San Ildefonso de Toledo

San Ildefonso de Toledo
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País o región de origenToledo

Ildefonso. Nacio el 23 de Enero de 606 en Toledo España

Síntesis Biográfica

San Ildefonso nació en Toledo, España. Su tío era Eugenio, también de Toledo. Estudió en Sevilla bajo San Isidoro de Sevilla. Entró a la vida monástica y fue elegido abad de Agalia, en el río Tajo, cerca de Toledo. En el 657 fue elegido arzobispo de esa ciudad. Unificó la liturgia en España; escribió muchas obras importantes, particularmente sobre la Virgen María.

Actividad religiosa

De padres nobles, vino al mundo San Ildefonso a principios del siglo VII y fue educado en la escuela isidoriana de Sevilla. Muy pronto manifestóse en él su recto carácter, su espíritu recatado, su afecto a la vida monástica. Sus padres se opusieron a su vocación. Para defenderla, tuvo que huir del hogar. El padre, montado en cólera, sale de su palacio, con brillante escolta, en su persecución y búsqueda, pero sus pesquisas resultan inútiles; Ildefonso ha logrado refugiarse en el monasterio de Agali. Allí suplicó su admisión. El abad reunió a todos los monjes, que unánimemente apoyaron la súplica.

Si sus maestros anteriores, San Eladio de Toledo y San Isidoro de Sevilla, habían sido cautivados por el suave porte de Ildefonso y por su amor a las ciencias sagradas, ya en sus primeros estudios, ahora, entregado plenamente a ellas, en la dulce paz del Monasterio, cabe las alamedas del Tajo, atraerá mucho más la admiración de todos por la delicadeza de su espíritu y por su pasión cada día creciente hacia los libros y su avidez de toda suerte de conocimientos dignos.

Sus rasgos característicos pronto le hacen destacar entre los demás monjes: constante atención y casi incesante tensión contemplativa, entrega cordial al estudio, andar grave, perfil ascético, estatura majestuosa... Pero muy pronto maravillosos frutos de su vitalidad espiritual: escritos sazonados, profundos, sobre todo el Libro de la Virginidad de María, canto impetuoso y rutilante contra los negadores de la perpetua integridad de la Madre divina.

Todos le miran ya como un portento de saber. Por ello fué pronto elegido abad del Monasterio, que por él será regido durante largos años, con pulso firme, prudencia y certera clarividencia; ello justifica que al fallecer en el año 657 San Eugenio, arzobispo de Toledo, todas las miradas del clero, de los fieles, y aun de la corte, se fijen en un solo varón para la sustitución adecuada del gran prelado; y al monasterio agaliense se dirigen para recabar del abad Ildefonso consentimiento a ocupar la silla famosa. Se resisten la humildad, la sencillez, el amor al recogimiento, del requerido. Más cuando comprende ser la voluntad de Dios su aceptación, accede con abierta simplicidad.

Principales actividades

La consagración del nuevo metropolitano se celebra en la Catedral toledana el 26 de noviembre del apuntado año.

Su labor pastoral fue suave y enérgica a la vez. No olvidó ni desatendió lo más mínimo su vida interior: su apostolado mariano, su trabajo intelectual. Salen de su lengua y de su pluma lindezas tan exquisitas, que, aun transcurridos trece siglos, paladearlas constituye un gozo místico intenso.

Su libro Caminando por el desierto, escrito para descubrir a los bautizados la senda que conduce a la soledad interior, es, sin haberlo pretendido, un comentario original al «Cantar de los Cantares». Y su prosa, admirable, podría decirse que inspiró, nueve siglos más tarde, los paralelismos y transposiciones que San Juan de la Cruz emplea en versos para su Cántico Espiritual.

Otras obras de tan fecunda pluma, llegadas hasta nosotros, pues algunas se han perdido o nos son desconocidas: la continuación del libro de los «Varones Ilustres» de San Isidoro, documento el más precioso y completo para el conocimiento del Episcopologio toledano; el Tratado sobre el Bautismo» y diversas cartas y composiciones litúrgicas.

Muerte

El pontificado de San ldelfonso duró nueve años y dos meses. Casi sin enfermedad, más bien transportado por misteriosos arrobamientos, que no pueden llamarse agonía, fallecido en la madrugada del día 23 de enero del año 667. No pasaba mucho de sexagenario.

Sobre el santo

Se ha dicho justamente que sobre su sepulcro de la Basílica de Santa Leocadia, donde, en observancia de una tradición prelaticia toledana, fue inhumado, se podía haber puesto como epitafio el elogio formulado por su más antiguo biógrafo Sol de España, antorcha encendida, áncora de la fe. Hay que advertir que, a mediados del siglo VIII, para salvar el venerable cuerpo de la persecución de Abderrahmán , los fieles lo trasladaron a Zamora, donde se conserva.

Hincapié especial merecen la devoción y dedicación de nuestro Santo a cuanto atañe al culto y amor de la Celestial Señora. Digamos aquí que la fiesta del 18 de diciembre, hoy de Nuestra Señora de la Esperanza, fue establecida por el X Concilio de Toledo, como traslación del día de la Encarnación a ruegos y propuesta del entonces todavía abad de Egali. El Concilio no sólo aprobó la propuesta, sino que encargó al mismo ponente la composición y redacción del oficio de la festividad de Santa María.

Los desvelos y amores de Ildefonso por la celeste Reina habían de tener premio adecuado: Una noche (la del 17 de diciembre) en que Ildefonso, ya arzobispo de Toledo, se dispuso, como en otros años, a iniciar con solemnes maitines la Festividad de la Virgen, había de ser la escogida por la Señora para agasajar a su siervo.

Antes de la llegada del rey Recesvinto, se abrió el atrio episcopal, saliendo el cortejo, presidido por Ildefonso que, a la luz de las antorchas, se dirigió a la catedral.

Abiertas las pesadas puertas, los clérigos penetran en la basílica; mas de pronto advierten que les envuelve cierto celeste resplandor; sienten todos un pavor inaudito, dejan caer las antorchas de sus manos y huyen despavoridos; Ildefonso, sin embargo, dueño de sí y empujado por un estímulo interior, sigue animoso hasta el altar y postrado ante él, al elevar sus ojos, descubre a la Madre de Dios, sentada en su misma cátedra episcopal; alados coros de ángeles y grupos de vírgenes y santos, distribuidos por el ábside, formando la más espléndida corona a la Reina de los Cielos, modulan salmos y canciones; algunos clérigos huidizos tornan al templo en busca de su prelado, mas al ver tal espectáculo, sobrecogidos, vuelven a huir...

María invita entonces al arzobispo Ildefonso a acercarse a ella y con dulces palabras, que recordará luego nuestro Santo con gozo inefable, alabando su amor, escritos y apostolado, le hace entrega, en prenda de la complacencia y la bendición divinas, de una vestidura litúrgica, traída de los cielos.

Desaparece la visión; mas queda en poder de Ildefonso, henchido de melifluas dulzuras, la vestidura celestial, el más preciado don y regalo de la Madre a su hijo.

No fue éste el único favor celestial y hecho milagroso gozado por el Santo; su entrega mística y contemplativa viose compensada con los más subidos carismas sobrenaturales; y otros muchos prodigios cuentan las crónicas de sus coetáneos; por lo que no es de extrañar que, desde Gonzalo de Berceo hasta Lope de Vega, las más gloriosas letras españolas hayan cantado la devoción de San Ildefonso a la Santísima Virgen, llegando a proclamársele «capellán y fiel notario» de María.

Fuentes