portavoces de la idea nacional, y una tercera de asunción popular consciente del proyecto nacional. En esta primera etapa, lo importante de la nación es que fomenta el “interés común frente a los privilegios”, lo cual sirvió de base, tanto a los movimientos nacionalistas europeos, como a los transcurridos en territorios coloniales, aunque con efectos bien diferentes.

En el caso de los primeros, por lo general, la conciencia nacional no cristalizó hasta después de constituido el estado-nación, como consecuencia de la movilización de todos los poderosos instrumentos con que contaba para lograr la homogeneización y la lealtad de los ciudadanos (escuela pública, servicio militar, funcionarios públicos diversos, etc.).

En América, así como en buena parte de Asia y África, esto no ocurre de forma similar, pues el proyecto nacional aparece políticamente vinculado a una necesidad aún más precaria: la de la independencia, a lo cual se suma la influencia ideológica del propio referente europeo.

En las últimas dos décadas del Siglo XIX, aparece un significado más específico y duradero en la nación moderna, cuando se plantea que cada estado territorial pertenece a un pueblo determinado, y sus peculiaridades étnicas, culturales y lingüísticas constituyen la razón de su existencia. Cada nación, pues, se identifica con un determinado grupo de sujetos, del cual quedan excluidas las minorías étnicas que habitan dentro del territorio común.

Ello implica que el nacionalismo esté presente desde la primera modulación histórica de la nación moderna, pero se patenta mucho más en la segunda, identificado con una historia y una cultura nacional construidas a imagen y semejanza de la idea que defienden las elites burguesas.

En esta segunda modulación (el estado étnica y lingüísticamente homogéneo), el nacionalismo se convierte en una ideología mucho más poderosa, chovinista, xenófoba, racista y violenta. A pesar de esto, el estado-nación moderno continuó aglutinando las voluntades de sus miembros, pues significaba la ruptura con las cadenas del Antiguo Régimen, enclavándose en un territorio coherente e indiviso, con fronteras precisas, bajo un gobierno organizado y una única autoridad legal y administrativa, cuyo discurso se erigía en los principios de libertad e igualdad que “estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico divinamente ordenado”.

El moderno concepto de nación evolucionaba, así, en función de la burguesía comercial e industrial, constituyendo una novedad por sus cambios en la norma política, que desestratificaba la sociedad de privilegios eclesiásticos, sanguíneos o nobiliarios (aún cuando estratificara otros peores). La norma burguesa (en teoría) incluía el ejercicio de la soberanía para todos los nacionales, pero los sectores más pobres continuarían sin acceso real a tales beneficios, aún cuando ahora se sentían incorporados al proyecto nacional.

Ello explica cómo el discurso de la burguesía (salvo raras excepciones) terminó, a la larga, ganando el pulso a aquel otro que pretendía favorecer a obreros y campesinos, los cuales no fueron capaces de percibir totalmente los efectos nefastos de la segunda modulación histórica del nacionalismo, cada vez mejor edulcorada por sus enemigos de clase a través de diversos y sofisticados recursos que han sabido adaptarse a cada momento histórico.

Obviamente, la idea de progreso se perpetuaría en el discurso cotidiano de la burguesía liberal (sobre todo), y, por tanto, se asociaría a la búsqueda y defensa del nuevo estado-nación como estructura que protegiera su legitimidad, soberanía y funcionamiento en un espacio territorial que ya estaba demarcado históricamente por convergencias económicas, geográficas, étnicas, lingüísticas, religiosas e idiosincrásicas (en este orden).

Bajo tales presupuestos, ese discurso contaminaría (tarde o temprano, en mayor o menor medida), a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI, cualquier movimiento social que no se erigiera directamente contra las formas de propiedad capitalista a escala universal, pues solo la intención de derrocar al sistema imperante como prioridad máxima podría superarlo. Desde entonces, el Nacionalismo no es una ideología, ni una corriente política específica por sí mismo, sino un fenómeno objetivo de la modernidad histórica, connotadamente manipulable (y manipulado) por las élites para la evasión de los pueblos en torno a su tarea pendiente de la lucha de clases.

Llama la atención que incluso la propia teoría occidental más conocida del nacionalismo se apoye teóricamente en el criterio, establecido desde el siglo pasado por el citado Gellner (y bastante aceptada hasta por sus mayores críticos), de que es la “industrialización” y no otro fenómeno el que determina la aparición del estado nacional, derivándose sus tipologías de elementos relacionados con el poder político, la composición étnica y el acceso a la cultura moderna solo a partir de la existencia previa del desarrollo capitalista.

De este modo, los estados nacionales premodernos, de tipo canónico y asociados al Antiguo Régimen, no dan lugar per se a la nación moderna, pero son los que determinan la pertenencia de sus actores sociales; o lo que es lo mismo, la nación moderna, ni existe sin su antecedente premoderno (al menos imaginado), ni tiene suficiente garantía de vida sin sus presupuestos inscritos en la memoria histórica de los pueblos.

He aquí el por qué las causas que asumen causas políticas nacionales (que siempre suceden al elemental conflicto económico) retoman sus confrontaciones étnicas y culturales de antaño. Por tanto, un ideal nacionalista puede partir de los ideales propios de la nación premoderna bajo otras formas socioeconómicas o, en los casos de dominación foránea, de un espíritu patriótico e independentista considerable, con arreglo a los intereses concretos de la clase social a los que pertenezca el individuo o grupo. En ambos casos, se pretende la modernización del estado como única forma legítima de representación nacional.

Estado-Nación

La búsqueda del Estado-Nación ideal se centra aquí en un trayecto latente al que puede llamarse Cuestión Nacional, la cual constituye el “estado o situación problémica transitiva en que se halla el proceso de formación nacional de un país o territorio dentro de un contexto témporo-espacial determinado, bajo los efectos de factores externos o internos que demoren, obstaculicen o traumaticen la institucionalización de la legítima soberanía nacional proclamada como proyecto común del pueblo-nación, contando con sus correspondientes antecedentes de nacionalidad y nacionalismo (en su primera modulación histórica) que gestan la irreversibilidad del proyecto bajo sus principios particulares y auténticamente nacionales”.

En situaciones de neocolonización, o de ejercicio de un estado nacional con soberanía limitada por la injerencia de otra nación en la dinámica económica y política, el ideal nacionalista puede estar representado desde posiciones muy radicales hasta medios no violentos en términos de método, aunque resulta consabida la inoperancia de los primeros para conseguir soberanías genuinas y completas.

Fuentes

  • ANDERSON, BENEDICT: Comunidades Imaginadas. Cambridge University Press, London, 1998.
  • ENGELS, FEDERICO: El Papel de la Violencia en La Historia. En: Marx, Carlos y Federico Engels. OO. EE. Tomo 2. Progreso, Moscú, 1982 (Décima Edición).
  • GELLNER, ERNEST: Naciones y Nacionalismo. Oxford University Press, Barcelona, 1983.
  • HOBSBAWM, ERIC: Naciones y Nacionalismo desde 1780. Crítica, Barcelona, 1998.
  • HROCH, MIROSLAW: Real y Construida: La Naturaleza de la Nación. Cambridge University Press, Madrid, 2000.
  • LOMBANA, RAÚL M: Nación y Región: Introducción a un Análisis del Problema Teórico de las Formaciones Nacionales y el Nacionalismo. Memorias del X Congreso de SOLAR, Ciudad de la Habana, 2006.
  • VILAR, PIERRE: Sobre los Fundamentos de las Estructuras Nacionales. Historia, Madrid, 1978.