Adiós a las armas (película de 1932)

Adiós a las armas
Información sobre la plantilla
Drama | Bandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos
32KB
Otro(s) nombre(s)A Farewell to Arms.
Estreno1932
GuiónBenjamin Glazer, Oliver H.P. Garrett (Novela: Ernest Hemingway)
DirectorFrank Borzage
Producción GeneralEdward A. Blatt
Dirección de FotografíaCharles Lang (B&W)
RepartoHelen Hayes, Gary Cooper, Adolphe Menjou, Mary Philips, Jack LaRue, Blanche Friderici, Mary Forbes, Gilbert Emery.
ProductoraParamount Pictures
PaisBandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos


Adiós a las armas (en inglés A Farewell to Arms) es una película estadounidense de 1932, basada en la novela homónima escrita en 1929 por Ernest Hemingway, cuyo título está tomado de un verso del poeta del siglo XVI George Peele.

Sinopsis

Esta versión de 1932 es la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Ernest Hemingway. Durante la Primera Guerra Mundial, el teniente Frederic Henry, un americano del cuerpo de ambulancias italiano, y Catherine Barkley, una enfermera británica, se convierten en infortunados amantes. El primer encuentro se produce después de que Frederic haya tomado unas cuantas copas y tome a Catherine por una prostituta. Cuando el capitán Rinaldi, amigo de Frederic pero también su superior, los presenta formalmente, se ríen de aquel primer encuentro, pero también resulta evidente que Rinaldi se siente atraído por Catherine. Para frustrar su incipiente romance con Henry, Rinaldi traslada a Frederic, pero cuando más tarde éste cae herido, se siente culpable y se asegura de que esté bajo el cuidado de Catherine durante su convalecencia.

Argumento

Son, ya, 71 años los que han transcurrido desde que Adiós a las armas fue estrenada, y a pesar de ello, todavía mantiene firmemente su actualidad. El tema central en la filmografía de Frank Borzage es, sin duda alguna, el amor. Si a ello le añadimos que en sus películas solemos encontrar cierta dosis de espiritualidad (muy cercana, a mi modo de ver, a la que Dreyer podría haber insuflado a sus films si éste hubiera filmado en Hollywood), estaremos de acuerdo en que Borzage aborda una temática inmutable a través de los tiempos. Las personas seguimos, y seguiremos, cuestionándonos nuestro paso por la vida; nos seguiremos enamorando y sufriendo desamor y volveremos a caer, una y otra vez, en la sin razón (sería mejor decir aberración) de la guerra. Porque Frank Borzage no ignoraba las realidades sociales que rodeaban la época que le tocó vivir.

De hecho, él se anticipó a la efervescencia del movimiento nazi con un estupendo film de denuncia como Tres camaradas (Three comrardes, 1938), por poner sólo un ejemplo. En la película que nos ocupa, la guerra está presente de principio a fin. Siempre está allí, aunque no la veamos en primer término. Es el telón de fondo de la historia y, al mismo tiempo, el protagonista mudo de la misma. Al final de la película, cuando se anuncie el final de la guerra, el espectador queda desnudo ante la única verdad posible: la guerra es inadmisible porque no hay ningún argumento que la pueda sustentar (el amor, que nos hace humanos, perece ante ella) y los sacrificios llevados a cabo en su nombre acaban pisoteando la esencia humana.

Borzage no hace una denuncia social de la guerra, sino que la hace desde el ámbito privado e individual. Es a través de la historia de amor entre Catherine, Helen Hayes y el teniente Frederic Henry, Gary Cooper donde sitúa a la guerra como una intrusa que acaba por destruir todo lo que encuentra a su paso. La guerra es el enemigo del amor. Si el amor ensalza la espiritualidad del hombre, la guerra lo degrada.

Algunos apuntes biográficos

Frank Borzage nació en Salt Lake City en 1893. Desde muy joven se sintió atraído por el teatro. Trabajó en diversas compañías teatrales hasta que, con veinte años, se fue a Hollywood a probar fortuna con el séptimo arte. No tardó en participar como actor en diversas películas. A partir de 1916, comenzó a realizar westerns, que también protagonizaba.

Borzage llega a dirigir 57 películas mudas y 43 sonoras (a las que hay que añadir un cortometraje y tres mediometrajes para televisión). Su primer gran éxito le llega con (Humoresque, 1920). Gana el Oscar al mejor director en 1928 por El Séptimo cielo (Seventh heaven, 1927), obteniéndolo nuevamente en 1932 por (Bad girl, 1931). A partir de la década de los 50, Frank Borzage permanece casi inactivo dirigiendo sólo dos películas (cuando su ritmo de trabajo era de una o dos por año). Finalmente, fallece el 19 de junio de 1962.

El germen de la película: la novela de Ernerst Hemingway

La película de Borzage está basada en la novela homónima de Hemingway. Éste la detestaba antes, incluso, de haberla visto (después de verla tan sólo manifestó sentirse contento por el trabajo de Gary Cooper, quien acabó por ser compañero de borracheras del escritor). Hemingway denunció que se edulcorase la novela escamoteando la contienda bélica y la carnicería de la guerra en pos de un acaramelado idilio.

La acción de la novela se basa en los propios recuerdos del escritor. Alistado como voluntario, y teniente en un cuerpo de ambulancias, realizó la campaña con el ejército italiano en el frente de Isonzo, la metralla de una explosión le hirió en ambas piernas en el verano de 1918. Estuvo convaleciente en Milán, donde conoció a una enfermera norteamericana llamada Agnes von Kurowsky con la que mantuvo ciertos devaneos amorosos. Esta chica (siete años mayor que Hemingway) acabó por rechazar la proposición de boda del escritor cosa que le llevó a vengarse de ella en el final de Adiós a las armas (no reflejaré de que modo para quien todavía no haya visto la película). La verdad es que Frank Borzage lleva la novela de Hemigway a su terreno. Recoge la esencia del texto y es capaz de hacerla suya.

Adiós a las armas: la película

La película se rodó en los estudios de la Paramount, cosechando dos Oscar (a la mejor fotografía y al mejor sonido). La película fue bien acogida por el público. Sin embargo, el estreno fue controvertido a causa del final alternativo que la Paramount puso a disposición de los exhibidores. La productora dispuso de un final mucho más ambiguo, en el que no queda clara la suerte que corre la pareja protagonista. Frank Borzage, totalmente contrariado por esta decisión se lava las manos y delega en Jean Negulesco para la realización de la escena.

Adiós a las armas relata la relación amorosa entre el teniente de ambulancias protagonizado por Cooper y la enfermera que encarnó Helen Hayes. La guerra está presente pero se sitúa en la distancia. Es el detonante del conflicto que sufrirán los personajes. En la película no hay escenas bélicas propiamente dichas.

La única escena bélica de la película carece totalmente de cualquier sentimiento épico. En ella, Frederic decide desertar del ejército para reencontrarse con Catherine. Los soldados caminan, derrotados, por caminos llenos de barro; Frederic huye aprovechando que los aviones austríacos descienden sobre ellos disparándoles. El montaje de esta escena, sumamente soviético, transmite toda la esencia de la película. Frederic escapa de sus compañeros y de sus enemigos en busca de su amor. Deserta porque no soporta la idea de no estar o de perder a su amada. ¿Cabe posicionarse más ante una guerra?. Para los protagonistas, el amor (su amor) es la respuesta al caos que les envuelve, es el único camino que tienen para poder sentirse armoniosos dentro del infierno que les ha tocado vivir. Desde estos presupuestos, desertar no es un acto de cobardía sino que, más bien al contrario, supone dar un paso al frente.

En contraposición al personaje de Frederic nos encontramos con los de su amigo el capitán Rinaldi (Adolphe Menjou) y el sacerdote (Jack La Rue). Ambos encarnan dos posicionamientos ante la guerra. El primero, contempla la guerra sin demasiado horror (al igual que Frederic antes de conocer a Catherine), aprovechando su situación para medrar en su profesión de médico y flirtear con las enfermeras del hospital. Por el contrario, el sacerdote vive atormentado todo aquello que sucede a su alrededor. Su posición le hace sentirse totalmente impotente y desbordado. Cuando comprende que Catherine y Frederic están enamorados su rostro no evidencia asombro o alegría, sino pesadumbre al saber que el futuro está plagado de nubes negras que los ojos enamorados de la pareja no llegan a vislumbrar.

En el plano estrictamente narrativo, Borzage otorga una importancia preponderante a la imagen. Los encuadres no son, para nada, arbitrarios. La película despide en sus planos un tono muy metafórico y poético. El montaje, realista en ocasiones y onírico en otras, potencia los valores emotivos y humanos que han quedado expuestos en este artículo. La iluminación expresionista, y muy cercana al cine silente del que Frank Borzage todavía no se había desprendido, se convierte en algunas escenas en poesía al trascender las imágenes a aquello que vemos. Un ejemplo clarificador lo podemos encontrar en la escena final, pero como antes prometimos no desvelar cómo finalizaba la película… Fíjense en el rostro de Catherine y, por un momento, verán como un fogonazo de luz les explicará lo que es el amor. Para entonces, la guerra estará muy lejos de Catherine.

Reconocimientos

Fuente